General33b/Situación de Nápoles
Situación de Nápoles
El tema más espinoso que tuvo que afrontar la Congregación General fue el de la provincia de Nápoles. Sólo había dos colegios pequeños, con dos comunidades reducidas (Campi y Bellavista), y una residencia en Nápoles, en la que los ancianos PP. Gisoldi y Gasdia atendía al culto de la iglesia de San Carlo all’Arena, pero había fuertes tensiones personales entre ellos. Es el tema sobre el que más veces se trata en la Congregación General, y del que más correspondencia se conserva en el Archivo General.
Como ni el P. Gisoldi ni el P. Sacchi, ex Provinciales, quieren asumir el cargo de Superior, y no encuentran otra persona adecuada en la Provincia, se nombra Delegado General para Nápoles al P. Calasanz Homs, Procurador General, en 1910[Notas 1]. Sin embargo, al P. Homs no le hace ninguna gracia el nombramiento. En una carta (probablemente al Rector de Campi) escribe que está harto de e4sa casa, que solo proporciona disgustos, hasta el punto que él quería cerrarla. Disgustos que fueron en parte la causa de la muerte prematura del P. General[Notas 2]. Interviene en algún conflicto entre religiosos de la provincia[Notas 3], pero pronto se hartó y presentó su renuncia, de modo que la Congregación General nombró un nuevo Delegado General[Notas 4], el P. Tomás Viñas, Archivero General, que con ese nombramiento adquirió el derecho a participar en el Capítulo General del año siguiente que le elegiría Superior General de la Orden.
Contrariamente al P. Homs, el P. Viñas sí se toma interés por la Provincia de Nápoles, y al mes siguiente a su nombramiento decide hacer una visita canónica para ver cómo están las cosas. En su decreto final de visita dice estar satisfecho con lo que ha visto, y exhorta a todos a seguir con la observancia, etc. Les hace algunas observaciones prácticas: que tengan un libro de secretaría-crónicas; que cada semana el Rector u otro explique la doctrina cristiana a los hermanos; que separen el libro del procurador y el del depositario. Al final de la visita, convoca a una Asamblea Provincial en Bellavista, a la que acuden, además de él, seis religiosos[Notas 5]. Se trata en ella de la creación de una Caja Provincial. Algunos aceptan “vida común” (entendida como renuncia a poseer dinero propio, siendo la comunidad la que se queda con todos los ingresos y la que atiende a todas las necesidades de los religiosos) y otros, no; a estos se les concede un presupuesto de 10 liras al mes y 15 misas libres. Cada año se hará atestado del comportamiento de los maestros para el Provincial. Para gastos extraordinarios, el rector reunirá a la comunidad, y votarán. Los rectores informen al Provincial antes de tomar decisiones graves sobre los religiosos (las quejas apuntaban sobre todo al P. Pompilio Vasca, rector de Bellavista, un religioso bastante autoritario e independiente).
Los rectores cumplen lo ordenado, y envían (caso único en la Orden) a final de curso atestado de buen comportamiento de los religiosos en cuanto profesores a final de curso[Notas 6]. Sin embargo, las tensiones personales siguen existiendo: los líderes de Bellavista (P. Vasca y G.C. Sacchi) no se llevan bien con los de Nápoles (F. Gisoldi y F. Gasdia) ni con los de Campi (G. Caponio y F. De Stefano). El P. Sacchi denuncia un “hecho lamentable” (entre otros) ocurrido en Campi[Notas 7]:
Escuela promiscua. El P. De Stefano, Director del Gimnasio de Campi, cuando vino para las fiestas de Navidad, informó al P. Cammarosano, y este lo ha contado a los demás, que en Campi se han admitido, entre los alumnos del gimnasio, también señoritas, creo que en número de cinco. De modo que aquel Instituto, confiado por el Municipio a las Escuelas Pías para la sabia y recta educación de los jovencitos, hoy, gracias a la orientación moderna de los nuevos religiosos, se ha convertido en una escuela promiscua. No puede imaginar V.P. cuánto dolor ha causado a mi corazón esa noticia, la cual es de una gravedad excepcional. Y ello no solo por las consideraciones de índole general que cualquier persona de bien puede fácilmente deducir del hecho nuevo, sino todavía más por aquellas de índole particular que son sugeridas por el conocimiento directo del ambiente de Campi, de las relaciones entre la gente y los escolapios, de la veneración que había rodeado hasta ahora a los religiosos de allí, entre aquella buena gente. ¿Y quién podrá enumerar los graves inconvenientes que el hecho nuevo acarreará consigo a corto plazo, y todos en perjuicio del prestigio de nuestra Orden?
He dirigido aquel Instituto durante diez años, y ¿cómo es que nunca durante este periodo de tiempo ningún padre de familia me haya pedido la admisión de una hija suya, ni nunca el Municipio haya creído conveniente apoyar una petición semejante? Y, sin embargo, durante aquellos diez años no faltaron señoritas de Campi que deseaban hacer los estudios secundarios, y por ello salieron del pueblo. ¿A qué, pues, debe atribuirse la nueva orientación de las cosas y el apoyo del municipio a la cultura clásica de las doncellas de Campi?
La causa del mal es sin duda esta: parece que allí (me hago eco de la voz pública) que los Padres llevan una vida que no es religiosa, sino de seglares, hasta tal punto que alguno de ellos antes de ir a clase en su habitación juega su partida de cartas con un profesor de fuera. Pero a lo que comenta la gente vulgar se añaden datos específicos que el mismo Cammarosano recoge de la boca de De Stefano y luego nos los cuenta a nosotros. Cito alguno. De Stefano, por ejemplo, unos meses atrás hizo una excursión a Taranto con algunos señores de Campi, excursión coronada con una comida espléndida en un restaurante. Pero el viento arrojó al mar el sombrero del Padre De Stefano, y este, para resolver el problema, se compró un sombrero de burgués y se volvió tan tranquilo a Campi en este nuevo atuendo deportivo…
Pero la acusación más seria que hace es que los de Campi están preparando un complot para que ni él ni Vasca sean elegido superiores. Y, ciertamente, sí han hablado entre ellos. El P. Vasca se niega a firmar las actas del Capítulo, diciendo que es inválido por ese arreglo previo con respecto a las elecciones. Y que está dispuesto a recurrir ante la Sagrada Congregación de Religiosos. Naturalmente, el P. Bertolotti y el P. Viñas se movilizan, y piden atestados a los religiosos de la Provincia. El más viejo y más sensato de todos, el P. Francesco Gisoldi, responde que se lo tienen bien merecido, los PP. Vasca y Sacchi, por su manera despótica de gobernar, con la que han conseguido espantar varias vocaciones válidas. Pero así quedan las espadas, alzadas, hasta la celebración del Capítulo General de 1912, y el nombramiento, una vez más, del P. Gisoldi como Provincial, a sus 84 años. Cargo que ejerció por muy poco tiempo, pues murió a las pocas semanas.