BerroAnotaciones/Tomo2/Libro2/Cap09

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CAPÍTULO 9 Respuesta dada al susodicho Manifiesto [1644]

Todas las Provincias respondieron a esta carta o manifiesto, con la inquietud que se requería, pero yo no tengo todas las cartas; aunque estoy seguro de que las guardé en aquellos dos cajones. Pondré sólo las que tengo, que nos aseguran de la verdad del hecho, y de mi fidelidad en copiar la carta. Pues, aunque haya alguna cosa de mano de otro, serán seguras, porque están dictadas por mí a quien las escribe. La primera se dirigió directamente a nuestros mismos Religiosos, para que se enteraran directamente de lo ocurrido, y no dieran crédito a las palabras dichas por él, por ser verdaderamente políticas, y no como las finge para excusarse. Pero Su Divina Majestad, que ve el interior, ha hecho lo que no podemos hacer nosotros, que se lo hemos encomendado a su infinita Bondad.

Manifiesto de respuesta

A los Muy Reverendos Padres y Hermanos

De los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

Pax Christi

Hay tiempo de callar y tiempo de hablar, dice el Espíritu Santo en los Proverbios. He sido perezoso en responder y hacer una exposición sobre una carta del P. Visitador Apostólico jesuita. Excusen el tiempo transcurrido. Es que, guiado por la razón y la cólera, -habiendo renunciando a ésta como perjudicial a la perfección religiosa, y no habiendo podido satisfacer a aquélla- y dominado además por la fuerza y el poder de los Adversarios, sólo ahora me permite dar la respuesta. Pido a todos tengan en cuenta lo que aquí se dice. Por supuesto, todo será pura verdad, como lo atestiguarán personas dignas de fe.

No ha habido nadie que él sí mismo haya generado sentimientos especiales contra la persona del P. Silvestre Pietrasanta, jesuita, Visitador, para que, en su carta, él tenga que contraponer, en su justificación, la autoridad de la Sagrada Congregación de los 5 Emmo. Sres. Cardenales, y la de dos Ilmos. Prelados, con el Breve Apostólico anterior, en el cual, él, habiendo podido, ciertamente, utilizar más autoridad, no la ha utilizado, sino que ha[n] pensado solamente lo que ocultamente ha[n] percibido. Es decir, que cuanto él ha hecho en beneficio de la Orden, ha sido el próximo exterminio de ella. Porque ya se ha descubierto que ha habido un Breve para la destrucción de ella; pero, gracias a la buena relación de uno de los Sres. Cardenales (que deseamos conocer), entregada al Emmo. Sr. Cardenal Barberini, - que antes había sido muy siniestramente informado por individuos hostiles a nuestra Orden- si no ha sido anulado, al menos no se ha publicado.

Si esto es obrar a favor de la Orden, que lo juzgue el que lo entienda. Y si es que él responde en particular que su ayuda ha sido buena, pero que nuestros malos comportamientos merecían algo peor, respondo que los particulares merecen esto, pero no la Orden, gobernada (antes de iniciar él su cargo de Visitador) por un Superior encomiado por todos los Eminentísimos como el Santo desconocido, y compuesta por muchos miembros, conocidos, no sólo en Roma, sino por todo el mundo, como hombres espirituales, que tienden a la santidad. Por el bien de éstos, se debía de haber expulsado a algunos miembros podridos, -apoyados por él y por algún Prelado- para que ella volviera a su prístino estado de Santidad, sin destruir todo el cuerpo. Porque él mismo había dicho que la Orden no podía sufrir ninguna prueba de exterminio, pues tenía un buen Superior y muchos miembros buenos. Cuando él no ha cooperado nunca para que dicho Superior retorne a su cargo con otros miembros buenos, que gobiernen el cuerpo de la Orden, sino que se ha esforzado para que miembros pútridos e infectos la manejen y administren, ¿cómo puede decirse con verdad que él ha actuado en beneficio de la Orden?

Al contrario, esto da a entender, más aún, que quiere que ella misma se extinga por sí sola, y, con fiebre hética, se haga inhábil para el Instituto, oprimido. Pues, si quita de medio al Superior y a los miembros sanos, coopera a que, en lugar de ellos, estén miembros fétidos y podridos. Y, por mucho que objete que esto no le consta, sino lo contrario, -por algunos antiguos escritos hechos a favor de la parte, con la finalidad que en otra lugar se ha dicho, y quizá se diga más adelante- se le ha respondido que, después de esas escrituras, han ocurrido cosas, que la hacen mucho más indigna [a la parte], por el cargo que tiene en la Orden, lo que nosotros queremos probar ante un juez legítimo y sincero; pero no ante él, a quien la mayor parte de la Orden le considera como parte en causa, pues no valora igualmente las acciones de cada uno de nosotros.

Para hacer esto, él se sirve de amenazas y malos tratos. No se puede decir con verdad que haya obrado en beneficio de la Orden; pues, aunque afirma que ha manifestado esto a esos Emmos. Sres. Cardenales, podría ser que a ellos les haya dicho las cosas de una forma, y después haya actuado de forma distinta. Por eso, no se ha podido conseguir la reparación de la Orden con la reintegración de nuestro General, de la que hasta se atrevió a decir un Prelado que, mientras viviera Urbano VIII, no habría resolución por mediación suya. Es decir, que si no se soluciona este asunto, es en razón de que se ha interpuesto la malevolencia.

Esperamos, sin embargo, en el Señor; pues en dos años ha eliminado dos obstáculos notables, ya porque personas autorizadas han conocido mejor la verdad, como porque ha quedado claro un punto político: “no hay que retractarse de la cosa mal hecha, para no perder la reputación los que tienen interés en ella”.

Se ha dedicado a maltratar, todo lo que han podido, a nuestro buen viejo, conduciéndolo como atado por guardias públicos al Santo Oficio, en el mayor bochorno de calor, a pie; a un viejo octogenario, bajo el único pretexto de algunos escritos, quitados al P. Mario en presencia mía por el Sr. Corona, Auditor del Emmo. Cardenal Cesarini, de feliz memoria; en los que se decía que habían pertenecido al Santo Oficio. Pero yo, que fui testimonio ocular, y registrado notarialmente, puedo jurar que no se trataba más que de una lista de cuentas de la Casa de Pisa, enviada a Roma con la firma del inquisidor de aquella Ciudad. Por este escrito solo no creo que el Sr. Cardenal Barberini, después de juzgar hecho desapasionadamente, hubiera permitido que un General Fundador de una Orden, fuera ultrajado, aunque él hubiera sido el autor. Pero, habiéndose demostrado lo contrario, no sé qué les habrá parecido esto -tan mal explicado- a muchos Eminentísimos, y en particular al Sr. Cardenal Lanti, de la iglesia de San Clemente. Pero volvamos a la carta, que de esto tendremos tiempo en otro momento.

En cuanto al testimonio de buena conciencia, que cita a su favor el P. Pietrasanta, jesuita, yo no puedo responder; porque sería temeridad mía; quien debe escrutarla es solamente Dios, escrutador de corazones. Aunque las conjeturas externas muestran lo contrario, quiero anegar éstas en el río de un prudente silencio, esperando el juicio divino, que ya demostró, en el primer inventor de estos rumores -como consta a la mayor parte de la Corte Romana- con aquel castigo de una horrible y mortífera lepra.

En cuanto a la visita que dicho Padre dice haber hecho puntualmente en la Casa de Roma, y en otras partes, por medio de cartas, es necesaria una mayor aclaración. Primero, que nosotros aprobamos el sermón que nos hizo, porque creó buenas esperanzas de que las cosas continuarían como nos presagiaban sus buenas expectativas. Pero estaba vivo el susodicho P. Mario [Sozzi], que se llevaba adelante, a espada desenvainada, por medio de Monseñor Asesor [Albizzi], después del favor que dicho Padre había hecho a la Sagrada Congregación del Santo Oficio, al descubrir algunos abusos de herejía iniciados por ciertas señoras en Florencia (como se suponía).

Este P. Mario quería las cosas a su modo. Sirva de testimonio, además de lo que yo podría jurar haber oído de su boca, que consiguió anular no sé cómo un Breve de visitador apostólico hecho a favor del Padre D. Agustín Ubaldini, somasco, -individuo de buenísimas cualidades y de otro proceder- en menos de veinte días; y él mismo hizo que se eligiera a otro visitador apostólico, porque dicho Padre no hacía la visita a su modo, como las ha hecho este de ahora. Yo juro, como sacerdote, haber oído al P. Mario (que me contaba muchas cosas a solas) que si el Padre jesuita no hubiera hecho las cosas a su manera, le habría hecho retirar el Breve, y poner a otra persona -nombrándome él mismo a un fraile carmelita descalzo de La Scala-. Es decir, él podía cambiar Breves como quería, musitando a los oídos de Monseñor Asesor [Albizzi] lo que le viniera en gana.

Además, todo el mundo sabía el poder que entonces tenía el Asesor [Albizzi], ante los Jefes de aquel tiempo; y la información pésima que daba a Su Santidad, sobre todas las Órdenes, llamándonos a todos nosotros Refractarios, Desobedientes y contumaces ante la Congregación de Sres. Cardenales, lo que él no podrá probar a no ser que sea ya juez y parte; lo que me temo mucho. No lo podrá probar, digo, si no es con el testimonio de algunos que en la Orden tienen malísimo nombre; y con sus fealdades, con las que han manchado el candor de la misma Orden, y con la Apostasía o Fuga de la Orden, bajo diversos pretextos. Ni, por supuesto, por aquellas personas que son dignas de ser creídas, ni por la información de la Visita Apostólica, hecha en la forma que se dirá más adelante, siendo todos nosotros mal vistos por el Cardenal Barberini. ¿Cómo nos podemos maravillar de que cada uno secunde los deseos de dicho P. Mario, y dijera lo que él quería?

Para que esto aparezca más claro, diremos el orden que seguía en la visita de los Padres que vivían en Roma.

Ninguno podía ir a hablar al P. Visitador, si antes no era adoctrinado donde el P. Mario, o donde algunos de sus pocos secuaces, acerca de todo lo que tenía que decir; y para hacer esto con un bellísimo orden, quiso que fuera Secretario de esta visita el P. Juan Antonio [Ridolfi] de la Natividad de la Virgen, boloñés, mandado ir a posta desde Florencia; era un íntimo y fiel suyo, como nadie, y le contaba cuanto se escribía.

Estaba, pues, el P. Visitador jesuita con dicho P. Juan Antonio, religioso de los nuestros, escribiendo esto, y aquéllos escuchando los acontecimientos de la Orden, según el querer de Mario.

Dígame, por favor, cualquier genio prudente, deseoso del bien común: ¿No debía el P. Visitador haber cogido como Secretario a uno de su Orden, para escribir sincera y escuetamente lo que los ánimos afligidos quisieran decir a favor de la Orden o en contra, a favor del General o en contra? Así lo había hecho antes el P. Ubaldini. Pero, para no disgustar a Mario, que temía se descubrieran sus mentiras y engaños, fue anulado el Breve (no sé si Su Santidad lo supo alguna vez, porque en esto parece que se produjeron señales de ligereza, eligiendo a uno a un cargo, y quitándoselo sin causa para elegir a otro) y se hizo otro Breve con la intervención del mismo Mario y otros tres Asistentes, por él llevados al Matadero de su inmolación (como después se dirá).

Si escribe después el P. Pietrasanta que en las actas de su Visita registró todas las disposiciones ratificadas con el juramento de los deponentes, sabemos, en cambio, que no fueron enviados más que los que Mario quiso. Y si fui yo, y dije con juramento algunas cosas contra el anterior gobierno, no se encontrará nunca que haya hablado contra la integridad de la vida de nuestro Padre General; al contrario, siempre he afirmado que sus Ministros, y no él, han hecho muchas cosas perjudiciales a la Orden. Y si alguno aseguraba que debía quitarlos, queda excusado en esto, lo mismo que excusaría al Sumo Pontífice cuando, por medio de sus ministros, en varias partes del mundo, se cometen muchas indignidades, de las que el mismo Pontífice no debe llamarse autor ni causa, al no poder verificar muchas de aquéllas, ni él remediar todo. Más aún, de éstos que aquí se encuentran presentes, muchos no fueron llamados en la visita, porque eran contrarios a Mario; y otros no quisieron ir allí, porque iba a ser Secretario un incondicional suyo. Así que yo me atrevería a decir que las actas han sido nulas, por faltar una condición tan importante, como no poder acudir con la espontaneidad y franqueza que requiere una visita apostólica. Ni fueron examinados todos los que entonces se encontraban en Roma; ni, por supuesto, los muchos que en este tiempo Mario había mandado fuera, porque los consideraba enemigos acérrimos suyos; así que no podían decir mucho, a favor o en contra de la Orden.

Y aunque el P. Visitador añade que se vio obligado a no poder salir de Roma, y a no ir la visita personal de las Casas y Provincias de fuera; y que por eso escribió una carta circular y común a todas las Comunidades, y pidió que cada uno lo informara acerca de sus sentimientos, y usó otros medios significativos en su carta, respondo que, estando muchos afligidos por al largo gobierno anterior, y angustiados algunos, a los que el P. General mostraba algún afecto, porque los veía celosos de la Orden, aquéllos podían escribir, y, de hecho, escribieron; pero como todas las cartas llegaban a las manos de Mario y de sus amigos, eran atendidas de tal manera, que sólo se proponían las que favorecían su propósito, y se suprimía las otras que le perjudicaban. Además, los primeros motivos expuestos arriba, que retenían a los Padres que vivían en Roma, influían igualmente en los religiosos ausentes. Hágase hoy día la prueba (aunque tampoco ha faltado en este tiempo el politiqueo de captarse la benevolencia de algunos, mediante cargos y dignidades dadas a personas, por otra parte indignas, prescindiendo del P. Visitador y de Monseñor Asesor, juzgados y tenidos como jueces y parte; pues, cada vez que se quería decir bellaquerías de Mario y de otros secuaces suyos, enseguida -ante los alborotos- se decía que eran acusadores, calumniadores y ambiciosos).

Pídanse a Su Santidad otros visitadores, que con su franqueza y sinceridad escuchen a todos libremente, sin ponerles obstáculo que impida la libertad de decir y sentir cómo actúa el gobierno actual, tan aplaudido por el P. Visitador Apostólico.

Añadió que había hecho nuevas diligencias para nombrar visitador, en la Provincia de Génova y lugares adyacentes, al P. Nicolás Mª [Gavotti] del SS. Rosario, de Savona, bastante bien conocido, no sólo en la Provincia suya nacional, sino también en el resto de la Orden, sobre todo en las Casas de Nápoles. Este Padre, que fue propuesto al P. Mario por el P. Esteban [Cherubini], --y que poco antes había sido privado por el General y sus Asistentes del cargo de Procurador General, y después repuesto en dicho cargo por el mismo y sus Asistentes, los cuales, por sí mismos, han hecho un manifiesto sobre de qué manera aprobaron a dicho Padre para tal oficio-- ha tenido y tiene un incansable defensor, que, como cómplice en muchas cosas del P. Esteban, -dignas de enmienda- ha hecho un buenísimo informe de él ante el Visitador, con una carta que después valió el cargo de Visitador General en la Provincia de Génova y Cerdeña, cuyas Casas hablan y hablarán de las acciones hechas por este Padre, de cuya vida sólo nuestro Padre General puede dar testimonio; pues también él es uno de los que buscan el favor de sus parientes, y no de las acciones nobles, que son las que deben hablar por boca de un religioso.

Con este conocimiento [actuó], pues, el P. Mario, y con el que ha conseguido por medio de cartas de los Superiores locales amigos suyos, a los que prometió [el cargo], al principio de su elección al Asistentado. Porque, aunque a ello contribuyeron también las voluntades de los otros Asistentes, ahora dirán ellos de qué manera eran dirigidos; pues si ellos no estaban de acuerdo, enseguida se inventaba que era orden de Monseñor Asesor y del Palacio; que así hicieron a un Padre nuestro, cuando lo exiliaron fuera de Roma, y luego se encontró que era falso, pues el mismo Cardenal Barberini dijo que él no había dado tal orden.

Con tal conocimiento, digo, le pareció al P. Pietrasanta que estaba bastante informado, para referir a los Emmos. Sres. cardenales de la Congregación cómo están las cosas en la Orden. Pero, por lo que se ve, no ha podido tranquilizar bastante los ánimos de los que desean el restablecimiento de la Orden. Y para que se conozca en esto el verdadero deseo, téngase en cuenta que, tanto al Visitador como otros malévolos, ha conocido algunas antiguallas, con el supuesto de que se debe ver primero si la Orden está bien fundada, si se podía hacer, si en el Breve de erección de la Orden existían todas las cláusulas necesarias, y, en especial, si ponía Motu proprio o bien “de consensu Cardinalium”; y si la Orden era necesaria en el mundo, porque algunos políticos la estiman superflua, pues dicen que la pobreza impide hacerse mecánicos, al ser instruidos en las letras; y, se acostumbran al ocio de éstas, rehúyen el trabajo de aquéllos. Como si un artesano no tuviera que saber leer, escribir y hacer cuentas; e incluso entender un poco el latín. Todo lo cual es propio de nuestro Instituto. Además, han estado buscando si los votos son válidos, si existía consentimiento en el que la hacía la Profesión, si el contrato entre el que hace los votos y quien los recibe es legítimo; y más, si se debe dar el hábito a novicios en la Orden; si se deben aceptar más Casas, y otras cosas; todo para reducirla, finalmente, a Congregación, y de allí, al exterminio.

Yo me pregunto ahora si debe decirse que alguno de los que han reivindicado estas cosas tiene el pensamiento de aumentar la Orden –porque, sobre todo acerca de la validez de las profesiones, que es el punto más esencial, ya ha sido decretado hace un tiempo en Congregación particular de Prelados, entre los cuales estaba el Emmo. Falconieri, que son válidas, y no hay más que decir—¿o, más bien, ese pensamiento lo hemos tenido nosotros, que no parece hayamos sido echados fuera de Roma, y hemos procurado mantener la validez, procurando la reintegración de la inocencia de nuestro Padre General en su cargo, y la defensa de la Orden, contra quien, bajo sospechosos medios, desea y busca destruirla?

Concluyo, pues, que si la visita se hubiera hecho en las condiciones que requería la prudencia de los Padres jesuitas, los amigos, que son capaces de razonar, a esta hora se hubieran dejado convencer, y no habría tumulto en la Orden; ni tampoco una carta mía hubiera bastado para soliviantar a una Provincia, alzándola contra Prelados y Visitadores Apostólicos, como me acusaron en una carta que, presentada al Emmo. Cardenal Roma, y éste afirmó que en ella no había nada por lo que yo mereciera el título de alborotador, si no hubiera razones suficientes para demostrar la oposición que se hace a la pobre Orden. Pero no se ha escuchado a todos, y no han podido, en aquellos tiempos, en que (como decían dos Emmo. Cardenales) los nuestros –por las malas impresiones causadas en el difunto Pontífice por los malévolos- no podían decir libremente sus formas de pensar. Y como, mientras vivía él, -de quien se podía temer nuestro aniquilamiento- no pudieron declarar, suscribieron un memorial, en donde se suplicaba la reintegración del Padre General, y la convocatoria de un Capítulo General, además de renovar al Superior nombrado provisionalmente por la Sagrada Congregación, a la que se lo habían propuesto Monseñor Asesor, según el testamento hecho por el P. Mario al Visitador, por las buenas relaciones que dice tener con él.

Ahora esperamos que, removido tal impedimento, puedan contribuir mucho más a su pretendido deseo, defendido en el susodicho memorial, y demuestren que, cuanto habían hecho antes a favor de la parte, se había hecho con violencia; porque se temía les pudieran poner enseguida una querella, como Refractario y Desobediente a la Santa Congregación del Santo Oficio, términos de juramento empleados por Monseñor Asesor, para atraerlos a la voluntad de Mario.

Por consiguiente, se pide la respuesta a lo que hace relación al gobierno condividido de Pietrasanta, dividido por él en dos tiempos. El primer tiempo, cuando, junto con los Asistentes y con votos secretos, se nombraron, al principio de todo, los Oficiales y Superiores locales; y el otro, cuando sólo él con el P. Mario ordenaron absolutamente lo que les parecía.

Ahora, se desearía ante todo copia del Breve, para ver en él qué dicen las palabras, y no apartarse de su significado. Pero si, para buscar una copia de la carta o manifiesto, - queremos pensar que la hizo Pietrasanta- os aseguro que tuve que ir exiliado fuera de Roma, -aunque bajo otro pretexto- mucho menos me habrían dado copia del Breve, lo que me maravilla mucho, porque, si el Breve canta a su favor y debe observarse al pie de la letra, no se debe temer enseñarlo, y dar una copia de él a quien se lo pida. Pero, como se anda tergiversando y buscando mil excusas, es de temer alguna trampa de quien posee tal Breve.

Sea como quiera, lo primero que sabemos es que hubo un Breve, y Breve del Sumo Pontífice, en el que se le asignaban al P. Pietrasanta 4 Asistentes. Pregunto ahora ¿por qué (al morir uno) no siguió gobernando con los otros tres, y, en cambio, se alió con uno que no está nombrado en dicho Breve?

Responderá que los tres renunciaron. Entonces, nos preguntamos, ¿qué costaba hacer aquella renuncia por medio de Notario? Pero no existe, ni existirá, a no ser que sea falsa. Y no basta con que Monseñor Asesor [Albizzi] la aceptara, porque era necesario dar parte de ello a Su Santidad, anular con otro Breve el primero, y publicar la intención del Sumo Pontífice, lo que hasta ahora no se ha hecho.

Así pues, Monseñor Asesor ha interpretado el Breve a su modo, lo que equivale a decir que lo que ha hecho hasta ahora el P. Pietrasanta es inválido, porque requería la asistencia de los otros tres Asistentes, conforme a la letra del Breve, y no se hizo.

Se dirá que fueron informados de ello los Emmos. Cardenales de la Congregación, a lo que respondo que eso podría ser cierto, y me parece bien. Pero, con todo, yo sé, por boca de uno de dichos Cardenales, que estaba siempre creído que gobernaban siempre los tres Asistentes con el P. Visitador; y esto no se ha hecho. Saque la conclusión cualquiera persona prudente, si es que no se puede dudar de algún engaño, al haber sido interpretado un Breve pontificio de forma distinta a como dicen las palabras.

Aunque bien pudiera ser que, en esto, uno echara la culpa a otro; porque el P. Pietrasanta dice en la carta que recibió orden de gobernar con la asistencia de uno solo, -que fue el difunto P. Mario [Sozzi],- y el que la dio no fue sino el Monseñor Asesor, y que este Prelado fue después interrogado por los Emmos. Cardenales de la Congregación (que en aquel tiempo no existía), y que ella le había dado la orden, aunque el Breve canta de otra forma. Porque que por la muerte de uno no queda anulada la fuerza del Breve, que se basa en tres Asistentes, que debían gobernar aún, forzosamente, junto con el Visitador. La renuncia de ellos con una sola palabra (renunciamos al cargo) no debió ser aceptada; había que haber escuchado sus razones, las que les movían a hacer aquella renuncia; y después, indicar al Sumo Pontífice que debería hacer otro Breve.

De hecho, Monseñor Asesor respondería que aquella orden la había recibido del Cardenal Barberini. Pero yo sé que, cuando este Emmo. Señor fue informado de la verdad, se encontró con que fue inducido a dar la orden por la mala información que le habían dado en contra nuestro P. General, contra quien han lanzado todos estos golpes.

Así pues, ni yo, ni ningún otro de la Orden (excepto uno, castigado hace muchos años por el Santo Oficio con el exilio de Roma) hemos hecho nada por lo que merezcamos el título de Refractarios y Desobedientes contra la Sagrada Congregación del Santo Oficio, a la que toda la Orden, y yo, reverenciamos profundamente, y a la que somos y seremos siempre obedientísimos hijos.

Pero que Monseñor Asesor quiera guiar a la Orden bajo el título del Santo Oficio, no creo que convenga, pues será mal comprendido. Si después este Prelado responde a los Ilmos. Seres. Cardenales que cuanto se ha hecho, antes de que ellos hubieran recibido el encargo de nuestros asuntos, fue ordenado de viva voz como respuesta del difunto Pontífice, en esto me remito a la prudencia de dichos Seres. Emmos., que, en tal caso, podrán responder por mí, es decir, que en la Iglesia de Dios, bajo este pretendido título, se han hecho muchas cosas como esta, que después han exasperado los ánimos contra un alma de santísima intención; y sabe Dios si, ni siquiera dijo una palabra sobre aquello.

Desea además el P. Pietrasanta se le diga en qué se ha deteriorado la Orden desde el principio de la visita hasta el día de hoy, en el que escribe la carta, y qué daño ha recibido. A esto respondo brevemente acerca del daño que se le ha hecho. Es decir él y dicho Prelado susurraron, sin fundamento, al Pontífice difunto, -a partir de las susodichas actas (que siempre se tendrán como falsas) – todas las cosas que podían exasperarlo e inducirlo a la destrucción de la Orden. Hasta tal punto que –como si él no hubiera deteriorado la Orden durante los 8 ó 9 meses en los que tuvo el cargo de Visitador, ´por el gran afecto la tiene´, según dice- solicitó el Breve de aniquilamiento de ella, que hubiera salido, si Dios, por medio de personas amigas y desinteresadas no hubiera descubierto esta maquinación a un Eminentísimo, y éste no hubiera hablado con cierta inquietud a Su Santidad, como antes hemos dicho, de forma que la publicación de dicho Breve quedó sobreseída.

Con esto, todo el mundo sabrá la buena voluntad del Padre Visitador jesuita hacia nuestra Orden, y si debía escuchar los lamentos y querellas que presentaban; lo que después se vio en dicho Breve, y que él negaba, afirmando que no sabía nada; pero lo podía conjeturar, a juzgar por el buen documento que hizo al dar cuenta de tal visita -actas nulas y llamativas-. Porque, si hubiera relatado que la Orden era buena, o sólo digna de corregirse en algunas cosas de gobierno, seguro que no se hubiera procedido a la publicación de un Breve sobre su total destrucción, lo que él no pudo dejar de pensar que sucedería.

No vale decir en la carta que era mejor, para no actuar inútilmente, echar a otros tales lamentos o querellas, y escribir a Su Santidad, o a la Sagrada Congregación. Porque habría sido tiempo perdido, si nosotros exponíamos algo importante –como de hecho sucedió, con memoriales separados, y por medio de personas específicas de Palacio)- y el P. Visitador afirmaba lo contrario. Nosotros tocábamos con la mano lo que él quería, ni podía saber. Pero, el Visitador tenía que obrar así, para no discrepar, por politiqueo, entre sus propósitos y sus disculpas. Pero no debía escribir en su carta que nosotros debíamos haber enviado las quejas a Palacio o a la Sagrada Congregación, para no actuar en vano, pues hubiera sido inutilísimo.

Dice el P. Visitador que tres principales lamentaciones y quejas nuestras son:

  • Que él tiende a la destrucción de la Orden
  • Que impide la reintegración de nuestro Padre General
  • Que intenta se nombre al P. Estaban [Cherubini] de los Ángeles Vicario General mediante un Breve.

Al ellas conviene responder alguna cosa, para mayor claridad de quien no ha visto y oído mejor el testimonio nuestro, que somos testigos de vista.

- En cuanto a la primera queja, me parece que hasta aquí he demostrado bastante que se debe tener por falso propósito, o como verdad cierta y manifiesta, que él sembró --directamente, o externamente al menos; e internamente, por operaciones o informaciones hechas; e indirectamente-- pretender la destrucción de la Orden, al promover un cierto escrito (porque decreto no es), donde se afirma:

- Que no se puede vestir el hábito a nadie, sin que lo sepa la Congregación del Santo Oficio.

- Que no se acepte más Casas.

- Que la autoridad del General y de los viejos Asistentes “sileat”[Notas 1], y cosas parecidas.

Y luego, no procurar, o haber procurado con ello la abolición de tal escrito, que ahora no se encuentra, o cuesta conseguir una copia de él.

Cuando se dice que él pretende la destrucción, no se trata de unas sospechas, sino de razones evidentes. Mostró tener gran prudencia uno de sus cómplices, cuando le dijo que habría hecho mejor en no ingerirse en aquella visita. Pues o debía procurar la destrucción, para secundar el deseo de un Prelado, o enemistarse con éste, si quería actuar en justicia.

Paso a la segunda queja. Juzgue quien lo lea, y verá si esta nuestra declaración es verdadera y bien fundamentada. Muerto el P. Mario, --aquél que fue puesto como ejemplo de castigo a toda la posteridad, para los que se revuelvan contra su Padre y Madre, que convulsionó a toda la Orden, y sobre todo a la Provincia Romana, porque ella quería ver reintegrado a su viejo Padre y Fundador en el prístino puesto-- vino dicho P. Visitador; y, para tranquilizar el justo y legítimo tumulto de los hijos amantes del propio Padre contra los rebeldes e inquietos, prometió que, indiscutiblemente, en poquísimo tiempo, se solucionarían los problemas de la Orden, y el General sería repuesto en su primer cargo, sin que pasaran quince días. Esto fue hacia mediados de noviembre; y se mantuvo quieto hasta el último día de diciembre, cuando dicho Padre volvió a alimentarnos de esperanzas, y afirmó que durante el mes de febrero con seguridad estaríamos reconciliados.

Llegó la Pascua, pero aún no había brotado este arreglo; y al alborotar a la Casa y a toda la Orden, se formó una Congregación, cuyo resultado fue que siguiera gobernando el que gobernaba antes. Tampoco se vio la reintegración de nuestro viejo Padre, sino nueva humillación, porque lo utilizaron para servir de trompeta de la orden dada de viva voz por aquella Sagrada Congregación. Y así nos encontramos al presente.

Ahora me pregunto: ¿Qué sabían los Sres. Cardenales si el Padre General merecía o desmerecía ser repuesto en el cargo, a no ser por lo que les había contado el P. Visitador? Lo cierto es que si dicho Padre hubiera contado a la Sagrada Congregación que nuestro Padre General era inocente de lo que falsamente era acusado, y que era conveniente, para el bien de la Orden y para el buen nombre de ella, que fuera repuesto en el cargo, sin duda los Emmo. Sres. Cardenales (de quienes algunos exageran su bondad y santidad) habría decretado a su favor. E incluso, si hubieran objetado su avanzada edad, le habrían permitido, conforme a las Constituciones aprobadas por la Sede Apostólica, que nombrara un Vicario o Coordinador; habrían devuelto a la Orden su primer fervor y esplendor, y retirado a los indignos.

Sin embargo, lo que se ve es lo contrario. Ahora pregunto al Lector ¿cuál era el cálculo del P. Visitador al hacer la relación? Quizá no tuvo el deseo, o, digamos, la veleidad, de que el P. General no volviera nunca a su cargo. En cambio, yo, para mí, sostengo todo lo contrario, respaldado por la misma experiencia. Estoy convencido de que a nuestro anciano Padre no lo han repuesto porque el P. Visitador siempre lo ha impedido, o por motivos suyos, o por sospecha del Palacio, o por consideración a Monseñor Asesor [Albizzi]. Pero esto no es hacer justicia, sino asesinar la verdad.

De entre todas las cosas contrarias a nuestro anciano Padre General, se encontrará que la mayor parte, y aun los dos tercios, es falsa. Y, si aparece alguna verdad, no hay que echarle toda la culpa a él, sino a los otros ministros de la Orden, por los que él no tiene que pagar; además, éstos han sido ya reprendidos, castigados, y aun removidos. Concluyo diciendo, que el Visitador debía haberse informado por los verdaderos hijos de la Orden, y no por los apóstatas castigados y relavados del cargo por sus fechorías.

Podría continuar con una tácita objeción al Padre Visitador, no digna de decirla a todos. Es decir, que, si se encontraban en el gobierno anterior -administrado por el viejo- muchos errores, cometidos en la forma de vestir, o en la observancia (como ellos dicen) de la Bulas Clementinas, o cosas parecidas, no era necesario entristecer al Padre General, sino decirle abiertamente: -Padre mío, se encuentran notables defectos en la anterior administración, que nosotros no podemos ignorar de ninguna manera; por eso, es voluntad del Sumo Pontífice, que descanse y deje gobernar a otros.

Por lo tanto, ¿es posible que al P. Visitador le pareciera más conveniente quitar, de hecho, el gobierno al General, por un mero capricho y una pésima información hecha por un Prelado, sin ningún proceso o examen previo, que querer aceptar las justificaciones, que se permiten incluso a un condenado a la horca, diciéndole: ¡Padre mío, lo ha hecho usted mal, tenga paciencia!?

Lo cierto es que se siente mayor castigo, y, por consecuencia, mayor dolor, al sentirse privado, de hecho, de todo administración, y aun del derecho natural, que tiene cada uno a exponer sus razones, y escoger sus defensas, que si se le dice: Usted ha cometido muchos errores.

Pero, con el tiempo, ya hablará claro la inocencia de este santo Padre, a quien Dios permite ahora que -en el horno de la mortificación y el fuego de sus sufrimientos- se afine el oro de su paciencia; y será tan conocida, que en el futuro se sabrá muy bien quiénes han sido la degradación de la Orden, y por qué ha sido tan perseguido.

La ambición del gobernante no podrá aparecer ante el Tribunal de Dios, sino para ser despojada del oropel de la santa intención, que cada uno pretenda poseer en las cosas que pueden presentarse con doble cara. Entonces de nada le valdrá al suplicante decir: “Veíamos que la Orden andaba por tierra, por el mal gobierno del Fundador, y nos pusimos a sostenerla, descubriendo sus enfermedades y debilidades”. Esto es lo mismo que cuando uno dice al médico que se ha quemado un dedo, y quiere una medicina para ello, pero no le dice que tiene el pulmón dañado, el bazo obstruido, y descompuesta toda la salud interna.

Ha descubierto a la Sagrada Congregación que nuestro General ha dado el hábito para Hermanos laicos a muchos religiosos antes de los 21 años, en contra de las Bulas Clementinas; y a otros, entremezclados, sin saber si debían orientarse a la Clerecía o a otras funciones laicales; que a veces ha dejado de leer las Bulas a su debido tiempo; que ha castigado con cárceles a muchos, sin ni siquiera haberles querido escuchar; y cosas semejantes, que tuvieron lugar en el espacio de 25 años de gobierno.

Pero no ha dicho a los Eminentísimos que en algunas Casas de ciertas Provincias había internado público de chicas y mocitos; e incluso, si no estaban en casa (que en esto me puedo equivocar) estaban a requerimiento de los calumniadores del P. General, y que se daba paga pública, dos o tres escudos al mes, a algunas de aquéllas que, en latín, se llaman Lupanarias; que se procuraba secretamente el peculio, los contratos y las mercancías, con distintos pretextos; que se interceptaban las cartas de los Superiores mayores; y que, haciendo su voluntad, algún apóstata se valía de la Orden para no someterse a la Penitencia debida a sus fechorías, inculpando al P. General de severo; y que, por estas cosas y otras muchas, ya habían sido procesados, sentenciados y castigados todos aquellos que han dado las quejas al P. General, o a Monseñor Asesor [Albizzi] o al P. Visitador jesuita.

De esto no se ha hablado a los Sres. Jueces, a no ser para que no se recoja información jurídica de algunos defendidos por aquellos que han cometido las culpas arriba señaladas, o que las puedan cometer. Ellos quieren ser, al mismo tiempo, Jueces y Parte; porque protegen, ensalzan y complacen, contra la voluntad de todos los buenos de la Orden. Llamamos buenos a los que no se les conoce como escandalosos, ni propietarios, ni contumaces o agitadores. De ser…Juez, porque quieren emitir sentencia según sus opiniones; esto es, que las nuestras sean todas calumnias, y sólo ellos veraces.

Concluyo con esto: ¿Cómo puede ser que uno, que esté bien de la cabeza, pueda llamar calumnia a lo que dice un viejo de 87 años, --Fundador y General de una Orden, que ha comenzado con rigor ejemplar en la Iglesia, por las obras de caridad que hace; y es demandada con grandísima insistencia, aplaudida por todo el mundo, y por sus 4 Asistentes, considerados en ella, no sólo por los seglares, sobre todo Príncipes de Corona, sino por el mismo Emperador, como hombres de grandísima bondad de vida, respeto y prestigio-- calumniado él mismo como inhábil por uno de sus súbditos y por algunos de sus pocos cómplices, a quien ellos mismos le privaron, durante más de 20 años, para ejercer cargos, aun los más bajos, y lo mantuvieron en algún ministerio, aunque razonable, sólo para complacer a algunos de los parientes de aquél, a quien luego descubrieron cosas demasiado perjudiciales a su honor y al buen nombre de la Orden, y después éste fuera encumbrado?

En resumen, ¿se puede tener por calumnia la advertencia de hombres como éstos, y los acusados tenidos por veraces, siendo así que éstos han exagerado demasiado, contra conciencia y con juramento? No quiero añadir más, porque quien es prudente me entenderá, sin que me extienda más en otra glosa.

Voy a la última queja, que el P. Visitador dice hemos levantado contra él, con una suposición injusta y falsa, es decir: Haber procurado, mediante un Breve, que sea nombrado Vicario General el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles. Él afirma en su carta que es falso, que lo pueden certificar los Sres. Cardenales delegados, los únicos que lo pueden saber. A esto respondo con poquísimas palabras: ¿Qué quiere decir aquel Breve, en el que se da al P. Esteban mayor autoridad que si hubiera sido hecho Vicario General según nuestras Constituciones? Veamos. Fue publicado por él hace algunas semanas, entre tres o cuatro de sus secuaces, y notificado después al P. General y a sus Asistentes, para aflicción de ellos, pero con fecha de 11 de noviembre de 1643. Le digo pues, P. Visitador mío, ¿la carta de V. P. no fue escrita el mes de febrero de 1644? ¿Cómo dice usted que es falso haber procurado que, mediante el Breve, fuera nombrado Vicario General dicho Padre, si ya había sido sacado el Breve? Aquí me tiene, esperando el sí o el no; si dice sí, es que nuestras quejas, las lamentaciones y sospechas, eran verdaderas, y resultaban profecías; si dice no, nadie le creerá, porque, al mencionar dicho Breve que usted gobierna junto con el P. Esteban, no puede ser nunca que dicho Breve les haya sido presentado y leído. Si jura que no lo sabía, yo afirmaré aquí que el Breve era subrepticio, por dos razones principales: la primera, por llevar la fecha de 11 de noviembre, siendo así que había sido expedido durante los últimos días del Pontificado de Urbano VIII; y mucho más, porque dichos Sres. Cardenales afirmaron 8 y entre ellos el Jefe de la Congregación, que es el Eminentísimo Cardenal Roma), que ellos no sabían ni saben nada de tal Breve. Por eso, me maravillo de que tan ligeramente se escriba en cartas lo que no se puede probar.

El P. Visitador no debe andar alabando al P. Esteban, diciendo que no tiene pensamientos ambiciosos, porque él se encuentra en su convento, y nosotros en compañía de este Hombre, a quien vemos, oímos, conocemos y tocamos con las manos; y sabemos cómo luchan, directa o indirectamente, él, sus cómplices, compañeros, parientes y amigos, por mantenerlo en un cargo que legítimamente no puede ejercer; y cuántos obsequios y donativos de Parientes han presentado a Oficiales internos de Palacio por medio de terceras personas, para que Su Santidad y el Cardenal Barberini aprobaran el expediente a favor del P. Esteban, quien, como tiene la bolsa de la Orden, puede manejarla a su gusto ¡sin que sepamos en qué!

El P. Visitador se manifestará tanto más partidario, cuanto más excuse la elección procurada por ambos; sobre todo, dando tanta importancia a un papel, como si fuera algún Capítulo del Evangelio, en el que ha descubierto el verdadero sentir de alma. Y, aunque diga que no debe juzgar de cosas internas, sí deduce de él que el Padres es ajeno a toda ambición. Pero yo le pregunto: ¿Por qué no descubre todo el sentir de toda la Orden, que ha pedido y pide que su P. General Fundador sea repuesto en su cargo, y, en cambio, acusa a todo el cuerpo de la Orden de una ambición, que dice no se encuentra en aquel papel tan elogiado por él?

Acerca del Memorial que el P. Visitador dice le entregaron, para que informara a la Sagrada Congregación, -y otros alegatos a otras Casas y Provincias- que él considera tramitado por medios indebidos, etc. En primer lugar, pongo por testigo a Dios, verdadero, escrutador de corazones, -quien, al hacer justicia no tiene miramiento ni por éste ni por otro Prelado, para poder crecer en grado y condición, pues no lo necesita-, y digo que es falsísimo que el Memorial firmado aquí en Roma por más de 60 Padres haya sido tramitado por medios indebidos. Dice que fue firmado por alguno sin saber su contenido; más aún, suponía que iba a favor del P. Esteban. Esto que no se puede creer, más que si se trata de una sola carta que ha venido de fuera (a no ser que se trate de una carta fingida -algo que ocurrió con frecuencia en tiempo del P. Mario- escrita por un sacerdote que, para tener un pie en dos zapatos, como se dice, escribió desde Nápoles a dicho Padre, al informarle del Memorial que otros habían hecho en su Provincia. El P. Visitador se lo atribuye a un [sacerdote] nuestro Romano; y para informarse si de verdad era él, dicho Padre llamó adonde él a un Hermano de nuestro del Noviciado-- nosotros afirmamos que firmaron muchos, porque se creía que, en el Memorial, solamente se pedía el bien de la Orden, y que se firmó sin querer leer todo el documento-- al que preguntó si había tenido que leer el Memorial; él debió de decir que no, pues basta con oído el contenido, sin leer cada uno todo el documento completo. Por nuestra parte, no se tuvo en cuenta a ninguno de éstos, pues nos bastaba con la firma de cuarenta o más sacerdotes, y solamente a uno de los ellos preguntó en el Noviciado. En cambio, no vino nunca a informarse de todos nosotros los que vivíamos en la Casa Profesa. Y es que, cuando se quiere embarullar los problemas, se anda buscando expedientes y rodeos. Lo único que a nosotros perjudica, es el hecho de que él es un Visitador, y esta palabra sugiere entre los de fuera un estallido de pasiones, con el efecto de que lo que él diga se debe creer como verdadero, como los Emmos. Sres. Cardenales han afirmado y algunos afirman todavía.

Pero tengamos en cuenta la gran pasión que siente por proteger a estos dos o tres, sacados adelante y colocados en el cargo por él, o por Monseñor Asesor [Albizzi], como quiere que se diga, con cuya complacencia ha caminado siempre; y, más aún la diversidad del Instituto, o al menos de la convivencia; y la intención de los protegidos por él, que no es otra sino la de aterrar a la Orden, la de volver al mundo a buscar sus caprichos, y hacerla libre y relajada, para que todos en general tengan facilidad para maldecirla y reducirla a la nada. Y, considerando bien estas cosas, cualquiera que tenga juicio y prudencia de seguro que nos compadecerá, como, de hecho, nos compadecen los informados.

Vuelvo, pues, a decir, que no debe ser obstáculo a la verdad, el que uno o dos, después de hacer una cosa, se arrepientan por miedo o se retiren, –y en esto se ha basado el P. Visitador para apoyar su argumento- porque la verdad misma se dará a conocer a su tiempo.

Decir además que la firma de algunos la han hecho otros, es mera temeridad; porque sé seguro que aquí en Roma eato no se ha hecho; si en otra parte ha sucedido (lo que nunca creeré), en ese caso debe afirmarse la falsedad de aquéllos, pero no afirmar o juzgar que lo mismo ha ocurrido con las demás firmas. Porque yo, y todos los demás, damos la vida por mantenerla. Y lo haríamos fácilmente, si tuviéramos tanto poder como [para] demostrar que los testimonios -que el P. Visitador dice tener de propia mano de los que quizá han firmado- son falsos, y mendigados por los que siempre han maquinado insidias y traiciones contra el propio Padre.

Tiene la suerte de ser él el Visitador y nosotros, por ahora, pobres visitados; pero, si quiere Su Divina Majestad, podrían cambiarse las manos de Jacob, y al final se descubra la verdad.

Añade que, con este Memorial, se ha cometido un agravio contra el Padre General, porque bastaba su autoridad y crédito, sin mendigar la de los Hermanos o de otras personas modestas de la Orden.

¡Oh Dios! ¡Cuántas veces nuestro P. General le ha dicho claramente, a él y a los demás Cardenales, que este Padre, tan elogiado por el Visitador, no es apto para el gobierno, dado el menoscabo de su fama en la Orden! Y, sin embargo, su autoridad y crédito, elogiado en la carta por dicho Visitador, no ha conseguido para nada arrancar tal pensamiento del ánimo de los Cardenales, a quienes el mismo P. Visitador había informado, e incluso había conseguido que informara un solo Eminentísimo, con al cual se entendía él y Monseñor Asesor.

Pero, que no se ponga nunca la mano en el pecho el Padre jesuita, y piense bien lo que tendrá que decir ante el Tribunal donde se juzgan y pesan las Justicias y las Acciones santas.

Porque no le bastará con decir: “Así venía la orden del Palacio; así lo querían los Patrones; así lo quiere aquel Prelado. Y si ellos se enfadaban, pueden apartarnos del cargo, y así perderíamos la buena reputación en este mundo”. Dios es juez; y, de la misma manera que mostró claramente su justicia con una enfermedad que no parecía oportuna a una persona que

–ocupada en sus desórdenes- no esperaba que tales enfermedades se pudieran producir. Ella sola debía bastar a personas religiosas que, leyendo estas cosas, encuentran con frecuencia ejemplos de castigos memorables contra los que persiguen a los Fundadores de las Órdenes, y no esperar a otras señales mayores contra quien sigue fomentándolos y defendiéndolos. Y termino.

En Roma, a 18 de agosto de 1644.

De VV. RR.,

Afmo. Hijo en Cristo, N. N. [Vicente Berro, de la Concepción]

Haec fuit facta, ergo, a P. Francisco [Franco] ab Annunciatione, alias Perusino, cum n[oster] dicat se fuisse testem scriptum in Visitacione ab Auditore Corona, ubi duo testes fuerunt hic (¿) Franciscus Perusinus et quidam Nicolaus [Kraizinger] a Cruce, Moravus[Notas 2].

Notas

  1. Deje de actuar.
  2. Es un añadido posterior, de mano distinta de la del Padre Berro.- Por lo tanto, esta [carta] la hizo el P. [Francisco] Franco de la Anunciación, llamado el Perusino, pues nuestro Padre dice que él fue testigo, escrito en la Visita por el Auditor Corona, donde hubo dos testigos, éste, el P. Francisco [Franco], Perusino, y un cierto Nicolás de la Cruz, moravo.