BerroAnotaciones/Tomo2/Libro2/Cap08

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CAPÍTULO 8 Angustia causada Por el P. Visitador jesuita [1644]

Para ser del todo verídico, en este capítulo no quiero poner nada de mi cosecha, sino copiar al pie de la letra la larga carta que el mismo P. Silvestre Pietrasanta, Visitador, envió a todos. Yo conservo el original de ella en Nápoles, y es como sigue:

“Muy RR. PP. En el Señor

Si bien a los sentimientos particulares, que algunos se han formado siniestramente de mi persona, podría oponer, para justificarme suficientemente, la autoridad de una sagrada Congregación de 5 Emmos. Señores Cardenales y dos Ilmos. Prelados, para quienes está claro todo lo que yo he hecho en beneficio de la misma Orden de las Escuelas Pías, cuyas necesidades presentes Su Santidad, Nuestro Señor, me ha encomendado cuidar de alguna manera, en un Breve Apostólico suyo, y también la de la persona del P. General y Fundador de la misma Orden; al haber yo, en reiteradas instancias, suplicado tanto a la Sagrada Congregación, por escrito y de viva voz, a favor de la reintegración del P. General en su cargo, alejando toda sospecha que en él habían tenido los Tribunales superiores.

Y si esta autoridad de la Sagrada Congregación no me apoyara en esto, sería suficiente para tranquilizar mi ánimo el testimonio de mi conciencia, que considero equivalente a más de cien y mil testimonios. Por todo esto, me veo necesitado, no sólo por los lamentos de los presentes, sino también por las cartas de los ausentes, a dar alguna razón de mí, y a sincerar, no digo sólo la intención, sino también la ejecución de mis acciones.

Desde que comencé la visita, con un discurso que hice en la casa de San Pantaleón, declaré que la finalidad era cumplir las dos partes encomendadas por Dios al Profeta, es decir, la primera, “ut evellas et destruas”; la segunda, “ut edifices et plantes”; y querer insistir con especial premura en esta segunda, que consiste en edificar y perfeccionar.

Con esa finalidad, empecé a escuchar personalmente a todos los que querían ser oídos, para estar completamente concienciado. En las actas esa visita, tengo todas las informaciones, ratificadas con el juramento, de los declarantes. Y como, por justas razones me veía imposibilitado a poder salir de Roma, e ir a la visita personal de las casas de las Provincias de fuera, escribí una carta circular a todas las comunidades, y pedí a cada uno que me comunicara, al menos por carta, los sentimientos que me hubiera expresado de viva voz, si hubiera podido dialogar con ellos. Más aún, para invitarles a manifestarlos con toda seguridad, nombré en todos los sitios alguna persona de la Compañía de Jesús, a la que entregaran las cartas, porque quería estar seguro de que me las entregarían en mis propias manos, como en realidad las he recibido de muchos; y con ellas he hecho lo principal capital que debía.

Además de esto, he hecho aún un nuevo servicio, el de visitar varias casas de la Orden, que parecía tenían una urgencia especial, con la única finalidad de que me contaran su situación. De esta manera, tengo en mi poder las actas de la visita de la casa Profesa de Génova, y del Noviciado; de la casa de Savona, de la de Carcare, de la Comunidad de Cagliari, en Cerdeña, de la casa de Pisa, y de la Comunidad de Chieti. Y al presente estoy visitando, de la misma forma, la casa de Campi y la de Bisignano.

Con este conocimiento, y con el que he recibido por cartas de los Superiores Locales y de otros, me ha parecido estar suficientemente informado, para hacer a los Señores Cardenales la relación del estado en que se encuentra la Orden; la que hice de viva voz, y dejé también por escrito, a Sus Eminencias. Añado esto para que todos sepan lo que falta, y que se puede producir lo que yo he afirmado. No temo que por ello se me pueda hacer deudor a la Orden, pues he procurado (salva siempre la honorabilidad de usted) satisfacer la obligación de fidelidad que tenía, de ser veraz ante un tan santo y supremo Tribunal.

En lo que se refiere al gobierno de la Orden, distinguiré dos tiempos, para que se vea de qué modo he actuado; y en ambas creo que debo ser, si no alabado, al menos excusado por quien sea desapasionado al juzgar.

El primer tiempo, abarca las determinaciones tomadas en conjunto con los 4 nuevos Asistentes; y éstas, tanto en número como en calidad, son las mayores; cuando se dieron los principales cambios de cargos, como de Procurador General, Provincial y Superiores locales, y otras obediencias de individuos. Véanse las actuaciones, y se encontrará que todos estos nombramientos se hicieron por votos secretos, sin que nadie discrepara, o, al menos, no se encontrará más de uno en el que haya un solo voto de discrepancia. Si en algunas de estas deliberaciones no hay toda la rectitud que se podía desear, tampoco se me podrá criticar a mí más que a los demás, porque yo conocía a los individuos menos de lo que se suponía los conocían los cuatro Padres Asistentes. Si yo no conocía a los mismos individuos, no podía haber sospecha de que me moviera por afecto, amor u odio. Tal sospecha sólo podía caer sobre las personas de los Padres Asistentes, cuyos votos prevalecían sobre el único voto mío.

El segundo tiempo, abarca las resoluciones tomadas desde que las renuncias interpuestas por dichos Padres Asistentes fueron admitidas, y yo recibí la orden de gobernar con la asistencia de uno, que fue, por pocos meses, el P. Mario, y que ahora es el P. Esteban [Cherubini], nombrado superior de la Orden por los Señores Cardenales de la Congregación, en el que se puede llamar interregno.

Estas tan pocas deliberaciones y cambios se hicieron en este 2º tiempo, por lo que no hay casi materia para pedir disculpas por ello. Sólo en Génova se nombró nuevo Provincial; pero, tanto ese Provincial como el Superior de aquella Casa profesa, por razón de opiniones distintas, hicieron renuncia voluntaria de sus cargos, y aquí se aceptaron las mismas renuncias.

Por lo demás, yo desearía me dijeran en qué se ha deteriorado la Orden desde el principio de la visita hasta ahora, cuando escribo esta carta, y qué daño ha sufrido, del que yo pueda y deba ser imputado con fundamento.

Escucharé gustoso las particularidades, que son el fundamento de algunas quejas generales, sólo en el aire, sin verdadera consistencia, y hacen muy fácilmente desmentir las plumas, con las que escriben aquí lamentaciones doloridas.

Tales lamentaciones me han llegado a mí, pero sin firmas; y otras han llegado firmadas, pero no a mí, sino al P. General de la Compañía de Jesús, mi Superior, ciertamente, pero en cuanto a mis actuaciones privadas, y no a las de una Visita Apostólica, que no deben dar cuenta de ella más que a la Sagrada Congregación de Señores Cardenales delegados sobre las Escuelas Pías, y a Su Santidad, Nuestro Señor, que con un Breve suyo me ha dado la facultad. Por eso, Su Paternidad[Notas 1], como es prudentísimo y siempre ha profesado suma reverencia a los Supremos Tribunales del Vicario de Cristo, intentando, desde todo su poder, servir en esta parte de ejemplo a todas las demás Órdenes, no ha querido nunca en estas cosas interponer su autoridad, la que, por otra parte, puede ejercitar sobre mí absolutamente, sabiendo que yo respeto incluso sus sugerencias igual que los más rigurosos preceptos que él me pueda dar.

Por tanto, hubiera sido mejor, para no trabajar en vano, dirigir hacia otra parte semejantes quejas o querellas; y escribir sobre ellas, o a la Santa Sede, o a la Sagrada Congregación.

Aquí aparecen, [expuestos] por ellos mismos, sus falsos supuestos:

1. Que yo tiendo a la destrucción de la Orden

2. Que impido la reintegración del Padre General

3. Que procuro se nombre Vicario General, mediante un Breve, al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles.

Estos tres son los puntos principales de las quejas o querellas señaladas.

En cuanto al 1º, Sus Eminencias saben que yo, cuando tomé mi resolución, supliqué precisamente lo contrario, para que tuvieran en consideración que la costumbre de la Iglesia parece ser intentar destruir sólo las Órdenes que estén totalmente depravadas en la cabeza y en los miembros, y añadí que tal no es ciertamente la Orden de las Escuelas Pías, en la cual, la Cabeza, que es el P. General, es un magnífico religioso, de santísima intención y de loabilísimas costumbres, y que había un gran número de religiosos ejemplares, que podían cooperar en el acomodo de ella.

Y ya que estamos en este asunto, no debo dejar de decir que han hecho gran injuria a la Compañía los que han difundido que ella, por mediación mía, habría procurado, por política, destruir la Orden de las Escuelas Pías, porque profesa enseñar gratis a la juventud, y tiene una vocación y un Instituto semejante.

La Compañía de Jesús hace profesión de caridad y de prudencia, pero no de política; y por motivo de caridad, tiende a la conservación y no a la destrucción de las Órdenes, conforme a aquel axioma, “quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris”[Notas 2].

También por motivo de prudencia, se inclina a la misma conservación de la Orden de las Escuelas Pías, atestiguando lo que indebidamente asume, lo que está encubierto bajo mancha de política, vicio abominable y totalmente contrario a la Orden y a la verdadera prudencia. Además, la semejanza de Instituto y de vocación que se encuentra entre nosotros, debe más bien favorecer la unión y el amor, y no puede razonablemente obstaculizar el ejercicio que es común a ambas Órdenes.

Sabe el P. General, y uno de los Padres Asistentes viejos, lo que yo respondí, cuando ellos me pidieron que, con un decreto de visita, declarara de qué forma la Orden de las Escuelas Pías, o no debía aceptar casas en las ciudades donde hubiera Colegios de nuestra Compañía, o se la considerara al menos como Orden subalterna, que dejara de enseñar a la juventud, allí donde suelen comenzar nuestros Colegios.

Yo dije que un decreto o declaración así no se podía esperar, ni de mí, ni de ningún otro que sea de nuestra Compañía; y añadí que este era el sentir de la misma Compañía y de sus Superiores, que los Padres de las Escuelas Pías enseñen también, con la bendición del Señor, todo lo que enseñamos nosotros, y lo hagan mejor que nosotros, que nunca nos consideraremos agraviados. Para que no se rompa la caridad, siempre ha de ser agradable que se promueva la gloria de Dios y el servicio del prójimo. Y esta misma declaración he hecho también siempre, con toda sinceridad, a los Señores Cardenales de la Congregación, como Sus Eminencias pueden ser testigos.

En cuanto al 2º punto, que yo no quiero la reintegración del P. General, no veo cómo pueden afirmar esto con verdad personas que estén mediocremente informadas de mis actuaciones. Porque, una de las primeras cosas en las que yo mostré gran premura, desde el principio de la visita, fue ésta; y sobre ello ordené hacer un memorial, que quise fuera firmado por los cuatro Padres Asistentes, y lo presenté a Monseñor Ilmo. Asesor [Albizzi], para que lo propusiera a la Sagrada Congregación del Santo Oficio. Después, se lo he pedido con el mayor interés a los Señores Cardenales delegados sobre los asuntos de la misma Orden, afirmando que éste era un deseo común, no sólo de la Orden misma, sino también de personas muy principales y de gran título, que me lo habían pedido muchas veces.

En cuanto al 3º punto, que yo procuré se nombrar al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles como Vicario General, mediante un Breve, es una falsedad, que pueden afirmar los Señores Cardenales delegados, quienes únicamente lo pueden saber, porque yo hubiera tenido que tratarlo con ellos. Hasta el día de hoy, nunca han pensado en tal cosa los que podían deliberar sobre ello o resolverlo, que son Sus Eminencias y Su Santidad, Nuestro Señor.

Ni yo lo he propuesto nunca; más bien he insistido en que se permita al P. General que -dada su mucha edad- se lo elija él, conforme a la disposición que él mismo ha puesto en sus Constituciones, como supliqué a los Señores Cardenales la primera vez que se reunieron. Ni tampoco lo ha pretendido, ambicionado y procurado el P. Esteban de los Ángeles; más bien, yo puedo presentar un escrito de él contrario a ello. En efecto, tengo un folio escrito de su mano, en el que solicita insistentemente que yo pida a los Señores Cardenales estas dos cosas, es decir, la restitución del P. General con autoridad y voz deliberativa, y que se haga delegación de ocho o diez de los primeros de la Orden, para que consulten entre ellos y resuelvan sobre el acomodo de los asuntos actuales de la misma Orden. Más aún, para mayor bochorno de los que temerariamente han supuesto y difundido lo contrario, puedo afirmar con verdad que tal folio me fue entregado antes de la elaboración del Memorial entregado contra su persona a la Sagrada Congregación.

Sobre este Memorial, que me han enviado a mí, para que informe a la Sagrada Congregación, y a otros juiciosos en otras casas y provincias, encuentro que es algo tramitado de forma indebida; porque uno dice haber firmado sin saber su contenido, más aún, suponiendo que iba a favor del P. Esteban; otro, que lo ha hecho por respeto reverencial, al ver que, en primer lugar, estaba firma del P. General; otro, que ha puesto su nombre, sin informarse de nada, –de éstos tengo testimonios de propia mano, que mostraré a los Señores Cardenales-.

Ciertamente, han hecho un gran agravio al P. General los que inadecuadamente han inducido a la elaboración de este Memorial, dado que sólo su persona tiene tanta autoridad y tal crédito, que sólo con su nombre se hubiera podido hacer el mismo memorial, sin mendigar la firma hasta de los cocineros y los oficiales más bajos de la Orden, dejando a tantos otros aparte, que han rehusado firmarlo.

Además, el memorial, como otros mandados de fuera, no puede ser admitido por muchos individuos principales. Lo primero, por haber sido procurado por personas apasionadas, movidas por su simple ambición, de las que hay cartas escritas fuera, a las Provincias, con una del P. General, para dar calor a la pretensión.

En segundo lugar, porque contiene falsedad, es decir, que se intenta hacer Vicario General al mismo P. Esteban de los Ángeles.

Tercero, porque contiene una notable contumacia , calificando al P. Esteban sólo como Procurador General, no reconociéndole ni nombrándolo Superior de toda la Orden, al presente, según todo lo que ha sido decretado por la Sagrada Congregación, y publicado por mí en San Pantaleón, de viva voz, y después con una carta a toda la Orden.

Cuarto, Porque afirma que el P. Esteban es una persona indigna, sin ningún respeto a los Sres. Cardenales, que lo han estimado y lo estiman como persona digna.

Quinto, porque está firmado por personas que falsamente se califican como tales [Religiosos], los cuales no están en la Orden, a los que yo he dado orden de castigar como falsos; además de los vicios señalados por mí, de subrepciones, distorsiones o firmas falsas de ese memorial, y súplicas.

Pero, como quiero terminar, vuelvo a las quejas hechas contra mi persona, y digo que si, además de los tres punto ya dichos, se alega que yo he usado algún rigor con preceptos, una o dos veces, -porque no acostumbro a emplearlos- esa queja llegará a los Sres. Cardenales, a quienes se debe enviar, porque, como he dicho, a ellos solos debo dar cuentas de mí. Esta querella no me condenará ante los Eminentísimos, sino, más bien, me justificará, porque, hasta ahora, no he tenido de ellos otro aviso, sino por haber empleado, inútilmente, demasiada suavidad, y no haber cumplido las órdenes recibidas de proceder contra algunos, no sólo con preceptos verbales, sino con castigos reales, privaciones y cárceles, de cuyas cosas -totalmente ajenas a la costumbre de mi Orden, en la que yo he sido educado- siempre he querido abstenerme, y he procedido “in spiritu lenitatis”.

Desde el principio preví estas cosas; sin embargo, acepté gustoso el encargo de la presente visita. Y, en cuanto hice la relación a los Sres. Cardenales, supliqué al Sr. Cardenal Barberini que me impetrara de Nuestro Señor el Papa poner fin a la misma, y volver a mis ocupaciones privadas; y también se lo he suplicado a los Sres. Cardenales de la Sagrada Congregación. Y no cesaré de reiterar mis gestiones sobre ello, al haber llegado a desconfianzas que no merezco.

He querido poner esto sobre el papel, para que todos vean la verdad, seguro de no poder tener reproche por ello; porque soy consciente de haber dicho lo que hay en realidad, para refutar lo que otros han fingido simplemente en su imaginación.

De lo demás yo no sé nada; y aunque lo supiera, no debo decir lo que tiene que resolver la Sagrada Congregación, de la que soy fiel ejecutor en todo lo que ordene, que creo será siempre lo mejor, aunque sea distinto de mis sentimientos privados, que he expuesto hasta aquí, y que gustoso someto a los santísimos decretos de Su Santidad Nuestro Señor, y de la misma Sagrada Congregación, que es lo que me ha parecido debía escribir.

Y, como ésta no tiene otra finalidad, me encomiendo a los santos sacrificios y oraciones de todos.

Roma, a 7 de febrero de 1644.

De Vuestras Reverencia,

Humildísimo servidor en el Señor,

Silvestre Pietrasanta,

Visitador Apostólico

Esta carta, o manifiesto, del P. Pietrasanta llegó a Nápoles el día 18 de febrero de 1644.

Lector, recuerda sólo que los tres puntos señalados con * no fueron sospechas, sino profecías, como abajo, con lágrimas en el corazón y en los ojos expondré. Aunque en uno se lamenta de nosotros, y luego quiere que sea Superior general y no Vicario General, como si el 2º fuera menos que al 1º título.

Notas

  1. El P. General de los PP. Jesuitas.
  2. Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás.