BerroAnotaciones/Tomo1/Libro1/Cap08

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CAPÍTULO 8 De cómo el Obispo de Urgel Lo nombró su Vicario General.

El buen nombre del Oficial de Tremp se extendió por toda aquella vasta Diócesis de Urgel, así como con cuánto orden vivía aquel Clero. Y, lo que es mejor, se confirmaron las heroicas virtudes y gran prudencia de nuestro D. José, de tal forma que Monseñor el Obispo de Urgel, deseoso, como diligente Pastor, de conducir a toda su Diócesis, y al Clero especialmente, a la perfección Cristiana, le envió patente de Vicario General suyo, con común satisfacción de toda la ciudad, y le ordenó que fuera a la ciudad.

Habiendo tomado posesión, cuanto mayor era la dignidad, tanto más campeaban sus heroicas virtudes en cada una de sus actuaciones. Así, comenzó enseguida a hablar de cumplir las obligaciones de su Oficio, y de gobernar como cosa suya aquella Diócesis que Dios le había encomendado. Se mostraba cuidadoso del culto Divino, y muy desinteresado, buscando la paz del Clero y la salvación de las almas; y nunca se movía por ningún tipo de interés mundano. No admitía a oficios y dignidades del Obispado más que a personas de muchas letras y de óptimas costumbres, sobre todo cuando se trataba de la cura de almas.

En los exámenes de confesores o de los que debían ser promovidos a las Órdenes sagradas, era muy diligente; quería que éstos, además de las letras suficientes y buenas costumbres, estuvieran muy bien instruidos en todas las ceremonias y ritos, convenientes y necesarios para tratar con ejemplo y utilidad propia el tremendo sacrificio de la Misa.

A las Colegiatas les dio ordenanzas tales, para la celebración de los divinos Oficios, y para la presencia de los señores Canónigos y Beneficiarios, que enseguida se vio que todas aquellas Iglesias resplandecían por la limpieza y puntualidad grande del Clero. Era celosísimo de la Catedral, a fin de que, como Cabeza, precediera también a todas las demás Iglesias en todo decoro eclesiástico, esforzándose por que todo caminara bien, gracias a su asidua presencia.

Por este tiempo, en la ciudad de Barcelona fue robada de su Casa paterna una joven noble -cuando estaba para desposarse con un joven de su misma condición- por algunos Señores muy ricos y poderosos. Como el asunto era tan grave entre personas nobles, la parte ofendida elevó ante el Virrey de Cataluña la mayor queja que nos podamos imaginar. Como el raptor era muy poderoso y tenía tantos hermanos, y tan gran número de parientes, -por miedo a la Corte, a la parte ofendida, y a que, unido el esposo y sus parientes con el Padre y parientes de la joven los persiguieran a muerte- se fueron a la campiña para asegurar sus personas. Una y otra parte causaba muchos daños a cuantos podían encontrar de la parte enemiga, tanto en las personas como en las cosas; y entre medio andaban otros inocentes, de los que se temía algo mucho peor. No había forma de encontrar el camino de arreglar este intrincado asunto, ni de remediar tantos males, como, de hecho, existían por ambos bandos.

Nuestro D. José aceptó esta causa, confiado en el Señor, para evitar tantas ofensas a él; y, aunque era invierno, montó a caballo con su servidor, y se encaminó por aquellas campiñas cubiertas de mucha nieve, para encontrar al raptor y a su acompañante. Recibió de ellos amplias facultades para dar completa satisfacción a la parte ofendida, continuando después su viaje hacia Barcelona, donde lo arregló todo, de tal manera que fue devuelta la muchacha, y desposada con el que antes estaba prometida. Conseguida la paz con la conveniente conciliación, y tranquilizada también la Corte Real, se puso fin a tantos males con gran alegría de toda la ciudad y provincia, retornando nuestro D. José victorioso del demonio, que con aquel negocio pretendía mucha ganancia.

Con todos los bienes que durante estos gobiernos suyos había ganado, fundó un Monte de Piedad, para que en la Pascua de Resurrección se diera como limosna a todos los pobres de dos Parroquias, es decir, Ortoneda y Claverol, una cantidad de trigo muy notable, para lo que dejó encargado al Rector, y que el Vicario del Obispo lo revisara todo cada año, dejando también al Rector y al Vicario una conveniente cantidad por sus diligencias y trabajos.

Instituyó también una Sociedad que durante muchos años debía colocar en santo matrimonio un número determinado de muchachas pobres y huérfanas[Notas 1], con dotes bastante suficientes para cada una, a fin de que, como abandonadas por sus padres, no fueran presa del demonio para la ciega juventud. Todo lo dejó en buenísimo orden. Renunció libremente a su Rectoría en manos de Monseñor Ilmo. Obispo, para que se la diera al más idóneo.

Notas

  1. El subrayado es del autor.