1696EuropaCentral/La base económica: las fundaciones.

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La base económica: las fundaciones.

Las Constituciones de Calasanz eran muy estrictas en cuanto a la pobreza: los escolapios no podían poseer propiedades inmuebles, pues aunque aparecieran a su nombre, “se considera transferida a la Santa Sede” (CC 180). Él quiso y experimentó la “extrema pobreza” en San Pantaleo. Sin embargo aceptaba una importante renta anual ofrecida “como limosna” por los Papas en los primeros años de las Escuelas Pías, aunque los religiosos, él incluido, salían a mendigar comida por las calles. Sin embargo la mendicidad como medio de vida no era un sistema práctico de supervivencia para la Orden: en primer lugar, porque los religiosos tenían que estar trabajando en la escuela todo el día; en segundo lugar, porque mendigando entraban en conflicto con otros religiosos mendicantes que existían ya en los lugares a los que iban los escolapios, y que se hubieran opuesto a la competencia de otras congregaciones. Así que, desde muy pronto, Calasanz admitió (o exigió) en las mismas Constituciones (Cap. VIII, 2ª Parte) contratos con los fundadores que permitieran la subsistencia de los religiosos, ofreciendo a cambio la enseñanza totalmente gratis. De hecho Calasanz supervisaba personalmente todas las ofertas de fundación, numerosas, que llegaban a la Orden, y algunas las rechazaba por no ofrecer suficientes garantías económicas para la supervivencia.

En el caso de Germania y Polonia disponemos de los contratos de fundación de todas las casas de Germania (menos de la de Lipnik, ofrecida por el Cardenal Dietrichstein y mantenida como Noviciado simplemente apoyada en la buena voluntad del fundador y sus sucesores); tenemos el de Prievidza en Hungría, aunque no el de San Jorge (basado en un simple punto del testamento del Arzobispo fundador) ni de Brezno, donde propiamente no se trataba de una fundación sino de una cesión parroquias. De Polonia tenemos los de Podolín, Rzeszów, Piotrkow, Dabrowica y Lubieszow, aunque sin duda en todas las demás casas existió algún tipo de contrato con los fundadores, explicitado en forma legal (de otro modo en Roma no habrían aprobado la fundación).

Lo normal en aquellos tiempos era que cuando algún noble o poderoso fundaba un monasterio, lo dotase de abundantes propiedades (fincas, especialmente) de modo que los religiosos se administrasen por sí mismos en el futuro y ya no tuviesen que depender más del fundador. Pero esta posibilidad no era aceptable para los escolapios, que profesaban la pobreza absoluta. Como dice el fundador de Horn, conde Kurz, “En cuanto a la alimentación y vestido de dichos Padres, nosotros preferiríamos que les fuera lícito poseer bienes estables, de modo que se procuraran por sí mismos sus ingresos económicos, y con ellos se procuraran la comida, mejor que tener que pedir a los actuales y futuros señores prefectos y oficiales, y de recibirlos de sus manos, puesto que tanto los señores como los oficiales cambian a menudo, y no siempre hay en ellos una inclinación favorable hacia los religiosos. Pero como ocurre que su disciplina e instituto no les permiten tener fondos ni bienes estables, ni gestionar lo económico, sino que tienen que seguir la norma de sus reglas para aceptar los bienes económicos, decretamos que se compren algunos fondos para nuestro hospital y que se incorporen a él mediante un contrato, de modo que los Padres dependan de aquella suma que recibirán de los ingresos del señorío, y así el sustento de los padres no se confunda nunca con las raciones y réditos del señorío. Para que esto se lleve a cabo queremos y nos obligamos y asignamos a tenor de las presentes de los réditos de nuestro dominio de Horn para la alimentación de 8 Padres, ochenta vasijas de cerveza, 4 sesentenas de carpas y una carga de trigo. Y para que vistan, 4 piezas de paño, 20 ovejas, 30 yardas de lino, y doscientos florines en dinero, de los cuales se pagará la cuarta parte cada trimestre”. Sí, ciertamente era un riesgo depender de señores que podían cambiar de humor, pero de ese modo quería Calasanz (y sus sucesores) expresar la confianza en la Providencia.

No podemos copiar aquí todos los contratos (que están publicados en otros volúmenes traducidos por nosotros), pero sí queremos reproducir algunos fragmentos más indicativos. En algunos casos se ven hermosos párrafos, expresiones de fe, para explicar el origen de la fundación. Como la que hace el Conde Francisco de Magnis para su fundación de Straznice (y que tomamos de los Anales del P. Bartlik): “Dios, el autor de todas las cosas y supremo moderador, que enriqueció con muchos bienes a su hijo Abraham sacado de Ur de los caldeos y llevado a tierra ajena, también a mí, aunque indigno, transportado a suelo ajeno, en medio de las olas de una vida trabajosa, me ha favorecido con muchos favores, y entre los innumerables que he recibido de su munificencia generosa está principalmente Ella, la que vemos como Estrella de la Mar, su Santísima Madre, guía de mis caminos, liberadora de los peligros, ayuda en los trabajos, consuelo en las angustias, y benignísima patrona de mi familia. Puesto que considero haber recibido incomparables beneficios, me parecería hacer una injuria máxima a la divina clemencia y liberalidad si no intentara con todas mis fuerzas demostrarle de alguna manera mi gratitud, incluso competir con ella en generosidad; por eso doté con rentas anuales y adorné una capilla dedicada a la Reina de cielo y tierra y amantísima patrona mía con ánimo agradecido en el convento de la familia agustina en Brno. Y como me parece que no hice lo suficiente, en la ciudad de Straznice de mi dominio, en el lugar en que otro tiempo había estado la escuela de impiedad, cátedra de pestilencia y sinagoga del diablo, o sea la secta picardita, abrí con muchas ganas una iglesia dedicada a Dios que es maestro de sabiduría y restaurador de la verdad, y a su Inmaculada Madre María Virgen, la adorné con el mobiliario y la constituí firmemente, para que de la misma manera que ella triunfa coronada para siempre sobre los coros angélicos con su querido Hijo, del mismo modo por el afecto de nuestra devoción triunfe glorificada contra los enemigos de la fe católica, y de la multitud de vicios entre nosotros. Para que no desaparezcan nunca el ejercicio del culto divino y los cantos y alabanzas a la Virgen en aquella iglesia, ni disminuyan en lo mínimo, introduje a los RR. PP. de la Orden de los CC. PP. de la Madre de Dios de las Escuelas Pías en mi ciudad de Straznice, que pienso que son una óptima ayuda para cumplir esta voluntad mía, pues están peculiarmente dedicados al servicio divino y particularmente a la devoción de nuestra Madre”.

Quizás se inspira en este texto, pues es posterior, el de la fundación de Litomysl por la Baronesa Pernstein: “En la medida de mis fuerzas quiero dar gracias a la Gran Madre y a su Hijo unigénito y querido, de cuyas manos generosísimas he recibido muchos beneficios, y quiere que yo me esfuerce en promover la piedad germana y el amor fiel, para que los hombres les honren dándoles culto y honor. Puesto que hasta ahora he vivido protegida por la piedad de uno y otra, y confieso sinceramente que yo, indigna, siempre me vi inundada por los muchos favores de la Madre piadosa y el Hijo, y por citar alguno entre la multitud de ellos, diré que el Hijo me mostró en medio de mis angustias a la Estrella de la Mar, así llamada la Madre benignísima, según la cual debía yo dirigir el curso de mi vida en la oscura noche de este mundo, la cual fue para mí el único consuelo; y cuando yo me consideraba huérfana y abandonada, frente a mí la Madre me mostró a su Hijo, que sufrió la amarga ignominia de la muerte para engendrarme a mí, arrancada de las fauces de la muerte, como querida hija del Padre Eterno. Protegida bajo su patrocinio hasta este día, yo, Febronia, último vástago de la familia Pernstein, quiero dar testimonio de los favores divinos, que recibí en gran cantidad desde la infancia, con intención de ofrecer un sencillo testimonio eterno de gratitud. Para no separarme nunca de la grandeza de mis antepasados, la cual adornó con su magnificencia este ínclito reino de Bohemia con magníficos monumentos y edificios, y diversas provincias con grandes construcciones, como si fueran su propia ciudad, yo, sin ambicionar nada terreno, ni movida por nada transitorio, he introducido en nuestra ciudad hereditaria de Litomysl la familia religiosa de la Reina de cielo y tierra y amantísima patrona mía, gobernadora de mis bienes tanto espirituales como temporales; le he construido una casa, he añadido el ajuar necesario, y la he dotado con una cierta limosna anual; todo lo cual quiero que sea rato, firme y valido, ahora y que aparezca como tal en el futuro. Para satisfacer mi intención, he introducido un instituto, habiendo conocido de cuánto mérito es colaborar con Cristo en la salvación de las almas. Sabiendo que en los confines de mi dominio hay muchos niños que piden pan y no hay quien se lo parta, quise que vinieran a mí cooperadores que fueran idóneos para cooperar conmigo en tales labores, que educaran a todos los niños que fueran a ellos en la piedad y en las buenas costumbres, y les instruyeran en las letras, según sus piadosas y laudables Constituciones aprobadas por los sumos pontífices, y que además se dedicaran al servicio del culto divino y particularmente a la devoción de la Gran Madre, de modo que esta ciudad, al igual que una viña, una vez arrancadas con sus obras las malas hierbas de la perfidia herética y plantados los nuevos brotes de letras y buenas costumbres en los jóvenes que crecen, dé frutos abundantes de fe y de piedad, y que erradicada desde los cimientos de este modo la impiedad, Dios, tres veces óptimo y máximo sea honrado y reciba eterno culto de todos, en una sola fe, con la verdadera religión y con un único culto. Y para que nunca en ningún tiempo desaparezca el ejercicio del culto divino, y los cantos y devociones a la Santísima Virgen, y para que nos sean apartados los RR. Padres a los que yo llamé, me refiero a los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, quise que ellos fueran los ejecutores de mi voluntad, pues militan bajo el misma estandarte de mi Gran Madre, y se esfuerzan con singular empeño y habilidad en incrementar su honor y su culto”.

En cambio hay otras fundaciones que parecen más interesadas, como la de Alejo Turkowicz, amigo de los escolapios, a favor de la casa de Prievidza: “Después de pensarlo maduramente, considerando con ánimo perspicaz que entre los esfuerzos de humana consideración no hay nada más provechoso que cambiar lo transitorio por lo eterno, recordando el dicho del Sabio: ‘mira hacia el final en todas las cosas’, y que el reparador del género humano nos enseñó que atesoráramos tesoros en el cielo, donde la polilla y el orín los destruyen, y donde los ladrones no pueden destruirlos ni robarlos, de modo que cuando fallezcamos nos reciban en los tabernáculos eternos. Por ello, instruido por el Señor, y escuchando las enseñanzas del cielo, de los bienes que he recibido de Dios doy, entrego y asigno con mis manos durante mi vida a los Reverendos Padres de las Escuelas Pías de Prievidza 450 florines húngaros, en buena moneda de Kremnica, es decir, un florín vale cien denarios húngaros, o veinte grosos germanos, que serán impuestos a censo perpetuo, al 6% (según los decretos del reino apostólico de Hungría), lo que da anualmente una cantidad de 27 florines, de ellos 26 como limosna, que recibirán perpetuamente. Bajo el título del censo obligo en conciencia a los citados Reverendos Padres y a sus sucesores perpetuamente, con su consentimiento libre y espontáneo, a que ofrezcan una misa semanal”. Da la impresión de que ha hecho bien sus cálculos, de modo que en realidad lo que hace es “comprar” misas, a medio florín cada una. Pero esto era también expresión de la piedad de su tiempo, y sin duda los escolapios se alegraban de tener estas pequeñas rentas fijas que les ayudaban a salir adelante.

Ni qué decir tiene que estas fundaciones o rentas no eran una garantía económica absolutamente segura para el futuro. Dependían de muchas circunstancias. Normalmente consistían en hipotecas sobre propiedades agrícolas, y eran pagadas con el producto de sus frutos. Ahora bien, si llegaban años malos (por guerras, o por malas cosechas) no era seguro que se cobraran, a pesar de los contratos firmados y sellados. Simplemente, el fundador no podía hacer frente a aquellos gastos. Otras veces las herencias cambiaban de manos (por falta de descendientes, o por venta), y no era sencillo ponerse al corriente con los sucesores. En algunos casos algunas fundaciones menores consistían en créditos que algunos bienhechores dejaban en herencia a los escolapios. Pero si los donantes no habían conseguido cobrar las deudas, la cosa era mucho más difícil para los escolapios, que a menudo se veían envueltos en pleitos para cobrar lo que les habían legado como limosna. No es extraño leer, al ver el estado financiero de una casa, que el Rector diga que no esperan cobrar determinadas deudas.

En general en Germania las fundaciones eran relativamente sólidas (menos la de Straznice) y los escolapios no tenían que sufrir mucho para cobrarlas. En cambio en Polonia la situación era diferente: se trataba en general de fundaciones más pequeñas, a las que se iban añadiendo otras. Y las rentas dependían a veces de lugares muy distantes, por lo que los rectores se veían obligados a veces a realizar largos viajes, no siempre fructuosos, para cobrar los réditos.

Sin embargo podemos decir que el sistema, globalmente, funcionó bien hasta el año que estudiamos. El P. General siempre supervisaba antes en Roma (como lo hace hoy día) las condiciones de la fundación antes de darle el visto bueno. Precisamente aprovechando su viaje a Polonia el P. Foci estudió de cerca la fundación de Lubieszow, e indicó algunas modificaciones que debían hacerse antes de aprobarla. Estudió también otra fundación propuesta, la de Lukow, que se materializó ese mismo año 1696, con su aprobación. En esta fundación, como en todas las demás, se ven los requisitos que exigían las Escuelas Pías a los fundadores: “Yo, Francisco de San Pedro, Prepósito General de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, Comisario y Delegado de la Sede Apostólica, vistos y maduramente considerados los Documento públicos, y oídas con sumo agrado las piadosísimas instancias de los Muy Ilustres y Magníficos Señores, es decir, los Magníficos Juan Domingo Jezierski, Juez del territorio de Lukow, y de los otros bienhechores del mismo Distrito, acerca de la fundación del Instituto de las Escuelas Pías en Lukow, para cuidar de la educación de su juventud, a condición de que los mismos Muy Ilustrísimos y Magníficos Señores proporcionen censos y fondos seguros y libres de intereses, para la plena y perpetua manutención de por lo menos doce religiosos, edifiquen una casa íntegra y estable suficiente con sus locales, celdas y escuelas, equipadas con los utensilios necesarios, y construyan una Iglesia con sus anexos, y obtengan los habituales consentimientos del Ilmo. y Rvmo. Sr. Ordinario del lugar y de ambos Cleros, y certifiquen las libres escrituras de todos los bienes fundacionales, según las leyes del Serenísimo Reino y República, de una forma voluntaria, para mayor gloria de Dios e incremento de la Piedad, y reconociendo el celo de los Muy Ilmos. y Magníficos Señores, humildemente asentimos y aceptamos la fundación de nuestro Instituto”. También en ese viaje, el P. Foci estudió la propuesta de otra fundación polaca, la de Szczuczyn Mazowiecki, que también tuvo lugar en 1696, después del regreso de P. General a Roma. La provincia polaca se estaba desarrollando aprisa.

Hoy día nos puede parecer extraño este sistema económico, que dejaba demasiado poder en manos de los fundadores, y mucha dependencia por parte de los escolapios con respecto a los que les daban de comer. Pero hay que tener en cuenta que todo esto es una faceta de la pobreza que ardientemente buscó el fundador, Calasanz, y que la sociedad de aquellos tiempos, tardo-feudal, funcionaba de esa manera. Había señores que explotaban a sus siervos, pero tenían el derecho de su parte. Y luego a veces, algunos, empleaban parte de sus bienes en alguna acción piadosa, más o menos interesada. Por supuesto que entre estos señores los había que sólo pensaban en el bien de la Iglesia y de sus fieles-súbditos, a su manera, y en especial esto lo podemos decir de algunos obispos fundadores (Dietrichstein, Liechtenstein, Szelepcheny…) y de algunos grandes señores (el Rey Ladislao IV de Polonia, los Lubomirski). Sin olvidar, por supuesto, a algunas mujeres realmente ejemplares, como la Baronesa Pernstein o la Condesa Palffi.

Los escolapios, por su parte, no buscaban más que ser fieles a su carisma fundacional, a expandir la Piedad y las Letras en todos los lugares posibles. Y para ello aprovecharon las oportunidades que se les presentaron, unas más favorables y otras menos. Al fin y al cabo ellos no buscaban sino la Gloria de Dios y el Bien del Prójimo.

Notas