MussestiVida/Cap06
Cap. 6. Su obispo lo envía a Barcelona para poner paz, y lo consigue
En aquel tiempo se produjo, permitiéndolos Dios, una peligrosa enemistad entre algunos señores de la más elevada nobleza de Barcelona, y la causa fue que por diabólica sugestión algunas personas raptaron una noble doncella mientras iba conducida a casarse a un caballero de nobleza par a la suya. Sin duda se trataba de un caso horrendo y que podría ocasionar infinitos daños, y se recurrió a los más potentes medios para extinguir un incendio tal, intentando mediar desde el principio algunos grandes señores, pero sin fruto. Recurrieron también a D. Ambrosio de Moncada, el obispo de Urgel, quien, aunque sabía que muchos señores lo habían intentado en vano, recordando la destreza y el valor que en tales asuntos había demostrado su vicario, con esperanza de una solución feliz decidió enviarlo en su lugar, y se lo dio a saber. Es de suponer que el vicario, considerando la dificultad de la empresa, sintiera no poca repugnancia, pero confiado en la obediencia y en la divina protección, ardiendo de caridad se dejó persuadir para aceptarla.
Preparando, pues, lo que consideraba necesario, y armándose de oraciones, se puso en camino, y siendo invierno, tuvo que sufrir mucho, pero después de superar las dificultades de las nieves de los montes con el favor divino, llegó a Barcelona, donde encontró a las partes enemigas ya con gente armada en el campo de batalla, que poco faltaba para que vinieran a las manos. Sabido esto por D. José, con presteza fue a impedirlo. Valiéndose del consejo y la prudencia que requería la importancia del negocio, Dios le dio tanta gracia y valor que yendo con autoridad ahora a los unos, después a los otros, reprendiendo, rogando y advirtiendo, según le parecía necesario, aplacó el furor de los ánimos, y consiguió la suspensión de las armas. Y después, con el fin feliz del matrimonio honroso acordado entre los nobles discordes, arrancó toda semilla de guerra y compuso una óptima paz.
Después de llevar a fin una empresa tan difícil con la ayuda divina, dio a la divina bondad todas las gracias posibles, y volvió alegre a hacer saber lo ocurrido a su prelado. Con toda seguridad fueron muchos los agradecimientos, las alabanzas y felicitaciones de mucha gente encantada con D. José por una obra tan digna y tan sabiamente concluida, pero él, que sabía que toda obra buena viene de Dios, humillándose, a él le daba toda la gloria.