CaputiNoticias02/301-350
[301-350]
301.- Mientras así estaban las cosas, y continuaban llegando cartas al P. General, los que habían cogido el Breve se dedicaban a engordar la bolsa y a arruinar las cosas; pero no dejaban el hábito, aunque sí inquietaban a los demás. Yo, que tenía la experiencia de lo que había pasado en Nápoles, comencé a reflexionar con el P. General, y concluimos que sería bueno solicitar un Breve del Papa, que fijara a aquéllos una fecha conveniente, para que, o renunciaban al Breve que tenían, o dejaban el hábito de las Escuelas Pías. Al P. General le gustó la propuesta. Llamó al P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, que era Procurador de la Casa, y le dijo que viera si podía conseguir un Breve, que señalara un tiempo determinado a los que tenían los Breves personales; para que, o dejaban el hábito o renunciaban al Breve. Lo hablamos junto, se pidió la opinión de los demás, y se determinó hacer un Memorial, llevarlo a Monseñor Maraldi, Secretario de Breves, y consultarle cómo se podía llevar esto a la práctica.
Fuimos adonde Monseñor Maraldi y, después que oyó al P. Francisco, respondió que la petición era justa, que hablaría con el Papa, y daría cuatro meses de tiempo, para que, o renunciaban, o se iban.
302.- Se hizo el Breve, se imprimió y se publicó en las puertas y en el Acie Campiflori. En él aparecía dos veces “en dicha Orden”, y nunca apareció “Congregación”, como aparecía en el primer Breve de 1646. En aquel momento no se observó esto, porque no pensábamos que luego podría ser provechoso; pero sirvió a su debido tiempo, porque consiguió dar por nulo al primero.
Al publicarse este Breve, muchos se salieron, otros renunciaron al suyo, porque no tenían de qué vivir, -”unde alere possint- como decía el mismo Breve.
Pensábamos que en esta ocasión se irían el P. Esteban y el P. Nicolás María, pero éste no se fue, porque una damicella le dijo que no se fuera, que iba a ser General; y no se fue, como decía.
Así que con el 2º Breve del Papa Inocencio X la Orden se vio muy purgada.
303.- El 11 de mayo de 1647 fui a hablar con el P. General, como habitualmente, y lo encontré tan triste y melancólico, que parecía llorar. Le pregunté cuál era la causa de su tristeza y me dijo que el año anterior el P. Nicolás Mª [Gavotti] le había pedido el Corazón del P. Abad Landriani, para llevarlo a un Cardenal enfermo, y no se lo había devuelto; había oído que se lo había dado al Cardenal Pallotta y al Duque de Poli; e incluso que se había llevado el Proceso auténtico del P. Abad, y no lo había restituido. -“Y Dios quiera que no termine mal. Esta es la Causa de mi tristeza”. Le respondí que estuviera tranquilo, que yo era capaz de recuperarlo todo, sin necesidad de que tuviera más disgustos, porque iría adonde Monseñor Vittrice, Vicegerente, y él lo recuperaría; y que iba aquella misma tarde, si así lo quería él. Me respondió:
- “Dios lo quiera. Si consigue esto, es un valiente”. Sin perder tiempo, enseguida fui adonde Monseñor Vicegerente, y le dije que el P. General estaba muy triste, porque el año pasado el P. Nicolás Mª del Rosario había cogido el corazón del P. Abad, para llevárselo a un Cardenal enfermo, y no lo había devuelto, como tampoco el Proceso de Beatificación, que también había cogido. - “Y. como teme que todo se pierda, suplica a V. S. Ilma. que ponga algún remedio para que se puedan recuperar”. El Pobre Viejo quedó consolado.
304.- Monseñor me respondió que sentía de verdad el disgusto del P. General; pero que no temiera, que lograría recuperarlo todo. Mandó llamar al Sr. Carlos Lutterio, su Auditor, y le dijo que fuera a San Pantaleón y, junto con el P. Juan Carlos, abriera la habitación del P. Nicolás Mª del Rosario, y viera si se encontraba allí una caja con algunas Reliquias dentro, que era el Corazón del P. Glicerio Landriani, su condiscípulo. Que la cogiera y se la llevara a él; y también todas las escrituras y Procesos que había en su celda; que quería ver lo que había; y que lo hiciera pronto, porque era algo que le urgía.
Fuimos con el Sr. Carlos Lutterio, el Auditor, a San Pantaleón, y al llegar al Oratorio, que lo estaban adornando para la fiesta de los Santos Alfio, Filadelfio y Ciriaco, entré donde el P. General, y le dije que había venido el Sr. Auditor de Monseñor Vicegerente, para buscar el Corazón del P. Abad, y su Proceso; que tenía orden de investigar la celda del P. Nicolás María.
305.- El P. General me respondió: -“No quiero que se haga esto de ninguna manera, porque están aquí todos los alumnos, comenzarían a gritar, se escandalizarían y en poco tiempo se sabría por toda Roma. Dejémoslo para otro día, que ahora no es buen momento. Dígale a ese Señor que ahora vamos a celebrar esta fiesta; y para que no se corra ningún rumor; y luego vaya adonde Monseñor y dígale que se lo agradezco; pero que, como se celebra la fiesta de los Santos, Nicolás Mª comenzaría a gritar, todos se extrañarían, y cometería algún despropósito, porque no tiene paciencia; y en vez de hacer un bien se haría un mal.”
Fui adonde Monseñor, le transmití el encargo, y me respondió que el P. General decía bien; e incluso, que quería venir él mismo a presidir la función, por tratarse del Abad. - “El domingo por la mañana venga aquí y me lo recuerda, que, si no tengo otra ocupación, iré y revisaré lo que hay en la celda”. Y en eso quedamos.
306.- El domingo por la mañana fui a ver si podía venir, y me respondió que me fuera, y le esperara en la sacristía, que me llamaría. Pero que no dijera nada a nadie, “no sea que se entere él y los esconda”.
Volvía a Casa, fui a ver al P. General, y le pedí que bajara a la sacristía, a respirar un poco de aire fresco, que siempre estaba encerrado en su habitación. -“¡Enseguida, vamos!“, me dijo el Padre. Mientras estábamos hablando, llegó un servidor de Monseñor Vicegerente, me llamó y me dijo que Monseñor estaba fuera y quería hablarme.
Al oír el buen viejo que era Monseñor, salió enseguida. Monseñor le dijo que no se preocupara, que sólo quería ver un poco a los Padres. Subió arriba, y quiso ver la celda del Venerable P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen. La abrió poco a poco, y vio que estaba absorto, y Monseñor dijo: - “No lo molestemos”. Me preguntó qué escribía, y le dije que “De Trinitate”, y no convenía molestarlo.
307.- Subimos al dormitorio nuevo, comenzó a visitar todas las celdas, y quedó muy satisfecho. La última era la del P. Nicolás Mª. Quería entrar, como había hecho en las demás, pero la encontró cerrada con llave. Preguntó al P. Francisco de la Anunciación quién vivía en aquella celda, y le dijo que el P. Nicolás Mª, que estaba en el confesionario. Dijo que lo llamaran. Subió y comenzó a preguntarle por qué todos los demás tenían las celdas abiertas, y él la tenía con llave. Se excusaba, diciendo que en ella había escrituras, porque había sido Procurador; y si venía algún forastero, se podría perder alguna cosa. Entraron juntos en la habitación, y se sentaron más de dos horas. Mientras tanto, todos los Padres salieron al corredor, para ver lo que pasaba, no sabían aquel misterio.
Salió Monseñor con el sombrero en una mano, y llevando en la otra una caja, que apoyaba delante del pecho. Me llamó y me dijo que cogiera la caja y se la entregara al P. General. La cogí, y dije que quería ver lo que había dentro. Él me dijo que era el Corazón del P. Abad Landriani. Pero, al abrirla, encontré que era sólo el estuche. Entonces le dije:
-”Monseñor, esto no está completo, falta más de la mitad. Nicolás Mª respondió que el P. General se lo había dado a Cosme Conti cuando estaba enfermo, él lo había tenido un tiempo, y quizá lo había roto
308.- Lucas [Anfossi] de San Bernardo respondió que él lo había visto entero, que el P. General no había tocado una cosa tan preciosa como aquella. Entonces yo no me pude contener, y le dije que se la había dado al Cardenal Pallotta y al Duque de Poli; que todos sabíamos que había sido él, y que él mismo se había hecho un relicario que tiene en la celda, “¡y después dice que lo cogió el P. General!”.
Viendo Monseñor que se comenzaba a gritar, me dijo que lo llevara al P. General. Él bajó a la sacristía, y el P. General, que quería ver el Corazón, dijo a. Monseñor que faltaba más de la mitad. Yo, para no entristecerlo, no le dije más. Pero Monseñor sí le dijo: -“Padre, se ha cometido un error, qué lo vamos a hacer, tenga paciencia. Monseñor me dio también el Proceso, que se había buscado fuera -pero Monseñor lo encontró en la celda-; en cambio a Monseñor le había dicho que sólo tenía un borrador que él mismo había hecho. Monseñor le dijo entonces que se lo guardara; le preguntó si tenía otras cosas, y que se las diera.
309.- Al terminar esta conversación, llegó el H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo y le dijo: -“Monseñor, escúcheme una palabra. El P. Francisco de la Anunciación ha sido Procurador y no ha dado las cuentas”. Estaba presente el P. Francisco, y le respondió que las cuentas no le correspondía a él revisarlas, sino a quienes ordenaban los Superiores, y cuando las vieran se las darían a quienes correspondiera. El Hermano comenzó a decir un montón de impertinencias, y Monseñor le dijo que se tranquilizara, que volvería otro día y lo arreglaría todo. Con esto, lo acompañamos hasta fuera.
Él se fue, pero el Hermano no dejaba de gritar; el P. General dijo al P. Castilla, que lo estaba permitiendo gritar delante de él, que lo castigara. El P. Castilla llamó al H, Lucas, y le dijo que ya se arreglaría todo.
310.- Después de marchar Monseñor, el P. Nicolás volvió a la celda, llamó al P. Benedicto [Cherubini] de Jesús María, de Nursia, le enseñó el Proceso del P. Abad, y le dijo que el P. Juan Carlos [Caputi] nunca lograría tenerlo en sus manos. Esto me lo contó el mismo P. Benedicto.
Sin decir más, me fui adonde Monseñor, y le dije que el Proceso del P. Abad lo tenía el P. Nicolás Mª, y se lo había enseñado a un Padre después que él se había ido; que era el original, y era necesario que volviera al Archivo, para que no se perdiera; y que lo había cogido de la caja del P. General. Me respondió que el P. Nicolás Mª le había dicho que era un resumen. Entonces, dijo al P. Buenaventura, que estaba conmigo, que dijera al P. Nicolás Mª, que lo quería ver.
Al volver a Casa, el P. Buenaventura fue enseguida a buscar al P. Nicolás Mª, y le dijo que Monseñor lo había llamado, y le había dicho que le diera el resumen del Proceso del P. Abad, que le había enseñado aquella mañana; que le daría un vistazo y se lo devolvería enseguida.
- “Hágalo pronto, que me está esperando; lo quiere ahora, porque tiene que irse”. Nicolás Mª se sintió intrigado y confundido, y le dijo: -”De él es; pero se lo entrego con dos condiciones: 1ª, que nos lo tiene que devolver; la 2ª, que no se lo enseñe al P. Juan Carlos, porque, si cae en sus manos, no lo vuelvo a ver”.
- Le doy palabra -le dijo el P. Buenaventura- que, en cuanto Monseñor me lo devuelva, se lo entregaré a Vuestra Reverencia, y no permitiré que lo vea el P. Juan Carlos”. Y así se lo dio.
311.- Estaba yo esperando abajo al P. Buenaventura; llegó, todo contento, con el Proceso en las manos, y me dijo:
-”Cierre los ojos y no mire, que me lo ha dado con dos condiciones. La 1ª, que, tal como me lo devuelva Monseñor, se lo devuelva yo a él; y la 2ª, que no se lo vea nadie. Cierre, pues, los ojos, y cójalo”. Así que lo cogí en la mano. Eran las bromas rancias de aquel viejo.
Enseguida se lo llevé al P. General, que estaba paseando por el Oratorio. Cuando lo vio, me miró, y dijo: - “Esto es mío; me lo quitó el P. Nicolás Mª, que se lo llevó de dentro de la Caja, junto con el Corazón del Abad”.
312.- En aquel instante, acertó a pasar por allí Nicolás Mª, y le dije que no era verdad, que era suyo, que lo había copiado él. Y se lo quería quitar de las manos. El Pobre Viejo le dijo: - “Muy bien; pero quién ha ordenado al H. Eustaquio [Stiso] pintar esta imagen del P. Abad, ¿no he sido yo? ¿Cómo dice eso?”. Como Nicolás Mª estaba a su lado, lo cogió por el pecho. Entonces yo comencé a gritar: -“¡Desgraciado! ¿Tiene el atrevimiento de poner las manos sobre el P. General? Mandaré que lo castiguen, no lo dude. Se lo contaré a Monseñor Vicegerente, para que lo castigue”. Quedó confundido; y el Padre no le dijo más que: -“Váyase, y que Dios le bendiga”, e hizo sobre él la señal de la Cruz.
Se fue a buscar al P. Buenaventura, a lamentarse de que no había guardado la palabra, porque le había dicho que, cuando Monseñor lo leyera, me lo devolvería, y que no se lo dejara ver al P. Juan Carlos, y era él quien se lo había llevado al P. General.
-”Al Contrario, dijo el P. Buenaventura, he guardado la palabra, porque le dije que ´cuando Monseñor lo leyera me lo restituyera, y el P. Juan Carlos no lo ha visto´, porque lo cogió con los ojos cerrados. Y no hablen tan alto, que Monseñor está enfadado, porque lo ha engañado”. Y con esto se tranquilizó.
El P. General me prohibió hablar de esto con nadie, para que no se produjera ningún desorden. -“Que Dios le perdone, como yo lo he personado, porque le ha vencido la pasión”. Quiso que de ninguna manera le diera la palabra ni le hablara; como hice; porque nunca se supo.
313.- Al cabo de unos días, cuando una mañana estábamos hablando con el Padre, llegó el P. Francisco de la Anunciación con un memorial en las manos, y comenzó a decir: -“Padre, si no remedia este problema a tan grave, se puede producir un gran escándalo; por eso, he hecho un memoria para entregar a Monseñor Vicegerente, y que vea la manera de remediarlo“. El Padre le escuchaba, y dijo que le leyera el memorial. Como se trataba de una cosa grave de confesionario contra el P. Nicolás Mª, dijo al P. Francisco: - “Enséñeme el memorial”. Hacía como que leía, y con la otra mano abrió una pequeña credencia, colocó en ella el memorial, y dijo que de aquello no se hablara más, de ninguna manera. Cuando el P. Francisco creía que hacía una gran cosa, intentando castigar a uno que maltrataba al P. General, éste no quiso que se dijera ni una palabra de ello. Dicho memorial, después de la muerte del Padre, lo reclamó el P. Francisco, para que no se viera su mano en él; lo rompió y no se supo más de él.
314.- Después de la publicación del Breve de Inocencio X, del día 16 de marzo de 1646, se retiró a su Frascati, su patria, venido de Mesina, el P. Santiago de Jesús, apellidado Cipolletta. Era un hombre tan impetuoso, que no se dejaba vencer fácilmente; y, además, tan agradable y retórico en el trato, que bastaba con que hablara con uno una vez, para hacer de él un hermano carnal. Era buen Maestro; y, como Confesor, la gente acudía a él de todas partes donde viviera.
Comenzó a reunir en Frascati a muchos Hermanos que casi no sabía leer ni escribir, y los mandaba ordenarse de Clérigos y de las cuatro Órdenes menores, por el Abad de Grottaferrata, haciéndoles él mismo las Dimisorias; y luego los enviaba a un Obispo amigo suyo a que los ordenara de sacerdotes. Cuando llegó a Roma la noticia de que el cocinero de Frascati había recibido las cuatro Órdenes menores, como las Casas estaban incomunicadas, y cada una vivía bajo su Ordinario, este hecho no fue motivo de aprensión.
315.- La mañana de la Ascensión del año 1647, cuando volví de la visita de las Siete Iglesias con otros Padres, cansados y sin dormir por haberlas recorrido de noche, pero charlando todavía, llegó de Nápoles el H. Antonio [Canello] de la Concepción, llamado del Diente, y comenzó a decir que había venido a Roma para un caso que le había sucedido, y que a los dos días se iría. Yo no quise responderle, para no parecer impulsivo. Y el fue a charlar con el H. Juan Bautista de San Andrés, No sabíamos el misterio de su venida a Roma, pero se dejó oír entre los Padres que de ninguna manera había que admitirlo en San Pantaleón; que estaban tranquilos, y no querían problemas, pues conocían su forma de ser. Cuando vio que no podía hacer nada, dijo que quería volverse a Nápoles. Se despidió, y se fue, sin que supiéramos adónde.
Al cabo de pocos días se supo que estaba en Frascati, y que ya había recibido la 1ª tonsura y las Órdenes menores, y que tenía el Breve para poderse ordenar “omnibus diebus festivis”. De esta manera, se ordenó sacerdote un individuo, para quien era poco enviarlo a galera, como penitencia de sus pecados.
316.- Una tarde del 18 de julio de 1647, mientras los Padres estaban en la recreación, vino el nuevo sacerdote a San Pantaleón, y dijo al Portero que le llamara al H. Juan Bautista de San Andrés, que quería decirle una palabra, pero le advirtió que no dijera nada a nadie de que era él, porque no quería que se supiera su venida. Mientras los Padres se iban a dormir, él se puso de acuerdo con el Portero, para que le dejara dormir por aquella noche, que, por la mañana, de noche aún, se marcharía. Como había sido Hermano operario, le dio también la cena, y luego lo llevó a dormir al dormitorio viejo. No sé cómo logró enterarse de esto el P. Francisco de la Anunciación, Primer sacerdote. Despertó a todos los Padres y nos contó que Antonio del Diente estaba durmiendo en el dormitorio viejo, sin que el Superior supiera nada. Que vieran lo que se podía hacer.
317.- Los pareceres fueron diversos. Alguno decía que, por aquella noche, se le podía permitir estar; otro, que se enviara fuera en aquel mismo momento, para que no anidara en San Pantaleón. Dijeron al P. Francisco de la Anunciación que fuera adonde el P. Castilla, para que le diera las llaves de la puerta y lo echara; y si no quería obedecer, llamara a los esbirros, para que lo expulsaran a la fuerza y sin hacer ruido, porque, si los Hermanos se daban cuenta, habría alguna revuelta. Fue el P. Francisco con otros dos Padres sacerdotes, fingiendo que no sabían nada de que él estaba en aquella habitación, entraron dentro, lo vieron si el hábito, y comenzaron a decir: -“Quién vive?” Él respondió: -“Soy Antonio, ¿qué pasa?” -“Sabe el Superior que está en Casa?” Le dijo que había venido en confianza. Le replicó: -“Vamos adonde el P. Castilla, y le pide la bendición, de lo contrario, castigará al Portero”. Le ordenaron que se vistiera; y al llegar a la escalera, le dijo que el P. Castilla estaba abajo. Cuando llegaron al Patio, abrieron la puerta y le echaron, diciéndole que no volviera más a San Pantaleón, porque los Padres no lo recibirían.
318.- Luego se supo que había venido a llamar al H. Juan Bautista de San Andrés, para que fuera a ordenarse, porque ya tenía tramitado el Breve. Al cabo de algunos días Juan Bautista dijo al P. Castilla que le diera licencia de quince días, que debía hacer no sé qué. La obtuvo, montó a caballo en el Patio, y, al salir del portón, se dio de frente con la cancela, de tan manera, que pensó se había abierto una brecha en la frente. Estuvo en duda de salir o no, pero, finalmente, se fue a Frascati. El P. Santiago [Cipolletta] le hizo las Dimisorias, y fue ordenado sacerdote.
319.- Cuando os Padre de Roma lo supieron, escribieron al P. Santiago, y le dijeron que había mandado ordenar a uno que no era súbdito suyo, y había incurrido en censuras. Que se abstuviera de hacer más veces esto, y no repitiera estos despropósitos, de lo contrarío darían información a los Superiores, para que le castigaran a él y al Abad de Grottaferrata, que no tenía autorización para ordenar a nuestros Religiosos sin consentimiento de los Superiores. Pero no hizo caso, y continuó ordenando a otros, en particular al H. Ángel de la Cruz, de Lucca, que había estado huido, y aparece citado muchas veces por el P. General en sus cartas que escribía a Florencia al P. Francisco de Jesús, porque no quería reconocer como Superior al P. Mario [Sozzi], y después, tampoco al P. Esteban [Cherubini]. Este Hermano, en cuanto fue ordenado por el Obispo de Cesena, se fue al Pueblo a decir la 1ª Misa, y murió al poco tiempo, sin poder decir la 1ª Misa.
El P. Santiago mandó ordenar a otros, pues a todos los tentaba, porque le parecía bien; pero en cuanto los ordenaron lo abandonaban y se iban a sus casas, como hizo el H. Antonio del Diente, que volvió a Nápoles, y allí se portó peor que nunca lo había hecho.
320.- Un día vino a Roma el P. Santiago [Cipolletta] y empezó a tentar al H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dios, Compañero mío en la Sacristía. Le decía que, si quería ordenarse sacerdote, se fuera a Frascati, que correría de su cuenta conseguir que se ordenara, como se habían ordenado tantos otros que sabían bastante menos que él; que viviría contento y en santa paz, sin cargar con mucho trabajo; que le bastaría con dar alguna clase de lectura, escritura y Ábaco, y no le faltaría nada.
El H. Eustaquio le respondió: -“He recibido el hábito para Hermano, y Hermano quiero morir; no quiero ir al infierno por ser sacerdote. En la vida era clérigo griego y podía haberme hecho sacerdote. -“¿Qué le parece que quiera hacerme sacerdote de esta manera que me dice, e ir por eso a la casa del diablo?”.
321.- Finalmente, para remediar tanto mal y ofensa de Dios, como sucedía al continuar haciendo sacerdotes a los que habían hecho voto solemne de no querer pretender el bonete, ni el clericato, ni el sacerdocio, los Padres de Roma me encomendaron a mí que fuera a Frascati a hablar con el P. Santiago, y con el Abad de Grottaferrata, acerca de por qué se arrogaba esta autoridad de ordenar de ordenar Clérigos sin la Dimisoria del legítimo Superior; y que viera una manera elegante de quitar las Bulas a los que se habían ordenado de Clérigos, sin ser aptos para este ministerio.
322.- Fui a Frascati, hablé un rato con el P. Santiago, y me encontré con que, incluso el que iba por leña al bosque detrás del borriquillo, también había sido ordenado Clérigo; todo ordenados por el Abad de Gottaferrata. Hice una seria advertencia al P. Santiago, diciéndole que los Padres de Roma estaban muy enfadados, y que, si no ponía remedio a esto, sabe Dios cómo terminaría. Se excusó conmigo, diciéndome que, si no lo hacía así, nadie quería estar en Frascati; que con aquel anzuelo del Clericato, estaban a gusto y trabajaban lo que podían. Le pedí que viéramos un poco las Bulas de las Ordenaciones de los nuevos Clérigos, yendo por las celdas; las recogí y las llevé a Roma. El P. Santiago se conformó, para tranquilizarme, y ellos no se dieron cuenta de que les faltaban las Bulas, hasta después de un mes.
323.- A la mañana siguiente fui a Grottaferrata a hablar con el Abad, y, lamentándome, le dije que nuestros Padres de Roma estaban muy enfadados con él, porque había ordenado de la 1ª tonsura y cuatro Órdenes menores a uno que era súbdito de la Casa de San Pantaleón, sin la debida Dimisoria, y a otro, súbdito del Cardenal Filomarino, Obispo de Nápoles, y, “para acabar de arreglarlo”, había ordenado hasta aquél que va detrás del burro”. Que considerara si éstas eran cosas que se podían hacer. El Abad me respondió que creía hacernos un gran servicio, al tratar a nuestros Religiosos como a sus propios Religiosos, porque había ordenado a un súbdito de la Casa de Roma y a otro de Nápoles. -“Yo no sé quiénes son; el P. Santiago los ha aprobado, y yo los he ordenado”.
Quise ver los atestados hecho por el P. Santiago a Juan Bautista de San Andrés y a Antonio del Diente, y, pensando que quería servirme de ellos contra el P. Santiago, me dijo que su Secretario, que los tenía, estaba en Roma, que, cuando tuviera ocasión, me los dejaría ver.
Le dije que quedaba advertido, para no ordenar a más; de lo contrario sería recurrido ante la Congregación, a la que diría lo que había hecho; que nosotros lo excusábamos, por la buena intención que había tenido, pero para nosotros era perniciosa. De esta manera, después ya no quiso ordenar, pues venían de todas partes de la Orden, al ver el ejemplo de los otros que habían sido ordenados en Frascati.
324.- El P. Santiago tuvo miedo, y no sólo se abstuvo de mandar ordenar a nadie, sino que se fue de Frascati, y marchó a Pisa, donde aún hizo de las suyas. Mandó ordenar a algunos, y dio el hábito a algunos que se lo habían quitado. Éstos fueron después la ruina de la Casa, pues fue necesario abandonarla, a la muerte del P. Santiago, que murió en Pisa, el año 1654.
El H. Lucas de San Bernardo estaba decidido a irse, pero, como tenía tres procesos contrarios, aunque no de cosas graves, hizo instancia ante Monseñor Albizzi, Asesor, para que entregara dichos procesos al Cardenal Vicario, porque quería ser absuelto o condenado, ya que deseaba irse a hacer sus negocios.
Monseñor Albizzi vio al H. Lucas, le preguntó qué era lo que quería, y le expuso su deseo. Monseñor le echó una reprimenda, diciéndole que no tenía nada, había arruinado a la Orden, y aún no estaba inquietando; que se quitara delante, que había sido la causa de muchos errores.
325.- El H. Lucas se fue completamente humillado, y andaba pensando qué podría hacer. Un miércoles por la mañana se fue al Convento de la Minerva, donde se tenía la Congregación del Santo Oficio, y esperó a que terminara la Congregación. El Cardenal Prefecto dio la señal, y salió un camarero de Monseñor Albizzi, quien preguntó si había alguno que pidiera audiencia. Se adelantó el H. Lucas y dijo que él la quería. Le respondió que quería decir una palabra a Su Eminencia, ´pero en ausencia de Monseñor Albizzi´. Los Cardenales comenzaron a mirarse uno a otro, pues era un caso nuevo que el Asesor, que tiene que dirigir la Congregación, tuviera que salirse fuera. El Asesor quedó humillado. El Cardenal De la Cueva, que presidía en lugar del Cardenal Roma -pues estaba en el Obispado de Tivoli- le preguntó si lo que quería proponer era un Caso del Santo Oficio. El H. Lucas le respondió que no, y que no le importaba decirlo ante él mismo
326.- Monseñor Albizzi se puso en pie y dijo que, como no era aceptado por el [Hermano], se salía. Pero los Cardenales no quisieron que se saliera; decían que el secretario no se salía nunca de las Congregaciones. Entonces, el H. Lucas comenzó diciendo: -“Emmo. Señores: ´Monseñor Albizzi tiene tres procesos contra mí; he hecho instancia para que los entregue al Cardenal Ginetti, para que me condene o me absuelva; pero, como no lo hace, he aquí está la excomunión hecha por el Cardenal, aquí presente, que dice: ´Cualquiera que tenga escrituras públicas, o Procesos privados, o libros, entréguelos al Depositario o al Despacho de Valentino, Notario del Vicario´. Y él no quiere entregarlos. Por eso, pido a Su Eminencia que los entregue en manos del Sr. Cardenal”.
327.- El Cardenal De la Cueva respondió que fuera a la Congregación particular acerca de las Escuelas Pías -a la cual pertenecía él-; que hablara con el Cardenal Roma, que él le haría justicia. Le respondió que el Cardenal Roma estaba en Tivoli, “y sabe Dios cuándo vendrá”. Pero fue despedido. Cuando salieron los Cardenales, se acercó al Cardenal D´Este, y comenzó a informarle. D´Este, como gran Príncipe, le dijo que informara a la Congregación, que le haría justicia. Agarrándose a estas palabras, volvió todo contento a Casa; se fue adonde el P. General, que aún estaba hablando con el Pedro [Casani], Primer Compañero del Padre, y le contó todo lo que había hecho y dicho dentro de la Congregación del Santo Oficio; y que el Cardenal D´Este le favorecía, pues le había dicho que informara a toda la Congregación. El P. general le respondió: -“¿Y ha tenido cara para hacer una cosa así, dentro de una Congregación del Santo Oficio, a la que teme el mismo Papa? Dios quiera que no le suceda nada”.
328.- Después de comer, llamó al Acompañante para ir a informar a la Congregación, ante el Papa. Fue al Palacio del Cardenal Spada, porque estaba el más cerca, y, cuando subía la escalera del Cardenal, bajaba por ella Monseñor Albizzi, el cual, cuando vio al Hermano Lucas, le dio la espalda, volvió adonde el Cardenal todo enfadado. Éste le dijo: -“Qué le pasa, Monseñor?”. Le respondió: -“Ahí viene este diablo de las Escuelas Pías, a quien, para no encontrarme con él, me he vuelto atrás. Mientras tanto, ahí viene adonde Vuestra Eminencia”. El Cardenal le dijo: -“Déjelo entrar, que quiero reírme de él”.
Salió fuera el Cardenal, a la puerta de la Sala, y esperó a que llegara. Cuando llegó, le dijo: -”¿Qué es lo que quiere, impertinente? ¿Cómo se atreve a comparecer ante los Cardenales de la Congregación del Santo Oficio, hasta querer, por una bagatela suya, echar fuera al Secretario y Asesor de la Congregación? Todos los Cardenales se han escandalizado d esto. Si me hubiera tocado a mí actuar, como le ha tocado al Cardenal De la Cueva, no sé cómo le habría ido”. El otro quería replicar, pero le dijo que se fuera, que no quería escucharlo.
329.- Pero el H. Lucas no se desanimó por esto. Se fue a hablar con el Cardenal D´Este, pero ´estaba fuera de Casa´. Así rechazado, hizo un memorial, y se lo llevó al Papa, en un momento en que salía, y le informó. El Papa ordenó recibir el memorial. Él, todo contento, se volvió a Casa, y, en pública recreación, contó todo lo que había hecho. Todos quedaron admirados, y algunos lo animaban, diciendo que hacía bien en darle en los morros, y hacerle ver que existe la justicia.
Al cabo de una semana, fue a ver a quién habían entregado el memorial, pero no encontró en la Dietario este memorial. Pensando que se abriría pronto, hizo otro, y se lo dio al Papa en propia mano, diciéndole que le daba un duplicado, porque el original “no sé dónde lo han puesto”. El Papa Había ordenado entregar los dos a Monseñor Albizzi, para que luego hablara con él.
330.- El H. Lucas volvió adonde el Cardenal Cherubini, Secretario de Memoriales y Auditor del Papa, y le preguntó si había visto dos Memoriales entregados al Papa en sus propias manos, pero que ninguno había visto en el Dietario. El Cardenal le respondió que Nuestro Señor se os había entregado a Monseñor Albizzi, Asesor del Santo Oficio. -”¿Cómo, respondió el H. Lucas, han enviado mis Memoriales a mi enemigo? Quiero decírselo a Nuestro Señor”. El Cardenal le replicó: -”Considera usted enemigo al Asesor del Santo Oficio?”
-“Sí“, le respondió. El cardenal se maravilló de la franqueza con que hablaba, y de las razones que sabía dar.
Volvió a Casa e hizo un memorial contra el Cardenal Cherubini, exponiendo que había entregado dos memoriales en mano propia a Su Santidad, contra Monseñor Albizzi, y el Cardenal Cherubini, Secretario de Memoriales, se os había entregado sal mismo Albizzi, contra todo derecho, y por eso pedía justicia. Al entregar este otro memorial al Papa, cuando éste salía fuera, y queriendo acercarse a él, para hablarle, como el Papa lo conocía, siguió adelante, sin escucharle. De aquí dedujo que lo que estaba haciendo no servía para nada.
331.- Una mañana del mes de mayo de 1647, miércoles, me llamó el P. Buenaventura para salir fuera, Al bajar al Patio, encontramos, apoyado en la columna donde está la campanita de Comunidad, al P. Castilla, a quien el H. Lucas de san Bernardo estaba maltratando; poniéndole las manos encima, le decía que, si impedía al P. Francisco [Castilla] de la Anunciación ver las cuentas, actuaría de tal forma, que lograría la desaparición del nombre de las Escuelas Pías, y le arrojaría el hábito a la cara, y otros improperios.
332.- El P. Castilla se dejaba maltratar, y quería tranquilizarlo con buenas palabras, pero él iba a más, con tanto mayor escándalo, en cuanto estaban allí los alumnos. No pudiendo soportar este comportamiento, me acerqué y le dije:
- “¡Como! ¿De este modo maltrata al Superior? ¿Ha sido capaz de arrojar el hábito s su cara? ¿Se atrevería a hacer tanto, que desapareciera el nombre de las Escuelas Pías? ¿Quién es usted para hacer todo esto? ¡Arrogante! ¡Impaciente! Déjeme que te lo aclare yo: ¿No te bastan los daños que has hecho a la Orden, que ahora maltratas al Superior?”.
El P. Buenaventura me dijo que saliéramos, porque perche perdía la paciencia, y no podía soportar más a aquel Hermano.
Al salir de Casa dije al P. Buenaventura: -“¿Es posible que no podamos encontrar la forma de tranquilizar de una vez a este bendito H. Lucas, que nos tiene en continuo desasosiego y peligro? Veamos si podemos hacer algo, para no verlo más en adelante”. El P. Buenaventura me dijo: -“¿Y qué podemos hacer? Lo mejor será decir algo de esto a Monseñor Vicegerente, para que busque algún remedio”. Esto no me pareció oportuno, y le respondí que estaba pensando si se podría hablar con monseñor Albizzi, el Asesor, pues éste, dados los disgustos que había tenido. Podría hacer algo con mejor resultado.
333.- Pareció oportuna la respuesta, y decidimos que fuera yo un día a hablarle, a él le consideraba enemigo por los disgustos pasados: aunque sólo Dios sabe cuántos he pasado yo.
Ya estábamos cerca de la Minerva, donde -por ser miércoles- se tenía Congregación del Santo Oficio.
- “Veamos, le dije, si podemos decirle una palabra”. Me respondió que no era un momento oportuno. -“Vamos, le volvía decir, que, al menos, veremos pasar a los Cardenales”. Tanto le insistí que, al final, llevé al P. Buenaventura hasta dentro de la Minerva. Al entrar, en el primer Patio estaba Monseñor Albizzi con el General
-P. Rodolfi-; el P. Cándido, Maestro del Sacro Palacio; el P. Marini, Secretario de la Congregación de los Índices; y el P. Capizacchi, que conversaban entre ellos.
Me acerqué cuando se volvió, y le dije: -“¡Monseñor! Quiero decirle una cosa” El P. Buenaventura me decía que lo dejáramos, porque ya nos había visto, y nos había vuelto la espalda. Pero, a toda costa, quise acercarme y hablarle. Los Cardenales comenzaban a caminar a la Congregación, y Monseñor se despidió de ellos, para subir arriba.
334.- Entonces me acerqué a él y le
Dije: -“Monseñor Ilmo., si le parece bien, quiero decirle una palabra”. Se volvió hacia mí sonriente, y me dijo: -“¿En qué puedo servirles, Padres míos? -“Ilmo. Señor, tenemos a uno en casa que maltrata al Superior; esta mañana, precisamente, ha injuriado tanto al P. Castilla. Le ha dicho que va a hacer todo lo posible para que desaparezca hasta el nombre de las Escuelas Pías, y que quiere arrojarnos el hábito a la cara. Le pedimos a V. S. Ilma. Que ponga algún remedio. Me respondió: -“¿Quién es? Quizá aquel ciego?” -“El mismo, le respondí”. -“No podía ser otro; está loco, es un insolente; vea cuántos memoriales ha entregado contra mí al Papa. Es necesario castigarlo. Hagan esto; métanlo en la cárcel”. Le respondí: -“¿Con qué motivo?”. -“Digan que lo he dicho; y no se preocupen de más. Digan al P. Castilla, de parte mía, que lo meta en prisión, y lo castigue.
335.- Le di las gracias, y, cuando íbamos a Casa, contentos del viaje, le preguntábamos qué debíamos hacer para encarcelarlo. -“Tráiganmelo ustedes con buenas palabras, y después déjenme obrar a mí, que me encargaré de sacar las cadenas; y luego, que grite lo que quiera”. Con estas palabras, nos fimos a Casa, donde encontramos al P. Castilla a la puerta, llorando como un niño, a causa de los malos tratos que había recibido del H. Lucas.
Enseguida le dije: -“P. Castilla, hemos estado con Monseñor Asesor [Albizzi]. Le he contado todo lo que ha hecho el H. Lucas, y me ha dicho que Vuestra Reverencia lo meta en la cárcel, y diga que lo ha ordenado él”.
El P. Castilla dijo al momento:
-“¡Venga, vamos, metámoslo en prisión!” Cuando estábamos ya arriba de la escalera, delante del Oratorio, me dijo- “Digamos una palabra al P. General, y hagámoslo con su permiso”. Fuimos adonde el Padre, y éste mandó llamar al P. Pedro [Casani], que me quiso escuchar todo lo que había hablado con Monseñor Asesor. Luego me dijo: -“¡A buena hora! No quiero que se haga nada de esto, ni se hable de ello. Que no se sepa, porque se produciría un escándalo. Y, además, no sería fácil remediarlo”. Le repliqué ya que había dado la palabra a Monseñor, y no quería que se considerara burlado.
-“Vayan a comer; después vuelvan aquí, y déjenme hacer a mí”.
336.- Fuimos a comer, pero enseguida terminamos, para saber que había que hacer. Fuimos los dos adonde el P. General, y yo le pregunté que ordenaba, para dar la respuesta al Asesor. - “Vayan, de parte mía a Monseñor, y díganle que me han hablado sobre lo que él ha ordenado, pero no he querido que se haga, porque, como el H, Lucas es el Cabecilla de los Hermanos, que se guían según su parecer, si ven que hemos hecho esto con él, puede haber alguna amenaza contra ustedes, con el consiguiente peligro., lo que no es tan fácil remediar. Y que por eso no lo he mandado cumplir”. Que le agradezco su buena voluntad. Y si quiera hacernos el favor de ver la manera de echarlo de Casa, haría una obra muy santa”.
337.- Fui con el P. Buenaventura al Santo Oficio. Al entrar en la Sala, avisaron enseguida a Monseñor. Salió, y, al verme, dijo enseguida: -“Así que el Superior no ha querido que haga nada al Cegato?”
- “Monseñor -le dije- el P. General le saluda, besa sus santas manos, y le dice que no ha metido en la cárcel al H. Lucas, porque como es el Cabecilla y Guía de los Hermanos, si éstos llegaban a enterarse de que habíamos cumplido la orden de Vuestra Ilma., alguno de ellos, en venganza, podría dar un golpe a cualquiera de nosotros y, como somos indiscretos, podría suceder algún escándalo publico, con el consiguiente peligro, lo que sería un remedio lamentabilísimo. Por eso, pide a V. Ilma. Que busque otro remedio, de forma que podamos sacarlo de Roma, y no nos dé más disgustos. Que el Padre le quedará siempre agradecido, pedirá al señor por su exaltación, como siempre ha hecho. Y que encuentre un remedio para que quedemos tranquilos de una vez”.
338.- Monseñor Albizzi me Respondió: -“Tiene razón el P. General; verdaderamente es grande su prudencia, y dice bien; pues es el H. Lucas el que guía a todos los jovenzuelos inocentes, y sabe embaucar hasta a los que tienen juicio. Dios le perdone. Él ha sido la causa de la ruina de la Orden, que había encontrado la forma de que no se publicara el Breve. Pero fue tan grande la necesidad de él, que me obligó a imprimirlo y publicarlo.
Diga, pues, al P. General que pida por mí, que le doy palabra de hacer todo lo que pueda. Vengan en cualquier momento y de cualquier manera, que les ayudaré. Vengan sin ningún temor, y déjenme servirles. Pero, ¿qué podremos hacer con este bendito Cegato, para que la Obra siga adelante, no estando ya en mi mano, como estaba antes?”.
Le respondí: -“Si Vuestra Señoría Ilma. Quisiera hacerme un escrito para Monseñor Vicegerente, y recomendarnos a él, para que haga lo que pueda y nos lo saque de la Casa, nos haría un gran favor, y todos le quedaríamos agradecidos; porque nos tiene en continua zozobra”
339.- El Asesor del Santo Oficio me respondió: -“Nunca hago esto por escrito. Es mejor que se vean con al Vicegerente a las 22 horas. Yo estará allí, y hablaremos sobre lo que se pueda hacer”. Con esto me despidió, y llevé la respuesta al P. General, quien quedó muy satisfecho.
Muchas veces había pedido ya a Monseñor Vicegerente que nos hiciera el favor de decir una palabra a Monseñor Albizzi, para que nos echara una ayuda, y me había respondido que o dijera la manera de hacerlo, pero que no quería comprometerse, por su amistad con el P. Esteban [Cherubini]. Prefería que, cuando llegara la ocasión, le dejara hacer a él. Y, como había llegado la ocasión, quise ir a decirle que, a las 22 horas, iría allí Monseñor Asesor, para tratar el asunto “de ese Hermano que nunca esta pacífico”, e y podría hacer algo por nosotros. Me respondió: -“Dejémoslo que venga, y según vea la situación, así actuaré. Y estén allí presentes, para poder negociar con mayor claridad, que no abandonaré el camino de poderle obligar dar palabra”.
340.- Sonaban las 22 horas, cuando llegó Monseñor Albizzi a Casa de Monseñor Vicegerente. Entro en las estancias secretas, estuvieron ellos hablando un rato, ordenaron llamarme, y me dijeron que querían enviar al ergástulo al H. Lucas, “pero, como la Orden es pobre y no puede pagar, sería mejor enviarlo a la cárcel de Tor di Nona”. Les respondí que esto sería aún mucho peor, porque todo el día estarían yendo allí nuestros Hermanos, y cada día infectaría el Palacio con memoriales, lo que causaría mayor inquietud, “porque esa cabeza nunca está tranquila”. Le pareció bien la respuesta a Monseñor Vicegerente, y me dijo:
-“Nosotros tenemos las Cárceles en Il Popolo. Vayan de mi parte al Prior y vean si hay alguna cárcel vacía, que lo enviaremos allá, donde no tendrá ocasión de que vaya nadie, pues yo mismo lo encomendaré al Prior, para que le deje hablar con nadie.
441.- Aprovechando la ocasión, recomendé a Monseñor que nos ayudara. Me prometió hacerlo, y que acudiera a él en cualquier necesidad; que lo haría.
En efecto, así lo hizo en una causa grave de Chieti, que tuvimos con los Frailes de San Francisco de Paula, con motivo de la herencia de Juan Tomás Valignani. Ellos decían que la Orden estaba destruida, y, en esta circunstancia de caducidad la herencia les correspondía a ellos. Nos acosaban de tal forma ante el Tribunal de A.C., que estuvimos a punto de grave peligro de perder tal herencia, de más de 20000 escudos. D
Un día el P. Ángel [Morelli] de santo Domingo, me dijo que la teníamos en gran peligro; que fuéramos adonde Monseñor Asesor, a que nos diera una carta para el Arzobispo de Chieti, para que no nos molestaran, porque no era verdad que estuviéramos destruidos. Hicimos un memorial, y fuimos a estar con él. Le expusimos nuestra necesidad, y enseguida escribió una carta, mejor de la que queríamos. Decía que Nuestro Señor, el Papa, había ordenado no molestar a los Padres de las Escuelas Pías, ante la pretensión de que estábamos destruidos. Al contrario, Nuestro Señor, de incapaces de poseer, los había declarado capaces.
Enseñamos esta carta al Abad Trovi, Auditor de Monseñor Vidimara, Auditor de la Cámara, el cual no dio ya oídos a los Frailes, ni éstos nos molestaron más. Enviamos la Carta al Arzobispo de Chieti, y él la llevó a la práctica, con lo que nunca más tuvimos ninguna molestia.
342.- Por la tarde de aquel día, no pude ir al Convento de Il Popolo, porque ya era muy tarde, Fui a la mañana, y me acompañó el P. José [Pennazzi] de San Eustaquio, de Pesaro. Íbamos hablando del problema del H. Lucas, y me dio una razón, verdaderamente buena, que no tenía vuelta de hoja.
-“Padre mío, comete un gran error, al querer meter al H. Lucas en la cárcel de Il Popolo, pues es adonde tendremos que ir dos veces al día a llevarle de comer, ahora que llega el verano. Yo aconsejaría que vaya, por el contrario, fuera de Roma, que es la mejor solución de todas; así no pensaríamos en esta desgracia, que cada día nos preocupa más. Haga como le digo, y hará bien. A pesar de todo, vamos a Il Popolo a ver las cárceles. Llamamos al P. Prior y le exponemos el encargo, de parte de Monseñor Vicegerente”.
El Prior nos respondió que había una cárcel libre, pero llena de agua, en la que, si se metiera alguno, estaría todos los días empapado, lo que no era conveniente. Volvía adonde Monseñor y le dije que en Il Popolo todas las prisiones estaban llenas, porque una que quedaba vacía estaba llena de agua, y no era adecuada. Que si le parecía bien a Su Señoría Ilma., hiciera una obediencia para enviarlo fuera de Roma. Que sería mejor, y nos libraríamos de muchos fastidios, y también de muchos gastos.
343.- Monseñor Vicegerente nos preguntó adónde se le podía enviar en las afueras de Roma. -“Tenemos Frascati -le respondí, pero no es a propósito, porque allí van los Cardenales, y sería el mismo problema. Poli está en la Diócesis de Palestrina, y todo el día estaría enervándole la cabeza al Cardenal Roma o a su Vicario. Así que el lugar más a propósito es Moricone, Tierra del Príncipe Bordéese, que pertenece al Obispado de la Sabina. Allí se le puede dar la obediencia, con mandato de que aquel Superior lo reciba. Me respondió: - “Denle la obediencia como mejor les parezca, y luego tráiganmela, que ordenaré ponerle el sello del Cardenal Vicario, y la firmaré”. Esto se lo conté solamente al P. Francisco de la Anunciación, para que él le diera la obediencia, como se ordenaba, y la hizo de esta manera: “Ordenamos al H. Lucas de San Bernardo, Clérigo de las Escuelas Pías, que, en virtud de Santa Obediencia y de excomunión, que vaya de residencia a Moricone, por orden de Nuestro Señor el Papa, y no salga de aquel Convento sin licencia nuestra, dada por escrito; y lo mismo mandamos al P. Juan de Santa María, alemán, Superior de dicha Casa, para que lo reciba en Comunidad en la misma Casa, bajo las mismas penas. Dado en Roma a…de mayo de 1647 - Firmada y sellada - Vittrice, Vicegerente”.
344. No sabíamos cómo hacer para presentarle la obediencia, porque, si venía un seglar, fácilmente lo maltratarían todos aquellos Hermanos que él acaudillaba, e incluso algunos sacerdotes que también le seguían por sus intereses particulares. Si se la dábamos nosotros, podría producirse algún rumor, seguido de algún desorden. Estábamos pensando cómo hacer, cuando me vino la idea de que lo mejor sería que lo hiciera el P. José [Pennazzi] de San Eustaquio, que ya estaba informado de todo, porque estaba en el Noviciado del Borgo. “Es tarde, y sabe Dios si estará en Casa -dijimos-”.El P. Buenaventura me dijo: -“¡Vamos! Quizá lo encontremos”. Y en casa estaba. Le dijimos si quería hacer el servicio de llevar aquella obediencia al H. Lucas; que se la presentara, empleando alguna excusa; lo mejor a las dos de la noche, cuando todos estaban en la cama, para que no lo viera ningún Hermano, no fuera que se produjera algún alboroto, y nos resultara peor.
345.- Cogió la obediencia, y me dijo que le dejara hacer a él, que no me preocupara. Volvimos a Casa, cenamos, fuimos a la recreación, terminamos nuestras devociones, y nos retiramos a la celda. Pero aquella tarde no vimos al H. Lucas, porque los Hermanos le habían mortificado por tantos despropósitos como había hecho, por lo que le dijeron que habían encontrado a un servidor de Monseñor Vicegerente, y les había dicho que Monseñor estaba enfadado y quería enviarlo al ergástulo, pero que los Padres no habían querido.
Cuando estábamos ya retirados, sonó la campanilla de la puerta, y yo enseguida me metí en la cama. Llegó el P. José de San Eustaquio y fue adonde el P. General, que aún no había ido a dormir. Le dijo que esperara todavía un poco, mientras llamaba a cuatro sacerdotes y al H. Lucas de San Bernardo, a quien debía leer una orden de Monseñor, que le había mandado hacer el Papa. El P. José le respondió que ya estaban todos descansando; si le parecía mejor, podría hacerlo por la mañana. El P. General le respondió que era necesario hacerlo en aquel momento, que así se lo había ordenado Monseñor, y no podía transgredir la orden. - “Haga o que quiera -le respondió-; yo esperaré a lo que diga”.
346.- Bajó de arriba el H. Agapito [Sciviglietto] y llamó al P. Nicolás Mª [Gavotti] del Rosario, al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación, y al P. Bernardo de Jesús María, y les dijo que fueran a la Celda del P. General, a oír lo que ordenaba Monseñor Vicegerente. Después se fue a la celda del H. Lucas, lo llamó varias veces, pero no respondía. El H. Agapito llevó la noticia de que el H. Lucas no respondía, a pesar de haber golpeado y llamado muchas veces, sin obtener respuesta alguna. Bajó enseguida el P. José a mi habitación, que estaba al lado de la del H. Lucas, para ver si estaba en la celda. Observó que se movía en la cama, y le llamó, diciéndole que se levantara, que era orden de Palacio; que no intentara otra cosa, de lo contrario, rompería la puerta, lo que sería mucho peor de lo que pensaba; que se vistiera pronto, que los Padres le esperaban en la Celda del P. General. “Déjeme un tiempo -dijo- para que pueda vestirme, que bajará enseguida”.
247.- Cuando llegó el H. Lucas, dijo el P. José: -“Padres míos, a estas horas me ha llamado Monseñor Vicegerente, y me ha dicho que lea este escrito al H. Lucas en Presencia del P. General y de otros cuatro sacerdotes. El P. General dijo:
-“Léalo”. Leyó el P. José la obediencia, y después se la dio al H. Lucas. Ésta la cogió, la besó, se la puso sobre la cabeza, y dijo: -´Supra caput´. Pero es necesario que tenga alguna facilidad para ir, y un Acompañante, porque no sé el camino, y no veo” El P. General le dijo: -“Es cosa justa; llamen al P. Juan Carlos; que le busque una caballería para poder ir a cumplir la obediencia, que quiere ir gustoso a cumplir la orden de Monseñor”.
Dijeron al H. Agapito que me llamara, y fuera sin falta a la Celda del P. General. Le dije que entrara, y me contó lo que había pasado. Bajé y entré donde el Padre. Éste me dijo qué podíamos hacer para conseguir una caballería para por la mañana al amanecer. Le respondía que no era hora de poder encontrar una caballería; que podía servirse de nuestro borriquillo, que era buenísimo; y se podía enviar al H. Carlos [Arcangeli] de la Natividad, de Peruggia, como Acompañante, y para que volviera el borriquillo.
348.- Al ver el borriquillo, el H. Lucas comenzó a gritar. Quizá esperaba encontrar un caballo, y a otro Acompañante distinto para el camino, porque el H. Carlos no le parecía bueno; y porque el asunto iba para largo. Entonces el P. José le dijo: - “Salgamos fuera, y dejemos descansar al Padre. Y usted, H. Lucas, no grite, que el Acompañante te lo ha designado Monseñor. No hacen falta palabras; de lo contrario, tengo orden de hacer otra cosa. Me ha dado también la hora cuando tiene que partir, y yo les acompañaré un tramo del camino”.
Empezó a decirme: -“Tantos años como hace que estoy en Casa, ¿y no quieres buscarme un caballo, para que pueda ir como ha ordenado el Padre? Le respondí que, si fuera de día, le habrá buscado incluso una litera, para que fuera con toda comodidad. -“Póngase de acuerdo con el P. José, que yo no puedo hacer otra cosa”. Y así se tranquilizó. El P. José llamó al Hermano y le dijo: -“De mañanita tiene que ir a Moricone, prepare el borriquillo, para que, cuando venga yo, esté dispuesto”. Y en eso quedaron.
349.- Hacia las 7 de la mañana, llamaron a la Puerta, y el P. Gabriel se asomó enseguida a la ventana para ver quién era, porque se había corrido que, en vez de enviarlo a Moricone, lo enviaban al ergástulo. Era el P. José, que había venido a echar al H. Lucas, y a acompañarlo hasta fuera. Entró, llamó a la puerta del H. Lucas, y no respondió, hizo ruido para que abriera, pero no quiso abrir en absoluta. Había puesto detrás de la puerta las tablas de la cama y la mesita de tal forma, que no se podía abrir. El P. Gabriel comenzó a decir al Hermano que abriera; que no temiera nada, porque ya estaba todo preparado para ir a Moricone; que no temiera ya. Y así, abrió lo mejor que pudo; porque había defendido tanto la puerta, que no tenía fuerza para abrirla. Cuando bajaron, quería hablar con algún Hermano, pero no se lo permitieron. Finalmente, se dirigieron a la puerta de Santa Inés, y el P. José lo acompañó hasta el puente de la Mentana. El H. Lucas no quiso montar a caballo, sino que prefirió lo hiciera en H. Carlos; de tal manera que, cuando volvió a Roma, estuvo ocho días que no podía andar; y cuando lo contaba nos hacía reír a todos.
Una vez que se fue el H. Lucas, toda la Casa quedó tranquila; ya no se oían disparates, si andar con impaciencias.
350.- A los veintidós días, el Hermano Lucas se volvió a Roma, y fue adonde Monseñor Vicegerente, para decirle que hacía muchos días que tenía las cartas; pero en Moricone no había médico ni boticario, y había venido a curarse; que diera orden a los Padres de San Pantaleón, para que lo recibieran, y cuando curara, volvería gustoso a Moricone. Monseñor le respondió: - “Ha cometido tantos disparates, que, por sus impertinencias, ha habido que hablar de ellos dos veces al Papa. Y en San Pantaleón no lo quieren, porque lo trastorna todo.