CaputiNoticias02/201-250

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[201-250]

201.- Así que la Casa de Campi, privada de tan buenos individuos, quedó sólo con un simple Sacerdote, viejo y sencillo, que poco o nada podía ayudar, y tres Hermanos, uno de los cuales pretendía ser clérigo, y había borrado la fecha en el libro de Bautismo, para hacer ver que había vestido antes de los 21 años. Se descubrió la falsedad, y el P. Provincial le indultó aquel tiempo; pero, cuando salió el Breve del Papa Inocencio X, cogió el Breve también él; llevaba el hábito hasta media pierna, y se hacía llamar H. José Romano, de Campi; era un gran limosnero, y pretendía hacerse sacerdote. Cuando, después, salió el Breve de Alejandro, fue recibido de nuevo para Terciario; vive aún y está en la Casa de Brindisi, ayudando como Terciario.

Así que en la Casa de Campi quedó solo un Sacerdote y dos Hermanos, uno llamado H. Próspero [Simone] del Espíritu Santo, y el otro H. Juan [Mattei] de San José, los dos de Campi, y buenos limosneros.

202.- Después tuvo la misma tentación el H. Próspero. Cogió el Breve, y se fue a hacer sus cosas. Antes de tomar nuestro hábito, tenía él una heredad y la donó a la Casa de Campi, desde el primer día en que hizo la Profesión, por medio de una Escritura “irrevocabiliter inter vivos”. Aunque era Religioso, siempre ere él quien se cuidaba de aquella heredad, con licencia de los Superiores, para hacer con los ingresos una Capilla en nuestra Iglesia. Pensando que no quedaría ningún Padre, dado que el P. Nicolás era napolitano, y no se quedaría en aquellos Pueblos, pensaba recobrar otra vez para sí la heredad, y administrarla él mismo, pues esta era su profesión. Creía poder defenderse con ella. Muchos se lo le echaban en cara, diciéndole que no era suya, que era del Convento. Al final, quiso morir en nuestra Casa, vestido de Terciario.

203.- Viendo la Sra. Marquesa de Campi que el Convento de los Padres de las Escuelas Pías se había reducido a nada, porque quedaba solo un viejo y un Operario, escribió a Roma a D. Pablo Giordano, Agente suyo, para que hiciera una gestión ante el Papa, y le dijera que, como el Regente Enríquez había hecho un Convento para los Padres de las Escuelas Pías con un gasto de muchos miles de escudos, y ahora todos se habían hecho Curas seculares, y no había quedado más que uno, viejo e inhábil, y un Operario, le diera autorización para poderlos despedir, y poner allí a los Descalzos de San Agustín. Le decía que lo hablara él directamente con el Papa; que su marido conocía muy bien al Regente, y ella también, de cuando el Papa Inocencio X era Nuncio en Nápoles, y la visitó varias veces; y que también estaba muy unida a Dña. Olimpia, a la que no sólo conocía de Nápoles, sino también de España, cuando él era Nuncio en aquella Corte, y el Regente vivía también allí; y que, cuando fue nombrado Cardenal, le ofrecieron regalos tanto su marido como de ella; que, si sabía negociar bien el asunto, lograría este favor; y, finalmente, que no escatimara los gastos.

El Sr. Pablo Giordano solicitó la audiencia; y entrando adonde el Papa, le presentó el asunto, de parte de la Marquesa de Campi, la mujer del Regente Enríquez, a quien Su Santidad conocía muy bien, tanto de España como de Nápoles. Le detalló el hecho, tal como era la instrucción recibida, es decir, que habiendo el Regente, su marido, hecho un gasto considerable en hacer el Convento a los Padres de las Escuelas Pías, resulta que ahora todos se habían hecho Curas, y no quedaba allí más que un viejo inhábil y un Operario, sin provecho para el público de aquella Tierra, como había sido su compromiso de la fundación; que las obras andaban mal, y todo estaba en Ruina. Por todo ello, le suplicaba tuviera a bien hacerle el favor de concederle licencia para poder despedir a aquel Padre, y meter a los Padres Descalzos de San Agustín. Que esta era la gracia que demandaba, cosa justa y digna de concederse.

204.- El Papa Inocencio escuchaba con mucha atención la petición, y, con pocas y compendiosas palabras, le respondió de esta manera:

-“Conocimos, ciertamente, al Regente Enríquez en Nápoles y en España, y también a la Marquesa de Campi, su mujer; pero lo que pide no es cosa tan fácil de conceder, porque, una vez que alguien da una cosa a otro, el donante ya no es dueño de ella; por lo tanto, mientras haya un Padre de las Escuelas Pías, siempre será dueño del Convento; no queremos quitar lo de uno para dárselo a otro; y, además, estos Padres de las Escuelas Pías están apenados, pero no destruidos, como alguno piensa. En cuanto a los edificios que estén mal, deberá arreglarlos la Marquesa, para que no sufran. Salude a la Señora Marquesa, y dele nuestra Bendición”. Y con una señal de la Cruz lo despidió.

Todo esto contó el mismo D. Pablo Giordano, con ocasión de que era Agente en Cagliari, cuando fue a Roma con el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, el Año Santo. Así que, este problema quedó estancado, y el Sr. Pablo no quiso hacer más gestiones, como yo le pedí, para que no nos quitaran el Convento.

205.- Se extendió la voz de cuanto había dicho el Papa, es decir, que no estábamos destruidos, sino apenados, y, con ello, nuestros Padres se animaron, y ejercitaban el Instituto con más fervor.

Pero la Sra. Marquesa no abandonó la empresa por esta respuesta del Papa, sino intentó poner por obra su proyecto, con mayor fuerza. Fue a Nápoles por algunos negocios suyos, y comenzó a tratarlo con el P. Provincial de los Descalzos de San Agustín, diciéndole que había hecho en su Tierra de Campi un Convento a los Padres de las Escuelas Pías, capaz para muchos Religiosos; ya estaban terminadas todas las dependencias, claustros, jardines; tenía un agua exquisita, y todo cuanto se podía desear.

“Pero que el Convento de los Padres de las Escuelas Pías ha quedado reducido al verde, no ha hay en él más que un simple sacerdote viejo, que poco o nada sirve, y otro Operario que hace la cuestación. Sin embargo, la tierra es fértil y abundante en todo, y no hay más Conventos. Yo le ayudaré lo que pueda, y serán Dueños de mi casa. Además tiene el Convento de Lecce y de Nardo, a nueve millas de distancia de Campi; está en medio de ambos conventos, y con el tiempo podrán formar una Provincia, que no envidiará a la de ninguna otra Orden”.

Fueron tan eficaces las razones y palabras que dijo la Marquesa al P. Provincial, que le prometió enviar allí aposta a un Visitador con otros tres Padres, y que lo aceptaría; que el Visitador tenía ya la orden de salida; que procurara escribir las cartas, porque pensaba ir. Esto era el 4 de de mayo de 1651.

206.- Quedaron de acuerdo en que escribiría al Sr. Antonio de Simone, su Agente en Campi, para que le diera alojamiento en su palacio, en Castello, le introdujera en el Convento, echara de él a aquel Padre y al Operario de las Escuelas Pías, y, en su nombre le diera la posesión. Pero que, antes de salir el Visitador, quería ella hablar con él para darle instrucciones, como también a sus Padres, que debían quedar en Campi, “pues, al no ser conocedores del País les quería decir algo, para que pudieran gobernarse, como personas prudentes a quienes poder ayudar. Quedaron de acuerdo en que los enviaría a la mañana siguiente, como hizo. Los dos Padres fueron instruidos según le parecía más conveniente a la Señora Marquesa; les entregó la carta, y el Visitador salió de Nápoles para visitar los Conventos de Terra di Bari, y luego los de la Provincia de Lecce.

207.- El P. José de San Joaquín había vuelto del Año Santo; se fue a Campi, y Monseñor Pappacoda, Obispo de Lecce, lo nombró Superior. El P. Nicolás salió para Nápoles; pero, de Frascati llegó el H. Ángel [dell´Orso] de San Francisco, de Campi; de Turi, por incidentes, fue a aquella Casa el P. Andrés [Garida] de San Felipe Neri; de Roma, el H. José [Romano] de la Anunciación, de Nardo. Así que se multiplicó la Comunidad hasta el número de 6; vivían tranquilos y en sana paz.

208.- Hacia el 15 de junio de 1651 llegó el Visitador de los Descalzos de San Agustín, con otros dos frailes, para presentar las cartas de la Marquesa a Antonio de Simone, su Agente. Les acompañó a Palacio, y tuvo con él todas las atenciones que había ordenado su dueña. Cuando, allí, vieron a estos Padres, tan homenajeados por el Agente de la Marquesa, comenzaron a preguntar por qué tenía con ellos tantas atenciones; les respondió que la Marquesa los había enviado de Nápoles para darles el Convento de los Padres de las Escuelas Pías. Pasó la palabra, y fue advertido el P. José de San Joaquín, Superior, de que estuviera atento, porque a la mañana siguiente iría el Agente de la Marquesa a dar la posesión de su Convento a los Padres Descalzos de San Agustín, que estaban en el Palacio del Castello, para que les entregara el Convento, en nombre de la Marquesa; y que todo estaba preparado para el domingo siguiente por la mañana.

209.- Por casualidad, se encontraba aún en Campi el P. Tomás [Simone] de San Agustín, de Campi él, Superior de la Casa de Turi, que había ido para visitar a su madre, con la que había estado unos quince días. Como los Padre de Turi veían que no aparecía su Superior, se decidieron enviar aposta a buscarlo al P. Buenaventura [Jorio] de San León, calabrés, porque sospechaban que ya no estaba en Campi. Llegó el P. Buenaventura la misma tarde en que había llegado el Visitador, con lo que nuestros Padres llegaron al número de 8, cuatro Sacerdotes y cuatro Hermanos, que estaban preparados, esperando la llegada del Visitador. Hicieron las gestiones, para saber qué hacían, y cuándo pensaban ir; y les respondieron que se habían ido a decir la Misa a la Catedral, que luego vendrían con el Notario a hacerse con las llaves del Convento; esto dijo un enviado, confidente de nuestros Padres.

Comenzaron a consultarse entre ellos cómo debía hacer para no emplear con ellos ninguna violencia -no sucediera que fueran expulsados por la fuerza- y decidieron que los ocho se encontrarían en la puerta, para recibir al Visitador, y preguntarle, amigablemente, qué deseaba; y, según las respuestas que diera, así le darían ellos las respuestas adecuadas. Y se fueron los ocho al primer Claustro esperando a los Frailes Descalzos.

210.- Terminada la Misa, el Visitador se dirigió con sus compañeros al Convento, con el Agente de la Sra. Marquesa, y otros curiosos, para ver qué sucedía. Al llegar a la portería, se encontraron al P. José de San Joaquín, el Superior, y a los otros siete, que lo acompañaban. El P. Joaquín les dijo: -“¿Qué desean, Padres? ¿Quieren decir la Misa, o quieren ver el Convento? Aquí estamos para servirles”.

El Visitador se quedó desconcertado. Comenzó, con prudencia, a preguntarles cómo estaban, cuántos eran, cómo vivían, y si tenían agua buena. El P. José les respondió:-“Ahora somos ocho, y esperamos a otros dos; se vive medianamente bien; el agua es exquisita, y gracias a Dios, todos estamos con buena salud; si podemos servir en algo a V. P., mándenos; pues, aunque, como Pobres, nada podemos, acepte nuestra buena voluntad”.

211.- El P. Visitador se veía confundido por tantas atenciones, y no sabía qué decir, porque se creía engañado por las palabras que le había dicho la Marquesa en Nápoles. No parecía quererse aclarar acerca de su ida. Al final, dijo al Agente de la Sra. Marquesa que le había engañado, pues le había asegurado que sólo había allí un viejo inhábil, y un solo Operario, “y yo veo que aquí hay 8 de Comunidad, y se espera a otros. Por otra parte, nosotros no podemos ser menos de 12; y no es justo quitar lo de otros para cogerla nosotros; ni tampoco queremos pleitear con nadie, porque a nosotros no nos faltan Ciudades que nos llaman; además, estaremos con paz y tranquilidad”.

El Agente de la Marquesa respondió que él había dicho sólo la verdad, igual que la Marquesa; y que no sabía de dónde habían ido tantos Padres, pues antes no se veía más que al P. Nicolás y al H. Juan, “y ahora son ocho; no sé cómo han venido, ni cómo ha transcurrido este asunto con tanto secreto”.

Para zanjar la conversación, el P. José dijo al Visitador que quería tener con él la atención de enseñarle el Convento. –“Vamos arriba un poco, y podrá ver nuestra Pobreza”.

El P. Visitador le respondió que no quería ver ya más; que quedaran todos en santa paz; pero que, si sus Compañeros querían ir, podían hacerlo, que él los esperaría allí.

212.- El P. José llamó al P. Buenaventura para que acompañara a los Padres a que vieran todo; y, si querían hacer colación eran Dueños. Fueron los Padres, acompañados por el P. Buenaventura; vieron lo que había en Casa, quedaron muy satisfechos; se lo agradecieron, y bajaron por la escalera secreta del 2º patio. Después de ver el orden en que estaba el Convento, informaron de todo al Visitador, que se había quedado hablando del tema con el P. José y con el P. Tomás de San Agustín. Se desahogaba el Visitador, se lamentaba de las palabras de la Marquesa, y ellos le tranquilizaban como podían. Le decían: -“Verdaderamente, aquí había un solo sacerdote y un operario; pero, cuando vimos el estado del Convento, vinimos del Pueblo y lo levantamos; porque, debido a los incidentes de nuestra Orden, esta Casa había quedado reducida a tal extremo”.

Compadeciendo el Visitador a nuestros Padres, les ofreció las casas de la Provincia, cuando les hicieran falta. Se lo agradecieron ellos, y, acompañándolo fuera de la portería, se volvió al Castello.

213.- Escribieron a la Señora Marquesa lo que había pasado, pues aún continuaba en Nápoles, y ella comenzó a reflexionar si sería obra Divina, que quería allí a los Padres de las Escuelas Pías; decidió dejarlos tranquilos y no molestarlos más, “como siempre he intentado ayudarlos de mil maneras”.

En su momento se añadirá otro caso sucedido en la Casa de Campi al P. Francisco [Leuci] de San Carlos. Con los ejemplos de las Casas de Nápoles, hemos visto cuánto daño sufrió la Casa de Campi. Ahora veremos lo que le sucedió después.

Cuando se salió el P. José de Santo Tomás de Aquino, llamado P. José Valuta, se arrepintió enseguida, vio que había cometido un error, y escribió al P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, Superior de la Casa de Chieti, que, si lo recibía, iría allá a tomar de nuevo nuestro hábito; pero, como el P. Juan Bautista huyó a Roma (como se ha dicho), a causa de las revueltas que había en el Reino de Nápoles, y no pudo responderle ni darle gusto.

214.- Un día, se hacía una Reunión ante el P. General, sobre un interés de fuera, a la que asistíamos 7 entre todos. Estaba el P. General, el P. Castilla, el P. Vicente [Berro] de la Concepción, el P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, el P. Ángel [Bertini] de la Concepción, el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, y yo. Cuando acabó aquel asunto, el P. Juan Bautista dijo que el P. José Valuta le había pedido ir a Chieti, y tomar de nuevo el habito; que siendo una persona como era, sería bueno recibirlo; tanto más, cuanto que se habían salido tantos, y las Casas estaban desprovistas de buenos Maestros, y éste podría formar buenos alumnos; que teniendo una buena coyuntura, la Orden podía hacer mucho bien. Empezaron a conversar, y el P. General no parecía inclinarse mucho a hacerlo, pero decía que en todo se remitía al parecer de los demás, y: -“Si era cosa de Dios, saldrá bien; pero que todos hablen con sinceridad y sin pasión”. Se continuó a reflexionando, y se concluyó que fuera admitido. Uno se levantó y dijo muchas cosas: Que surgirían inconvenientes, y sería peor que antes; que se considerara bien, y se pensara otra vez; a lo que el P. General respondió que se sobreseyera, no fuera que con aquel ejemplo, otros relajados, que no podían vivir en el siglo, entraran a la fuerza, y se intranquilizarían las Casas más que antes; que le escribiera que, cuando se serenasen los rumores, se pensaría si se podía hacer, y se le daría cumplido gusto. De esta forma, no se hizo más.

215.- Había vuelto de Chieti a Nápoles el P. Miguel [Bottiglieri] del Smo. Rosario, de Somma, llamado por los Padres de Nápoles, porque eran pocos, y le hicieron Procurador en mi lugar; era un individuo íntegro y quería la observancia de la Regla; pero, como encontró las cosas tan revueltas, comenzó a decir que no podía durar mucho vivir de aquella manera; que por la noche no había silencio, pues vivían seglares, dormían por la nuche en casa y jugaban, de donde surgían disturbios que podían causar escándalos, y que, cuando se supiera esto en las otras Casas, estas cosas no causarían buen efecto. En consecuencia, el P. Miguel comenzó a cantar de tal manera, que algunos apenar lo podían ver.

216.- Al cabo de un año del gobierno del P. Marcos [Manzella], llegaron las revueltas de Nápoles, y muchos se salvaban en la Casa de la Duchesca. El P. Tomás [Almaniach] de la Pasión, con el P. Miguel, exhortaron a todos a no dar oídos a nadie, porque no era cosa duradera, pues las revueltas, como se había visto otras veces, no duran, sobre todo cuando son cosas que no van dirigidas por un solo Cabecilla, sino que cada uno quiere ser Dueño de las Repúblicas: -“ Esto es lo que ha sucedido hoy en nuestra Casa de la Duchesca, que todos quieren ser Superiores, y cada uno quiere obrar a su manera”. Estas reconvenciones hacían que el P. Miguel no fuera bien aceptado por quien quería la libertad; decía que, si aquellas cosas llegaban a los oídos del Cardenal, fácilmente los castigaría, con deshonor de todos ellos; y tendría justa razón para defender la expulsión de los que había echado de Nápoles -a instancia de ellos, los observantes, “de los que nunca había tenido quejas, como las tenía de ellos”; y que esto se lo había dicho muchas veces el Cardenal al P. Marcos. “Mientras tengamos que nombrar al nuevo Superior, decía, veamos bien a quién queremos nombrar, para que sea persona de bien, esté en Casa, y no se ande de la mañana a la noche vagando por las casas, como se hace ahora”.

417.- -“Yo quisiera, decía el P. Miguel, que escribiéramos al P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, de la Cava, que está en Bisignano, para que se venga a Nápoles; pues no sólo sería bueno para Superior, sino también para la Iglesia, ya que faltan el P. Marcos y el P. Tomás; sería una persona grave, de santa vida, y no se puede decir que sea forastero; de lo contrario las cosas irán mal. El P. Miguel daba estos avisos, pero no producían fruto, sino, más bien, se hacía odioso; por eso comenzó a callar, porque, decía, “crecen las revueltas en Casa, donde no se ve más que soldados y fugitivos”. Y es que el Pueblo había nombrado General de Artillería al Sr. Aniello di Falco, y a su hijo Juan María, lugarteniente; y la mayor parte del tiempo estaba en nuestra Casa, porque había sido educado entre nosotros, y eran vecinos nuestros; por eso el P. Miguel comenzó a callar, y a no decir más.

218.- A pesar de que en Nápoles se sufría mucho por la guerra entre el Pueblo y la Nobleza, a los Padres no les faltaron nunca las cosas necesarias, gracias a la diligencia del P. Marcos y del P. Tomás, que tenían mucho fama; y los iba ayudando en lo posible el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús con su virtud; además, siempre componía libros y los publicaba, por lo que se le tenía en grandísima estima.

Tranquilizados los rumores y hecha la paz, fue elegido Superior el P. Juan Francisco de Jesús, que intentó poco a poco poner en pie todo lo que se había deteriorado, pero no era cosa fácil conseguirlo, después que la libertad había cogido tantas alas, lo que tanto querían estos tales, como Curas seculares que eran; por eso, se decidió a escribir a Bisignano para que fuera el P. Francisco de Santa Catalina, animado siempre por el P. Miguel y el P. Tomás. Animaron tanto al P. Francisco a ir a Nápoles, que lo consiguieron.

No sabían cómo hacer; como se habían ido muchos, pensaron dar el hábito de alguna manera a algunos, como Terciarios, que ayudaran a la Casa y a las Escuelas, sin hacer caso de edicto que había dado el Cardenal de que no se recibiera a nadie, sin licencia expresa suya. Llegó la noticia de esto al Cardenal; vio que habían dado el hábito a algunos, y se enfadó tanto, que ordenó meter en prisión al P. Marcos, como primer Superior; y al P. Francisco de Santa Catalina, que entonces era Superior, porque andaba dando las instrucciones; y los tres fueron enviados por el Arzobispo a la cárcel pública de Carcare.

219.- Buscaban también al P. Miguel, pero como había ido a Somma, no pudieron atraparlo. D. Luis de Gennaro, fiscal del Cardenal, ordenó que, cuando volviera el P. Miguel, iría enseguida a buscarlo, pues así lo había ordenado el Cardenal

Pronto se lo comunicaron en Somma, a fin de que, haciéndole sabedor de todo, se salvara de ingresar en prisión. Se puso a salvo, y se fue a Roma. Cuando llegó a San Pantaleón contó todo como pasaba, para poder remedirlo, y que los tres Padres fuera excarcelados. Estuvo tres días en Casa con toda tranquilidad. Pero, viendo esto el enemigo de nuestra paz y tranquilidad, tentó a algunos, para que fueran adonde el Cardenal Ginetti a decirle que se había huido de Nápoles un Padre, y había venido a Roma “para inquietarnos”. Que diera orden al P. Castilla de que lo despidiera y lo expulsara, y volviera a la Casa de Nápoles, dado que había ido a Roma sin licencia de su Ordinario, que era el Cardenal Filomarino, quien, si no, se enfadaría, con algún daño notable, y lo podría declarar apóstata.

220.- El Cardenal envió a un Gentilhombre suyo, para que, si era verdad, lo despidiera, y fuera a meterse en sus cosas, que no quería disturbios en la Casa de San Pantaleón.

El P. Castilla quedó muy preocupado, pues no sabía qué hacer, porque ya sabía quién había sido el autor de este nuevo incidente, reprochando al mismo P. Miguel de que los napolitanos habían expulsado a los forasteros; y al no poder estar en sus Casas, venían a inquietar la paz de la Casa de San Pantaleón. El P. Miguel, que era persona sensata, le dio una respuesta punzante, diciéndole que él no era una persona a quien se pudiera expulsar, que quería estar en San Pantaleón, por mucho que él se opusiera, pues no sólo él había crecido en la Casa de San Pantaleón, sino toda la Orden. Para tranquilizarlos, se determinó que el P. Miguel se fuera a la Casa del Borgo, donde estaría con el P. Francisco, y nadie le molestaría; que después podría volver cuando quisiera. El P. Castilla me llamó, y me dijo que acompañara al P. Miguel adonde el P. Francisco, al Borgo, y le dijera que permitiera al P. Miguel estar en el Noviciado, por cuatro o cinco días, hasta que se hablara con el Cardenal, para que pudiera volver a San Pantaleón. Fuimos donde el P. Francisco, y me respondió:

-“¡Cómo por cuatro días! Lo quiero siempre conmigo; no quiero que me deje; estaremos contentos, y tendremos siempre una sola voluntad”.

221.- Viendo la amabilidad del P. Francisco, el P. Miguel me dijo que pensaba quedarse en el Noviciado, dando algo de clase; que ya no le preocupaba estar en San Pantaleón; pero seguía recomendándome aquellos Pobres Padres de Nápoles, que estaban en prisión, para ver si encontraba la manera de liberarlos. Yo le respondí: -“Esperemos primero las cartas, y después veremos lo que se puede hacer”. Y me despedí, porque era tarde.

Cuando volvía a San Pantaleón, di la respuesta al P. Castilla. Dijo que le parecía que estaría contento, “y éstos que lo han contrariado quedarán tranquilos”. Pero no sucedió así, porque, en cuanto se supo que estaba en el Borgo, a la mañana siguiente ya fue el H. Felipe [Loggi] de San Francisco, de Lucca, a decir al Cardenal que el P. Castilla había echado al Padre que había venido de Nápoles, pro se había ido a la Casa del Borgo; que no era bueno estuviera en Roma un fugitivo; que sería bueno enviara a decir al P. Francisco que lo despidiera. Fue el H. Felipe adonde el P. Francisco, y le dijo que el Cardenal había ordenado expulsar al P. Miguel, porque no lo quería en Roma.

222.- El P. Francisco respondió que al día siguiente iría él adonde el Cardenal, hablarían juntos, y haría lo que le ordenara. Se extrañó el H. Felipe, y le respondió que no era necesario se tomara aquella molestia, porque el Cardenal le había ordenado ya que lo expulsara. A la mañana, el P. Francisco, sin decir nada al P. Miguel, se fue a San Pantaleón a hablar con el P. Castilla; se encontró en la escalera al P. Nicolás María [Gavotti], que había oído al P. Miguel que le había recibido en el Noviciado del Borgo, contra la voluntad del Cardenal, pero no lo podía tener allí, porque era fugitivo de las Casas de Nápoles, que había querido anidarse en Roma, “y el Cardenal no lo quiere, y no debe estar”. El P. Francisco le respondió que se ocupara en sus cosas, y no se ingiriese en la Casa del Borgo; que se tranquilizara de una vez, y no se inquietara; que no pensara en ello, pues no aquello no le correspondía; que él sabía muy bien lo que hacía, y ya se pondría de acuerdo con el Cardenal.

223.- Llegó el P. Castilla, llamó aparte al P. Francisco, y le dijo que el Cardenal había ordenado despedir al P. Miguel; que fuera a hablar con él, para que revocara la orden dada al H. Felipe; que “éstos dos no quieren cumplir con sus obligaciones”; y que le importaba este asunto, de si debía estar en Roma o no.

El P. Francisco le respondió que no se preocupara. -¡”Ahora voy adonde el Cardenal, y le hablaré, para que no dé ya crédito “a estos revoltosos, que han sido nuestra ruina”.

Fue el P. Francisco a hablar con el Cardenal y le dijo que se encontraba sin Maestro de escritura en la escuela del Borgo; que había hecho muchas diligencias, escrito fuera, y no había podido encontrar a nadie. “Ahora ha llegado un Padre de Nápoles, a quien parece que Dios ha enviado a ayudar a esta Casa del Noviciado; no es un individuo ordinario; siempre ha tenido cargos importantes en la Orden, y siempre se ha portado bien. Y ha ido, de parte de Vuestra Eminencia, el Hermano Felipe, diciendo que lo mande fuera; pero es una persona observante, que desea el bien de la Orden. Cuando tenga ocasión de escucharlo a él, se alegrará mucho. Éstos son inquietos; lo que quieren es inquietar a la Casa del Noviciado. No los crea V. E. tan fácilmente, porque el H. Felipe es un mandado del P. Nicolás María, que siempre ha sido revoltoso, y busca soliviantar a otros.

224.- Le respondió el Cardenal: -“Me han dicho que es prófugo de Nápoles, y ha venido sin licencia del Cardenal Arzobispo. Déjelo ahora, que quiero informarme mejor, para no dar ocasión a alguna revuelta. Diga a ese Padre que venga adonde mí, que quiero hablarle”. Y con esto lo despidió.

Volvió el P. Francisco a San Pantaleón, habló con el P. Castilla, y quedaron en que, después de comer, iría el P. Miguel a San Pantaleón, que le enviaría con el P. Juan Carlos [Caputi]. Y el Cardenal le creyó.

Vino el P. Miguel, fuimos donde el Cardenal, y, al entrar en la sala, vimos que lo acompañaba un Prelado; pero, volviendo a la Antecámara, me llamó, y me preguntó qué sucedía. –“Eminentísimo, me ha enviado el P. Castilla con un Padre que ha venido de Nápoles, a quien V. E. quiere hablar. Es ése que está fuera”.

225.- Me preguntó qué tipo de persona era, y por qué había huido de Nápoles a Roma. Le respondí que este Padre es el mejor de la Provincia de Nápoles, y no había huido porque hubiera cometido alguna falta, sino para alejar una afrenta del Cardenal Filomarino, el cual, por haber dado el hábito los Padres de Nápoles a algunos Novicios, sin su licencia, “ha encarcelado a tres en las cárceles públicas del Arzobispado, en Carcare; y como este Padre era Procurador de la Casa principal de la Provincia de Nápoles, lo buscaban también a él para meterlo en prisión. Pero, cuando se encontraba en Somma, su pueblo, se enteró de la captura de los tres Padres, y ha venido a Roma para ayudarles; no es que haya huido por haber hecho algo indigno. Me ha pedido que suplique a V. E. que escriba una carta al Cardenal Filomarino, para que lo deje, porque el Breve del Papa Inocencio X no prohíbe dar el hábito, sino hacer la Profesión”.

226.- Me respondió que la Congregación nunca había prohibido dar el hábito, sino sólo que hicieran la Profesión; que no tendrá en cuenta una simple carta que yo lleve; que lo necesario es hablar con Monseñor Farnese, Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares, y la haga en nombre de la Congregación o de Monseñor Albizzi, pues, cuando se estudie este asunto, esto tendrá más fuerza; de lo contrario, lo maltratará por mucho tiempo, pues “aquella Cabeza no se deja conmover por nadie”; y que cuantas más cartas de recomendación vayan, será peor. “Haga un memorial y tráigamelo, que yo hablaré con Farnese; y usted lleve otro semejante a Albizzi, el Asesor del Santo Oficio, que le hará una carta, como al Arzobispo de Chieti, para el pleito. Diga a este Padre que se dedique, sí, a dar la clase, y esté alegre, porque queremos ayudar a estos Pobres Padres que están en las Cárceles”.

Le supliqué que lo consolara y le diera su bendición.

Lo mandó entrar, y le dijo que sí, que podía dar la clase, “y a quien le diga algo, respóndale que venga a mí, que yo le daré la Respuesta”. El P. Miguel quería informarlo, pero le dijo –“No hace falta, ya le he dicho al P. Juan Carlos [Caputi] lo que debe hacer”.

Al P. Miguel le parecieron mil años el tiempo que estuvo fuera, para saber lo que había dicho el Cardenal. Me preguntó lo que había decidido acerca de su persona; y que no sabía aún la orden que me había dado, acerca del memorial sobre los Tres Padres que habían sido capturados en Nápoles por el Cardenal Filomarino.

Al salir del Portón, comenzamos a conversar; que, en cuanto a su persona, siguiera aún en el Borgo; y, si alguno le decía algo, le respondiera que fuera al Cardenal, que él le diría lo que ha ordenado; y que no se tomara más disgusto, porque el resto lo haría yo en San Pantaleón con quien fuera necesario; hablaría con el P. Castilla y le diría lo que había dicho el Cardenal.

227.- El H. Felipe [Loggi] fue tentado de nuevo, y dijo al Cardenal que no se había ido aún el Padre napolitano, ni el P. Francisco había dado cumplimiento a su orden; que no estaba bien que continuara allí, porque con su ejemplo otros de las otras Casas también se irían; y, si vinieran a Roma, quedarían desprovistas las Casas de fuera; y las de Roma no podrían soportar más este peso. –“Por eso, háganos Vuestra Eminencia este favor, para que no surjan disturbios entre los Padres”.

El Cardenal le respondió que ya había dado al P. Juan Carlos orden de lo que debía hacer; que no se preocupara, que a su debido tiempo, en cuanto terminara sus asuntos, se iría, “porque así me lo ha recomendado el Cardenal Colonna, y no debo hacer violencia a nadie que venga a Roma para los negocios de sus Casas; son Religiosos y no está bien que estén fuera de sus Casas, ni es decoroso a su hábito que residan en Posadas, mientras tengan las Casas de su hábito; además, iría contra los Breves Pontificios, que exigen que los Religiosos vivan dentro de la Clausura. Así que esté tranquilo, y no piense más en ello”.

228.- El H. Felipe , de Lucca, quedó humillado. No era sólo por pasión, por lo que no querían al P. Miguel en Roma, sino porque pensaban venderlo todo y repartirse el Dinero. En efecto, en otra ocasión, fue a Roma, por pocos días, el P. Juan Crisóstomo [Peri] de Santa Catalina de Siena, genovés, con su acompañante, por algunos asuntos de las monjas de Millesimo, y el mismo H. Felipe dijo al H. Lucas [Bresciani] de San José, de Fiesole: -“Ahora han venido otros dos; si se venden las cosas, nos tocará a dos partes menos. ¡Esta era situación se encuentra la Pobre Orden, que los propios hijos buscan vender las cosas, para repartir a tanto por cada uno!

229.- El H. Lucas de San José se alteró tanto por estas palabras, que le dijo la siguiente bravata: -“¡Pero hombre! ¿Esta es la esperanza que todos tenéis? ¿Repartir las cosas, para repartir también el precio? Habría que echarlo de Casa a usted, pues, en todo el día, no hace otra cosa más que andar solo por la Ciudad, vagabundeando por las Academias, con sus excéntricos sonetos, haciendo reír a todos; tanto, que hasta los Cardenales se quedan escandalizados de que un Hermano, Pobre, Descalzo, de las Escuelas Pías, vaya haciendo el Bufón en medio de tan competentes Académicos, en presencia de Cardenales; no se avergüenza de hablar; y con sus despropósitos ha sido la ruina de toda la Orden”.

Llegaron otros Hermanos y comenzaron a gritarle, porque escandalizaba a los Padres que venían de fuera con estos necedades suyas. De esta manera, quedó humillado, y ya no habló más.

230.- Hablando, después, con el P. Miguel, le dije que había presentado al Sr. Cardenal la excarcelación del P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, del P. Marcos [Manzella] y del P. Juan Francisco [Apa], por parte del Cardenal Filomarino, porque habían dado el hábito a algunos Novicios, sin licencia suya, y contra su edicto. Y el Cardenal había dado orden de que se hiciera un memorial a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, en estos términos: Que en el Breve del Papa Inocencio X se reducía la Orden de las Escuelas Pías a Congregación de Curas Seculares, y prohibía, solamente, que en los Noviciados se hicieran más Profesiones, pero no prohibía que se diera el hábito a Novicios; que se entregara al Monseñor Farnese, para que él hiciera una carta al Cardenal Filomarino, de parte de la Congregación de Obispos y Regulares, diciendo que se había tratado muchas veces, entre los Padres de las Escuelas Pías, sobre si se podía dar el hábito a los Novicios, después del Breve del Papa Inocencio, y se había determinado que se les podía dar. -“Y otro parecido llevaré yo a Monseñor Albizzi, para que también él escriba una carta, de parte de la Congregación sobre las Escuelas Pías, dado que es el Secretario. Es necesario hacer este Memorial; que sea breve y sucinto, y no sea visto por nadie, porque, si se descubre, no se conseguirá nada, dado que hay Opositores, que querrían ver destruido del todo su Instituto”.

231.- Se hizo el Memorial y se lo llevaron al Cardenal Ginetti, que se lo entregó a D. José, su Caudatario, para que lo llevara de su parte a Monseñor Farnese, e hiciera un Decreto, acerca de que en el Breve del Papa Inocencio X no estaba prohibido dar el hábito a Novicios, aunque no podían hacer la Profesión; y una carta al Cardenal Filomarino, para que, al no existir tal prohibición, excarcele a los tres Padres, prisioneros por haber dado el hábito, diciendo que es una cosa justa, que ellos no habían actuado en contra de dicho Breve, y que él no lo podía prohibir en su edicto.

Fue D. José, y Monseñor Farnese le dijo que hablaría al Cardenal. Y, por lo que me dijo el mismo D. José, no se podía hacer sin contar con la Sagrada Congregación; Monseñor Farnese le dijo también que yo le llevara un Breve impreso, para ver los días de la fecha del Breve, porque se ha de hacer con el Cardenal Filomarino, quien, cuando quiere una cosa, no atiende ni a cartas ni a Decretos. Esto es lo que me contó el Sr. Caudatario.

Yo llevé a Farnese el Breve y la copia del edicto del Cardenal, y me dijo que el Cardenal Filomarino no debió hacer aquel edicto, pues iba en contra del Breve, y que no tenía tal autoridad para expulsar de Nápoles a nadie; a lo más, castigar a quien cometiera un error; que la cosa se había hecho con precipitación y sin reflexión; que el Memorial no estaba a su modo, pues faltaba no sé qué; que él lo arreglaría, e incluso hablaría con el Papa, cuando terminara la Congregación.

232.- Farnese quiso que le informara también el P. Miguel sobre las cualidades de los Padres en prisión, y de cuándo había sucedido esto.

Llevé igualmente el memorial a Monseñor Albizzi, Asesor del Santo Oficio, el cual, compadecido, me dijo: -“Dios perdone al que ha sido causa de estos sufrimientos vuestros”; y enseguida escribió una carta al Cardenal Filomarino, diciéndole que las intenciones de la Sagrada Congregación nunca habían sido que los Padres de las Escuelas Pías no pudieran dar el hábito a Novicios, sino que éstos no hicieran la Profesión; y que la Congregación había ordenado excarcelar a los tres Padres que estaban presos por esta causa.

233.- Tuvo lugar una Congregación de Obispos y Regulares, y se puso el Decreto en lugar público. En él se decía que el Breve de Inocencio X no obstaba a que los Padres de las Escuelas Pías pudieran dar el hábito. Y, la instancia la instancia mediante una carta, Monseñor Farnese me respondió que quería hablar antes con el Papa, porque quizá el Cardenal Filomarino no quisiera obedecer a la Congregación, fuera necesario hablar con el Papa; “en cambio, contándole los puentes, quizá se tranquilice”. por eso hubo que esperar a que fuera a la audiencia del Papa, y presentara la resolución, que, en sentido restrictivo, decía de esta manera:

“Habiéndose tratado muchas veces en esta Sagrada Congregación de Obispos y Regulares sobre si los Padres de las Escuelas Pías pueden dar el hábito a Novicios, dada la sentencia sobre su Orden, reducida a Congregación por Nuestro Señor, el Papa, con un Breve, del día 16 de maro de 1646, en el que dice solamente “absque ulteriorum votorum emissione”, y habiendo discutido el caso estos mis Eminentísimos Señores, han resuelto que se puede dar el hábito; y que aquéllos a quienes Vuestra Eminencia ha encarcelado, no han incurrido en ninguna pena; así que tenga V. E. la bondad de excarcelarlos y liberarlos. También se ha hablado de ello con Nuestro Señor, como han mandado estos mis Eminentísimos, y él ha respondido que la Sagrada Congregación ha dictaminado bien. Por lo tanto, no hay ninguna dificultad. Dado…Esto fue el año 1651.

234.- Enviadas las cartas al P. Juan Lucas [Di Rosa] a Nápoles, por medio del P. Miguel [Bottiglieri], se las llevó al Cardenal, que le dio una buena reprimenda. Le dijo que no querían reconocerlo como a su Superior; que habían enviado de Nápoles a Roma a aquellos Pobres Padres, y desde allí le habían informado que, después, muchos habían abandonado el hábito por su causa, y que no guardaban ninguna observancia de la Regla, sino que cada uno quería vivir a su manera. “Estos Padres que están en prisión se han portado con mucha modestia, y nunca se han quejado, de lo que yo he quedado contento; pero algunos critican sin razón, y se encuentran con lo que no desean; les haré pagar algo más que un poco de cárcel. Y, como las Sagradas Congregaciones me escriben en nombre de Nuestro Señor, los liberaré por esta vez; pero, en el futuro, cuando haya que tomar el hábito, lo quiero saber yo; ordenaré se hacer las Reglas que deben observar; y, de no hacerlo, castigaré a los transgresores”. Y con esto, dio orden de que los tres Padres fueran excarcelados.

235.- Estos Padres estuvieron en prisión tres meses, es decir, el P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, de Lucca, el P. Marcos [Manzella] de la Ascensión, de la Campagna, y el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, napolitano. Durante este tiempo, éste último, para no estar ocioso, escribió un librito para los alumnos de la Clase 1ª de Lectura, titulado “Sagrados Trofeos de los Pequeñines, y hechos memorables de Niños y Jóvenes”, publicado después en Roma el año 1660 por el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, General de las Escuelas Pías. Luego fue enviado a Roma por el P. Juan Lucas de las Santísima Virgen, cuando era Provincial de la Provincia de Nápoles. Este libro se escribió, pues, dentro de las cárceles del Arzobispado de Nápoles, como se ha dicho.

Salieron los tres Padres como tres Inocentes Corderitos, y fueron a darle las gracias al Cardenal. Éste les dijo, que, en el futuro, no permitiría que hicieran lo que habían hecho, sin su permiso; y que, si alguno pedía recibir el Hábito, exigiría la información y los certificados, para que supieran lo que debían observar. Y con esto, fueron despedidos.

Al cabo de dos meses, fueron entregadas a nuestros Padres las nuevas Reglas encargadas por el Cardenal Filomarino, con orden de que las observaran al pie de la letra, bajo penas corporales y arbitrarias. De ellas se enviaron copias a Roma. Quienes las vieron, no sólo quedaron escandalizados, pues aparecían en ellas como Religiosos enclaustrados, sino se rieron de ellas. El P. Vicente [Berro] de la Concepción las tuvo en la mano, y las copió en uno de sus libros, que se conservan en Roma como se ha dicho.

Todos estos escritos, como también los de las otras Casas, fueron útiles en tiempo del Papa Alejandro VII, cuando se rehabilitó la Congregación que nos dio su Cabeza, como se verá en su lugar.

236.- El P. Miguel estuvo en Roma todo el año 1655. Hizo siempre actos de grandísima humildad, como perfecto Religioso, para reconciliarse con el P. Nicolás Mª [Gavotti], que tanto lo había contrariado para que no estuviera en Roma, lo que nunca quiso aceptar. Un día que yo iba con el P. Miguel, se encontraron el Puente Sant´Angelo; le pidió perdón, si le había ofendido en algo, y no sólo no le respondió, sino le volvió la espalda, como si le hubiera hecho alguna injuria o algún desprecio; y guardó aquella aversión hasta que se fue de Roma.

También se ve el afecto que el P. Miguel guardaba a la Orden, en que, mientras estuvo en Roma, siempre procuraba el bien de ella, y tenía firme esperanza de que el Papa Alejandro VII la restablecería nuevamente. A petición del P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina volvió a Nápoles el mes de enero de 1656.

Desde el mes de marzo de dicho año, comenzó a escribirme sobre que en Nápoles existía cierta sospecha de peste; y que, si ésta llagaba, quería ganarse el paraíso, asistiendo a la salvación de las Almas de los pobres apestados.

237.- Se encarnizó tanto la peste, que él no perdonó fatiga en la administración de los Santísimos Sacramentos a cualquiera que fuera; ayudaba también a los pobres con limosnas que le daban las personas devotas; y todos los necesitados acudían a él como Padre Espiritual y temporal. A finales de julio le atacó la peste, y atacó también a otros Padres de la Casa de la Duchesca. El día 19 de julio de 1656 pasó felizmente a mejor vida, y perdimos a un individuo de grandísima caridad, que fue llorado por todos aquellos que estaban para morir, y por los que quedaron con vida.

238.- Asustado de por estos casos, el P. Juan Francisco de Jesús se retiró a Posilipo, como el P. Felipe [Pilotti] de San Juan Bautista, de Squinzano, y el P. Francisco [Vecchi] de Todos los Santos, Superior de la Casa de Porta Reale, con otros Padres y Hermanos. Todos murieron en Posilipo; sólo quedó un Hermano, llamado Juan Bautista [Ruggieri] de Santiago, de Bonifato, Calabria, que fue el que dio sepultura a todos, y aún vive.

De la Casa de Porta Reale murieron todos, excepto dos; uno llamado P. José [Rossi] de La Concepción, de Castel Volturno, y otro llamado P. Ambrosio, napolitano.

En la Casa de la Duchesca quedaron vivos solamente cuatro; se llamaban: P. Juan Lucas [di Rosa] de la Sma. Virgen, napolitano; P. José [Ciucci] de San Andrés, de Abruzzo; H. Antonio [Cannello] de la Concepción, napolitano, y H. Francisco, de Mataluni; los otros murieron todos. Así que de dos Comunidades tan grandes, e individuos tan eminentes, todos se extinguieron, excepto seis.

El Pedro Francisco [Salazar Maldonado] volvía de Roma para ir por Nápoles a Cerdeña, de donde era fundador; lo hacía con una grandísima alegría, porque había venido a Roma para ayudar a la Orden, y había visto elegir General y Asistentes; pero al encontrar la peste, se retiró a Posilipo; y cuando se embarcó para Cerdeña, murió en el viaje, y fue echado al mar. Era verdaderamente un hombre consumado, que había hecho muchos viajes en ayuda de la Orden; fue Superior en Palermo, en Mesina, y en Nápoles, su Patria, y después, fundador en Cerdeña. Cuando murió, en el viaje de retorno, como se ha dicho, era Provincial de aquella Isla.

239.- Después de dar las Reglas del Cardenal Filomarino a los Padres de Nápoles, el P. Juan Lucas de la Sma. Virgen comenzó a disgustarse con el P. Marcos de la Ascensión; y de tal manera, que el P. Marcos procuró ausentarse de la Casa de la Duchesca, pues ya tenía el Breve, pero nunca dejó el hábito. Se fue de Confesor ordinario de las monjas de la Guttiada, donde estuvo dos años, con el ejemplo de un grandísimo Religioso y satisfacción de aquellas Madres. Pero, allí, ocurrió el caso de que robaron algunos objetos de plata de la Iglesia; ente eso, pidió licencia y se fue a la Casa de Nocera, aunque no había tenido culpa en la pérdida de los objetos. Contra la voluntad de las monjas, contribuyó a su coste con limosnas recibidas, porque el robo fue imputado a uno que servía al P. Marcos.

Luego, al restablecer el Papa Alejandro VII las cosas de la Orden, se volvió a la Casa de la Duchesca; pero, mucho antes, ya había muerto el P. Tomás [Almaniach] de la Pasión. Ocupó su antiguo confesionario, adonde acudían todos sus antiguos penitentes, y también los del P. Tomás [Simone?]. Finalmente, se tranquilizó. Después, como se ha dicho, murió de peste.

240.- Quedó vivo sólo el P. Juan Lucas, como se ha dicho, el cual fue nombrado Provincial, a pesar de ciertos alegatos de los Padres Asistentes; el mismo P. Castilla no lo quería. Mientras estuvo la peste recibió muchas limosnas de los apestados; quiso hacer un edificio suntuoso del Convento de la Duchesca, para lo que derribó la mayor parte de la casa, y sus oficinas, donde antes vivían cómodamente unos 60 Religiosos. Pero hiso sólo el Oratorio de la Congregación de los Artistas, esto es, el edificio a secas, y la Sacristía; estropeó el Refectorio y las clases, pensando, quizá, que llegarían las limosnas; y quedaron sólo siete celdas, antiguas e incómodas. Así que la Casa quedó reducida a aquellas pocas estancias donde antes estaban cómodas 60 personas, y a la tercera parte del Refectorio antiguo. No pudo terminar su diseño, al sucederle en el Provincialato el P. Onofre [Conti] del Smo. Sacramento, el año 1663. El P. Juan Lucas murió el día 6 de julio de 1663, y así quedó la Casa.

Este Padre era muy ingenioso; él fue el primero en hacer la fantasía del Belén, al que conseguía acudiera toda la Ciudad, para ver sus imaginaciones. Celebró muchos años la Fiesta dl Beato Cayetano, antes de ser canonizado; creó bellísimas comedias, con artefactos que entusiasmaban a todos; gastaba poco, y aparentaba mucho; era dócil y afable en la conversación.

241.- Continuamos ahora con lo que sucedió en Roma, mientras vivió el P. Fundador. Veamos lo que dijo en una ocasión. Realmente, sucedió así:

Al H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dios, que había sido acompañante del Venerable P. Fundador, me lo pusieron de acompañante a mí, desde que llegué a Roma, el día 15 de enero de 1647. Le llegó una Carta de Zullino (¿), Diócesis de Otranto, del Abad Doroteo Stiato, clérigo griego, diciendo que necesitaba dispensa de la bigamia, porque quería tomar como esposa a Lorenza, y que un tal Juan Antonio de Leone le había escrito desde Nápoles que lo tratara con el Abad Juan Leone, expedicionario, que enseguida conseguiría lo que deseaba, adelantando algún gasto. Por eso, me llamó el H. Eleuterio para ir juntos a gestionar este asunto, que era muy importante para su hermano.

242.- El Abad Juan León habitaba al lado de la Iglesia de Montserrat, cerca de San Jerónimo de la Caridad; le llevamos la carta de Juan Antonio de Leone. Éste nos acogió con mucha amabilidad y cortesía. Yo quedé tan contento de él, que le creía todo lo que me decía; tanto más, cuanto que había sido recomendado por la carta de Juan León, abogado de Nápoles.

En cuanto leyó la carta, consideró tan fácil la expedición de la Bula, que parecía tenerla ya en las manos. La primera cosa que dijo fue que el asunto era difícil, tratándose de bigamia y poligamia al mismo tiempo. Quería, como gasto, doscientos escudos de oro por los sellos; aseguraba que lograría avanzar algo, pero, para comenzar a negociarlo, haría falta, por ahora, un poco de dinero. El H. Eleuterio, con grandísima simplicidad, le dijo que había recibido una remesa de ochenta escudos; que comenzara negociar, que, cuando los quisiera, se los daría. Le cogió el abad por la palabra, y le dijo que fuera a buscarlos, que aquella misma mañana iría a Palacio, comenzaría a negociar y a encaminar el asunto. Volvimos a San Pantaleón, cogió el dinero el H. Eleuterio, y se lo llevó al Abad, sin pedirle ningún recibo; aunque cogió un libro viejo, donde escribió algo que no vimos.

A continuación, comenzó el abad un discurso de altos vuelos y dijo:-“Bien, Padre, ¿Cómo van les cosas de vuestra Orden? ¿Por qué no influís para que restablecida? Yo soy capaz de ponerla en pie mejor que estaba antes, tengo tales medios, que soy capaz de que el Papa se retracte, y haga lo que vosotros queréis; pero hace falta una buena propina de dinero, y luego ´dejadlo de mi cuenta´, que lo arreglo todo con rapidez; aunque hace falta guardar secreto, si queréis que salga bien, porque tenéis enemigos ¡poderosos, poderosos! que, si lo descubren, nada resultaría bien.

243.- Me pareció una cosa tan buena y apropósito, pues ya se había vuelto el Conde Francisco Magni, sin haber podido conseguir nada. Le pedí qué era necesario para que la Orden fuera reintegrada, qué veía que se podía hacer, y hablaría de ello con nuestros Padres. Me respondió que eran suficientes dos mil escudos, y le dejáramos hacer a él, que enviaría el Breve hasta casa, sin que nos molestáramos para nada; y, para que no se descubriera el negocio, él lo trataría secretamente, sin que apareciera nadie con el hábito de las Escuelas Pías. El Breve saldría, y todo se haría puntualmente. Quedamos en que se lo diría al P. General y a los demás Padres, a ver qué decían.

244.- Llegar hasta San Pantaleón, para comunicárselo al P. General, me parecieron mil años. En cuanto a pagar el dinero, pensaríamos en cómo se podía hacer, confiando en que cada uno se esforzaría por pagar algo; que todos colaborarían, para no tener que verse maltratados por los Ordinarios. Tan pronto como llegué a San Pantaleón, enseguida fui adonde el P. General. Le conté lo que pasaba, en un momento en que estaba con el Venerable Pedro [Casani] de la Natividad, su primer Compañero. El P. Pedro estuvo escuchando un poco, y añadió: -“Veamos lo que se puede hacer, pues tenemos esta oportunidad; a ver si podemos salir de estos apuros y librarnos de los Ordinarios, porque todos nuestros Padres de las Casas de fuera se quejan de que son maltratados de mil maneras; al menos no pasaríamos esta vergüenza”.

245.- El P. General le respondió: -“Quiera Dios que se cierto, hagamos oración, que lo que Dios quiera es lo mejor; y luego dejémosle obrar a él, que tendrá cuidado de nosotros; pero creo que no se hará nada, siendo tan compleja la resolución; pensémoslo antes de embarcarnos en esto, para que la cosa resulte a mayor gloria de Dios y honor nuestro. Si este Abad dice que me conoce, y que ha hecho a favor nuestro otros negocios, yo no recuerdo quién es este Abad Juan León. A pesar de todo, antes de darle ninguna respuesta, dejadme un tiempo de oración, y pensar bien lo que debemos hacer”. Esta respuesta me pareció una cosa indecisa; que el Padre no era experto, que era un viejo y no se preocupaba de nada; que nunca se había querido defender, ni decir nada a favor de la Orden. Por eso, decidí hablar con el P. Vicente de la Concepción y el P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, contándoles lo que pasaba.

246.- Estos Padres me respondieron que viéramos, por amor de Dios, si podíamos hacer algo, pues mientras tuviéramos alguna ocasión era necesario aprovecharla como venía. Pero, como estaba esperando la respuesta del P. General, les dije que esperáramos a ver qué había determinado que hiciéramos, y después empezaríamos a encaminar el asunto, para hacer las cosas con conocimiento suyo. Estos dos Padres no tuvieron tanta paciencia, quisieron oír de la boca de él mismo lo que había dicho el Abad León, y determinaron que fuera yo con el P. Ángel. Y, sin perder tiempo, a la mañana siguiente fuimos a encontrarnos con el Abad Leone para ver si, en efecto, se animaba a ocuparse de este asunto, que no había podido solucionar el embajador de Polonia. Cuando nos vio el Abad, nos hizo tan buena acogida, que el P. Ángel quedó estupefacto. Comenzamos a hablar, nos enseñó el Breve que él había hecho, pero que antes hacía falta dinero; que, además, ya había hablado (como decía) con la Señora Olimpia, y le había prometido, como cosa segura, que conseguiría el favor del Papa; que nos diéramos prisa, ahora que teníamos una coyuntura cercana, y no la dejáramos escapar: -“La tienen en la teníamos”. Finalmente, el P. Ángel dijo que, por ahora, tendría unos quinientos escudos de adelanto, y el resto, “lo pagaremos dentro de poco tiempo, y los intereses”; que escribiría a los Padres de fuera para que trajeran el dinero restante. Yo mismo me ofrecí a escribir a Polonia al P. Onofre [Conti] que procurara alguna cantidad de dinero del Rey, ya que sus favores no habían obtenido nuestro intento. Acordamos que fueran mil quinientos escudos. Tomada esta decisión, volvimos alegremente a Casa, pero diciendo que de este asunto no se hablara más que con el P. General, el P. Pedro [Casani], el P. Castilla, el P. Vicente de la Concepción, el P. Buenaventura [Catalucci], el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Rector del Colegio Nazareno, que podía ayudar; y también con el P. Francisco [Baldi] de la [Anunciación], que era Superior de la Casa del Borgo, y había sido Asistente del P. General, pero que nadie hablara de ello.

247.-E. P. Ángel escribió enseguida a Narni al P. Carlos [Casani] de Santo Domingo, que viniera volando a Roma para un negocio importante de la Orden; y a Chieti, al P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, que no dejara de venir de ninguna manera, que era cosa de grandísima urgencia.

Por la mañana, después de comer, mientras estábamos en la recreación con el Padre, donde estaba el P. Vicente y el P. Ángel, comenzamos a reflexionar sobre el asunto, cómo se podía hacer para salir de este apuro. El Venerable viejo respondió: -“No hablen de esto, que éste os embauca, y no va a resultar nada”. A lo que respondí:-“¿Cómo, Padre, que nos embauca, si ha hablado a Doña Olimpia, y ha prometido hacer lo que queramos?” El Padre replicó:-“Es un malvado y os embauca”. Y después de haberles dado muchas razones, siempre se mantuvo en la primera afirmación, que nos embaucaba.

248.- El 15 de mayo de 1647, llegó el P. Carlos de Santo Domingo desde Narni a Roma; dijo a los Padres que había venido a la Ciudad para hacer algunos negocios; que aquéllos Señores se habían fiado de él, y que se entretendría ocho o diez días, sin hacer más ruido de palabras con nadie. Y hablando con el P. Ángel, fueron juntos adonde el Abad, para ver si había alguna novedad. Les respondió que el negocio estaba seguro: -“No den más vueltas; y he dado aquel dinero a un ´Maestro de Obra´ para comprar la cal necesaria para el edificio que se está construyendo en el Palacio del Pasquino; que lo hagan pronto ahora, que el hierro está caliente, no sea que suceda algún accidente, y luego no se pueda ya negociar”. Así que nuestros Padres volvieron muy entusiasmados y contentos. Esperaban de Chieti al P. Juan Bautista, que ya había enviado a Roma 500 escudos, que tenían en la Casa de Narni en depósito, para ayuda de la Orden; pero no se podían coger sin que el Padre estuviera presente.

249.- Durante el día, me llamó el Padre y me dijo: -“P. Juan Carlos, D. Antonio les embauca (ya no se acordaba del nombre). Gastarán el dinero y no conseguirán nada”. Se lo dije enseguida a los Padres, que me respondieron: -“El Padre es tan viejo, que ni siquiera se acuerda del nombre. Concluyamos nuestro negocio ahora que tenemos ocasión”. Y todos decidieron que se hiciera, y siguiera adelante el asunto. Se tuvo una Congregación en el Colegio Nazareno, y el P. Camilo, Rector, se obligó a pagar él la primera tercera parte del dinero que quedaba, que eran 30 escudos, si no me equivoco, que él pagó, pidiendo el recibo; y, mientras se pagaba el resto del dinero, recibía la garantía de nuestras Bodegas, debajo del Convento de San Pantaleón, y ya había en depósito 500 escudos. mientras tanto, el Abad cogió los intereses que le dio el P. Camilo. Luego dijo que se hiciera la petición por buena mano, y se la mandáramos, que por la tarde se la llevaría él a la Señora, para que la pasara a trámite.

Había también dos simples Beneficios de la Casa de Chieti, que eran “Jus Partronati, de Juan Tomás Valignani que los herederos, los Padres de la Casa de Chieti debían entregar. Pero, como pasaba el tiempo, el P. Ángel dijo al Abad cómo se podía hacer para realizar el reparto, y no se perdieran.

250. El Abad dijo enseguida que le dejaran hacer, que él conseguiría que saliera la expedición de la súplica, y después se podrían expedir las Bulas cuando le pareciera bien. Tomó los nombres de los herederos del testamento, que se debía repartir, y que, con toda seguridad, haría la súplica, y, si se quería expedir las Bulas sin cambiar los tiempos, se entregara el dinero, que dentro de ocho o diez días serían expedidas; que le dieran 40 escudos, para que la cosa pudiera caminar, y la súplica, y las Bulas con el sello de plomo. El P. Ángel pensaba que había hecho mucho, recuperando los Beneficios, que creía estaba perdidos, -porque ya había pasado el tiempo de la entrega de los bienes a los herederos; hecha la cuenta, hacía casi cuatro meses que se debía haber hecho el reparto, pero por descuido no habían hecho.

Dijo el Abad que esto no importaba, que de todas formas haría pasar la súplica con una fecha anterior de cuatro meses; que no se preocuparan, que le dejaran hacer a él, que lo arreglaría sin ninguna dificultad: -“Tráiganme el dinero y no den más vueltas, que haré volar la súplica como quiera, esto es una bagatela”.

Notas