CaputiNoticias02/01-50
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[En el documento original, a partir de aquí el texto es todo a una columna]
De los incidentes de las Escuelas Pías, sucedidos en Nápoles después de salir el Breve del Papa Inocencio X, el día 16 de marzo de 1646, y que continúa hasta que salió el Breve de la Reintegración y Restitución del General, los Asistentes, los Provinciales, la unión de las Casas bajo el General, y luego otro Breve que daba potestad al General y a los Asistentes para poder nombrar Superiores, hechos por el Papa Alejandro VII el año 1656. Y, a continuación, se narra la total Reintegración del Papa Clemente, IX con los Privilegios de los Mendicantes, y otras gracias, como claramente se verá en sus lugares. La Reintegración del Papa Clemente IX se introducirá en la 3ª Parte.
1.- Los Juicios de Dios son tan inescrutables, que no pueden ser conocidos por nadie del Mundo, si no es por aquellos a quienes él quiera comunicarlos, en su infinita Misericordia. Por eso, cuando al hombre le suceda cualquier desgracia humana, debe abrazarla como venida de las manos de Dios, y resguardarse en sus llagas; porque, de cualquier desorden, siempre se saca fruto, y el Señor, su mayor gloria, con gran provecho del que recibe la mortificación. Es un aviso Paterno, mediante el cual Dios hace que la persona sea molestada y perseguida, como se verá en este escrito, comenzado el 25 de agosto de 1672, a [2]4 años después de la muerte del Venerable P. José [Calasanz] de la Madre de Dios, Fundador y General de las Escuelas Pías, habiendo Dios permitido que fuera perseguido, incluso después de su muerte, para glorificarlo más aquí en la Tierra, como en el Cielo.
2.- Descrita está ya la persecución entablada contra el P. José por el P. Mario [Sozzi] de San Francisco, de Montepulciano, por el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, romano, por el P. Juan Antonio [Ridolfi] de Santa María, boloñés, por el P. Nicolás María [Gavotti] del Rosario, de Savona, y por otros secuaces suyos, contra el propio Padre que los engendró en el espíritu, para conducirlos a la Patria Celestial del Paraíso, como se ha visto en la 1ª Relación.
Esta persecución la ha descrito también, difusamente, el P. Vicente [Berro] de la Concepción, de Savona, en cuatro Libros, con las cartas y otros escritos relacionados con las emergencias de la Orden. Aquellos cuatro Libros me los dejó él a mí en Roma, para que se conservaran, cuando fue a Florencia como Superior; y para que no fueran quemados, como ha sucedido a otros escritos, de los que no se encuentra ya memoria.
3.- Los susodichos cuatro Libros, el P. Juan Carlos [Conti] de Santa Bárbara[Notas 1], de Uria, se los entregó al P. José [Fedele] de la Visitación, General, junto con otros escritos importantes para la Orden, lo mismo que todas las escrituras y libros de la Beatificación, cartas, e Instancias de los Príncipes al Papa, originales, los libros de sucesos de Milagros y gracias, y los Registros de cuanto el mismo P. Juan Carlos hizo en la causa de Beatificación del Venerable Padre Fundador, como consta en la Comisión del Papa Clemente IX, de gloriosa memoria, cuyo original se conserva, con el escrito del Notario de la Sagrada Congregación de Ritos, cuando fue introducida la Causa y el Proceso “auctoritate ordinaria”.
Estas escrituras, y los Cuatro Libros, se los entregué al P. General el día 24 de mayo de 1671, cuando partí para Nápoles; lo hice en presencia del P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, de Lucca, entonces primer Asistente de la Orden, y del H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dios, de Zullino, Provincia de Lecce. Éste fue compañero mío en Roma unos veinte o más años. Como había sido Compañero de nuestro Venerable Padre José de la Madre de Dios, Fundador, muchos años, me dio muchas noticias de dicho Venerable Padre, de sus acciones y de su vida, como he escrito ya, y escribirá en esta 2ª Parte; y se examinó en los dos Procesos hechos “auctoritate ordinaria”, es decir “supra non cultu et de vita e moribus et fama Sanctitatis V.D.S. Patris Josephi a Matre Dei, Fundatoris Pauperum Matris Dei Scholarum Piarum”, que éste es el Título de dichos Procesos. Este Hermano murió el año pasado, en julio de 1671, con gran opinión de bondad de vida.
5.- Continuemos ahora la historia de los Disturbios de las dos Casas de Nápoles, es decir, de la Duchesca, fundada, como se ha dicho en la 1ª Parte, por el mismo V. P. Fundador, y de la de Porta Reale, fundada por el V. P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, su Primer Compañero y Asistente.
Vivían estas dos Casas de Nápoles en tal tranquilidad y paz, que más no se podía desear. Pero el enemigo del Género humano sembró en ellas mucha discordia, y grandes inquietudes, y sirviéndole de instrumento nuestros mismos Hermanos en Cristo, como veremos enseguida. Esto ocurrió tan pronto como salió el Breve en Roma, que fue publicado en el mes de abril del año 1646, aunque ya se había leído el 16 de marzo del mismo año. La causa de dicho Breve fue, como ya hemos dicho, la imprudencia del H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo.
6.- El Breve, impreso, fue fijado en la Casa de San Pantaleón una tarde, y por la noche fue retirado y enviado a Nápoles por el P. Carlos [Patera] de Santa María, que había estado en Roma por negocios de la Orden; este Padre era de Sternzia, en el Reino de Nápoles, Provincia de Lecce. Cuando nuestros Padres vieron el Breve, comenzaron a pensar qué podían hacer, para que no tuviera efecto en el Reino de Nápoles. A otros, descontentos, les parecían mil años los que había tardado en llegar, pues no se portaban bien, vivían descontentos, y eran de diversos pareceres, como el mismo P. General me escribió, es decir, que algunos procuraban el Breve, para salirse de la Orden, aunque no lo pusieran enseguida en práctica, por otros intereses suyos. Eran en aquel tiempo en estas Casas de Nápoles, entre Sacerdotes y Hermanos, unos 110 en las Comunidades. En la Casa de la Duchesca estaban veintidós, entre Sacerdotes, y un Noviciado, cuyo Maestro de Novicios era el P. Vicente [Berro] de la Concepción, de Savona; el Provincial y el P. Vicente María [Gavotti] de la Pasión, de Savona, al que había enviado allí, como confidente suyo, el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles. El Superior de la Casa de la Duchesca era el P. Pedro, de S. Martín de Bari, que hacía caminar a todos con estricta observancia, por lo que algunos, los no observantes e inmortificados, no querían estar bajo el suave yugo de la obediencia, y andaban buscando el modo escapar de ella.
7.- Se tuvo una Congregación que examinara lo que se podía hacer para no leer el Breve en Nápoles, al ser necesario el consentimiento Regio, y se decidió se viera con nuestro Delegado, el Regente Capecelatro, si se podría impedir, por parte de los Reales, que no se pusiera en ejecución el Breve, lo que fue encomendado al P. Vicente [Berro] de la Concepción, y a mí, como Procurador, para que intentáramos impedirlo en cuanto se pudiera.
8.- Fuimos con el P. Vicente a hablar con el Regente, y contarle el caso de nuestro Breve, que quiso verlo; y, lamentándose, nos respondió que, si no hacíamos una instancia al Cardenal, el Colateral nunca daría el consentimiento Real, que era lo más necesario. Con estas esperanzas, quedamos en que el P. Provincial y el Superior juraran sus gobiernos. Yo, después, di al P. General cuenta de lo que pasaba, y me respondió con estas palabras:
“Al P. Juan Carlos de Santa Bárbara de las Escuelas Pías. Nápoles. Pax Christi. He recibido la carta de V. R. del 7 del corriente, y me parece que las diligencias más convenientes en estas angustias nuestras serían las cartas -tanto de la Ciudad como del Virrey- a las personas y Congregaciones que V. R. señala en su carta. Aquí hay también muchos Principales que nos ayudarían; pero, si no se publica el Breve, no saben en qué puedan ayudarnos. Estaremos aquí observando cómo van las cosas, e informaremos de continuo. No deje de hacer ahí las gestiones que les parezcan más convenientes, y, en particular, de recomendar a las personas devotas la conservación de nuestro Instituto. Roma, a 12 de abril de 1646. Servidor en el Señor. José de la Madre de Dios”.
9.- Recibida esta carta, enseguida fui adonde la Madonna degli Angeli, a encontrar al P. Fray Mateo de Marigliano, Menor de la Observancia, que tenía grandísimo nombre de Bondad de vida, y era estimado en toda Nápoles. Cuando le dije al portero que lo llamara de mi parte, me respondió que fuera a la Sacristía, que llamaría al Sacristán. Hechas las diligencias, el P. Sacristán me llevó al Coro, y, cerca del atril donde tienen el libro de canto, había un Cajón, dentro del cual estaba Fray Mateo haciendo oración. Se levantó, se sentó. Iniciando la conversación, le conté el caso de nuestras desgracias; que hiciera oración por nosotros, por la conservación del Instituto, tal como me había dicho el P. General. Él me respondió con gran sencillez y seguridad: “No tengáis miedo, porque esta es causa de la Virgen Santísima; es necesario tener paciencia, que Dios no retirará nunca su gracia; confiemos en él, que Dios nos ayudará. Sed fuertes y no dudéis. Yo aún estoy sufriendo las mortificaciones que me causa la obediencia, que me ha obligado a venir este convento, donde es necesario me remita a lo que quiera Fray Juan de Nápoles”.
10.- Le pregunté por qué estaba dentro del Cajón, y me dijo: “Esta es mi Celda; para estar más cerca del Señor y de la Virgen Santísima, me quedo aquí en el Coro a hacer oración, y no perder tiempo; y estos buenos frailes me hacen, de buena gana, la caridad de traerme de comer, como a persona inútil, que no sabe hacer otra cosa más que el mal”. Me prometió hacer oración, y que volviera dentro de unos días, para saber mejor su parecer. Volvía a la semana siguiente, y me dijo: “¡Ánimo! Hagan oración; estén en la vocación a la que Dios les ha llamado, y no duden de que Dios y la Virgen les ayudarán”. No quiso decirme ni la más mínima palabra, y, volviéndome la espalda, se metió en el Cajón, y se arrodilló, pues antes lo había encontrado cuando iba al Coro. Vino el Sacristán y me dijo: “Padre, no le moleste, que es la hora de la oración, y no da audiencia a nadie”. Fui luego adonde el P. Alberto Alberti (Ruberto de Rubertis), hombre de gran crédito y bondad de vida, y me dijo casi lo mismo que me había dicho Fray Mateo de Marigliano, que esto era cosa de Dios, y el Instituto no podía perecer. Hice otras diligencias, pero todas resultaron inútiles, porque nuestros Padres eran de distinto parecer, como se ve en la siguiente carta que escribió el P. Fundador, quien se maravillaba de que no se mantuvieran sólidos.
11.- “Al P. Juan Carlos de Santa Bárbara de las Escuelas Pías. Nápoles. Pax Christi. He visto lo que V. R. me escribe. Dado que nuestros Padres de Turi se encuentran sujetos al Ordinario, conforme al Breve que aquí se ha publicado, y se publicará en todas las demás Casas de la Orden, es fácil que no se pueda mantener ya aquella Casa de Turi, siendo el Ordinario Monseñor Obispo de Conversano; pues no sé qué voluntad tiene hacia los nuestros, y si, con su licencia, cada uno podrá salirse. Procuren saludar al Sr. Prior della Croce, hijo del Señor Príncipe de la Ruscella; pero creo que los favores humanos serán de poco provecho. Me gustaría que en esa Casa de la Duchesca se porten todos con mucha observancia y obediencia al Superior, para que, cuando caiga a manos del Emmo. Cardenal, los encuentre diligentes en el Instituto. Salude de mi parte al P. Pedro [Corelli] de San Agustín, Superior de esa Casa. Roma, a 31 de marzo de 1646. Servidor en el Señor. José de la Madre de Dios”.
Por esta carta se ve cuánto amaba el Padre la observancia; y, aunque no podía ya mandar, exhortaba a todos a ejercitar el Instituto con la mayor perfección, para que, cuando llegara el Breve a manos del Cardenal, los encontrara a todos fervorosos y amantes del Instituto. Pero estas exhortaciones sirvieron de poco; pues, aunque el Superior vigilara a aquellos pocos, poco o nada fruto sacaron de ellas; por eso, al descubrir el Padre su ánimo de algún mal resultado para el Instituto, me escribió también la carta siguiente, de este tenor:
12.- “Al P. Juan Carlos de Santa Bárbara de las Escuelas Pías. Nápoles. Pax Christi. He recibido la carta de V. R. del 8 del corriente. Me parece que, en tiempo tan calamitoso, los que no están guiados por las pasiones deben mostrar su prudencia y espíritu, soportando con paciencia las desobediencias de los relajados; y ayudarlos, no sólo con las oraciones, sino también, cuando la ocasión lo aconseje, con caritativas exhortaciones, a rechazar las discordias y las pretensiones vanas, y atender a la salud de la propia alma. Yo no dejaré de pedir al Señor por la paz de esas dos Casas. Aquí estamos con las aflicciones habituales, pero con la esperanza de que Dios bendito nos muestre pronto algún remedio. Roma, a 16 de junio de 1646. Servidor en el Señor, José de la Madre de Dios”.
13.- Con las exhortaciones de nuestro Padre, llevábamos adelante el Instituto con la perfección debida, y mejor que antes; pero, a veces, venía perturbado por alguna pasión, más de soberbia y ambición que de otra cosa, como la de algunos no podía soportar que un extraño fuera Superior en la primera Casa de la Provincia. Estas eran las dificultades que andaban serpeando en el ánimo de algún apasionado.
Llegaron de Roma a la Casa de Porta Reale el P. Juan Domingo [Romani] de la Reina de los Ángeles, de Cosenza, y el P. Carlos [Patera] de Santa María, una Casa en donde estaban con grandísima, y comenzó el demonio a inquietarlos, de tal manera, que ya no podían vivir tranquilos. El H. Antonio [Cannello] de la Concepción, por apodo Antonio el del Diente, pretendía que quienes no estaban en Nápoles cuando se leyó el Breve en Roma, no podían vivir en aquella Casa. No bastaba con soportar pacientemente a éstos; pero, como se intentaba estar unidos, y sin hacer ruidos, se iban soportando lo mejor que se podía.
14.- Un día, uno que ya no apreciaba la obediencia, quería ir dónde, cuándo y cómo le parecía; y, reprendido afablemente por el Superior, comenzó a decir que pronto se arreglaría.
A la mañana siguiente, se fue al Palacio del Cardenal Filomarino y, pidiendo audiencia a Monseñor Gregorio Piccirillo, Vicario General, le dijo que el Papa había puesto a la Orden bajo la autoridad del Ordinario, y, cuando quisiera ir a tomar posesión, los Padres lo esperaban.
Monseñor Vicario se alegró mucho, cuando oyó a este Padre, y le dijo que, mientras los Padres estuvieran contentos, no diría una palabra al Sr. Cardenal; que volviera al día siguiente, le daría la respuesta, y haría lo que los Padres quisieran. Pero ninguno de nosotros sabía nada de esto. Puede ser que algún apasionado lo supiera, y quisiera adherirse a este Padre que, como he dicho, estaba apasionado, vencido por la ambición de gobernar, y quería vivir a brida suelta y sin freno; y, que, para lograr sus caprichos y vagancias, quisiera ser gobernado por Curas Seculares, que no saben lo que es la Orden.
Volvió por la respuesta, y el Vicario le dijo que le enviara la Carroza al día siguiente; que iría con sus Ministros a tomar posesión, como deseaban; le dio la hora, quedaron de acuerdo, y así lo hizo.
15.- A la mañana siguiente, 10 de mayo de 1646, enviaron la Carroza al Vicario General, que llegó hacia las 16 horas. Al entrar en la Iglesia, sonaron la campanilla, y fueron los Padres al oratorio donde se suele hacer la oración; pero nos dijeron que fuéramos todos a la Iglesia, donde nos esperaba el Vicario General. Al oír todo esto, dijo el P. Vicente [Berro] de la Concepción: “¿Qué quiere de nosotros el Vicario?”. Algunos no querían ir, pero el P. Superior, P. Pedro [Coralli] de San Agustín, les ordenó que fueran. Éste dijo al Vicario: “V. E. Revma. no ha dado ningún aviso de que quería venir a honrarnos; no sabíamos el motivo de su venida, que, si no, hubieran venido todos los Padres a cumplir su obligación, debida a Ministro principal del Emmo. Cardenal Arzobispo”.
16.- Respondió el Vicario: “¿Cómo que no sabían que yo iba a venir, si me enviaron ayer el Breve hecho por Nuestro Señor, el Papa Inocencio X, que ha reducido a la Orden a Congregación sujeta a los Ordinarios de los lugares, y esta mañana me han enviado la Carroza para cogerme, he venido, y dicen que no saben nada?”
El P. Superior replicó que los Padres nunca habían tratado de esto, ni sabían nada, ni de Breve, ni de Carroza. A lo que el P. Vicente de la Concepción añadió que quizá había sido algún particular, que no quería reconocer la orden del Superior, y quiere actuar a su manera; que hiciera el favor de darnos tiempo y volver otro día, para ver la manera de de poner en práctica el Breve, y los Padres vieran cómo lo debían aceptar; pues ninguno de los Padres sabía nada acerca de envío de la Carroza.17.- El Maestro de Actas, que era tío de un Padre, por nombre P. Juan Bautista [de Angelis] de la Reina de los Ángeles, de la Ripa Travessera de la Marca, respondió: “Monseñor, para qué tantos discursos y complacencias; estos Padres están inmediatamente sujetos al Papa; leamos el Breve, veamos qué dice, ya que hemos venido, y después pueden ver cómo ponerlo en práctica”. Y, como ningún otro habló, más que el P. Pedro de San Agustín y el P. Vicente de la Concepción, y nadie dijo nada, el Vicario hizo señal al Maestro de Actas, para que leyera el Breve y preparara la Escritura y el acto público, donde constara que ellos mismos lo habían presentado, y habían ordenado ir a buscarlo con la Carroza.
18.- El P. Vicente replicó que se especificara quién lo había llevado y quién había enviado la Carroza. Pero ninguna proposición sirvió de nada; el Maestro de Actas leyó el Breve, redactó el Instrumento y el acto público en presencia de Testigos, si hacer más demostración. Sólo dijo que los Padres estuvieran alegres, y, si ocurría algo, acudieran al Sr. Cardenal, o a él, que tendrían toda satisfacción; y, sin más, se despidió. Quedaron todos confusos, sin poder decir nada. Y es que algunos ya se habían puesto de acuerdo entre ellos, pensaban actuar a su manera, y gobernarse por sí mismos, y que no tenían necesidad de Padres forasteros. El P. Tomás [Almaniach] de la Pasión, de la tierra de Montorio, hombre verdaderamente desprendido de todo lo del Mundo, comenzó a decir: “No corráis furiosos, que las cosas hechas sin consideración y consejo nunca pueden resultar bien”. Así que, viviendo divididos, -pues unos lo querían de una manera, otros de otra- se gobernaban confusamente, y comenzaban ya a perder el respeto al P. Superior, que soportaba con paciencia a las personas molestas.
19.- Al ver esto, el P. Francisco de la Concepción, de la Ciudad de Ancona, Maestro de la Clase 1ª, aquella misma tarde pidió licencia del Superior; que quería ir a Roma para sus negocios, y mirara quién podía dar la Clase; que le diera la obediencia, que de ningún modo quería continuar allí, viviendo de aquella manera, y haciendo las cosas sin que los Padres supieran nada, tratándolas en nombre de todos, y haciéndonos esclavos de unos Curas, que no saben lo que quiere decir, ni lo que es un Religioso. No sirvieron de nada las súplicas que le hicieron para que cambiara su decisión. Al final le dijeron que no podía salir sin licencia del Cardenal, que, de lo contrario lo podía castigar.
20.- El P. Francisco replicó que quería irse; que no quería otra licencia; que saldría a la mañana siguiente, sin más. Viendo el P. Superior que no era posible conseguir que se quedara, consultó con los Padres Vicente de la Concepción y Tomás de la Pasión, cómo se podía hacer para enviarlo contento, y no pudiera decir que uno que había trabajado en la Clase 1ª saliera de Nápoles sin tener las comodidades necesarias. Me ordenó a mí, como Sacristán, que le diera, de la Cajita de las Misas, cinco ducados para el viaje, como hice. A la mañana siguiente se marchó para Roma, donde contó al P. General todo lo sucedido; que, no habiendo podido soportar aquel modo de proceder, se había ido; que estaba seguro vendrían disgustos grandes, solo por el desgobierno de la Casa de la Duchesca; y que en la de Porta Reale no se podía vivir, por las impertinencias que cometía el H. Antonio [Cannello] de la Concepción, por apodo el del Diente, napolitano.
21.- Grandes fueron los sufrimientos de nuestro P. Fundador ante aquellas noticias; al no poder remediarlo, no hacía sino orar al Señor, para encontrar el camino de solucionarlo y conseguir la paz en estas dos Casas.
Me pareció bien enviar alguna noticia al P. General, y viera si podía hacer algo, pues éstos comenzaban ya a planear la elección del nuevo Superior de la Duchesca; querían tratarlo con el Cardenal, y que viniera el Vicario a hacer la elección.
El P. General respondió a mi carta con estas palabras:
22.- “Al P. Juan Carlos de Santa Bárbara en las Escuelas Pías de la Duchesca. Nápoles. Pax Christi. Me alegro mucho de que V. R. haya sido elegido Procurador de la Casa, porque ejercitará el oficio con toda diligencia y fidelidad, sobre todo teniendo como compañero al Sr. Palma, práctico en estas cosas. Me gustaría saber cómo se porta con nuestros Padres el Emmo. Cardenal y su Vicario, dado que entre los nuestros hay muy diversos pareceres, y, entre ellos, algunos muestran poco afecto al Instituto, solicitando el Breve para irse al siglo. Quiero que muchos de los nuestros sean tan amantes del Instituto, que mantengan las escuelas y la observancia, para utilidad de los alumnos. Respóndame V. R. a ésta, dándome una relación que le parezca verdadera. En cuanto a los 200 escudos, cuanto antes se envíen, más beneficiosos serán. Aquí no hay ninguna nueva noticia que le pueda contar. El Señor nos bendiga a todos. Roma, a 23 de junio de 1646. Servidor en el Señor, José de la Madre de Dios”.
Tenía muy a pecho el P. General que, como hijos, se portaran todos bien, y trabajaran en el Instituto como se debe; quería también saber cómo nos trataba el Cardenal y su Vicario, si se compadecían de nuestros sufrimientos; y que hicieran oración, para que las cosas se resultaran con toda perfección; le disgustaban mucho los que no eran muy afectos al Instituto, y anhelaban el Breve para irse al siglo. Esto era lo que le causaba más preocupación que cualquiera otra cosa, que, después de haberlos hecho hombres, con tantos gastos, luego le volvieran la espalda.
23.- El que llevó el Breve y mandó la Carroza para que fuera a Casa el Vicario, se dio a tanta libertad, que encargaba un sitial, se metía dentro, y, ventilador en la mano, se aireaba, para refrescarse; o se iba del Castillo al Palacio, o adonde le parecía, con escándalo de todos. Y nadie le decía nada, para no ponerlo peor; al contrario, algunos lo defendían, diciéndole que todo lo hacía bien, para disgustar al Superior, quien, al ver que no podía remediarlo, renunciaría a ser Superior, como varias veces había intentado hacer. Pero él, ante nuestras peticiones, se aguantaba, esperando el paso del tiempo, hasta ver lo que Dios quería hacer de nuestras cosas, con lo que cada vez crecía más su audaz impaciencia.
24.- Solía venir a la primera Misa, que se celebraba al Alba, D. Fulvio de Falco, cajero mayor del Banco de la Santísima Anunciata, especial bienhechor nuestro; y cada mañana quería conversar conmigo de muchas y distintas cosas, por ser yo el Sacristán Mayor de la Iglesia de la Duchesca. Una vez me preguntó cuál era la causa de mi tristeza, pues le parecía que aquella mañana no le respondía a tono, ya que varias veces me había preguntado distintas cosas, y yo le había respondido con otros asuntos; que si me había molestado lo que le había dicho en el Banco el Procurador de los Padres jesuitas la mañana anterior. Le pregunté qué le había dicho; que me lo dijera con toda claridad para no dejarme intrigado; que estaba muy interesado, al tratarse de cosas nuestras. Y enseguida pensé que le había dicho algo sobre el Breve que ya había salido en Roma, y por Nápoles aún no se conocía del todo. Y es que este bendito Padre, para perder el crédito con el que hacía bien a nuestra Iglesia, iba sembrando nuestras desgracias.
25.- Fulvio me replicó: -“Ayer por la mañana fue al Banco para sacar dinero el P. N., Procurador de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús –no lo nombró por ser de la Provincia de Lecce, y casi paisano mío-. Me dijo que vuestros Padres de las Escuelas Pías estaban extinguidos, y todos se iban marchando a sus casas cuanto antes; que él quería comprar nuestra Iglesia y Casa, y hacer en ella una caballeriza, para descanso de los que venían de sus caseríos a Nápoles. Esto me estomagado tanto, que me ha hecho perder completamente el amor a esta Iglesia. Quisiera saber la verdad, y qué es lo que ha pasado. Dígame, por cortesía, lo que pasa, a fin de que, cuando vuelva el P. N., jesuita, sepa yo responderle y decirle lo que pienso, pues me parece que habla muy apasionado; por eso lo tomé todo como una broma, y cambié la conversación”.
26.- Fue grande el disgusto que sentía cuando el Sr. Fulvio me preguntaba esto, y le respondí libremente, que era cierto que había salido un Breve del Papa, pero no era cierto que todos se iban a sus casas; y que nuestra Iglesia nunca se convertiría en caballeriza. Me extrañó mucho lo de este Padre, que va desacreditándonos entre quienes nos hacen bien. Basta con esto, pero arrepentirá más de lo que piensa. Estaba tan enfadado, que el Sr. Fulvio, para tranquilizarme, empezó a decirme: -“A caso era de broma, que conmigo tiene mucha confianza, no lo tomen a mal, que todos los que estaban en el Banco, y en particular Ciccio, mi hermano, le respondió de malos modos, diciéndole: ¡Qué!, ¿tienen miedo de que los Padres de las Escuelas Pías os quiten el pan, siendo tan pobres, y haciendo tanto bien a los pobrecitos -que no hacen otra cosa- y, cambio ustedes les quieren mal?”
27.-Fue una casualidad que, aquella la misma mañana, yo debía ir a hacer un negocio al Banco del Espíritu Santo, y, al pasar por la portería del Gesù, de la Casa Profesa, me encontré con el Padre N., el que había dicho al Sr. Fulvio de Falco que quería comprar nuestra Iglesia para convertirla en caballeriza. No me pude contener, y decidí hablarle. Cuando salía, le dije: -“Padre N., quisiera decirle una palabra”; -y llevándolo adentro, al primer claustro, le dije: -“¿Tienen ustedes tanto dinero como para comprar nuestra Iglesia y convertirla en una caballeriza ¿Qué palabras son éstas, para desacreditarnos ante nuestros Bienhechores? Anda usted inventando muchos despropósitos y mentiras; quiero hablar ahora de ello al P. Vicente Carafa, Provincial, para que erradique completamente esta cizaña que anda sembrando por Nápoles, con el fin de que perdamos la buena fama”. Y, mientras estaba excusándose, pasó por casualidad con él el P. Vicente Carafa, Provincial, quien, al verme tan sofocado, me preguntó: -“¿Qué pasa, P. Juan Carlos?”; porque me conocía, como diré enseguida.
28.- Le respondí: -“Padre Provincial, este Padre, ayer por la mañana, fue al Banco de la Anunciata a buscar no sé qué dinero, y comenzó a decir al Sr. Fulvio de Falco, Cajero: ´¿Qué es lo que hacen nuestros Padres de las Escuelas Pías, que dicen se irán inmediatamente a sus Casas, porque la Orden ha sido destruida por el Papa? Nosotros queremos comprar su Iglesia, para hacer una caballeriza´. Así me lo han dicho todo. Yo, pasando por aquí, le he visto a Usted que salía, y he querido hablarle, para que no se nos vaya desacreditando de esta manera ante nuestros Bienhechores; pues no es justo que un Religioso de la Compañía de Jesús cometa estos actos, dando a entender al Mundo que han sido ustedes los que nos han reducido a esta situación en la que estamos. El testimonio es claro, porque en el mismo Banco se lo contó el segundo Cajero, que sabe bien lo que dice”. El P. Vicente me cortó la conversación, y, con su prudencia comenzó a consolarme, diciéndome:
29.- -“P. Juan Carlos, no creo que sea tan grande, como se dice, el daño hecho a la Orden. Sin embargo, tomemos las cosas de las manos de Dios, cuya finalidad es recta y justa, y de ella sacaremos el fruto que Su Divina Majestad haya ordenado”. Con esto, el reo, convicto, quedó tan confundido que no osaba siquiera alzar los ojos para mirarnos a la cara. Pedí de nuevo al P. Provincial, por amor de Dios, que ordenara no nos causaran más pesadumbres. “Y, además, algunos Padres nuestros se han quejado de haber encontrado a otros jesuitas que se burlaban de ellos. Así que no ha sido ésta vez, Padre. Nosotros somos Pobrecitos y nos defendemos con limosnas; pero, si perdemos el buen nombre de esta manera no podremos vivir; por eso, parece se trata de una malevolencia sin culpa nuestra”. Me respondió que a veces las pasiones vencen al espíritu. Se volvió a aquel Padre N. y le dijo que fuera a sus negocios. Pero él, queriendo justificarse, le respondió que, cuando volviera, iría a hablar con él. Y, despidiéndose, se fue.
30.-El P. Provincial me preguntó de nuevo si sabía quiénes eran los que habían mortificado a nuestros Padres, que no sólo los castigaría, sino pondría remedio, para que nadie hablara mal; al contrario, en toda ocasión debían hablar bien; “no sólo porque ustedes lo merecen, sino porque así lo quiere la Caridad, por la que nosotros, los Religiosos, debemos ayudarnos unos a otros. Y si les sucede algo, acudan a cualquiera de nosotros, que encontrarán atención y caridad fraterna, como si fuera nuestra Compañía”.
31.- Comenzó a preguntarme qué hacía el P. Tomás [Almaniach] de la Pasión, y cómo había recibido de las manos de Dios esta mortificación; y a decirme que este Padre tiene un espíritu tan grande que, “cuando hablo con él, a veces, en ocasiones en que le encuentro donde mi madre, que va a confesarla, me maravilla con qué espíritu y humildad conversa, sin jactancia ni simulación, y de tal manera mi madre se ha entusiasmado de la devoción de este Padre, que no quiere otro Confesor más que él; por eso, desde que yo fui nombrado Provincial ya no la he podido confesar, siendo yo su Confesor ordinario; y, al no poder atender los propósitos, como al P. Tomás de la Pasión, lo había conocido durante muchos años en la Congregación del P. Pavone, y después, cuando yo dirigía la Congregación de la Asunción, a la que siempre íbamos juntos, y vi que, verdaderamente, tenía el Espíritu de Dios, y por eso le solicité que confesara a mi Madre. Y, aunque muchos de nuestros Padres prudentes de la Compañía se lo han insinuado y le han pedido de muchas maneras, dándome razones, que, teniendo un hijo Provincial de la Compañía, los hubiera elegido a ellos, dejando de confesarse con un Padre de las Escuelas Pías, nunca ha querido consentirlo, diciéndoles que este Padre era según su carácter, que no tenía otra finalidad que salvar su alma, y mientras viviera no quería a otro Confesor”. Hubiera durado más la conversación, si no hubiera venido un Prelado a hablar con él, que ya había esperado un buen rato dentro de otra sala, y me despedí, pues me parecía demasiada audacia hacerle esperar más, y le prometí volver con el P. Tomás.
32.- No pasaron ni quince días, cuando encontré a aquel Padre que dijo al Cajero de la Anunciata que quería comprar nuestra Iglesia, para hacer en ella una caballeriza; iba vestido de Cura secular; el pobrecito se avergonzó cuando lo vi, y, cambiando de calle, emprendió otro camino. Nunca más pude encontrarlo por Nápoles. Cuando, después, nuestros Padres se encontraban con los Padres jesuitas, no sólo se saludaban quitándose el sombrero, sino se paraban, hasta que nuestros Padres pasaban. Esto sucedió en Nápoles después de la lectura del Breve del Papa Inocencio X.
33.- Antes de salir el Breve del Papa Inocencio, el Sr. Jerónimo Naccarella – que tenía hijos y no los enviaba al Gesù, porque no se llevaba bien con los Padres jesuitas, y tenía también sobrinos, hijos del Sr. Andrés Capano, yerno suyo, cordelero, de grandísima bondad de vida- quería llevar a todos sus hijos y nietos a nuestras Escuelas, pero vivía muy lejos de la Casa de la Duchesca y de la de Porta Reale, nos propuso que pensaba darnos la Iglesia nueva de San Blas de los Libreros, que la Ciudad había comenzado a construir, de la que ya habían iniciado las capillas y había algún dinero en los Bancos, para llevarla adelante. Pero, como los Gobernadores no estaban de acuerdo, habían abandonado la empresa, dejando el edificio sin terminar; y que él se sentía animado a conseguirlo de la Ciudad, con su apoyo. Y, acerca de los gastos, conseguiría alguna asignación, para sacarla adelante, y no sólo la Iglesia, sino también las Escuelas. Además, comprando la Casa del Sr. Franco Fontana, resultaría un bellísimo Convento, cómodo para todos los Padres y los alumnos. Sólo temía que, por envidia, se lo frustraran todo los Padres jesuitas del Colegio; por eso nos decía que intentáramos conquistarlos con buenas maneras, para que el negocio resultara bien, y no fracasara.
34.- Había en aquel tiempo en Nápoles un Visitador, el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad, enviado por el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles y por el P. Pietrasanta, jesuita, al que comuniqué este proyecto: Le causó tal impresión, que habló de ello con el Sr. Marqués Noccarella y con el Sr. Andrés Capano, a ver cómo se podía realizar. Ellos le prometieron que, en cuanto a la Plaza del difunto Padre de la Iglesia de San Blas, correría de su cuenta, junto con Capitanes de la Orden, para que lo aceptaran, y nosotros no tuviéramos ninguna molestia; sólo tenían duda sobre los Caballeros de la Sede de Nido, que están allí cerca, no fuera que pusieran algún obstáculo. Por eso, habría que encontrar las formas de hablar con sus Caballeros fieles y con sus amigos; pues convenciendo a los Padres jesuitas y a los Caballeros, fácilmente se conseguiría lo restante.
35.- Pregunté al Marqués Naccarella quién sería la Personaje más Influyente ante los Caballeros de la Sede de Nido, para poder hacer un intento y comenzar el trabajo. Me respondió que el mejor sería el Sr. Príncipe de la Ruscella, que, al ser viejo y acreditado, arrastraría a todos los Caballeros a su opinión; y, como tenía cerca a sus sobrinos, fácilmente se comprometería a ayudar con alguna suma de dinero, pues era muy caritativo, y persona de gran Piedad.
36.-“Y yo mismo os llevaré adonde los Padres jesuitas, a nuestra Congregación de la Asunta, que dirige el Vicario Carafa, de grandísima bondad de vida, que atrae a casi toda la Nobleza, y, poco a poco, irá haciendo alguna amistad con todos; con lo cual, sin darse cuenta, el proyecto caminará por sí mismo, sin ningún obstáculo”. Me pareció muy bien la opinión, y, comunicado todo al P. Visitador, me dijo que él mismo quería hablar al Príncipe de la Ruccella, cuando me pareciera el momento más oportuno.
37.- Determinamos ir a la mañana siguiente; tanto más, cuanto que yo conocía al Príncipe en Posilipo, porque muchas veces había estado en nuestra Casa; con frecuencia venía a descansar a mi habitación, y charlábamos de las cosas de nuestra Orden, en tiempos de Paulo V; porque la Princesa, su mujer, era resobrina del mismo Pontífice, el cual tenía tanto afecto a nuestro P. General, que quiso encontrarse presente cuando el Cardenal Giustiniani, en nombre del mismo Pontífice, le dio el hábito de la Orden; y el mismo Príncipe de la Ruccella le ayudó a vestir el nuevo hábito con sus propias manos. El Príncipe me había contado esto muchas veces, cuando, casi cada mañana, venía a oír la Misa a nuestra Iglesia, pues durante el verano estaba en Posilipo. Así que creía que no tendría dificultad. Y, en cuanto a que nos ayudaría en las obras de la Casa, no dejaría de hacerlo, porque es generoso y limosnero. Muchas veces, además de la limosna ordinaria, que daba cada mes a la Casa de la Duchesca, deba también a la de Posilipo, lo que tenía necesidad. Ordenó a su despensero que, cuando mandara a buscar aceite, queso y otras cosas, me diera de todo, sin nueva orden, más que pidiendo el recibo. Además, el Prior de la Ruccella, hijo suyo, no pasaba semana en que no nos diedra siete u ocho ducados de limosna, lo mismo que hacía el Marqués de Castel Vetere, y sus hijos; pues a veces daba dinero a los hijos aposta, para que ellos nos dieran limosna. Un día que le pregunté por qué hacía esto, me respondió el Príncipe: “Para que desde pequeños aprendan a dar limosnas, y quieran bien a los Religiosos”.
38.- Este asunto sirvió de tema al P. Glicerio para entablar conversación con el Príncipe, sobre todo porque a él no le faltaba materia para mantener el discurso, ya que era exuberante en la conversación, cualquiera fuera la materia; de tal manera, y con tanta dulzura encantaba a quien hablaba con él, que enseguida se hacía con todos como con hermanos carnales.
39.- A la mañana siguiente fui con el P. Glicerio, el Visitador, adonde el Sr. Príncipe de la Ruccella, y lo encontremos en la escalera cuando salía. Al vernos, enseguida volvió adentro, y me preguntó qué queríamos. Le indique que aquél era el P. Visitador. Entramos en la sala donde solía dar la audiencia, y ordenando que nos sentáramos, el P. Glicerio comenzó un largo discurso sobre Paulo V; cómo había hecho nuestra Congregación Paulina, y el bien que deseaba para nuestro Padre General. Y concluyó diciendo que, al recibir nuestro P. Fundador el nuevo hábito de nuestra Orden, que nosotros llevamos ahora, Su Excelencia le había ayudado a vestirlo; y que, considerándolo nuestro especial Bienhechor, había venido a hacerle los obsequios que se le debían; y a procurarle un Consejo que, como a persona prudente, le podía dar, para ayuda de nuestra Orden en Nápoles, y también de la juventud en este Reino vecino.
El Príncipe estaba deseoso de que terminara pronto el discurso, que no terminaba nunca, y más deseoso por saber lo que quería, y le dijo: “Padre, dígame en qué puedo servir a la Orden, que estoy más deseoso de ayudarla que usted de pedírmelo, pues muy bien sabe el P. Juan Carlos cuánto quiero a vuestra Orden”.
40.- El P. Glicerio comenzó a describirle el lugar de la Iglesia nueva de San Blas de los Libreros, y cómo el Marqués Naccarella había movido este tema a favor del Convento con las Escuelas Pías para nosotros, y no había nadie con autoridad segura que la impulsara a causa de los incidentes que pudieran surgir; que, si por casualidad apareciera alguna contrariedad, él se acogía a Su Excelencia como Patrón, lo mismo que a los Señores Caballeros de la Sede de Nido, por estar más cerca que ninguno otro. “Esta es la gracia que pedimos a Vuestra Excelencia, de parte de nuestro General y de toda la Orden.
41.- El Príncipe respondió que, en cuanto al Instituto y al P. General y Fundador, estaba muy bien informado; sobre su persona, dispusieran de ella en lo que pudiera; y sobre la Sede de Nilo, aceptaba el Patrocinio del orden, como deseaba, pero antes de hablar de esta materia tan grave, era necesario reunir Congregaciones para ver las dificultades que podían surgir, y las oposiciones que podían venir, para poner remedio; no fuera que se caminara a oscuras; que hablaría de ello con el Señor Jerónimo Naccarella y con Andrés Capano, para ver la forma como se podía hacer, a fin de que el asunto saliera adelante con buena reputación, y conseguir el intento. En cuanto a los gastos y otras cosas, se encontraría el remedio oportuno, para hacerlo todo con todo decoro y provecho; y se lo comunicaría todo al Sr. D. Tiberio Carafa, que era muy afecto a la Orden de las Escuelas Pías, y que en la última Congregación trató de la llave del palacio de Dña. Ana Carafa -en la Casa de Posilipo- para que los Padres pudieran pasar a su gusto, cuando iban a su Casa de Posilipo. Expuso el tema con tanta piedad, que consiguió que todo saliera como los Padres deseaban. “Así que no se preocupen más, dijo, que pronto veremos los resultados. Enseguida iré adonde los Sres. Naccarella y Andrés Capano a escuchar sus opiniones. Que sus Padres no se muevan para nada, hasta que yo los avise, o estos Señores”. Y con esto, nos despedimos del Príncipe.
42.- Cuando salimos de donde el Príncipe de la Ruscella, fuimos a encontrarnos con el Sr. Marqués Naccarella, que estaba con el Canónigo Naccarella, hermano suyo. Comenzando a hablar de cuanto habíamos tratado con el Príncipe, el Canónigo ofreció, además de los favores con el Cardenal, 1000 dudados de lo suyo propio para las obras del edificio, además de los 3000 ducados que había dado ya al P. Tomás [Almaniach] de la Pasión, para frutos santos a los niños que recogía por Nápoles, a fin de que acudieran a Misa. Concluimos que debíamos hablar con el Príncipe de la Ruscella, con el Marqués Naccarella, y con D. Andrés Capano, para que hablaran con el Sr. Anaclerio Zitta, elegido por el Pueblo, y que señalara una jornada, para hacer Plaza a la Iglesia de San Lorenzo, y poder hacer las cosas con mayor estabilidad. Es que había habido dificultades para la Plaza de San Lorenzo, antes de hablar a los Caballeros, no fuera que llevaran a mal que primero se reunieran los capitanes del orden, y luego lo supieran ellos. Por eso, se decidió que, después de hablar con el Príncipe de la Ruscella, se hablara también con los Diputados de la Ciudad, que, como elegidos en todas las Sedes, nadie se podría lamentar. Esta fue la opinión del Canónigo Naccarella; y él mismo se comprometió a hablar a dos Caballeros Diputados, amigos suyos; pero pidió que a los Padres no se los viera para nada en aquel negocio, hasta que se reunieran todos los órdenes en San Lorenzo, para entregar el Memorial al elegido del Pueblo, y lo expusiera en el Parlamento público.
43.- Habló el Marqués Naccarella, hubo otros discursos, y hablaron a los Diputados de la Ciudad. Se decidió que el elegido del Pueblo llamara a los Capitanes del orden, y se convocara el Parlamento, pues todas las Plazas y los Nobles estaban de acuerdo, y se ofrecían a ayudar a la obra a expensas propias; con tanta mayor razón, que el elegido del Pueblo era amigo nuestro, por tener un hijo natural suyo en nuestras Escuelas, el que intimó la Plaza en San Lorenzo, el día 15 de marzo de 1645 (o quizá el año 1646, pues en 16445 no era Superior el P. Estaban [Cherubini])[Notas 2], donde entraron los Diputados de la Ciudad, el elegido del Pueblo, todos los Capitanes del orden, y muchos Complatearios de los Libreros.
44.- El Sr. Andrés Capano me indicó que entregara el Memorial al elegido del Pueblo, quien anunció por qué habían sido convocados, leyó el memorial, y, por unanimidad, concluyeron dar la Iglesia de San Blas, es decir, la nueva, para terminar la iglesia comenzada, y hacer allí un Convento de las Escuelas Pías. Tomada esta determinación, se publicó. Luego entré yo para dar las gracias; y detrás, entraron un Padre teatino y un P. de San Lorenzo, ambos hermanos del Sr. Andrés Capano, que comenzaron a gritar contra su hermano, diciendo que era un traidor, que había entregado la fábrica de San Blas, lo que perjudicaba a sus iglesias. Dijeron que elevarían un recurso. Se formó tal embrollo, que produjo una enorme confusión; tanto que los Diputados, y el elegido del Pueblo, dijeron que la Ciudad era Dueña, y la podía dar a quien les pareciera; y siguieron diciendo:
45.- “Estos Padres de las Escuelas Pías ayudan al pueblo, sin tener ninguna ayuda de esta Ciudad, y estaba obligaba a ayudarles”; que, en cambio, ellos estaban muy acomodados, y querían todo para ellos. Así que se fueron sin rechistar. Pero acudieron tantos Padres contrarios, y con tales palabras, que faltó poco poner las manos sobre D. Andrés Capano, que daba la cara más que ningún otro en este asunto. Cuando vieron que no podían conseguir nada, se fueron a gritar ante el Cardenal Filomarino, y a presentarle el caso. El Cardenal, que ya había sido prevenido por el Canónigo Naccarella, les respondió que la Ciudad era Dueña, y no le correspondía a él aquel negocio. La insistieron para que, al menos, hiciera una inhibición contra los Padres de las Escuelas Pías, no innovaran nada, y observaran las Bulas Pontificias; de lo contrario, escribirían a Roma. No pudiendo el Cardenal negarles la justicia, me ordenó hacer una inhibición, con una intimación personal.
46.- Se les respondió que acudieran a la Ciudad, que era quien nos había llamado, y con mucha insistencia. Llevé la respuesta al Cardenal, el cual me dijo que reclamara otra inhibición al Auditor de la Cámara, que él la haría cumplir; y que le ayudáramos, pues él nos echaría una mano en lo que hiciera falta. Escribieron a Roma, al P. Esteban [Cherubini], para que ordenara una inhibición; pero éste respondió que, mientras las cosas estuvieran de aquella manera, sin saber en qué iba a dar la Orden, no estaba bien, en aquel momento, aceptar una casa nueva; “cuando venga a Roma el P. Glicerio, Visitador, que será pronto, según su Relación, se tomará la determinación más oportuna”. Con esto se enfrió el tema, y no siguió adelante, a pesar de que varias veces nos lo pidieron, tanto el Príncipe de la Ruscella, como Naccarella, el elegido del Pueblo, Andrés Capano y también Tomás Muralli, el librero que servía a nuestros alumnos, con libros que imprimía expresamente para ellos; éste, por su propio interés sembraba fuego por toda la ordenanza, para que el asunto saliera adelante. Pero, después de la respuesta que llegó de Roma, todo resultó inútil.
47.- Con esta ocasión, como ya dije, el Marqués Naccarella me invitó a ir adonde el P. Tomás de la Pasión, a la Congregación de la Asunta, cuyo Padre director era el P. Vicente Carafa [S.J.], para no tener en contra a los Padres jesuitas. El mismo Naccarella le comunicó a este Padre lo que pensaban hacer; y no sólo no estuvieron en contra, sino -al ser un hombre de de grandísima bondad de vida y espíritu- él mismo hizo lo que pudo, para que resultara bien. A mí me tomó tal afecto que, cuando íbamos los martes a hacer la Caridad con los Empleados, a favor de los Incurables, quería que yo fuera compañero suyo, para hacerles las camas; y D. Tiberio Carafa, con grandísima caridad los calentaba. Y cuando algunos no se podían mover, los levantaban a peso, y, mientras D. Tiberio los sostenía, nosotros les hacíamos la cama. Era tan grande, verdaderamente, la caridad de estos dos grandes Siervos de Dios, que algunos Señores venían a posta para verlos. Yo, no sólo quedaba admirado del espíritu con que lo hacían, sino que, a veces, le decía a D. Tiberio: “Si yo estuviera como este pobrecillo, ¿quién me haría la Caridad, como se la hacemos a él?”. De todo ello yo también salía aleccionado, viendo a dos Señores tan importantes, hacer actos tan humildes de Caridad.
48.- Esta misma experiencia del P. Vicente Carafa la tuve luego en Roma, durante la elección del P. General, después de la muerte del P. Mario Vitelleschi. Fue de la manera siguiente.
Llegué a Roma el 29 de noviembre de 1646, cuando nuestra Casa de San Pantaleón vivía con mucha escasez, cargada de deudas y préstamos pasivos, de los que no había pagado los intereses desde hacía cuatro años o más, como antes pagaba nuestro Venerable Padre Fundador. Entre otros, teníamos un préstamo pasivo con los Padres del Noviciado de San Andrés en Monte C aballo, de la Compañía de Jesús, de 500 escudos al 7%, cuyos intereses habían aumentado hasta ciento veinte escudos. Y no se podía llegar a pagarlos.
49.- Había entrado de Procurador jesuita un Padre de Siena, que se llamaba P. Loti. El P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena le había hablado muchas veces, y nunca había conseguido convencerle a esperar un mes, cuando esperábamos un dinero que estaba en depósito en el Monte de Piedad, y se esperaba muy pronto. Nunca fue posible que nos concediera esta facilidad; al contrario, obtuvo un mandato por el que nos secuestraba dos bodegas que teníamos debajo de nuestro edificio nuevo, y ya había puesto la póliza para cobrarlas expropiadas, lo que quería hacer a la mañana siguiente. Ante esto, el P. Buenaventura, desesperado, me llamó para que fuera a acompañarlo al Noviciado de los Padres jesuitas, pues quería ir a hablar con el P. Rector, para que no se ejecutara un daño tan grande.
50.- Al salir de Casa, le dije: “Vamos, más bien, al Gesù, que está más cerca, porque conozco al P. Vicente Carafa, General, desde cuando estaba en Nápoles; estoy seguro de que nos hará este favor, y no nos obligará a vender las bodegas”. Le pareció bien al P. Buenaventura, y nos pusimos en camino hacia la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. Hablé al potero, le dije que quería hablar con el P. General, que le dijera que era el P. Juan Carlos de las Escuelas Pías, que había venido de Nápoles, y quería saludarlo. Hizo la embajada el portero, que volvió enseguida, diciéndonos que subiéramos con él, que el P. General nos esperaba. Cuando el P. Vicente me vio, me preguntó cuánto hacía que faltaba de Nápoles. Le dije que unos seis meses, y no había ido a visitarlo, porque conocía las ocupaciones grandes de su Orden; en cambio ahora me había surgido una ocasión de cumplir con esta obligación, y pedirle un favor, sin ningún interés.
Sonriendo jocosamente, me preguntó en qué podía servirme, que lo haría más que con gusto, sabiendo cuánto me quería cuando estaba en Nápoles. Le expuse la deuda que teníamos con el Noviciado de San Andrés, y que, por nuestras desgracias, no habíamos podido pagar los intereses de un Préstamo, por lo que el P. Loti, Procurador, quería obligarnos a vender dos bodegas; que, además del daño grande que nos hacía, era un descrédito ante los demás Acreedores, que nos tendrían por fracasados; que el dinero lo tenía el Monte de Piedad, pero estaba inmovilizado durante un mes; que le habíamos pedido nos esperara, que se lo pagaríamos cumplidamente, pero no sólo no había querido hacerlo, sino que con un “mañana mismo” nos quería obligar a vender a subasta las dos bodegas; que, por amor de Dios, me excusara, si le molestaba.