ViñasEsbozoGermania/Cuaderno03/Cap18

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Capítulo 18º. Sobre el noviciado de Podolín y su primer superior el P. Juan Francisco Franco de la Cruz.

Tomo lo siguiente de un librito escrito por el Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri con el título “Comunidad y descripción de las casas de Brezno, Podolín etc.” (1690):

“Tomo de este padre (Miguel Krausz de la Visitación) las noticias que transcribo resumidas.
El año 1642 nuestros padres fueron a Varsovia a petición de Ladislao IV, rey de Polonia y Suecia, y allí el Ilmo. y Excmo. Sr. Estanislao Lubomirski, Conde de Wisnicz, palatino y capitán general de Cracovia, obtuvo una segunda fundación para una de sus trece poblaciones en el sector de Szepes en la frontera con Hungría, que estaban infectados completamente por la herejía luterana, con lo cual nuestra Orden introducida en Szepes pronto empezó a promover la fe católica.
El 4 de octubre de 1642 desde Varsovia vino el P. Onofre (Conti) del Stmo. Sacramento, entonces Provincial de Germania, con el P. Agustín de S. Carlos (en el siglo Tobías Steinbeck, de Nikolsburg) y los hermanos Gregorio de S. José, operario, y José de la Natividad de la B.V.M. (en el siglo Andrés Marci, de Holicz en Hungría), novicio, habiendo dejado como superior de la nueva fundación de Varsovia al P. Jacinto de S. Gregorio, su asistente y secretario, después que llegó una carta de Roma con el permiso y el favor del Cardenal Protector Cesarini.
Cuando a causa de la guerra huyeron de Lipnik en Moravia los nuestros, pudieron venir a esta fundación, y el fundador citado destinó un castillo suyo (en Wisnicz) mientras se construía una casa con capacidad para 16 personas. Eligieron para la fundación Podolín, que está junto a un río (Propad). Los que huían de Lipnik eran el P. Juan Domingo de la Cruz (Franco), superior y maestro de novicios, con el P. Juan Francisco de Sta. Mª Magdalena y 9 juniores, a cuyo encuentro fue el P. Provincial para traerlos a Podolín.
El 16 de junio de 1643 se abrieron las escuelas por orden del P. Onofre en el castillo, pues todavía no se había construido el colegio que iba a hacer el fundador.
El 28 de junio de 1648 los nuestros se trasladaron en procesión del castillo en el que habían vivido hasta entonces, al nuevo convento, y lo mismo hicieron los alumnos el 12 de julio, cantando las letanías de los santos; se recitaron poemas escolares, se dijeron oraciones y se cantó el Te Deum”.

Hasta aquí las noticias que el Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri toma del P. Miguel Krausz, quien describió así en el año la casa de Podolín: “Una vivienda grande y bien provista, con claustro y gruesos muros, muy capaz; situada a 49,15 gr. de latitud y 43,23 de longitud”.

El P. Teodoro de S. José, que había sido cautivo de guerra, huyó, y después de 15 años tomó el hábito, narró lo siguiente al Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri acerca de la casa de Podolín: “Cuando los suecos ocuparon Cracovia y otros lugares de Polonia, el rey y muchos senadores se refugiaron en este convento, por ser un lugar seguro, y también las monjas de San Francisco de Cracovia, que desde entonces hasta nuestros días nos están muy agradecidas y nos ayudan. Y todo esto ocurrió en el año 1650”.

El edificio de nuestra casa de Podolín fue más tarde notablemente embellecido por el P. Rector Jerónimo Bleszinsky de S. Bernardo, de quien hablaremos en el momento oportuno. En su necrología se dice: “Aumentó notablemente los ingresos de la casa, con la liberalidad no tanto de sus connacionales como de los de fuera, y el don de la divina Providencia, que ciertamente le apoyaba; levantó las torres del templo, y llevó a cabo otras obras muy bellas; hizo elegante el lugar en el que se encuentra el templo; renovó las paredes exteriores del colegio con arte y gran suntuosidad; decoró los pasillos y los museos interiores con varias pinturas que narran los hechos ilustres de nuestro Santo Padre”. No creo que deba dejar en silencio lo que me hizo notar el R.P. Andrés Friedreich Sch.P. de Hungría acerca de los nombres de los veintinueve famosos escolapios difuntos enterrados en el colegio de Podolín. Después de la lista de los nombres el padre citado me hizo ver el siguiente dístico: Si Zbisko pudiera representar con la pintura las virtudes, ¡no habría una obra más bella en todo el mundo!”

Después de tomar posesión de la casa de Varsovia el P. Provincial Onofre, volvió a Podolín hasta el 11 de diciembre, en que salió hacia Cracovia con los PP. Agustín y Lucas, a donde llegaron el 16 de diciembre de 1642, y no pudo volver a Moravia hasta el 4 de enero de 1643.

Nuestros padres no tenían casa en Cracovia, pero el P. Provincial residía allí por otros asuntos. Más tarde, el 19 de marzo de 1654, el Serenísimo Juan Casimiro, Rey de Polonia, nos concedió un diploma en el que se nos permitía comprar un terreno suficientemente extenso para construir una casa en las afueras de Cracovia con un huerto adjunto. (P. Nicht).

En lo que se refiere al tiempo de la fundación de Podolín, he aquí lo que dice una carta de nuestro Santo Padre:

“Al P. Onofre del Stmo. Sacramento, Provincial de las Escuelas Pías en Germania y Polonia. La Paz de Cristo.
Supongo que durante el invierno V.R. deberá quedarse en Cracovia, o más bien en el estado o jurisdicción de ese Ilmo. Sr. Conde Palatino, y espero que V.R. usará de tal diligencia en la fundación de ese lugar de dicho Excmo. Señor Conde que superará todas las dificultades con su presteza y prudencia que sean necesarias, siendo a mi parecer muy a propósito la fundación de nuestro instituto en ese territorio. Esperaba alguna carta de V.R. a propósito de este particular, sobre lo que han tratado hasta ahora, pero hace muchos días, por no decir meses, que no tengo ninguna noticia de V.R. Ya sabrá V.R. cómo estás las cosas en nuestras comunidades de Moravia, a los cuales dará la ayuda conveniente cuando pueda.
Aquí el Señor en sus justos juicios permite que el Duque de Parma y el de Módena turben la paz del Estado Eclesiástico por las tierras de Ferrara y Bolonia, con gran peligro de innumerables ofensas a Dios. Aquí oramos sin parar por la paz universal. Haga V.R. que se rece también ahí con mucha devoción, para que el Señor dé la paz a la Cristiandad que es su pueblo, y en particular en Italia, que es la provincia elegida por Dios para la jerarquía eclesiástica. El Señor nos escuche y bendiga a todos. Roma, 3 de enero de 1643”.[Notas 1]

Volvamos nuestra atención para nuestra edificación a la vida del P. Juan Domingo Franco de la Cruz, primer superior de la casa de Podolín.

Este varón venerable tomó el hábito escolapio en Génova, en la casa de Oreggina, de las manos del P. Pedro Casani, provincial de Génova, y pronunció sus votos solemnes en Roma en manos del P. José. A causa de su eximia piedad, en la que brillaba entre los demás, y de la total observancia de las Reglas, fue nombrado maestro de novicios, y luego, de 1631 a 1634, en que fue sustituido por el P. Ciriaco Beretta, fue superior de la casa de Cárcare. De su gobierno, como de los que fueron antes que él superiores en Cárcare, no hay nada escrito en nuestros libros; en aquello días felices nuestros hermanos se esforzaban más en hacer el bien que en escribir cosas. Podemos deducir de cuánta virtud y prudencia estaba adornado del hecho que del gobierno de la casa de Cárcare fue trasladado por el S. Fundador a gobernar la provincia de Sicilia, y cuando más tarde fue necesario enviar hombres doctos y virtuosos a Polonia, entre los pocos que fueron enviados a aquellas lejanas tierras en compañía del P. Onofre Conti del Stmo. Sacramento, se encontraba el P. Juan Domingo Franco de la Cruz.[Notas 2]

Felices eran en verdad aquellos días en los que nuestros hermanos se esforzaban más en hacer el bien que en escribir, como decía recientemente el P. Pablo Fernando Isola, pero más felices y más provechosos para nosotros los días en los que el P. Miguel Krausz no sólo se ocupaba de su magisterio con los novicios, sino que además ponía por escrito las exhortaciones a la vida espiritual que hacía, que quiero citar en el ya citado manuscrito “Historia de la Provincia de Polonia de las Escuelas Pías desde el año 1642 hasta el año 1686”[Notas 3].

“El P. Juan Domingo de la Cruz era italiano, de Roma, de la familia Franco. Ingresó en nuestra Orden siendo ya sacerdote. No era ignorante en cuestiones de pintura, aunque, como era humilde, escondía su habilidad y nunca la ejercía, excepto cuando pintó algún que otro rostro de Cristo, estando por lo demás completamente centrado en el ejercicio de la disciplina religiosa, para no descuidar la formación en la vida religiosa de aquellos que le habían confiado.
Brillaba en este hombre de manera admirable una cierta simplicidad y candor de costumbres, que le hacían amable a todos aquellos con los que trataba. Así cada vez que alguno de los nuestros era visto en Cracovia, lo primero que le preguntaban los habitantes de aquella ciudad, especialmente los italianos, era por el P. Juan Domingo, que ojalá pudiera venir, y cosas semejantes. Lo mismo hacían en el palatinado cracoviano todos los caballeros y senadores, que lo tenían en gran honor y reverencia. En fin, cada vez que era visto en Polonia o en Hungría despertaba admiración, y el deseo de vivir la misma vida que vivía este hombre honrado, inocente y santo. Incluso los herejes, de que están llenos Szepes y toda Hungría, admiraban a tal punto su vida y sus costumbres que, como uno de ellos, N. Kacki dijo, ‘si todos los católicos fueran como el P. Juan Domingo, sinceros en rectitud de costumbres e integridad de vida, yo querría abrazar la fe católica sin necesidad de ninguna controversia’.
Era ajeno a todas las cosas curiosas que olían a vanidad del siglo. Llevaba muy a mal cuando en comunidad después de la comida o la cena alguien comenzaba una conversación trayendo rumores de otras partes, especialmente si tocaban aunque fuera de manera muy lejana la fama ajena. En estos casos solía dormitar (cuando por respeto hacia alguien no le parecía conveniente pedir que se callara), o arrugar la frente, o hablar de otra cosa, o simplemente pedía silencio, diciendo ‘callaos’, ‘dejémoslo estar’, o se iba a otro lugar de la comunidad. Y cuando alguien le preguntaba, aunque fuera un hombre de gran autoridad, qué novedades había, graciosamente respondía: ‘la novedad para mí es que aún no he dicho prima, o nona, o vísperas’.
A pesar de que era muy estimado por todos, él mismo sentía un gran desprecio por sí mismo, diciendo: ‘No entiendo cómo estos hombres piensan que yo sea algo, que sea docto, y santo, cuando yo soy un hombre necio, pecador y miserable. Y, mirad, hijos, no os digo esto porque deba sentirlo así, sino porque realmente lo soy, y no otra cosa’.
En el tiempo en que Carlos Adolfo, Rey de Suecia, llevó la guerra a toda Polonia, había ido al monasterio de Lechnitz, que había pertenecido a los religiosos de la Orden Cartuja, que habían sido expulsados por la fuerza de los herejes a Hungría, y ahora pertenecía a un señor seglar, y estaba a tres leguas de Podolín, con el motivo de visitar al prefecto de Dopezyc N. Jordan, que yacía allí a causa de la podagra. Después de cumplir el objetivo por el que había venido, recibió hospedaje para pasar la noche en los recintos del monasterio. Quizás el buen anciano se había echado en el suelo sobre paja con dos mantas de lana para reposar sus cansados miembros cuando he aquí que lo encuentra de pronto un noble que lo había conocido, siendo niño, en la corte del ilustrísimo palatino de Cracovia Estanislao Lubomirski; se queda fuera, y llama. Su compañero va a ver quién es, abre la puerta y ve a un joven. Va y dice al padre que hay un cierto joven que desearía visitar a Vuestra Reverencia. Inmediatamente le dice que entre, y sonriendo con toda amabilidad lo recibe y lo saluda, pero no se mueve de su humilde lecho, mientras repara su sandalia con un cuchillo, y sin dejar de hacer lo que había comenzado, ruega al joven que se siente para charlar, pero este, a causa de la reverencia, en lugar de hablar se va. No creo que le moviera a actuar así otra cosa que el desprecio por los honores cuando era visitado. A pesar de este tipo de acciones la persona del padre no perdía veneración, pues no se percibía en él falta de urbanidad sino más bien gracia cuando continuaba con su ocupación, de modo que ni aquel joven, ni ningún otro cortesano que habían notado cosas similares encontraron motivo de reprensión, ni se sintieron ofendidos por ello.
Ninguno de sus hijos en Cristo se quejó de falta de caridad, pues cuidaba mucho que a ninguno le faltara nada de lo necesario, en lo corporal y en lo espiritual. Por ello solía visitar a menudo sus celdas, y controlaba los lechos, el ajuar de cama y los vestidos, y si veía algo que estaba estropeado, lo daba para uso de los estudiantes pobres, y mandaba hacer otro nuevo. Amaba más tiernamente a aquellos que le habían sido confiados para formarlos en el noviciado. Les solía interrogar con prudencia sobre las tentaciones, y no dejaba de poner el remedio oportuno cuando hacía falta. Quería tanto a los suyos (como dije) que cuando alguno tenía que irse de la casa donde él gobernaba a vivir a otro lugar, ordenaba antes que sus cosas fueran enviadas de la manera más cómoda, y después, al despedirse de alguno tenía tanto dolor que no podía contener las lágrimas, como podía verse.
Lo mismo ocurría cuando alguno de los suyos fallecía. En verdad este padre amantísimo de sus hijos nada deseaba más que verlos y tenerlos siempre sanos consigo. Cuando veía a los enfermos fuera de peligro de muerte, los visitaba a menudo, les ofrecía consuelo y servicio, y no soportaba que les faltara nada.
Cuando ocurría que tenía que reprender a alguien por alguna imperfección, lo hacía con palabras medidas, según las circunstancias y el espíritu de cada cual, de modo que se notara que no lo hacía movido por la ira, sino por la compasión paterna. Cuando veía que alguno permanecía coriáceo al recibir la corrección, empleaba pocas palabras y casi vertía lágrimas, para ver si así ablandaba el pecho del pertinaz, o para mostrar que él estaba al lado del coregido, para ofrecerle ayuda y ánimo. A los que veía más dispuestos para el esfuerzo en las virtudes, los urgía con frecuentes aunque suaves avisos, y los trataba más familiarmente. También trataba familiarmente a quien sabía que estaba dominado por la pasión, y entonces le mandaba que no dijera una palabra más. Lo hacía así para que el airado pudiera contenerse más fácilmente y componer su ánimo. Por supuesto se veía que él mismo no quería inculcar otra cosa que lo que recordara su propia vocación, procurando este padre atentísimo poner ante los ojos lo mismo que él enseñaba acerca del camino de la salvación.
Procuraba sobre todo que nunca se entregaran al ocio. Decía: ‘un cuerpo fatigado no tiene tiempo para pensar en las cosas del mundo, ni puede ser tentado fácilmente alguien a quien el enemigo del género humano encuentra ocupado’. Por lo cual nunca permitía que los novicios, y todavía menos los juniores, se permitieran la indulgencia del sueño, ni quería que estuviesen ociosos más allá de un breve espacio de tiempo, a no ser que les hubiera dado permiso. Siempre encontraba algo para tenerlos ocupados. A veces les pedía que copiaran algún librito espiritual, o los llevaba al huerto a quitar las malas hierbas, o les hacía llevar de cuarto a cuarto, o a otros lugares, piedras, ladrillos o tierra, para que así tuvieran siempre las manos ocupadas en algún trabajo. Es cierto que a veces rehacía las fuerzas fatigadas con un desayuno o una merienda, y a veces los recreaba con el honesto juego de las pirámides, ofreciendo estampas a los ganadores. Y así en ningún modo se sentían molestos por los trabajos que les mandaba, o por las mortificaciones (como las llamamos) que les imponía, pues estaba claro que era un benignísimo padre suyo.
Tampoco soportaba ver a alguien con la cara triste, y especialmente entre los novicios, cuando veía alguno así, le mandaba ponerse de rodillas y dándole una ligera bofetada le decía: ‘¡Alégrate, hijo, Dios te ama! ¿No te das cuenta? ¡Alégrate!’ A veces también besaba la cabeza del que estaba arrodillado o le hacía la señal de la cruz sobre la frente. De este modo se sentían animados y alzados de manera admirable para recorrer el camino del Señor con un nuevo espíritu. En especial se esforzaba por quebrar el juicio y la propia voluntad de los suyos, a menudo decía: ‘Cese la propia voluntad, y no habrá infierno’. Por lo cual prefería tener pocos sabios mejor que pocos santos a causa de su propia voluntad, aunque ni ignoraba lo sumamente necesaria que es la erudición literaria para nuestro instituto. Pues prefería el bien y la ganancia de almas más que ninguna otra cosa del mundo, pues para ganarlas (las almas) se esforzaba muchísimo, ya que si sabía que alguno de los novicios estaba aquejado por alguna tentación, para lo cual era muy perspicaz, intentaba durante largo tiempo varios remedios para ayudarle, como exhortar, avisar, intentando lo necesario hasta que se viera libre de la tentación. Al educar a los suyos estaba muy atento a que aunque estuviera ocupado en otros asuntos, no se dejara nunca de respetar el tiempo prescrito para prepararse para recibir el santísimo sacramento de la Eucaristía, e iba él mismo al lugar en el que estaban reunidos los hermanos. Allí leía meditaciones para antes de la santísima comunión y soliloquios escritos en italiano por el P. César Franciotti. Por lo cual, aunque apenas entendíamos el italiano, lo pronunciaba con tal espíritu que entendíamos suficientemente el sentido de las palabras.[Notas 4] Después de terminar la lectura decía algunas palabras sobre el amor de Dios, sobre la humildad y otras virtudes internas, con tal fuerza y energía, que él mismo se echaba a llorar, y a veces hacía llorar a los demás. Exhortándolos, solía decir estas palabras:
‘¡Oh, hijos! ¡Dichosos vosotros! ¡Dichosos vosotros, hijos míos! Renunciasteis al mundo y vinisteis a la Orden siendo aún jóvenes, mientras que yo, miserable anciano, me hice religioso después de haber pecado tanto. Pero no desespero de la misericordia de Dios. Hace ya tiempo que debía estar en el infierno, pero Dios me perdonó la vida, y ahora puedo comulgar. ¡Oh Dios, oh Dios! ¿Qué he hecho para merecerlo? ¡Ah! Si el mundo conociera el bien que Dios le tiene preparado para quienes le aman, no seguiría su propia voluntad, pero no conoce su miseria. ¡Ah, felices vosotros, felices vosotros! Dios no tiene necesidad de que nosotros le sirvamos. Dije: ‘Tú eres mi Dios, porque no desprecias mis obras buenas’. Pero como nos llama, actúa con nuestras obras buenas como un padre misericordioso. Nos llama a sí, nos conduce. ¿Qué tienen los príncipes de este mundo, los reyes, los emperadores, los cardenales… qué tienen en sus riquezas? Los hombres mundanos buscan sus propias vanidades y voluntades, son felices, viven sus días tras sus bienes y luego al punto descienden al infierno. ¡Oh, qué felices serían los condenados si pudieran amar a Dios sólo durante una hora! ¡Pero en el infierno no hay redención! Pero vosotros, hijos, que tenéis aún tiempo, alegraos porque aún podéis ganar méritos.
Oh, Dios, ¿quiénes somos nosotros? ¿Quién soy yo? (aquí entre suspiros y lágrimas se detenía meditabundo durante un rato, para continuar después con más fuerza) ¿Quién soy yo? Oh, hijos, yo os amo porque no seguís este mundo. Pero sed cautos (frase que repetía a menudo). Pues vuestro enemigo el diablo da vueltas como un león rugiente, buscando a quién devorar. ¡Sed cautos! Dios os quiere salvar, pero tenéis que cooperar. ‘Te creé sin ti, pero no te salvaré sin ti’ Hijos, ya habéis comenzado bien; mirad de terminar bien. Por lo tanto, hijos, vayamos al encuentro de aquel que nos espera. Él mismo nos llama: ‘Venid a mí todos los que sufrís bajo el peso de vuestra fatiga, y yo os liberaré’. Nos llama a nosotros. Preparémonos, hijos, y así podremos comulgar con fruto’ Y aquí terminaba el sermón.
Tenía siempre gran confianza en Dios, y no permitía que alguna carencia de cosas temporales le turbara lo más mínimo, y solía decir: ‘Esperemos en Dios, que nos dará todo lo necesario’. Y a menudo ocurría que estando en una situación de máxima penuria, llegaran grandes regalos inesperados de la generosidad de gente piadosa. En aquel tiempo en que el sueco había tomado Cracovia rendida, y se había quedado las salinas de las que dependía la provisión a nuestros religiosos de Podolín, los nuestros no recibieron nada de allí durante dos años, y sin embargo, sin duda a causa de los méritos de este hombre, ni a los de nuestra casa, ni a otros que se refugiaban en Podolín huyendo de Varsovia y de Rzeszów, les faltó nada de lo necesario, y además nunca les negó nada a los pobres que en aquel calamitoso estado de Polonia venían a pedir ayuda a la puerta del colegio, ni dejó de recibir con hospitalidad tanto a religiosos de diversas órdenes como a seglares que pedían ser acogidos.
Su abstinencia era admirable. Rara vez tomaba vino, pues decía que en él estaba la lujuria; cuando le insistían mucho para que tomara, bebía sólo un poco, para gustarlo; se contentaba con cerveza o con agua fresca.
Tenía gran constancia de ánimo ante las adversidades, y decía que el hombre debe alegrarse cuando es afligido, pues debe estar cierto de su salvación aquél a quien oprimen las adversidades. Por eso cuando trataba de buena gana con los afligidos y atribulados, les decía que eran especialmente amados por Dios, hijos de Dios y herederos del reino de los cielos.
El P. Juan Domingo de la Cruz, provincial nuestro de Germania y Polonia, después de hacer la visita de nuestras casas en Germania volvió a Podolín el año 1662. En aquel tiempo nuestros padres de Germania pidieron la separación de su provincia de la nuestra. Y fue nombrado superior de Germania el P. Carlos Pessau de Sta. María, austriaco, hombre de gran ingenio, juicio y erudición. El venerable anciano P. Juan Domingo se quedó con nosotros en Polonia, primer provincial después que nuestra provincia se separó de Germania. Al principio este anuncio afecto algo al P. Juan Domingo, a pesar de que él bien se daba cuenta de que era bastante difícil gobernar a causa de la distancia entre las provincias de Austria, Bohemia, Moravia y Polonia, principalmente a causa de los viajes, pero luego aceptó la decisión de los superiores con ánimo en paz, sin decir nada en contra, contento con seguir en la nación polaca, a la que amaba singularmente. Designó aquí, para educar y formar a nuestros jóvenes mejor, un lugar de estudio en Podolín para enseñarles primero las letras humanas, y luego la filosofía en Rzeszów, y puso al frente del mismo al citado P. Miguel Krausz de la Visitación” Esto es lo que aparece en el manuscrito del P. Miguel Krausz.

Añado un relato escrito por el Muy R.P. Basilio Kabohel de S. Jorge en la Crónica del colegio de Lipnik:

“El P. Domingo nos dejó este ejemplo. Cuando estaba en Podolín y se celebraba la boda del Excelso Príncipe Lubomirski nuestro fundador[Notas 5], un religioso le preguntó por qué no asistía a la boda del fundador a la que había sido invitado, y nuestro Domingo le respondió que no era decente que un religioso asistiese a tales solemnidades. El religioso le dijo que también Cristo había ido a las bodas de Caná en Galilea. Domingo le dijo: ‘Dame las virtudes de Cristo y yo también podré ir a las bodas’. Con esta respuesta despidió al payaso confuso”.

Notable por su humanidad, prudencia, discernimiento de espíritus y don de profecía[Notas 6] y milagros, este primer rector de la casa de Podolín, y primer provincial de Polonia, es digno de alabanza principalmente porque en aquel tiempo en que nuestra Orden estaba casi destruida, y muchos se fueron, renunciando al hábito, ni en la casa de Podolín, donde estuvo casi veinte años, ni en Polonia, nadie dejó la Orden, sino que por su obra todos fueron conservados hasta que llegaron tiempos mejores.

Cuando el P. Juan Domingo, varón excepcional ante Dios y ante los hombres, llegó a los sesenta y seis años de edad, después de múltiples servicios a la Orden, y de conservar nuestra Orden en Polonia, más cargado de mérito que de días, rodeado por la corona de todos los religiosos que lloraban su pérdida, tras recibir todos los sacramentos de la Iglesia, entregó su alma al Creador, santamente, tal como había vivido, en Podolín, el 29 de julio de 1662, y su funeral, que podría más bien ser considerado un triunfo por la cantidad de gente que acudió, estuvo adornado con las lágrimas de todos, especialmente de los pobres (P. V. T. Isola)

Notas

  1. Archivo de las Escuelas Pías de Bohemia en Praga, ahora en Roma.
  2. P. Paulo Fernando Isola, Carcare et Scholae Piae, Savona, 1897.
  3. Archivo de la Provincia de Hungría, pp. 208-218.
  4. Es probable que los Soliloquia Caesaris Franciotti fueran también introducidos en el noviciado de Lipnik por el P. Franco, pues él fue también allí maestro de novicios, y se usaban entre nuestros novicios. En la obra del P. Alejo Horany (Escritores de las Escuelas Pías II, 5-6) leí que estos Soliloquios fueron traducidos del italiano al alemán por el P. Miguel Gaiselbrunner (1613-1684). Según dice el P. Andrés Friedreich Sch.P., al que agradezco mucho las noticias que se ha dignado darme sobre de nuestro instituto en Germania.
  5. No se trata del fundador, sino de su hijo el príncipe Jorge su hijo.
  6. Predijo la hora de su muerte, y también predijo al Muy Rvdo. D. Estanislao Snieskowicz, párroco de Druszbac, que los padres Mateo y Jorge, que habían salido de la Orden, morirían pronto, cosa que ocurrió.