BartlikAnales/1597

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Año 1597 de Cristo. Primero de las Escuelas Pías. Sexto de Clemente VIII.

El presente año da principio al nuevo Instituto de las Escuelas Pías en la Iglesia de Dios, que por ello fue propiamente su año natal, por lo que fue un año feliz y fausto para la cristiandad. Como los esfuerzos anteriores (de lo que se trata en el último párrafo del Aparato anterior)[Notas 1] habían quedado sin ningún efecto, nuestro José quiso reflexionar sobre los pobres y la niñez necesitada, para que en adelante no se asilvestrara creciendo ignorante y ruda, vagabundeando ociosamente, y no se convirtiera en la deshonra de la Ciudad y del Orbe, habiendo determinado los Concilios para evitarlo que se abrieran escuelas. No queriendo seguir como un gladiador con los ojos vendados en su propósito, después de haber tratado el asunto con su Cardenal Colonna, y luego con otros que le parecían que tenían el espíritu de Dios, llegó el momento de presentar clara y distintamente su intención a Su Santidad, y le pidió de rodillas que le permitiera abrir escuelas para la educación de los jóvenes pobres.

Y Su Santidad no sólo accedió graciosamente a la petición, sino que junto con la bendición de lo alto le dijo estas palabras: “Nos alegramos mucho de que se os ocurriera la obra de las Escuelas Pías. Teníamos la intención de crearlas, pero entonces la guerra de Hungría nos ocupó tanto que no pudimos llevar a cabo nuestro deseo. Dios le ha llamado a usted: nos agrada mucho su intención”. Hasta aquí el Pontífice. Habiendo escuchado José estas cosas de Su Santidad con consuelo, muy animado, con dos o tres compañeros que compartían su idea y se habían ofrecido a ayudarle, entre los cuales se contaba su gran amigo Don Antonio Brendani, párroco atentísimo de Santa Dorotea, junto a la puerta Septimiana en el Trastíber, quien facilitó un local para las clases, abrió unas escuelas para los niños pobres de aquella zona, y las llamó Pías, a causa del acto de misericordia que es la pía conmiseración hacia los pobres.

Y aunque seguía viviendo en la residencia del Cardenal, cada día, tanto por la mañana como por la tarde, recorría la distancia hasta ellas con gran solicitud, sin que le causara molestia, y en la medida de lo posible, según se lo permitían el tiempo y sus ocupaciones, ayudaba a sus colaboradores en la educación de los niños.

Más tarde, como la llegada un número mayor de alumnos requería su presencia continua, y se dio cuenta de que pasaba mucho tiempo yendo y viniendo, en perjuicio de la enseñanza, para poder dedicarse con más diligencia a la obra felizmente comenzada, se despidió de buena manera del Cardenal, y se trasladó a vivir entre las mismas paredes de las escuelas. Lo cual ocurrió al menos a partir del mes de abril, y la prueba es que coincidió con el traslado del Cardenal a Zagarola, en su diócesis de Palestrina. Se desplazó a aquel lugar con la intención de quedarse durante todo el verano para disfrutar del favor de mejores aires. Pero ciertamente los designios de Dios distan mucho de los planes humanos, y el ilustrísimo Cardenal, que durante más de siete años había sido protector de José, ya nunca regresó a Roma, pues habiendo caído fatalmente enfermo, falleció el 13 de mayo[Notas 2].

Ephemerides Calasactianae I (1932, 106-109)

El cual, siendo particularmente aficionado al culto de los santos, es creíble que asistiera con devoción al traslado solemne de los santos Nereo, Aquiles y Domitila, que tuvo lugar el 11 de mayo.

Sucedió, pues, que el año anterior César Baronio había obtenido la púrpura cardenalicia con el título de dichos santos; viendo que la iglesia dedicada a estos santos estaba en ruinas, él, con permiso de Su Santidad, la restauró por completo tan pronto como pudo, y a ella, desde la Diaconía de San Adriano, a donde habían sido trasladados en tiempos de Gregorio IX, trasladó los cuerpos de los santos mártires a su lugar propio, tras obtener el permiso del Pontífice, muy decentemente adornados y con una solemne procesión de clero y pueblo, y restableció sus lugares de culto suprimidos en el pasado en su nuevo lugar, por concesión de la Sede Apostólica.

No cabe duda de que nuestro José intervendría también en el común aplauso y felicitación a los RR.PP. Carmelitas Descalzos, quienes desde el principio fueron íntimos amigos suyos, pues en aquel mismo año obtuvieran la asignación de una iglesia en la ciudad. Ellos habían llegado desde España a Roma hacía ya algún tiempo, pero no tenían ni convento ni iglesia; por decreto de Su Santidad se les concedió la iglesia llamada Santa María de la Scala, para dedicarla al culto divino, al lado de la cual más tarde con grandes gastos construyeron en Roma desde los cimientos su primer convento según la reciente Reforma de la Regla de Santa Teresa.

Mientras tanto, siguiendo adelante la dedicación de José y sus colaboradores al trabajo comenzado en las escuelas, la obra siguió progresando, de modo que el fruto producido no era nada despreciable. Irritado el enemigo del género humano, se inflamó de tanta envidia e ira que, para que no aprovechara este pío ejercicio, como semilla nueva sembrada en buena tierra, intentó sofocarlo en el ánimo de los maestros, suscitando un cansancio extraordinario en la tarea asumida, de modo que a causa del cansancio, contra la esperanza de José, se fueron vencidos por la impaciencia y renunciaron a la labor, dejando a José como único maestro. Parecía que de este modo el diablo iba a triunfar sobre José con el daño ocasionado, y que al mismo tiempo con esta impostura dolosa quebrantaría su ánimo armado con una caridad más que triple. Pero en vano; José, oliéndose entonces el fraude del diablo, se puso de rodillas como solía hacer, y elevando los ojos al cielo encomendó una obra tan pía al Altísimo, y rogó que en aquella nueva dificultad que se le presentaba le iluminara la mente. Hecho lo cual, y para continuar los pasos de la obra comenzada, para confusión del diablo, felizmente inspirado decidió que era preferible pagar el costo con sus propios medios a dar marcha atrás, abandonando la obra ya comenzada de las Escuelas Pías.

Así, pues, contrató a sueldo a otros maestros tan rápidamente como pudo, de modo que la obra que parecía que iba a perecer se vio continuada con mayor diligencia por los nuevos maestros, y se siguió adelante, confiando en que Dios enviaría a su tiempo obreros a un campo de mies tan fecunda.

Notas

  1. En sus Anales el autor remite a la vida de S. José de Calasanz hasta el año 1597, que por razones de brevedad y como ya es comúnmente conocida, se omite en Ephemerides.
  2. Faltan unas palabras: et in Monasterio S. Francisci honorifice sepultus est; Josepho nostro interim scholis, atque suis aliis bonis operibus intento qui siquidem Sanctorum… Traducido: y fue enterrado con honores en el monasterio de S. Francisco. Nuestro José, mientras seguía dedicado a las escuelas y a otras buenas obras siendo particularmente aficionado…