GinerMaestro/Cap21/11

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21.11. De nuevo hacia Sicilia: fundación definitiva

Indignado y resentido llega a Ancona el P. Melchor con sus compañeros. Cabría pensar que su orgullo ofendido por el fracaso le hace reaccionar proyectando nuevas fundaciones en Padua, Cesena, Lugano, etc. Pero el P. General procura repetidamente calmarle, negándose a la vez en absoluto a cualquier intento de fundación. Sobre todo por la reciente prohibición pontificia de fines de marzo, que impide incluso mandar a Ancona los tres religiosos prometidos. Así que, 'cálmese V. R. y descanse -le escribe el 25 de mayo de 1633-y, por favor, no hable tanto ni se lamente del caso pasado'.<ref group='Notas'>Cf. ambos documentos en BARTLIK, EfhCal 3 (1943) 71-72. Respecto al Clº. Cesario cf. EHI, p.624, n.1. La ‘obediencia’ empezaba así: 'Concedimus facultatem eundi in Siciliam ad pertractanda ibi aliqua negotia non parvi momenti in utilitatem nostrae Religionis, quae prudentiae tuae, de qua plurimum confidimus, committimus (BARTLIK, 1.c., p.71). </ref>

Temiendo quizá alguna reacción imprudente, el P. General le mandó a los pocos días trasladarse a Narni y de allí a Moricone, donde permanece hasta fines del verano, ocupado, como en otras ocasiones, en reformas edilicias, sin que faltaran tampoco quejas sobre sus roces con otros religiosos de aquella comunidad. Inquieto y desasosegado, expresa su deseo de irse a Poli y a primeros de septiembre le propone el General mandarle a Sicilia, pasando antes por Roma para preparar el viaje juntos.<ref group='Notas'>Cf. c.2059, 2068, 2071. </ref>

Por fin, después de seis años vuelven a encontrarse personalmente en el noviciado romano Calasanz y Alacchi: El 24 de septiembre le firmaba el Fundador la 'obediencia' o licencia de viaje, diciéndole en términos generales que le mandaba a Sicilia “para tratar algunos asuntos de no pequeña importancia para la Religión”. Y especificaba luego esos asuntos añadiendo que como Procurador del General y de la religión podría exigir y enajenar cualesquiera derechos adquiridos anteriormente; debería parar los pies al falsario Juan Bta. Massimi, que merodeaba por la isla, recurriendo incluso al brazo secular para acabar de una vez con sus fraudes; y reducir a obediencia al Clº. Carlos Cesario que estaba en Mesina por asuntos familiares, abusando del permiso y, vistiendo de seglar.<ref group='Notas'>Cf. SCOMA II, nn.176-177. </ref>

No hay alusión alguna a licencias de fundar, como las hubo antaño en 1625 en su primera expedición con el grupo de novicios a Nápoles y Sicilia y en 1629 en su proyectada peregrinación a Tierra Santa. Ni podía haberla expresamente, pues estaban bajo la prohibición pontificia de fundar casas nuevas. No obstante, hay que recordar que ya en junio de aquel mismo año 1633 el cardenal Ginetti permitió que se mandaran tres religiosos a Ancona y urgió asimismo a Calasanz a que enviara a Moravia 'cuanto antes' la ayuda solicitada por el cardenal Dietrichstein.<ref group='Notas'>Ib., n.180. Nótese que se habla también de la 'nación'> del Fundador, pues sin duda era un motivo más de aceptación, mientras en Venecia lo había sido de rechazo. </ref> No había sido, pues, revocada la prohibición, pero la actitud concesiva de Ginetti daba esperanzas de atender con moderación a futuras fundaciones.

Esto sea dicho porque no parece absurdo sospechar que en las conversaciones entre Calasanz y Alacchi se hablara de la posibilidad de un nuevo intento de fundación en Sicilia. De hecho, la decidida actitud de Alacchi, que se propone sin rodeos conseguir desde el primer momento una fundación, da pie para pensar que había salido de Roma con esa idea fija. Y es probable que el P. General se hubiera mostrado contrario, casi por obligación, dadas las circunstancias, pero no podía menos de intuir o sospechar que, a pesar de todo, Alacchi intentaría de nuevo fundar en su tierra de Sicilia. Y quizá en su interior lo deseaba.

El 27 de septiembre de 1633 parte de Roma el P. Melchor con dos acompañantes, camino de Nápoles, donde se entrevistó con el amigo y gran protector de las Escuelas Pías, el Marqués de Belmonte, Carlos Tapia, pidiéndole cartas de recomendación para el virrey de Sicilia, don Fernando de Ribera, Duque de Alcalá, que había sido virrey de Nápoles durante los años 1629-1631, y conocía por tanto no sólo al Regente Tapia, sino también las Escuelas Pías napolitanas. El 12 de octubre estaba en Mesina, donde intentó resolver la situación del Clº. Cesario, concediéndole una larga prórroga. No sabemos si se preocupó del falsario Massimi y de la cuestión de los derechos adquiridos de la Orden en la etapa fundacional anterior. El caso es que el 20 del mismo mes llegaba a Palermo -capital del reino de Sicilia-y se hospedaba en casa de los teatinos.

Tiempo le faltó para presentarse en palacio y entregar las cartas de recomendación de Tapia al secretario del virrey, don Juan Miguel Igún de la Lana, informándole de lo que era el instituto de las Escuelas Pías y quién era su Fundador, y que el motivo de su venida era establecerlo en la ciudad y en el reino. El secretario acogió con satisfacción la idea y prometió presentar las cartas de Tapia al virrey, interesándole por la fundación. Fue luego Alacchi a hablar con el arzobispo, cardenal Juan Doria, quien -según cuenta el mismo Alacchi-apenas le vio entrar, si dejarle hablar le dijo secamente: 'Padre, si habéis venido para fundar las Escuelas Pías en Palermo, ya os podéis ir y no lo penséis si quiera'.<ref group='Notas'>Ib., n.181. </ref>

Al poco tiempo fue llamado el P. Melchor a palacio por el virrey, a quien informó 'de la nobleza, nación y santidad del P. Fundador, como también del pío Instituto, que deseaba introducido, patrocinado y promovido'.<ref group='Notas'>Ib., nn.184, 187-188. </ref> El virrey se mostró muy complaciente y bien dispuesto a hacer de su parte todo lo necesario. Animado el P. Melchor por tales disposiciones, le habló de la oposición expresa del arzobispo y de algunos religiosos, en especial de los jesuitas. Y el virrey le aseguró que tomaría a pechos el asunto, superando todos los obstáculos.

Una vez más, el contravertido Allachi dio pruebas de su rara habilidad de congraciarse con altos personajes, pues no solo se gano la voluntad del virrey, sino también las simpatías de su esposa y de su hijo. En efecto, cuenta en sus Memorias o ‘Annotaciones Siculae’ que en aquellos días enfermó gravemente el hijo y heredero del virrey, y habiendo ido el P. Melchor a visitarle le habló de las Escuelas Pías y de su fundador, pidiéndole que las recomendara a su padre mientras él pediría las oraciones del P. Fundador, 'que era un gran Siervo de Dios y de su mismo reino y nación'. El enfermo recomendó efectivamente a sus padres, casi como última voluntad, que favoreciera la fundación de las Escuelas Pías, y sus padres le tranquilizaron acogiendo sus deseos. El joven murió.<ref group='Notas'>CCC. p.187. Con esa misma fecha escribía al P. Graziani, Asistente Gen.: 'Non credo che il P. Melchior tratti di pigliar loco, che se bene fussi ammesso non l’accettarei in modo alcuno' (c.2 148). Luego aún no sabía que Alacchi había ya aceptado los locales comprados por el virrey. </ref>

El proceso fundacional se aceleró prodigiosamente: el 9 de noviembre de 1633 conseguía el virrey el consentimiento del cardenal Doria; el 27 del mismo mes entregaba al P. Melchor los locales para las Escuelas Pías, adquiridos con dinero del mismo virrey; y al día siguiente el P. Melchor tomaba posesión de ellos. <ref group='Notas'>CCP, p.190. Cf. párrafo 8 de este cap. </ref>

Al llegar a Roma las primeras noticias, el P. General reaccionó negativamente, escribiendo al P. Melchor el 3 de diciembre de 1633 que se desentendiera del asunto; apelando a las razones de siempre: de la falta de personal, prohibición pontificia de fundar y oposición allí en Sicilia -como antaño-de 'muchos religiosos que pueden lo que quieren, y en cuya comparación somos como hormigas ante elefantes', es decir, los jesuitas.<ref group='Notas'>Cf. CCP, p.192-193 </ref> Siguieron llegándole noticias de la rapidez con que iban las cosas en Palermo, y volvió a escribir una semana más tarde en términos más drásticos:

Tenemos orden del Papa y de la Sda. Congregación de Propaganda Fide de no dilatarnos más hasta que estemos bien fundados en noviciado y casa de estudios y V. R. piensa que no hay más que ir y tratar de fundar en ciudades grandes como Palermo. Aunque fuéramos llamados a la vez por el Emo. sr. card. Doria y por el -Exmo. Sr. virrey, no podríamos darles satisfacción, porque tampoco la ha podido tener el Sr. Duque de Saboya, ni el Sr. Cardenal su hermano con muchas cartas e instancias lechas por su embajador, ni el Sr. Card. Dietrichstein, ni el Sr. Card. Colonna, Arzobispo de Bolonia. Así que V. R. de las gracias a esos señores y váyase a Nápoles'.<ref group='Notas'>Cf. el documento íntegro en SCOMA II, n.183. El mismo día se firmaba la concesión ‘gratuita’ de agua para los escolapios 'absque ulla solutione: sunt enim pauperes, et ex elemosina vivunt' (ib., n.208). </ref>

En términos parecidos escribía también en la misma fecha a su viejo amigo el P. Santes Sala, franciscano conventual, respondiendo a su carta laudatoria de las diligencias hechas por el P. Melchor. Le suplicaba que convenciera a dicho Padre de que abandonara la empresa y se volviera a Nápoles.<ref group='Notas'>C.2156. </ref> El P. Melchor, sin embargo, prefirió quedarse en silencio, dejando que los hechos consumados llegaran por otros caminos a conocimiento del P. General. Mientras tanto, sigue atando cabos y aprovechando la magnífica disposición del virrey. El 9 de diciembre de 1633, apoyado en el consentimiento expreso del cardenal arzobispo Doria, suplica al virrey que de modo oficial admita la Orden de las Escuelas Pías en el Reino de Sicilia, y particularmente en Palermo. La petición es aceptada con todos los requisitos legales y firmada por el Duque de Alcalá el 17 de diciembre de 1633.<ref group='Notas'>C.2157 </ref> .

Con esa misma fecha -y, por tanto, sin saber todavía esta definitiva concesión del virrey-escribía Calasanz a Alacchi, aludiendo a las dos últimas cartas en que desaprobaba la fundación, y añadiendo que se había enterado de que ya tenían casa y abrigaban firmes esperanzas de obtener pronto un lugar mejor. Estas noticias le hacen cambiar de opinión y promete, por una parte: 'cuando tengan preparado el local, de modo que se pueda habitar religiosamente, yo procuraré licencias para mandaros sujetos apropiados'; y por otra, explica: “si el Vicario del Papa [Ginetti] me pide explicaciones, podré responderle que hallándose ahí V. R., y viendo la buena disposición del Sr. Virrey, ha procurado que fuera aceptada la obra en esa ciudad”<ref group='Notas'>CCP, p.194.Lo mismo recomienda otras veces (cf. c.2165 y 2186). </ref> . No obstante dada las experiencias anteriores, no está muy confiado en que la empresa llegue a feliz término, como escribe al P. Graziani, Asistente General, el mismo día: “dudo que no pase como en Venecia y en Mesina, pues [Alacchi] emprende las cosas y no las puede mantener. Veremos lo que resulta”.<ref group='Notas'>C.2164. No se han conservado las cartas de Calasanz al virrey y a su secretario, de las que habla en la que escribió a Alacchi el 29 de diciembre de 1633 (cf. c.2165). Tampoco tenemos la del virrey a Calasanz. Et P. Scoma transcribió íntegras dos cartas de Igún de la Lana, fechadas ambas el 28 de noviembre de 1633 y omitidas en los epistolarios calasancios editados (EHI y EC): una dirigida a Calasanz y otra al Marqués de Belmonte, Carlos Tapia. En-esta última le cuenta las dificultades superadas, procedentes de jesuitas, crucíferos y franciscanos sobre todo, ponderando el valor que atribuye a sus cartas de recomendación (cf. Scoma II, n. 191). Hay que reconocer el acierto estratégico de Alacchi al pedir la influencia del Sr. Tapia en su paso por Nápoles. </ref>

Las dudas se le van disipando rápidamente. Cinco días más tarde vuelve a recordar a Alacchi que apenas tenga preparada La casa le mandará algunos religiosos. Y añade esta recomendación interesante, que expresa su habitual disposición de ánimo respecto a los jesuitas, siempre contrarios a la introducción de las Escuelas Pías, dondequiera que estén: 'debe hacer comprender que nuestro Instituto no será estorbo al de los PP. Jesuitas, porque la mayor parte de nuestros alumnos son de leer, escribir y contar y unos pocos de latín, los cuales son iniciados entre nosotros y luego van a su colegios'.<ref group='Notas'>Ib., nn.194, 200-201. </ref>

EL 29 de diciembre recibió correo de Sicilia con cartas personales del virrey y de su secretario, Sr. Igún de la Lana, que le conmovieron profundamente, dándole plena seguridad de que la fundación en Palermo era un hecho. Y tiempo le faltó para escribir el mismo día sendas cartas de agradecimiento al virrey y a su secretario, al P. Alacchi y al P. Graziani. A este último le decía, rebosando satisfacción:

El Virrey de Sicilia no sólo ha admitido nuestra obra, sino que nos ha hecho coger un lugar en lo mejor de la ciudad y ha pagado por él en contante de su dinero tres mil escudos, ofreciéndose a hacer más; quiere dos o tres sujetos para dar principio a la obra y yo pienso mandárselos en el próximo mes de marzo y sirva esto para V. sólo: me ha escrito con gran amabilidad y también su secretario, mostrando ambos un afecto extraordinario por nuestra obra. Lo he comunicado a los PP. Asistentes y les gusta muchísimo, siendo la capital del reino, donde otras religiones han necesitado decenas de años para obtener ingresos'.<ref group='Notas'>Ib., III, n.209-210; c.2186, 2194. </ref> .

Con febril actividad, el P. Melchor emprendió la obra de acomodación de locales. El 27 de diciembre bendecía el oratorio el cardenal Doria en presencia del virrey y su esposa, de los duques de Montalto y príncipes de Paternó y otros altos personajes de la nobleza y corte. .

Y ese mismo día recibía el P. Alacchi la orden del virrey de abrir las escuelas apenas pasadas las Navidades, 'sin excusarse -decía-de que tiene pocos sujetos'.<ref group='Notas'>Ib., n.211-2I2. </ref> Ante esas urgencias, no pudiendo esperar los refuerzos prometidos por el P. General para marzo, se decidió el P. Melchor a abrir las escuelas el día 2 de enero de 1634, sirviéndose de sacerdotes seculares, iniciativa que aprobó luego el P. General, recordando sin duda sus años anteriores a la fundación de la Congregación Paulina, instándole a que se mantuviera así hasta que llegaran los religiosos prometidos.<ref group='Notas'>Ib., nn.216 y 218 </ref> Y fue tal la afluencia de niños, que antes de acabar el mes ya no cabían en aquellos locales improvisados, por lo que el osado P. Alacchi pidió y consiguió ampliarlos con otras adquisiciones de terrenos. El 28 de enero de 1634 el propio duque de Alcalá y virrey de Sicilia puso la primera piedra del nuevo edificio con gran solemnidad, ante la concurrencia de pueblo y nobleza.<ref group='Notas'>G. SANTHA, ‘P. Melchior Alacchi ’ Archivum 13 (1983) 46-60. </ref>

A mediados de marzo había unos 1.200 alumnos y Alacchi había admitido ya a 18 novicios, quizá con excesiva facilidad, para que le ayudaran sin estipendio en las escuelas, junto con los demás maestros asalariados, hasta que le llegaran de Roma los refuerzos esperados.<ref group='Notas'>Ib., nn.216 y 218</ref>

Ciertamente, era mucho en tan poco tiempo. Y el P. Melchor podía estar satisfecho, pues si en Venecia había fracasado, en Sicilia había logrado ser profeta en su patria.

Y siguieron sus éxitos. En diciembre de 1633 ya había conseguido que el Concejo municipal de Mesina ratificara los acuerdos de 1625, en los que había admitido la fundación de Escuelas Pías, y el 29 del mismo mes recogía personalmente la licencia de fundación firmada por el arzobispo don Blas Proto, el mismo que en abril de 1627 se había negado rotundamente a retener a los primeros escolapios ya instalados en Mesina. La poderosa mano del virrey seguía protegiendo al P. Melchor.

El 20 de marzo de 1634 llegaban los primeros refuerzos de Roma mandados por el P. General, quien a finales de julio nombraba los primeros rectores de Palermo y Mesina, PP. Onofre Conti y Pedro Salazar-Maldonado, respectivamente. Pero ni con ellos, ni con los primeros escolapios que les precedieron, supo entenderse el complicado P. Melchor.<ref group='Notas'>G. SANTHA, ‘P. Melchior Alacchi ’ Archivum 13 (1983) 46-60</ref> Y las casas de Sicilia siguieron siendo para el P. General una de las constantes preocupaciones, no sólo por las desavenencias provocadas por Alacchi, sino también por otros, particularmente por Conti y Salazar, insignes y dignos de memoria por sus méritos futuros, pero no inmunes de culpa en su aversión al P. Alacchi en estos años.

Notas