GinerMaestro/Cap17/05
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17.05. Formación religioso – sacerdotal
De los tres aspectos o elementos de que consta la vocación escolapia -religioso, sacerdote, maestro-, indudablemente fue el primero el que más centró las preocupaciones, exigencias y recomendaciones del Fundador. Y esto desde el noviciado: 'procure V. R. -escribe al P. Berro- que atiendan [los novicios] primero a lo que más importa, esto es, a la perfección religiosa… haciéndoles saber que el primer fin del religioso después de la gloria de Dios es la propia salvación, y el segundo fin, la salvación del prójimo y que es menester primero recoger como concha para comunicar luego a los demás como canal'.<ref group='Notas'>C.4120.</ref> Una semana después volvía a escribirle insistiendo en lo mismo y trazando una especie de esquema, ya sabido, de las cosas en que más debía ejercitarles: “instrúyales con frecuencia sobre el modo de hacer oración, de mortificarse, de sujetar la voluntad propia a la de otro y que se olviden de las comodidades de la casa paterna y atiendan sólo al desprendimiento de sí mismos y a la mortificación del amor propio, cerciorándoles de que así podrán asegurar su salvación”.<ref group='Notas'>C.4121, cf. CC, n.21-22.</ref> De modo particular debían ser instruidos y ejercitados en los tres votos substanciales de toda vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia, que debían emitir al final de los dos años de noviciado. Y tanto en este período como luego en los años de preparación al sacerdocio debían continuar esforzándose por adquirir todas aquellas virtudes, hábitos, costumbres y prácticas que caracterizan a los religiosos, empezando por la humildad y la sencillez, tan propias del ministerio escolapio. “Pediré al Señor -escribe en 1627- que dé a los estudiantes espíritu para aprender junto con las letras la humildad, pues sin esta virtud son más bien de impedimento que de ayuda. Exhórteles, pues, a abrazarla con gran fervor, para que puedan ser luego de provecho y honor a la Orden”.<ref group='Notas'>C.708.</ref> Y en 1640 sigue inculcando lo mismo: “siento un consuelo grandísimo al oír que los estudios van bien en esas regiones [de Germania], porque espero que si las letras van acompañadas de la santa humildad harán muchísimo provecho”.<ref group='Notas'>C.3341. Cf. también c.678, 1160, 4276.</ref>
La inmensa riqueza de virtudes y santidad de su alma rebosa y se transparenta en toda su copiosa correspondencia, pues a todos desea y a todos inculca, recomienda y exige esas mismas virtudes que él ha conseguido y que le hacen modelo perfecto de todos sus seguidores. Y lo que dice a los mayores lo deseaba también para los jóvenes.
Durante los años de estudios y preparación para el sacerdocio debían retirarse los juniores dos veces al año en el noviciado o en otro lugar adecuado cinco a seis días antes de Pascua y otros diez antes de la fiesta de Todos los Santos, para hacer ejercicios espirituales y renovar los votos. Con ello deberían recobrar y aumentar el fervor y el espíritu religioso. Por lo demás, con frase lapidaria les recomendaba vivamente en las Constituciones: (armonicen el estudio con la piedad acendrada de modo que ambos se presten recíproco servicio'.<ref group='Notas'>CC, n.210-211.</ref>
Exigía igualmente a los jóvenes clérigos una digna preparación para el sacerdocio, tanto en la piedad del espíritu como en la ciencia requerid a para ese ministerio. Y como siempre, insiste de modo peculiar en la humildad como disposición necesaria para ser dispensador de los misterios de Dios. He aquí algunas recomendaciones: 'procure adquirir tanta humildad que se halle a su tiempo digno de ser promovido al sacerdocio, para el que se necesita gran disposición y capital de virtud'; “si no son muy humildes, será mucho peor para ellos ser promovidos al sacerdocio que permanecer así, pues deben tratar de parte de la Santa Iglesia negocios gravísimos con el Padre Eterno y la Santísima Trinidad”; “si no se humilla, nunca será buen sacerdote”; “procure hacerse idóneo para el sacerdocio, creciendo todos los días en el santo temor de Dios, con particular diligencia para adquirir la humildad”.<ref group='Notas'>Cf. D. CUEVAS, o.c., n.427-431.</ref>
No son menos abundantes sus recomendaciones para que adquieran la ciencia y conocimiento que se exigían entonces para ordenarse: 'para ser uno sacerdote -dice- no basta tener veinticinco años de edad, sino la ciencia necesaria'; “hacerse sacerdote e ignorante, no le conviene por bien de su alma, pues es tal la dignidad del sacerdote, que muchos letrados que la han conocido no han tenido valor para aceptarla”; “deseo que procure con empeño prepararse bien al examen de órdenes, no sólo estudiando las cosas necesarias, sino mucho más procurando las virtudes que hacen al hombre idóneo para el ejercicio de las sagradas órdenes”.<ref group='Notas'>Ib., n.433-437. Sobre este tema de la formación del espíritu religioso y sacerdotal véase SÁNTHA, SJC, P.75-127; S. GINER, en ‘Escuelas Pías, Ser e Hístoria’, p.301-334; ID., ‘Ideas sobre el sacerdocio en el epistolario de S. José de Calasanz’: AnCal 50 (1983) 337-367; A. SAPA, ‘S Giuseppe Calasanzio sacerdote fra il Tridentino ed il Vaticano II’: ib., 369-389; J. M. Lecea, ‘Ministerio especializado: el sacerdocio en las Escuelas Pías’: ib., p.391-408; O. TOSTI, ‘Nel IV Centenario dell’ordinazione sacerdotale di S. Giuseppe Calasanzio: Ricerche 11 (1984) 196-227; G. AUSENDA, ‘Come il Calasanzio intese e visse il sacerdozio’: ib., P.350-362.</ref>
Estas vagas exigencias de ciencia sagrada, de saber 'las cosas necesarias', no van más allá de lo que exigía la Iglesia desde el Concilio de Trento para los aspirantes al sacerdocio. Calasanz quedó muy lejos de exigir a sus religiosos la larga carrera de estudios eclesiásticos que él había realizado. Ni sería acertado tampoco pensar que desde Trento se empezó a exigir en los ‘seminarios’ y casas similares de religiosos los largos años de formación y las numerosas asignaturas que componen hoy la ordinaria carrera sacerdotal.
En nuestro caso, hay que recordar en primer lugar que desde la unión con los luqueses, la idea dominante de Calasanz de reducir el ministerio a la atención de las escuelas, dejando en segundo término y muy limitado lo que hasta entonces había sido la finalidad apostólica de los luqueses, es decir, confesar, predicar, catequizar, cura de almas en general traía como consecuencia el renunciar a estudios superiores de teología. Los luqueses no sólo se opusieron a trastocar su propio ministerio por el nuevo, sino también a renunciar a estudios teológicos superiores. El P. Bernardini en sus Crónicas escribió que el P. Prefecto Calasanz sostenía que 'bastaría con tener un bajísimo conocimiento de las cosas de teología y de casos de conciencia para dedicarse solamente a las necesidades de los muchachos'. Y sigue aclarando que el inspirador de tales ideas era el carmelita P. Juan de Jesús María: “creemos que esta opinión la había tomado del P. Juan de Jesús María, carmelita descalzo, el cual en un informe que hizo para las Escuelas Pías, entre otras cosas decía que bastaba que nuestros Padres hicieran estudios muy mediocres en casos de conciencia y de teología. Este Padre, aunque era muy devoto y, de santa vida, creemos, no obstante, que en esto no tenía el espíritu de Dios”.<ref group='Notas'>BERNARDINI, ‘Cronache’, PosCas, p.278-279.</ref>
Efectivamente, el P. Juan escribió su ‘Proyecto’ para convencer a los luqueses de que tenían que centrarse sólo o preferentemente en las escuelas y renunciar a sus ministerios pastorales de predicar y confesar, así como a la aspiración de enseñar públicamente filosofía y teología, pues todo ello les exigía una carrera eclesiástica de seis o siete años y difícilmente podía coordinarse con la enseñanza a los niños.<ref group='Notas'>'… ad haec ipsa onera oportebit religiosos, more aliarum religionum per sex aut septem annos in philosophiae et theologia Curriculo versari, quod cum pueritiae cultura vix aegre cohaereT' (PosCas, p.211). Cf. C. VILÁ, ‘Fuentes inmediatas…’, p.111-145.</ref> Pero no sólo era el carmelita quien proponía estas ideas, sino también el cardenal Giustiniani, que -como escribe el P. Erra- 'les repetía con insistencia: ‘no teología, no teología’, deseando que todo el estudio se centrase en lo referente a la ínfima instrucción de los alumnos'.<ref group='Notas'>C. A. ERRA, ‘Cronache’, PosCas, p.1869. Calasanz debía conocer las ‘Constituzioni della Congregatione de'Padri della Dottrina Christiana’; ed. en Roma en 1604 por el P. J. B. Serafini, dada la relación de esta Congregación con la Cofradía homónima a la que perteneció Calasanz. En ellas se lee: 'Che nissuno aspiri a Facoltà maggiore (Filosofía y Teología), che di sapere, dopo la Grammatica, commodamente Casi di coscienza, che tanto basta per conseguire la Congregatione il fine, che pretende' (ib., p.44v). Tales Constituciones influyen en este y otros puntos en las de Calasanz (cf. C. VILÁ, ‘Fuentes inmediatas…’, p.277)</ref> En realidad, no sabemos si fue Calasanz quien inculcó estas ideas al cardenal y al carmelita o fueron ellos los que se las impusieron a él. Todo hace pensar que ocurrió lo primero. Y, en efecto, luego, cuando hubo de legislar en sus Constituciones y exigir en sus cartas, se atuvo fundamentalmente a aquellas ideas.
La finalidad o carisma de la Orden, centrado prácticamente en el ministerio de la escuela, hizo que en la preparación o formación de sus candidatos -no sólo en tiempos del Fundador, sino en toda su larga historia- se atendiera prevalentemente. al aspecto científico-literario-pedagógico más que al religioso-sacerdotal, incluso con cierto detrimento de este último. En el capítulo de las Constituciones dedicado a los estudios de los clérigos profesos, los sintetiza Calasanz diciendo que 'más allá de la Retórica y casos de conciencia [teología moral] no se enseñen otras ciencias, a no ser para los nuestros'.<ref group='Notas'>CC, n.205. Es interesante recordar que el texto original del Fundador decía: 'In qua (casa de estudios) ultra Rethoricam et casus conscientiae sine Generalis licentia in aliis scientiis non procedatur'. Uno de los censores subrayó las palabras ‘sine Generalís licentia in aliis scientiis y añadió: 'Ergo de licentia Generalis poterunt, unde videatur ne obstet Instituto Jesuitarum et oriantur controversiae'. Fue también tachado y se añadió por mano de Calasanz, ‘nisi pro nostris’ en vez de ‘sine Generalis licentia’. Con ello quedaba la posibilidad de enseñar ‘a los nuestros’ otras ciencias superiores, pero no a los extraños (cf. G. SÁNTHA, o.c., p.241, n.90-91, y C. VILÁ, ‘Constituciones de la Congr. Paulina. Texto original de Narni’: Archivum 17 [1985] 33), El censor mencionado no fue el P. Alagona (cf. C. VILÁ, o.c., p.52), ni probablemente otro jesuita. Por otra parte, muchas de las ideas de este cap. las copió Calasanz de las Constituciones de la Compañía casi literalmente. En este caso, el texto de San Ignacio decía: '… et de scientiis superioribus non agatur, sed ad eas addiscendas ab iis Collegiis, ii qui in Humanioribus Litteris profecerint, ad Universitates Societatis mittantur' (Cons. S. J., IV, c.VII, B, cit. en C. VILÁ, o.c., p.228-229, n.10). Calasanz eliminó lo referente a estudios universitarios.</ref> Esos casos de conciencia debían ser sobre todo los que suelen ocurrir a los niños, como especifica en el capítulo dedicado a los confesores y repite en algunas de sus cartas.<ref group='Notas'>'Sint etiam eruditi in casibus, in quos ut plurimum adolescentes incurrere solent' (CC, n.317); 'usi diligenza granáe in imparare casi di coscienza massime di quelli che occorrono circa la confessione et in specie delli giovanetti et ne doveriano alcuna volta farne insieme conferenza' (c.106). Cf. c.557, 1493, etc.</ref> Naturalmente, lo que pretende con esas someras indicaciones es poner un límite a los estudios ordinarios, más allá del cual no debe pasarse, pero no indica expresamente qué es lo que tienen que estudiar.
Los clérigos, para ordenarse de sacerdotes, habían de atenerse a las prescripciones tridentinas y legislación eclesiástica posterior, debiendo además someterse a los exámenes para órdenes. Y he aquí lo que prácticamente se exigía en tales exámenes del Vicariato o ámbito diocesano de Roma, según resume Sántha en un estudio sobre el tema:
- En cuanto a la ciencia requerida para el sacerdocio, en Roma se examinaba al candidato sobre si sabía y podía recitar y entender el Oficio Divino y el Misal; si sabía al menos el Catecismo Romano editado por S. Pío V en 1566, si sabía lo imprescindible respecto al uso, rito y administración de los sacramentos. Cuando se trataba de religiosos no dedicados a la cura de almas -y tales eran los escolapios-, ni siquiera se les exigían plenamente estas mínimas condiciones, tratándoles con mayor indulgencia, es decir, se les examinaba tan sólo sobre si sabían leer el Breviario y el Misal y entender lo que leían, al menos en sentido gramatical. Para obtener en Roma la facultad de celebrar debían presentar un certificado de algún Maestro de Ceremonias acreditando el suficiente conocimiento de los respectivos ritos y rubricas. Y ciertamente se exigían más y con mayor rigor sobre teología moral a quienes solicitaban licencias para confesar en Roma. Este era más o menos el estado general y el nivel de los estudios eclesiásticos requeridos en Roma en tiempos de N. S. Padre'.<ref group='Notas'>G. SÁNTHA, ‘Probatio ac institutio juniorum nostrorum…, p.207.</ref>
No faltan expresas recomendaciones en las cartas del Fundador sobre esos tres puntos mínimos exigidos a los religiosos. Ya vimos lo referente a la moral y concretamente su interés en que se estudiaran los casos y situaciones propias de los muchachos. Suele insistir en que se aprendan bien las ceremonias, así como el profundo significado de la misa, aun sin aludir para nada a los exámenes públicos, sobre todo cuando escribe a los que van a ordenarse o a recién ordenados, por ejemplo: 'como un novel sacerdote comienza, así suele seguir. Por eso es mejor que antes aprenda bien, no sólo las ceremonias, sino también la gran reverencia con que se debe acercar a tan alto misterio'.<ref group='Notas'>C.459. Cf. GINER, ‘Ideas sobre el sacerdocio…’, p.346-356.</ref> Y este mandato: “antes de celebrar la misa debe venir a Roma para ser examinado y aprobado por mí. Venga, pues, cuando esté bien preparado en las ceremonias y cosas necesarias”.<ref group='Notas'>C.300.</ref> Igualmente se preocupa del primer requisito en casos extremos: “no quisiera -dice- que, siendo tan ignorante en latín, por favor o por oportunidad se hiciese ordenar de órdenes sagradas”.<ref group='Notas'>c.3775.</ref>
Por ser consecuente consigo mismo y por fidelidad absoluta a su idea fundacional, lo que había intentado -imponer a los luqueses lo exige en su propia Congregación: centrar las tareas pastorales en la escuela, dejando en segundo lugar la atención a los adultos en las propias iglesias. Y para ello creía no ser necesario que sus clérigos cursaran estudios superiores de filosofía y teología, no sólo por los años que hubieran tenido que consumir en tales estudios, sino también por el temor de que las ciencias superiores eclesiásticas fueran un aliciente para dedicarse a cátedras y púlpitos, relegando las tareas humildes y humillantes de las escuelas elementales para los pobres. Se contentó con cumplir lo mínimo exigido por la legislación canónica, sacrificando la cultura superior de sus religiosos en aras de su servicio y entrega total a las necesidades de los niños, sobre todo los pobres.
No todos, sin embargo, estaban de acuerdo con estas ideas, particularmente el P. Casani, quien ya en la visita apostólica de 1625 pedía que los juniores fueran debidamente instruidos en filosofía y teología, sobre todo pensando en la posibilidad de que se fundaran Escuelas Pías en países de herejes.<ref group='Notas'>C-f. PosCas, p.515.</ref> Los visitadores, empero, fueron partidarios de la mentalidad del Fundador. Las cosas se fueron complicando con el tiempo, y después de soluciones intermedias, el Capítulo General de 1637 decidió la creación de un juniorato en Roma de al menos diez jóvenes selectos que cursaran estudios superiores de filosofía y teología en el Colegio Romano de los jesuitas o en el de los dominicos de la Minerva.
Todo este problema, sin embargo, estaba relacionado con el otro gravísimo de los llamados 'clérigos operarios' y “reclamantes”, que entorpeció la cuestión y del que trataremos luego.<ref group='Notas'>Sobre el tema de la formación filosófico-teológica de los clérigos y sus múltiples implicaciones véanse los eruditos estudios, ya, citados, de Sántha y Vilá (G. SÁNTHA, ‘Probatio et institutio…’ C. VILÁ, ‘Fuentes inmediatas…’, p.122-145 Y 227-229.</ref> Tampoco fue decisiva, pues, la solución del Capítulo de 1637. El problema seguía abierto en Provincias, en algunas de las cuales se dieron soluciones parciales, no sin oposición y contradicciones. Pero ya a estas alturas el propio Fundador, quizá desde 1637, estaba convencido de la conveniencia y aun necesidad de estudios superiores filosófico-teológicos e impulsó las iniciativas de algunas Provincias, como las de Cerdeña y Germania.<ref group='Notas'>Cf. SÁNTHA, SJC, p.200-203, 216-2t9.</ref> El problema, sin embargo, sólo fue abordado con verdadera seriedad por el P. General Carlos Juan Pirroni (1677-1685), quien no sólo urgió el estudio de ciencias mayores en todas las Provincias, sino que compuso la primera ‘Ratio Studiorum’ de la Orden.<ref group='Notas'>Cf. ID., ‘El P. Carlos Pirroni’ (Salamanca 1985), p.31-44.</ref>