GinerMaestro/Cap14/12
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14.12. El abate Glicerio Landriani
En el conciso Informe de 1623, tantas veces recordado, consignó, Calasani como digna de memoria esta noticia: 'El día último de mayo de 1612 vino a trabajar en las Escuelas Pías con cinco compañeros el Abate Glicerio Landriani, milanés, el cual, luego en 1617, a dos de julio vistió de novicio en la Congregación de las Escuelas Pías y murió el 15 de febrero de 1618 a las 6 de la noche en opinión de santidad'.<ref group='Notas'>EGC II, p.171 En un memorial dirigido a Pablo V a fines de 1616 escribió Calasanz: 'al qual esercitio [delle scuole pie] parimente attende ‘dal mese di aprile’ del 1612 in qua con molto frutto I'Abbate Gli'cerió Landriano con ordine del P. Domenico della Scala suo confessore' (EGC II, p.49).</ref>
Fue como una estrella fugaz por su brevedad y su esplendor. De los más de ochenta colaboradores que tuvo desde Santa Dorotea hasta la histórica vestición de los primeros escolapios el 25 de marzo de 1617,<ref group='Notas'>Cf. C. VILÁ, ‘Galería…’, p.263-340. A los 73 biografiados hay que añadir los seis nombrados en la p.263, que fueron luego escolapios, ya Dragonetti, no mencionado en dicha ‘Galería’. Indudablemente hubo otros, cuyo nombre no se ha conservado.</ref> sólo mencionó Calasanz expresamente en este Informe con su nombre y fecha de ingreso a dos: al centenario Dragonetti y al joven Glicerio, que tenía veinticuatro años. En él puso quizá sus esperanzas como continuador de la Obra, pues el Fundador contaba ya cincuenta y cuatro años e ignoraba, naturalmente, que aún le quedaban treinta y seis de vida.
Quizá fuera el de ascendencia más ilustre entre todos los numerosos colaboradores de Calasanz, pues los Landriani eran una familia de las más antiguas de la nobleza de Milán y su propio padre fue, entre otras cosas, uno de los LX Decuriones de la ciudad, además de ser señor del castillo y tierras de Vidigulfo y otras jurisdicciones. Su madre pertenecía a la familia de los Visconti y los Borromeo. Fueron cinco hermanos y siete hermanas y de ellos hubo dos eclesiásticos y dos monjas. Un hermano de su padre fue Marsitio Landriani, obispo de Vigevano desde 1593, abad comendatario de San Antonio de Milán y San Antonio de Piacenza, encomiendas que pasaron luego a sus sobrinos Fabricio y Glicerio Landriani, respectivamente. De aquí que tanto Calasanz como sus contemporáneos llamaran normalmente a Glicerio el ‘P. Abate’. Por parte de madre fueron tíos de Glicerio los dos grandes cardenales arzobispos de Milán, San Carlos y Federico Borromeo, del cual último recibió a los dieciocho años la primera tonsura el 8 de abril de 1606,y no parece que recibiera ninguna orden menor.<ref group='Notas'>Entre la numerosa bibliografía antigua y moderna referente a Landriani merece destacarse la edición reciente de la obra inédita de Berro, titulada ‘Vita del Servo di Dio Glicerio di Christo’, no sólo por ser una de las primeras qué se escribieron y por ser de tal autor, sino por la abundante aportación documental y aclaraciones consiguientes con que la ha enriquecido su editor P. C. Vilá (cf ‘Archivum’ II [1982] 1-52). Un elenco de otras biografías editadas o inéditas puede verse en ib., p.3, a las que cabe añadir la de Armini traducida al castellano (Madrid 1887) por el P. Manuel Pérez.</ref>
A los veinte años se fue a Roma para medrar en la Curia –como Calasanz- y residió por un tiempo en casa de su hermano, Mons. Fabricio, obispo de Pavía, presumiendo de lujo en el vestir y comportándose con cierta prepotencia y vanidad exagerada. Temiendo que llegara a algún escándalo, su hermano le hizo amonestar por un cardenal amigo y el joven dio un vuelco entero a su vida. No había llegado ciertamente a nada grave, pero su conversión fue profunda. Su intensa vida de piedad y penitencia le llevó a formar parte de un círculo de espirituales centrado en un sacerdote portugués, llamado Francisco Mendes o Méndez, cuyas austeridades y rarezas iban más allá de las exigencias de la auténtica piedad. Era, pues, un ambiente apropiado a un 'recién convertido', como Glicerio, que conservó hasta su muerte -ya novicio escolapio- ciertos resabios de aquellas exageraciones. El extravagante sacerdote portugués tuvo que salir de Roma por orden de Pablo V. En España siguió dando muestras de sus desvaríos, siendo al fin procesado por la Inquisición y, ya difunto, quemado en imagen en un auto de fe, en 1624.<ref group='Notas'>Cf. ‘Archivum’, l.c., p.11, n.23. Un contemporáneo de los hechos escribe en una carta: 'En la relación del Auto de fe celebrado el 30 de noviembre de 1624… se lee lo siguiente: La primera de las seis estatuas que-acompañaban a los reos vivos era la del padre Francisco Méndez, de nación portugués, difunto sacerdote. Salió en hábito de clérigo, como andaba por Sevilla, ceñida una soga en lugar de cíngulo. Fue condenado que era de la secta de los 'alumbrados', y tenía este modo de orar: 'Dios, mi corazón, mi buena cara'. Tenía casa de recogimiento de mujeres, donde decía misa y las comulgaba todos los días y a las más allegadas con muchas formas. Acabada la misa, desnudándose las vestiduras sacerdotales, en lugar de dar gracias a Dios, las mujeres cantaban y el bailaba descompuestamente. Fingíase santo y tenía arrobos y éxtasis. Diciendo misa, se ponía en cruz y daba bramidos y se reía. Dijo una misa de 26 horas. Tuvo muchas hipocresías y decía muchos desatinos, todo a fin de ganar opinión de santo y que habían de canonizar muy presto. Dióse su doctrina por mala y mandaron recoger sus reliquias' (cit. en A. GARCÍA-DURÁN, o.c., p.118-119, n.589).</ref>
Dice Berro en una de sus Relaciones que 'el M. R. Sr. Abate Landriani empezó a aficionarse a las Escuelas Pías en 1610; desde agosto de 1611, con recomendación del P. Domingo de ‘la Scala’, frecuentaba la casa y ayudaba con dinero y con su persona; pero desde el primero de mayo de 1612 vino a residir en las Escuelas Pías y trajo consigo a cinco compañeros, entre los cuales a Francisco Selvaggi'.<ref group='Notas'>Cf. ‘Relación B’, de Berro, p.386. Nótese la fecha de entrada: el 1 de mayo 1612. En sus ‘Annotazioni’ dice que fue 'a trenta di marzo 1612' (BERRO I, P.84). Calasanz dio otras dos: abril y último de mayo del mismo año (cf. n.134 anterior).</ref> El P. Domingo Ruzola, por su parte, testificó en el proceso de beatificación de Glicerio que le conocía desde 1610, pues -dice- “venía a visitarnos muchísimas veces y con él tuve mucho trato y familiaridad, por lo que empezó en seguida a querer confesarse conmigo y de hecho se ha confesado continuamente hasta la muerte”.<ref group='Notas'>Cf. AGEP. RegServ 41, f.3r. Glicerio quiso ser carmelita descalzo y vivió un tiempo en la Scala, pero no le admitieron por su precaria salud. Lo confiesa él mismo en carta al Card. Federico Borromeo (cf. EC III, p.1634, fecha 6 de noviembre de 1611).</ref>
Al marchar a España el pseudomístico Mendes, quedó disuelto su grupo, y Glicerio, aconsejado por su confesor Ruzola, se decidió a unirse al grupo de Calasanz., arrastrando consigo a cinco compañeros de su mismo círculo.<ref group='Notas'>No hay acuerdo entre los autores sobre los nombres de estos compañeros (cf. G. SÁNTHA, ‘Quattuor novi elenchi…’, p.388, n.22; C. VILÁ, o.c., Archivum 11 [1982] 16, n.31). Todos admiten al menos al ya nombrado F. Selvaggi y otros dos españoles: Diego López y Tomás Victoria, el cual último seguirá fiel a Calasanz hasta la muerte, siendo uno de los venerables varones escolapios dé los primeros tiempos, de quien el Fundador tejerá un precioso elogio en carta de 1644 (cf. c.4242). En cuanto a la intervención del P. Ruzola cf. el testimonio de Calasanz en la n.134 anterior.</ref> A últimos de septiembre de 1612 escribía a su tío el cardenal Federico Borromeo, expresándole su satisfacción por haberse incorporado a las Escuelas Pías y su certeza de que ésa era su vocación. Dice:
- Yo me encuentro en las Escuelas Pías de Roma, adonde acuden hasta 800 entre niños y muchachos y hasta ahora no se ha ido más allá de la gramática. Y he venido aquí sin buscarlo, sólo por pura obediencia a los Superiores (¿a su confesor Ruzola?). Es muy cierto que mi corazón lo deseaba mucho, pero no lo manifestaba por no mostrar afecto a cosa alguna, sino estar resignado en todo al querer de Dios Nuestro Señor y de los Superiores. Ahora estoy convencido que es vocación de Dios y espero que el Señor quiera servirse de mí para esta obra suya, la cual es tan importante que me causa asombro, pues estos hijos de pobres, que suelen ir por las calles sin freno alguno del temor de Dios Nuestro Señor, entregándose a toda clase de indecencias en palabras y obras, aquí se apartan del ocio y del mal y con la ayuda divina se ocupan de ejercicios y alimentan el espíritu con el conocimiento de la Doctrina Cristiana'.<ref group='Notas'>EC III, p.1636.</ref>
Estas y otras cosas semejantes diría también Glicerio a Calasanz, quien no podría menos de ver en el joven al báculo de su vejez y continuador de su obra. Una sola carta se ha conservado de Calasanz a Glicerio, y empieza así: 'Jesús y María tengan siempre ocupado todo el corazón de nuestro carísimo en el Señor, Abate Glicerio'.<ref group='Notas'>C. 10</ref> Pero se le murió demasiado pronto.