GinerMaestro/Cap13/02
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13.02. La subida al Capitolio
Desde el momento en que constata la grave situación de los niños pobres y percibe de alguna manera la voz de Dios -la llamada vocacional-, no descansará hasta encontrar una solución estable. Y de todas estas primeras idas y venidas hablaría en sus últimos años, evocando sus recuerdos, difuminados por las brumas de la lejanía, cuando le acosaban con preguntas. Cuenta Berro:
- D. José… movido (como me dijo él mismo) por esta extrema necesidad de los pobres y viendo también que en los barrios o distritos los maestros no aceptaban gratis más de 6 u 8 cada uno, con la excusa de que del Senado y Pueblo Romano<ref group='Notas'>La expresión ‘Senatus Populusque Romanus’ (SPQR) perdió su verdadero sentido al desaparecer el Senado Romano en el siglo VII. En el alto Medievo volvió a aparecer, pero concentrado en una sola persona, llamada ‘Senator’ (Senador), con un consejo de asesores. Su autoridad a través de los siglos fue más o menos personal y absoluta según los tiempos. En el Renacimiento era más bien un título honorífico, con ciertas funciones administrativas que compartía con su consejo, en el que sobresalían los llamados ‘Conservatori’ (Conservadores), que solían ser dos. Desde 1580 el oficio de senador, que era semestral, pasó a ser anual, y desde 1655 se convirtió en vitalicio (cf. L. CALLARI, ‘Volti tragici e comici della Roma papale’ [Roma 1944] p. 16- 19).</ref> no recibían paga para mantener a mayor número… y habiendo comparecido en el Capitolio ante el Senador y Conservadores para que diesen algo más a los Maestros de los barrios para que enseñaran a más pobres…'.<ref group='Notas'>BERR0 I, p.72.</ref>
Fueron, pues, dos recursos distintos y lógicamente concatenados: el primero a los maestros municipales directamente y el segundo al Capitolio. La primera gestión la colorea un poco más Caputi, poniendo cierta osadía en las palabras de Calasanz y cierta insolencia en la respuesta de los maestros: 'pensó ir -dice- a los Maestros de los barrios que eran pagados por el Senado Romano y les dijo que, puesto que recibían estipendio público, estaban obligados a enseñar a los pobres ignorantes, al menos las cosas necesarias de la fe, pues había muchos niños pobres que no sabían ni santiguarse. Le respondieron que enseñaban a algunos, pero no podían enseñar a todos… que les enseñara él, que tenía buenos dineros que iba repartiendo y haciéndose el santurrón para ganarse el aplauso popular…'.<ref group='Notas'>Literalmente: 'l'insegnasse lui che haveva de buoni danari che andava dispensando e faceva il Bacchettone per acquistarsi I'aura popolare' (CAPUTI, ‘Notízie Historiche’, parte III, n.70).</ref>
Y -salvo la insolencia- no les faltaba razón. En el primer cuarto de siglo recibían cincuenta florines de oro anuales, que les bastaba para cubrir las necesidades de una vida modesta. Pero el Saco de Roma (1527) produjo una situación económica tan deplorable que por falta de fondos tuvo que cerrarse la Universidad y perdieron también sus estipendios los maestros públicos que dependían de ella. Hacia mediados de siglo volvieron a recuperar sus nóminas, pero a los pocos años empezaron a menguar hasta el extremo de que bajo Gregorio XIII apenas si podían pagar el alquiler de sus casas, viéndose obligados a exigir una cantidad mensual de los alumnos, incluso de los pobres. El Decano del Colegio de Maestros tuvo que recurrir al papa para que subiera los sueldos.<ref group='Notas'>Cf. texto completo en SÁTHA, SJC, p.38, n.38. Entre otras cosas se lee: 'Collegium Nostrum… ordine rerum, iniuria temporum confuso, de statu felicitatis ad eum ínfelicitatis est elapsum, quo fére nihil infelicius, nihilve miserius dici potest, quando nec ei de stipendio publico pro Scholis conducendis, nec de privata mercede pro sustentandis Magistris tantum, quantum est satis, provisum est'</ref>
Bajo Sixto V, en 1587, el sueldo quedó fijado en treinta escudos anuales, y se mantuvo así hasta 1667,<ref group='Notas'>Cf. G. PELLICCIA, ‘La scuola primaria a Roma dal sec. XVI al XIX’ (Roma 1985), p.58-60, y Apénd., p.432-433.</ref> a pesar de las protestas y súplicas para que se les aumentara, pues prácticamente todo se les iba en el alquiler de los locales escolares, como decían en un memorial dirigido en 1610 a Pablo V, en el que se refleja la situación que lamentaba Calasanz a finales de siglo. Dicen los maestros: 'ya que la provisión de 30 escudos anuales por maestro público de los distritos de Roma va a parar al alquiler de las escuelas frecuentadas por los hijos de pobres viudas y de pobres hombres agobiados y cargados de familia y deudas, que aunque quisieran no pueden pagar, salvo unos pocos que pagan tan poco y tan raramente, que los pobres maestros, forzados por la necesidad, recurren a los pies de V. S. suplicándole humildemente que se digne aumentarles en tal grado la provisión cierta, de modo que con la escasa e incierta de los alumnos puedan vivir, pagar el alquiler y perseverar en su vocación'.<ref group='Notas'>Ib., Apénd. 12, p.445.</ref>
Con esos treinta escudos anuales, en efecto, apenas si podían cubrir los gastos personales de manutención y vestido.<ref group='Notas'>'La spesa ‘pro capIte’ di una comunitá collegiale o religiosa per vitto e vestito poteva passare da ánnui scudi 38'70 del collegio maronita nel 1585, ai 50 delle monache di S.M.Maddalena nel 1627, ai 66 dei cisterciensi nel 1660, ai 55'60 del Collegio Scozzese nel 1673, ai 40 dei Francescani del Terz'Ordine Regolare nel 1676, ai 70 dei Barnabiti nel 1727' (ib., p.58).</ref> Mucho menos,
corriendo a su cargo el alquiler del local y los pocos muebles y enseres que necesitaban, tanto para el maestro como para los chicos.<ref group='Notas'>'… a Roma é lasciato al maestro il peso di provedersi un locale a sue spese… La suppellettile della scuola, anch'essa a carico del maestro, era ridotta al minimo e costituita, generalmente da un tavolo o cattedra per il maestro, banchi a sedere e da scrivére … sigli o utensili indispensabili. Obligatoiio un altarino con una immagine sacra…' (ib., p.83-84).</ref> Con tales estrecheces económicas se fue imponiendo la costumbre de exigir a los alumnos cierta contribución semanal o mensual, que acabó siendo prescrita detalladamente por las autoridades académicas, según las enseñanzas que recibía cada uno.<ref group='Notas'>Desde mediados del siglo XVI, los maestros exigían a cada alumno un ‘baiocco’ todos los sábados (el escudo romano tenía. 10 julios o 100 ‘baiocchi’). En 1646 se publica una orden o decreto para las escuelas públicas de Roma en que se éspecifica: 'Tassa che devono pagare il scolari anticipataménte allí Maestri per la loro mercede: Per leggere l’alfabeto seu Santa Croce ogni mese giuli 15. Per leggere compitando et scorrendo g.20. Per leggere e scrivere semplicemente g.30. Per declinare e coniugare g.40. Per imparare l’abbaco in scriptis g.50. Per latinare tanto dalla prima delli attivi quanto di tutte le regole g.50. Per intendere alcuna lezione di Cicerone o altri autori g.60' (cf. cit. en SÁNTHA, ‘De S. Fund, N. in confraternitate doctrinae christianae…, p.160, n.27)</ref>
Teóricamente, los niños pobres debían ser admitidos gratis, pero la estrechez material de los locales reducía por fuerza el número de alumnos, por lo cual los maestros daban preferencia a los que podían pagar, reduciendo al mínimo el número de los gratuitos. Berro nos dice que no pasaban de seis u ocho, pero quizá el número era generalmente mucho más bajo.<ref group='Notas'>En 1613 se hace una inspección en la escuela del ‘Rioné di S. Angélo’, cuyo maestro titular era el sacerdote don Jerónimo Nicotera, colaborador de Cálasanz én 1604. Pero que tenía un suplente que declara: 'Detto Máestro Geronimo réscote tutto che guadagna dalli scolari, che po ascendere a 4 scudi il mese incirca'. Y al preguntarle si tiene alumnos gratis por ser pobres, responde que tiene dos: 'Ne ha dui' (cf. G, SÁNTHA, ‘Sac. Hieronymus Nicotera…’, p.348, n.11).</ref>
La justificada negativa de los maestros movió a Calasanz a dar un paso más. Habló del asunto en el palacio Colonna, en cuya familia había recaído varias veces el oficio honorífico de ‘Senator Urbis’, y -precisa Berro- 'con palabras tomadas del Emo. y Rvmo. Cardenal Marco Antonio Colonna se presentó nuestro don José ante el Consejo del Capitolio, suplicando que aumentaran la paga a los maestros de los barrios, con la obligación de admitir mayor número de pobres en las escuelas, pero no pudiendo obtener la gracia…'.<ref group='Notas'>V. BERRO, ‘Vita del P. Fondatore delle Scuole Pie’ (inédita), en CAPUTI, ‘Notizie historiche’, VIII, p.6.</ref>
La puerta a la que había llamado era la justa. En agosto de 1602 resolverán a llamar en su nombre. Esta vez para pedir subsidio para las Escuelas Pías. Y el Consejo Capitolino le concederá 25 escudos anuales, ni siquiera los treinta del sueldo de un solo maestro.<ref group='Notas'>En el libro ‘Edictorum Incliti Populi Romani (1600-1611)’ con fecha del 26 de agosto de 1602 se lee: 'De elemosina danda scolis Piis. Ex eodem Secreto Consilio decretum est, quod pro elemosina, ac pro aliquo auxilio donentur et elargiantur scolis Piis scudi 25 monetae'. Y al día siguiente: 'Confirmatum pariter decretum est de elemosina danda scolis Piis prout iacet' (cit. en G. SÁTHA, ‘Nova quaedam documenta …’, p.197, n.2).</ref> Pero sin duda era excesivo para las finanzas municipales subir el sueldo a los maestros de los trece barrios romanos. Y tampoco harán caso del memorial suplicatorio, dirigido a Pablo V en 1610 por los maestros mismos, quedando congelado el salario hasta 1667, como vimos.
La subida al capitolio era un gesto desinteresado y generoso y, en cierto modo, necesario. Mal se lo pagarían luego los maestros, pero será injusta su protesta, pues antes de lanzarse a la aventura de querer solucionar el problema de los niños pobres por su cuenta, intentó resolverlo como era justo, y como se resolverá luego definitivamente al cabo de siglos: el dinero público debe sufragar los gasto, de la enseñanza de quienes no pueden pagarla por ser pobres.
Quizá ni al subir ni al bajar de aquella colina, sacra para la antigua Roma, tuvo humor para apreciar el espléndido conjunto monumental, del que sólo faltaba construir el palacio de la izquierda -hoy Museo Capitolino- para dar vida al proyecto de Miguel Ángel, que convertía aquella plaza en una de las joyas urbanísticas más admirables de todos los tiempos.