BerroAnotaciones/Tomo3/Libro2/Cap01

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CAPÍTULO 1 Culpas, es decir, omisiones Del Padre Pietrasanta

Con mucho gusto dejaría de escribir este capítulo, sobre todo por no dar al lector ocasión de pensar que tengo un siniestro afecto al Revmo. P. Silvestre Pietrasanta, jesuita, que fue Visitador Apostólico de nuestra pobre Orden de Clérigos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. Por eso, confirmo lo que he escrito anteriormente; y, seguro de que el piadoso lector -al leer con su prudencia las tres Relaciones dadas a los Emmos. Cardenales, delegados sobre los asuntos de las Escuelas Pías, y las cartas circulares enviadas a nuestras Provincias y casas por el mismo Revmo. Padre- va a quedar convencido del todo, pondré aquí solamente lo que, junto a la brevedad, me sugiere la verdad de la historia, acompañada de la piedad religiosa.

El Revmo. P. Pietrasanta tenía que haber refrenado, dirigido, y también castigado, pero, sobre todo, mitigado la furia, quiero decir, la pasión de soberbia del desgraciado P. Mario [Sozzi] de San Francisco, no solo ante las afrentas, que, con tanta frecuencia, y aun diarias, hacía injustamente a N. V. P. José de la Madre de Dios, Fundador y General de las Escuelas Pías, que era el Superior natural y Padre espiritual del P. Mario, por ser el Fundador de la Orden; sino también, cuando veía que, contra el recto dictamen de la justicia, amenazaba, violentaba e injuriaba a los tres Padres Asistentes Generales, compañeros suyos, que en la Orden eran sus mayores en todo tema religioso.

Debía haber hecho esto también, cuando veía que le proponían para Superiores de las casas y Provincias a individuos indisciplinados, lo que en el exterior se conocía muy bien, o dudaba de ellos, por no haber sido nunca elegidos por N. V. P. Fundador; haberlos observado y haberse informado por aquellos mismos tres Adres Asistentes (si no quería fiarse del Padre Fundador); y acudir a ellos cuando, en voz clara, en sus reuniones secretas los tres Padres Asistentes le decían que los propuestos por el P. Mario no eran individuos aptos para cargos, en vez de injuriarlos con el apodo de refractarios y desobedientes al tribunal de la Sma. Inquisición, y a la santa Sede Apostólica.

Debía haber frenado también, con palabras de autoridad, al P. Mario, cuando veía que, contra la Bula “De largitione munerum”, hacía regalos tan grandes (no de vajilla y comida) sino de cosas de seda y otras; especialmente cuando, en el momento de su muerte, el P. Mario entregó baúles llenos a quien no era de nuestra Orden, para que se los diera al mismo P. Pietrasanta.

En el examen, es decir, en la visita personal que hizo en Roma a nuestros Religiosos (que, como él mismo escribe de su propia manos, eran más de cien, y entre ellos el Padre Fundador y sus primeros Asistentes, que le habían puesto los Sumos Pontífices, Gregorio XV y Urbano VIII), el Revmo. P. Silvestre Pietrasanta debía, o bien haber llamado a todos al examen, y haber escrito lo que decían; o también, haber escogido a los más provectos, como más experimentados en las cosas de la Regla, para pedirles la Relación que quería, y debía hacer a la Santa sede Apostólica y a la Sagrada Congregación, sobre los problemas de las Escuelas Pías, si no quería tener que dar cuenta en su muerte, tan penosa; y cuenta, nada menos que al supremo Pastor y Juez eterno, Jesucristo… En vez de haber menospreciado a éstos, y sobre todo al V. P. Fundador y a sus Asistentes, religiosos de tanta virtud; y haberse escogido a veinticinco religiosos insolentes, e, incluso, amaestrados por el mismo P. Mario.

Y lo que es peor, ni siquiera refirió la relación toda entera de estos 25 religiosos nuestros, pues dejó de lado lo que era útil para la pobre Orden, refiriendo sólo lo que les parecía a propósito para los fines del propio Mario, destrucción de nuestra pobre Orden, y humillación de su V. P. Fundador.

Murió con vituperio el P. Mario, como queda escrito en el Tomo 2º, y por eso aquí no se habla de ello. Pero, ¿no debía el Revmo. P. Pietrasanta haber hecho entonces el mayor esfuerzo cuando no tenía ya los respetos del mundo (que le habían ocupado el corazón, sea con temor, sea con esperanza) para que N. V. P. Fundador se hubiera reintegrado en su cargo de General? ¿O al menos, para que los tres Asistentes Generales, (que habían dejado de ingerirse en el gobierno de nuestra pobre Orden, a causa de los desprecios que recibían del P. Mario) recobraran nuevamente el gobierno y la administración de la Orden?

¿Y no haberse convertido, en cambio, en ejecutor testamentario del mismo P. Mario, no sólo de las cosas que dejaba a los seculares, quitándoselas a nuestra pobre Orden, sino también del sucesor por él nombrado<ref group='Notas'>El P. Esteban Cherubini.</ref> durante el cargo de su iniquidad, tanto más cuanto que veía que toda la Orden lo rechazaba, y con cartas y súplicas declaraba que no quería por Superior Mayor a otro, más que a su P. Fundador y General?

Por lo cual, hay que decir, por fuerza, que en el corazón del Revmo. P. Pietrasanta bullía y se tramaba la destrucción de nuestra pobre Orden. Y me parece que, ante las cosas que siguen, se puede sacar la misma consecuencia.

Notas