BerroAnotaciones/Tomo2/Libro1/Cap28
- CAPÍTULO 28 De la enfermedad Del P. Mario de San Francisco, Asistente
La bondad infinita de la Divina Majestad de nuestro sumo Dios, creador y redentor, nunca suelta tanto la brida de nuestra libre voluntad, que, viéndonos correr desbocados hacia el precipicio, no tire de ella y la mantenga, mediante algún consejo paternal, para salvarnos y librarnos de las fauces del dragón infernal, o mediante algún sufrimiento grave, o peligrosa enfermedad. Esto mismo hizo con este Padre.
El pobre Mario de San Francisco, Asistente y casi Superior supremo de nuestra pobre Orden, corría verdaderamente, a brida suelta, hacia el precipicio eterno, si tener en cuenta nada, sólo confiado y seguro en los favores humanos, olvidándose de la muerte, y del sumo y supremo Superior, Juez de vivos y muertos.
Su Majestad tuvo compasión de él. Lo miró con ojos de piedad, lo detuvo con su omnipotencia, le avisó y recordó que era hombre, y por eso, mortal. Y para que lo reconociera en un hecho concreto, lo tocó con su mano, como hizo con el Faraón.
Alrededor del mes de agosto, se descubrió en el P. Mario de San Francisco, Asistente, una enfermedad, no sólo muy grave y fastidiosa, sino también nauseabunda, vituperiosa, llamada con distintos nombres por los médicos, aunque todos derivan de una misma y única enfermedad. Yo los registro aquí todos, tal como son.
Un R. P. muy docto, llamado Capuano, milanés, dice, es su parecer: “Quo Patre Mario a Sancto Francisco, correpto lepra primum, et ingenti cruciatu consumpto sacro igne, etc.”<ref group='Notas'>Este P. Mario de San Francisco, embestido primero por la lepra, se fue consumiendo después en un fuego sagrado, en medio de un sufrimiento enorme.</ref> Un Padre de los nuestros describiéndome, largo y tendido, el caso que había visto en Roma con sus propios ojos, me lo describió con estas palabras: “El Señor, que es escrutador de corazones, y justo remunerador de nuestras obras, envió, mientras tanto, al P. Mario, una enfermedad tan grande, que, comenzando por las partes pudendas, le invadió en breve tiempo, y de tal forma , su cuerpo, que se convirtió todo él en una costra, llamada de distintas formas por los médicos”. Unos la llamaban soro; otros, decía que era lepra, como realmente fue; y tan horrible, que yo, al verlo muchas veces, lo primero que pensé, fue que era un cuerpo sonrosado, más que enfermo, etc.
¿Quién, lector mío, no se humillará y estará advertido, antes hablar contra quien Dios ha elegido por guía y Superior?
Quiso la Majestad de Dios, en esta mortificación o castigo de lepra en el P. Mario de San Francisco, renovar el castigo que dio a María, la hermana del gran legislador Moisés, por haber murmurado de él, como consta en el Libro de los Números, Cap. 12.
Así, efectivamente, al P. Mario –que murmuró de Nuestro Legislador y gran Padre, José de la Madre de Dios, Fundador y Legislador de la Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, legítimo Superior suyo y nuestro- quiso Su Majestad castigarlo, para ejemplo nuestro, con la enfermedad de la lepra blanca; aquélla con que quedó cubierto el P. Mario, no una, sino muchas veces, como más adelante se verá. “Ad exemplum nostrum haec facta et scripta sunt, et ut de sanctitate V. P. N., Fundatoris et Generalis, certus existas”<ref group='Notas'>Esto ha sucedido y se ha escrito para ejemplo nuestro; para que estés seguro de la santidad de N. V. P. Fundador y General.</ref>.