Madrid (ES) Colegio San Fernando y residencia provincial
Contenido
Datos
Demarcación Castilla
(1729- )
Antecedentes históricos.
El colegio de San Fernando de Madrid, una de las glorias más legítimas de las Escuelas Pías fue llamado así para honrar a San Fernando Rey de Castilla. Primeramente fue puesto bajo la advocación de «Nuestra Señora de la Portería» y durante muchos años lustros se le conoció por el colegio «de Lavapiés», por el nombre del barrio donde se hallaba ubicado. Tuvo unos orígenes muy modestos y sin pretensiones al conjuro del celo y previsión del P. Juan García de la Concepción, quien en 1729 alcanzó del párroco de San Justo, D. Francisco Martín del Campo y Carvajal, ser nombrado capellán de la ermita del Pilar con derecho a regentar una escuela. Era entonces la ermita del Pilar guarida de picaros y gente de hampa por estar situada en los barrios bajos de la capital por donde no «osaban pasar ni la justicia ni sus ministros». El primer día de apertura oficial de las escuelas fueron ya 102 los niños que se alistaron, viéndose precisados muy pronto a alquilar y habilitar una casa inmediata a la ermita que antiguamente fue hospital de los aragoneses y que pertenecía entonces a los carmelitas calzados. Muchas penalidades de toda índole tuvieron que soportar los primeros religiosos fundadores. Ya en noviembre de 1729 pasaban de 400 los niños que recibían educación en las recientes escuelas. El duque de Alba contribuyó a las obras primeras de adaptación con la cantidad de 100 ducados y otros 50 doblones al año para la manutención de los religiosos. No faltaron por otra parte los émulos y envidiosos que por medio de la «Hermandad de San Casiano», formada por los maestros de leer, escribir y contar de la Corte, valiéndose del corregidor D. José de Pasamonte y con fútiles pretextos se propuso extinguir, antes de que fuera tarde, a los posibles competidores. Por la Navidad de 1731 se encontró el P. Juan García, cerca del hospital de Antón Martín, con fray Luis de San José, franciscano de San Pedro de Alcántara, famoso y venerable religioso que había alcanzado fama de santidad como promotor de la devoción a la Inmaculada Concepción de la Virgen María bajo el título de Nuestra Señora de la Portería, en varias provincias y reinos. Este había prometido donar una de las imágenes para el culto y veneración de los niños de las nuevas escuelas. Con motivo de la entronización de la milagrosa imagen se hizo una procesión muy lucida y numerosa de fieles y nobleza de Madrid, acompañada de un nutrido grupo de niños que se acercaban al millar y llamaron poderosamente la atención. En 1735 el párroco de San Justo hizo cesión definitiva de la ermita del Pilar a favor de la Orden escolapia una vez obtenidas las licencias necesarias del municipio y arzobispado. Estos memoriales se presentaron a nombre del P. Provincial Juan Crisóstomo Plana de San Jaime y del Sr. cura párroco, señalando la utilidad del Instituto, los beneficios obtenidos por el vecindario y la transformación religiosa y moral del barrio. La dedicación de la primera iglesia y la colocación del Santísimo Sacramento en el colegio que entonces se llamó de Nuestra Señora de la Portería, estuvo prestigiada por la celebración de grandes fiestas durante doce días, con intervención de los predicadores más notables, bandas de música de las más renombradas y fuegos de artificio, que costearon numerosos devotos de la nobleza, como la duquesa de Alba, el marqués de Santa Cruz de Valdeolmos y los marqueses de Murillo que posteriormente dejaron a favor del colegio una manga pía que rentaba 600 ducados anuales.
Colegio Nuestra Señora de la Portería.
Pronto empezó a descollar el colegio en el orden apostólico y pedagógico como uno de los más adelantados y prestigiosos de la corte, capitanía que ostentó durante muchas décadas con aplauso general de las autoridades municipales y del pueblo de Madrid. En el colegio tuvieron comienzo los famosos «Rosarios de niños», invención organizada por el P. Miguel de San Andrés, recorriendo las calles, con faroles y estandartes, mientras cantaban los «Misterios del Rosario» hasta el santuario. Al mismo P. Miguel de San Andrés se le debe un adelanto pedagógico que consistía en la formación de carteles, que él llamaba «cartapoles», colocarlos como posters con letras en grandes tamaños, poniendo en cada letra un nombre que tenía por letra inicial la misma que quería enseñar (así la A. azotes). Este método que se inició en nuestras escuelas en 1733 se hizo extensivo a otras varias y «fue gran gloria haber salido de ellas tan provechosa iniciativa». Por aquellos tiempos estaba ya establecida en «los colegios escolapios» la graduación de las escuelas, el método de lectura simultánea, de enseñanza mutua y en algunas clases individualizada, logros que todavía tardarían más de dos siglos en alcanzarse en otros colegios y naciones.
Otro de los prestigios pedagógicos más notables que procuró al colegio y a toda la Orden en España un renombre y gloria singular, fue el establecimiento de exámenes públicos de los alumnos o certámenes de gramática y doctrina que, aunque ya se habían celebrado en otros colegios, adquirieron en el colegio de Lavapiés fama y prestancia especiales desde que en el año 1764 se celebraron los de latinidad, retórica y poética bajo la dirección del P. Felipe Scío de San Miguel. Igualmente existe constancia impresa de disputas de filosofía y teología habidas por los jóvenes estudiantes entre los años 1763 y 1803. Ya en 1737 compraron los religiosos tres casitas adyacentes por 29.480 reales y sobre el espacio primitivo y esta adición inició el P. Tomás Plana de San José el nuevo colegio; pero la falta de caudales obligó a paralizar las obras hasta 1740. Siendo rector el P. Ambrosio Lasala de San Agustín se tomaron a censo 8.000 ducados para continuar la obra, a la que después de diversos avatares e interrupciones el P. Tomás Calle en 1761 dio remate en la forma casi definitiva, sin la iglesia. Las oficinas, escuelas, seminario y habitaciones de los religiosos se levantaron con los auxilios administrados por el «Patronato de la Manda de los limos. Sres. Marqueses de Murillo». También puede considerarse al P. Tomás Calle como el verdadero fundador de la famosa biblioteca, pues en 1761 con aprobación de la comunidad se gastó cerca de quince mil reales en la adquisición de obras. La munificencia de los reyes Carlos III y IV y otros varios proceres, como el conde de Campo-Alanje, la duquesa de Benavente, la condesa de Atares, etc. fue una ayuda muy eficiente para levantar con sus donativos de planta, la magnífica iglesia, una de las más hermosas de Madrid. Los planos se debieron a D. Antonio Balcárcel, arquitecto madrileño, y actuó como aparejador o ayudante de obras el hermano operario, Gabriel Escribano, que a la muerte de D. Antonio Balcárcel, continuó y concluyó la magnífica construcción, reformando y mejorando los planos primitivos.
Colegio «San Fernando», primera época.
Deseaban los escolapios cambiar el titular de la iglesia que era Nuestra Señora de la Portería y volver a la primitiva Nuestra Señora del Pilar, una vez pasadas las circunstancias que motivaron el trueque primero y consultar sobre tal propósito al rey Carlos IV. Este mandó pintar a su pintor de cámara D. Ramón Bayeu, suegro de Goya, un cuadro de la Virgen del Pilar y a sus pies en acto de veneración a San Carlos Borromeo, San Luis de Francia y San Fernando de Castilla, patronos y abogados de la familia real con cuyos nombres se honraban. No queriendo resolver los regios personajes el tema por su propio capricho se acudió a las suertes recayendo ésta en el glorioso San Femando, bajo la inocente mano de la infanta María Isabel, niña de cinco años. El florecimiento del colegio en todos los órdenes desde sus comienzos fue en progresión vertiginosa. Ya en 1760 contaba con 2.336 alumnos, cuya cifra se mantuvo casi constante hasta 1772. La fama y prestigio del profesorado y de la instrucción que impartían puede calibrarse por la cita de algunos nombres que trabajaron en él por aquellos años: PP. Tomás Plana, Ambrosio Lasala, Juan Crisóstomo Plana, Cayetano Ramo, José Jericó, Juan García, Tomás Calle, Calixto Hornero, Hipólito Lereu, Alejo Ruiz, Luis Mínguez, los dos Scío, Pedro Estala, Navarrete, Jiménez Coronado y otros muchos.
Una de las glorias más legítimas del colegio es que ya en 1795 funcionó en él la primera escuela de sordomudos que hubo en España debida a la protección del rey Carlos IV. El P. José Fernández Navarrete, que se había impuesto en estas enseñanzas en Italia, fue el director de la escuela hasta 1800 fecha en la que la Sociedad Económica de Madrid se hizo cargo de ella.
Segunda época.
Las tropas francesas en 1808 supusieron un contratiempo y catástrofe lamentable para la expansión y proyección de la vida del colegio; fue suprimida la comunidad, se apoderaron los instrusos de las existencias, despojaron la biblioteca de muchos libros y colecciones de numismática y paleografía, que el trabajo abnegado de los religiosos había acumulado en el decurso del tiempo.. Hasta 1814 (2 de enero) no pudo el P. vicerrector, Juan Cayetano Losada hacerse de nuevo con las llaves del colegio y reconstruir la comunidad. No fueron mucho más halagüeños los años posteriores. Las revueltas revolucionarias del año 1820, con la supresión de comunidades, las secularizaciones provocadas desde el mismo Gobierno (sólo en este colegio sucumbieron a la tentación 12 religiosos), el saqueo de los conventos y las matanzas de los religiosos en 1834; las guerras carlistas, y el trastorno general de las Instituciones no eran motivaciones propicias para el desarrollo y prosperidad de ninguna entidad en España.
En 1840 el infatigable P. Losada estableció) en el colegio la congregación o cofradía de Nuestra Señora de las Angustias; los religiosos regentaron en 1838 diez clases, tres de leer, tres de escribir, tres de latinidad y una de aritmética con 1.668 alumnos, la mayor parte de ellos de las clases más indigentes, a todos los cuales se les proporcionaba gratuitamente toda la enseñanza. Otro de los hombres más sobresalientes que estuvo al frente del colegio de San Fernando trece años fue el P. Inocente Palacios. Durante su mandato llevó a cabo notabilísimas mejoras: en 1852 restauró los gabinetes de física e historia natural, adquiriendo aparatos y ejemplares en los mejores establecimientos de París e igualmente dotó a las clases de material e instrumentos más apropiados y eficientes para la primera y segunda enseñanza. También hay que citar al P. Inocente Palacios con el establecimiento en el colegio en 1858 de la primera imprenta regentada por las Escuelas Pías en España. En el año 1865 sufrió la comunidad de San Fernando unas jornadas luctuosas por el fallecimiento de 14 víctimas del cólera morbo, entre ellos el ex-provincial P. Inocente Palacios y el Provincial P. Francisco Peña. Entre los hombres dignos de mención que rigieron los destinos del colegio en tiempos difíciles hallamos al P. Juan Ambrosio del Espíritu Santo que tuvo que sortear el temporal de la revolución en 1868 sin detrimento del colegio y con señaladas mejoras dentro de sus limitaciones.
Tercera época.
Corresponde este período a la restauración de la obra. Fue el P. José de la Iglesia, expresamente nombrado para este cometido por el P. Provincial, Casimiro Serrano, comenzó el arreglo y ordenación definitiva de la biblioteca en 1875. Contaba entonces ésta con unos 17.000 volúmenes de libros y manuscritos preciosos del siglo XII y siguientes, y otras obras de rarísimo mérito. La parte más rica e interesante estaba constituida por las secciones bíblicas y patrística, hallándose entre sus fondos los textos que sirvieron de consulta al P. Felipe Scío para la versión y anotación de su Biblia al español, además de un riquísimo monetario, resto de la expoliación francesa (1809-1814).
Todavía el Ilmo. Sr. D. Basilio Sebastián Castellano de Losada, bibliotecario de la Biblioteca Nacional y fundador y director de la Revista Española de Arqueología y Geografía contribuyó al enriquecimiento de la escolapia con la donación de la suya, formada por una selección de 1.477 volúmenes, entre los que se hallaban 13 códices y 40 manuscritos antiguos y modernos y varios incunables. Superior digno de recordación fue el P. Cayetano Bellón (1882-1887) que gastó energías y entusiasmos en el adorno y embellecimiento de las dependencias del colegio revistiendo los zócalos de azulejos y estucado de paredes y techos, instalando teléfono y un reloj en la torre construido por D. N. Rosel. En el año 1889 comenzó a funcionar una nueva sección llamada de vigilados. Si bien al principio no fue entusiásticamente aceptada esta nueva modalidad, con el tiempo se fue imponiendo y en 1911 la situación alcanzada queda reflejada en el estadillo siguiente:
Internos de 1.ª y 2.ª enseñanza | 67 |
Mediopensionistas | 47 |
Vigilados de 2.ª enseñanza | 155 |
Vigilados de 1.ª enseñanza | 336 |
Externos de 1.ª y 2.ª enseñanza absolutamente gratuitos | 607 |
Total | 1.212 |
En 1890 fue nombrado Provincial el P. Marcelino Ortiz. Durante su provincialato trasladó la residencia oficial del Provincial al colegio de San Antón, como lugar más céntrico. Entre los superiores más insignes que gobernaron el colegio se encuentra también el famoso polígrafo P. Carlos Lasalde (1894-1896) que pronto dejó sentir los beneficiosos efectos de su rectoría en el acrecentamiento y conservación de la biblioteca con la adquisición de nuevas obras, la mayor parte de ellas traídas del extranjero. También se debió a su gestión la instalación de la luz eléctrica en sustitución del alumbrado de gas.
Ha de citarse en este momento «La Córrala». Un terreno de quince mil pies cuadrados, que quedó libre frente al colegio por derribo de unos edificios. Fue comprado en 1895 para desahogo y recreo; posteriormente ofrecido al ayuntamiento gratuitamente con la condición de que éste levantara un grupo escolar para niños pobres que los escolapios habían de regentar perpetuamente y sin cobrar dinero. Sin embargo sólo se consiguió que lo adecentara y sirviera para solar del pueblo de Madrid.
En 1910 surgió otra novedad en las actividades del colegio con la inclusión de la clase de taquigrafía, impartida primeramente por el profesor Julio Gujel, que después fue continuada con gran prestigio y método propio, por el P. Emiliano Fuentes, nombrado profesor oficial de la escuela de periodistas del «Debate», de tanta importancia en el desarrollo y cualificación en los profesionales de la prensa. También se impartían por esas fechas clases de mecanografía con más de 20 máquinas de distintos sistemas, contabilidad, francés e inglés, según las exigencias de los tiempos modernos, promovidas principalmente para favorecer a los niños externos gratuitos.
Entre los superiores que descollaron en este siglo con mención especial se encuentran los PP. Hipólito Guijarro, Melchor Rodríguez, que después fue Vicario general, Ignacio Torrijos y Ataúlfo Huerta. En la revolución de 1936, el colegio de San Fernando pereció víctima de la incultura y el fanatismo. Las turbas lo redujeron a cenizas.
Cuarta época, barrio de Argüelles.
Terminada la guerra civil se planteó la posibilidad de volver al colegio que era un montón de ruinas. Mientras se alquiló un local en la Cuesta de la Vega (calle Mayor n. 83); había sido un edificio perteneciente a un antiguo palacio del duque de Bailen. La comunidad se acomodó en él (12-9-1939), pero sus deficiencias e insuficiencias aconsejaron su abandono. Hubo que buscar nuevos locales. Entre los religiosos se dividieron las opiniones: frente a quienes propugnaban la vuelta al antiguo solar y colegio de la calle Mesón de Paredes, se levantaron otras, influenciadas por el P. Ignacio Torrijos que se inclinaban a abandonar el primitivo lugar por su triste recuerdo, el mal comportamiento de la vecindad y otras causas. Esta propuesta venció, a la cual también se adhería el P. Provincial, Eusebio Gómez. Después de buscar varios locales se optó por una manzana completa de los marqueses de Oquendo y Cartago en la calle Donoso Cortés o Gaztambide, n. 44, barrio de Arguelles; tenía una casa-palacio bastante amplia, que podía servir de comienzo de obra. El 5-10-1941 se abrieron las cuatro primeras clases. El 2-2-1944 se puso la primera piedra de la sucesión de pabellones que iban a componer el nuevo centro. A finales de los años cincuenta se abriría el internado y locales especiales para salón de actos, con la ayuda de la Caja de Ahorros de Madrid en condiciones ventajosas -con algunas cláusulas en favor de los hijos de los empleados-. La iglesia fue decorada con varias imágenes del antiguo colegio. El siguiente cuadro puede dar idea del crecimiento del colegio en esta etapa:
Año | Alumnos |
1929 | 1.427 |
1940 | 450 |
1943 | 720 |
1945 | 825 |
1951 | 1.632 |
1963 | 2.151 |
1975 | 1.767 |
Última época. Pozuelo de Alarcón.
En 1975 se vio la necesidad de trasladar el colegio a otros lugares. Razones económicas, por una parte, deficiencias académicas por la situación del solar y la falta de personas para llevarlo adecuadamente, por otra, impulsaron a deshacerse de la manzana cediéndola a la inmobiliaria Sagar. Ya se había comprado anteriormente un terreno correspondiente a la actual calle de San José de Calasanz con destino al futuro noviciado; luego se adquirió del marqués de Enrile un terreno de casi 32.000 metros cuadrados. Con planos de los arquitectos Ángel de Blas y Ángel Jaramillo y con la constructora de D. Ramón Bahamonde se construye un complejo funcional, con capacidad para unos 1.700 alumnos, muchos de los cuales son de la misma capital, otros del pueblo de Pozuelo. El nombre del colegio queda para el «intercou» que se establecerá en el antiguo «Colegio mayor Calasanz».
Otros datos.
La iglesia. La pequeña ermita se convirtió en colegio con su gran iglesia. Muchas instituciones debieron dar dinero para su construcción entre ellas el mismo colegio de San Antón. El suelo comenzó a prepararse el 4-3-1763 y la primera piedra se puso el 19 de junio. Fue bendecida el 23-4-1791 y costo 1.905.693 reales y 25 maravedíes. Tenía dos partes: un cuerpo rectangular de 60 por 40 pies y una capilla redonda de 57 pies de diámetro con cúpula. Se conoce con detalle las obras de arte que tenía, sus autores y el dinero invertido en ellas. Había once altares; aunque sufrieron cambios en distintos momentos se puede reseñar: el altar mayor con pintura del hospital de aragoneses, el de Nuestra Señora de las Angustias de Juan de Adám, el de S. Juan Nepomuceno de José Este ve, el de S. Nicolás de Bari de José Piquer, el de S. José Esposo de Juan Adám, el de S. Antonio de Padua de Pablo Cerda, el de Nuestra Señora de las Escuelas Pías y el de S. José de Calasanz de Vergaz, el de Santa Bárbara de José Rodríguez y el de S. Ignacio de Loyola de Alfonso Vergaz. También se sabe que las pinturas eran de Mariano Sánchez, pintor del rey, que el órgano era de Isidro Narja García y las verjas de hierro de Pablo Miranda. Tuvo seis cofradías -cuatro de socorro y dos de culto-; al comienzo del siglo XIX sólo quedaban cuatro -tres de socorro y una de culto-; éstas eran: Nuestra Señora del Pilar, San Nicolás de Bari, Santísimo Cristo del Amor y Nuestra Señora de las Escuelas Pías. A mitad de este siglo se creó por el P. Losada la congregación de Nuestra Señora de las Angustias.
Exalumnos. Por las aulas del colegio han pasado alumnos que posteriormente han descollado en la historia de la nación o de la ciudad. Así los condes de Villalobos, Casa-Sola y San Clemente; marqueses de Cerralbo, Casa-Arnao, Flores Dávila; militares y políticos como Benigno Cafranga, Rafael Ulecia, Carlos Aris y el general Concha; escritores y literatos como José Baró, Mariano Calvo Hernando, Torio de la Riva, Arturo Barea, Enrique Martín Maqueda y Alfonso Sánchez, crítico de cine; catedráticos y médicos como Sánchez Albornoz, Tomás Hernández Redondo, Ángel Pulido, Mariano Benavente y Enríquez de Salamanca.
Otros datos. Pobre y sencillo nació el colegio; sin embargo fue recogiendo un dinero que tuvo dos finalidades: la caridad y la cultura. Respecto a la primera, además de dar gratuitamente la enseñanza a muchos niños de los barrios bajos se recogen más de cuarenta grandes donaciones para necesidades generales de la Iglesia; respecto a la segunda, hay que hacer constar la importante biblioteca, de la que se ha hecho referencia, y que desapareció en la guerra civil española de 1936; las publicaciones de obras o libros de texto, de exámenes públicos o academias y otros escritos de los religiosos.
Superiores
Bibliografía
- VA 1, II, 940
- LAS I, 154-159, 163
- R 2, I, 90-105
- MAD, X, 800
- Amador de los Ríos, J. Historia de la Villa de Madrid, Madrid, 1861
Redactor(es)
- Anselmo del Álamo, en 1990, artículo original del DENES I