BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap22
CAPÍTULO 22 De un secular que se proclamaba Vicario General de las Escuelas Pías
El sembrador de cizaña y jefe del infierno, envidioso de la gloria de Dios y enemigo mortal de la salvación de las almas, veía cuánto provecho hacían por todas partes los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías con su buena fama y santo Instituto, guiado por aquel gran Venerable Padre, Siervo de Dios, José, su Fundador y General; y no podía soportarlo, viendo que cada día se propagaba más, y que las ciudades y lugares principales de Italia competían por solicitar las Escuelas Pías para la educación de su juventud, y se consideraba felicísima la que lo obtenía, empleando para ello el favor de Emmos. Y Serenísimos Príncipes y Reales Majestades, ciento y más en diversas Provincias, que hacían instancias fortísimas.
Incitó por este tiempo a un secuaz suyo, individuo secular muy experto, que se decía era de la Casa de los Melini, y o de la Casa Massimi, aunque tengo para mí que no era ni de una ni de otra de aquellas Ilmas. Casas. Este hombre fue con vestido talar muchas veces a nuestro Noviciado de Monte Cavallo, fingiendo estar harto de la Corte, y deseoso de servir de corazón a Dios. Habló dos o tres veces largo y tendido con nuestro Portero, religioso laico, pero de espíritu, -y de los primeros que tomaron el hábito-, y le manifestó el deseo grande de ser de los nuestros, y que quería informarse por completo sobre nuestro modo de vivir. Cuando lo escuchaba, él mostraba cada vez más que estaba ilusionado por ser aceptado entre nosotros. Para eso insistía mucho en tener nuestras Constituciones.
Habló el Portero al P. Superior y Maestro de Novicios, P. Santiago [Graziani] de San Pablo, religioso de gran virtud y letras. Éste, al oír el hecho, ordenó que lo introdujera dentro. Charlando un buen rato, finalmente obtuvo nuestras Constituciones, escritas de propia mano por nuestro gran Padre. Le suplicó se las dejara durante dos o tres días para leerlas con tranquilidad en su casa. Conseguido el favor, el fingido, astuto y ladino penitente, se fue con las Constituciones, y nunca más fue visto por nuestro noviciado.
No se detuvo ahí el taimado, sino procuró lograr la firma de N. V. P. Fundador y General, y, falsificándola, se hizo una patente de Visitador o Vicario General de las Escuelas Pías, ordenando también acuñar el sello con tal título e inscripción, no se sabe cómo. Con estos antecedentes, el pérfido ideó otra fullería para tapar más la primera.
Fingió ser un gentilhombre del Emmo. Cardenal de San Onofre, hermano del Papa Urbano VIII. Fue a San Bernardo, en frente a Santa Susana, adonde el Revmo. P. Sancho, entonces General de los Monjes Fulgentinos, e hizo que el portero le pasara el aviso, diciendo que dicho Emmo. quería hablar con el Revmo., pero que antes lo había enviado a él para prevenirlo, y saber si estaba en el convento. Se pusieron todos los Padres en fila para recibir a Su Eminencia, pero el astuto se fue, diciendo que iba a avisar al Cardenal de que el Revmo. Padre sí estaba en el convento. Estuvo algún tiempo fuera para disimularlo, y luego volvió dando por buena esta embajada a los buenos religiosos. Les decía que cuando Su Eminencia bajaba las escaleras, y ya venía adonde el Revmo. Padre para pedirle un favor, lo había llamado el Papa, y por eso no podía venir. Que el favor que él buscaba con todo interés era que, como el P. General de las Escuelas Pías debía enviar una misión a Francia y a España, para fundar en aquellos Reinos, y allí no tenía conocidos, ante cualquier incidente, quería que lo acompañara con una carta para los Superiores de su Orden en aquellas tierras. El Revmo. Padre se ofreció a hacerla con todo afecto, y la hizo con toda caridad.
Con estas provisiones, el más que fingido y astuto se fue, con dos compañeros iguales y con un hábito semejante al nuestro, pero descalzos. Cuando le advirtieron de esto, se excusaba diciendo que en los viajes largos estaba dispensado.
Anduvo después por Francia, sirviéndose de la carta del Revmo. P. Sancho, General de los Monjes Fulgentinos; y aquellos buenos religiosos lo acogían y lo favorecían muy bien en todo, acompañado siempre con nuevas cartas. También era muy bien tratado por diversos Señores, amigos de dichos religiosos; como, del mismo modo, lo estuvo siempre en todo lugar, en atención a la primera carta conseguida en Roma ante la instancia tan eficaz del Emmo. Cardenal de San Onofre, hermano del entonces reinante Pontífice Urbano VIII.
Sin embargo, con el tiempo, al P. Sancho le pareció algo sospechoso, pues nunca vio que dicho Emmo., ni N. V. P. Fundador y General le hicieran ninguna demostración de agradecimiento por el favor que los había hecho con tan calurosa recomendación.
Por eso, pasado algún tiempo, el P. Sancho mandó a su secretario a informar de todo a N. V. P. Fundador, que se encontraba en cama por la susodicha erisipela. Fui yo quien lo introduje adonde N. V. P. Fundador y General. Escuchó de su propia boca lo dicho arriba, y quedó sorprendido al oírlo. Después de una larga conversación, ambos Generales quedaron en escribir a España y a Francia, para que le retiraran las cartas y patentes a aquel falso Vicario General de las Escuelas Pías, como en efecto sucedió en Francia, en un lugar de los susodichos Reverendos Padres.
Pero la misma malicia que le llevó a hacer la primera patente, le dio acceso a la segunda, con la que en España engañó al Emmo. Francisco Barberini, que había ido a aquellos Reinos como Legado a latere del Sumo Pontífice. Con el favor de dicho Emmo. tuvo mucha acogida ante algunos de aquellos Excmos. Duques y Príncipes, de los cuales consiguió una cantidad notable de dinero, dándoles la esperanza de enviarles desde Italia individuos para fundar Las Escuelas Pías en sus Estados. Incluso dio comienzo a fundaciones, con compras ficticias. De esta forma, vino de España con muchos miles de piezas de ocho reales; y hasta por el camino fue siempre pagado por dicho Emmo. Barbieri en la galera donde él mismo navegaba, pues no se había dado cuenta de ello.
Llegaron a Roma a su debido tiempo, y el truhán, cambiando de hábito, como sus compañeros, procuraba distraer el tiempo a expensas de quien esperaba las fundaciones de las Escuelas Pías. Después de algunos meses desde que el Emmo. Barbieri había vuelto a Roma de la Legación de España y Francia, deseando que nuestros Padres fueran a fundar en su Abadía de San Salvatore Maggiore, lugar situado en los confines del Reino hacia l´Aquila, mandó llamar a N. V. P. Fundador, pero, como se encontraba fuera de Roma, fue el P. Santiago [Graziani] de San Pablo, Provincial Romano. En la conversación, Su Emimencia dijo: -Me alegro de que los Padres hayan ido a España, y hayan fundado allí. Como el P. Vicario General es muy favorable en aquellos Reinos, muy querido ante aquellos Señores, espero que hagan mucho bien, porque la Obra ha sido muy aceptada.
El P. Provincial agradeció a Su Eminencia el favor hecho, creyendo que favorecía a las Escuelas Pías, pero le dijo que allí no había ninguno de los nuestros. -¿Cómo? -añadió Su Eminencia- ¡Si en la Corte del Rey hemos hablado Nos, muchas veces, con el Vicario General! Le contó el P. Provincial el hecho, tal como había sucedido, y S. E. quedó muy disgustado de haber sido tan burlado por aquel tunante.
Por eso, ordenó hacer todas las diligencias, y se enteró de que sus cortesanos lo habían visto con sotana secular, por lo que dio orden de que lo buscaran y lo metieran en la cárcel. Lo encontraron, fue entregado a la Inquisición, y después, dicho Cardenal ordenó a nuestro susodicho P. Provincial que el Portero de nuestro Noviciado y los que habían hablado muchas veces con él fueran a reconocerlo en la prisión, dando orden especial al carcelero, y enseñándole su carta. Los Padres obedecieron a Su Eminencia; lo vieron, lo reconocieron, y refirieron a S. E. que, efectivamente, era él. S. E. ordenó que lo castigaran severísimamente en galera, de por vida.
Supo esto N. V. P. Fundador y General, y suplicó con todo afecto a S. E. que, lo primero, le quitaran las Constituciones, los sellos y las patentes; y después de algún castigo saludable en la misma cárcel de la Inquisición, lo dejaran libre. El Señor Cardenal, a pesar suyo, condescendió. Después de muchos meses de prisión, mediante un bando dado de Roma, ordenó excarcelarlo, para dar gusto a N. V. Fundador.