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En 1900 la situación italiana está mucho más tranquilo que treinta años antes, en los momentos de la unificación del país. La Iglesia y las Órdenes Religiosas ya no se sienten directamente amenazadas. Existe, ciertamente, una tensión entre el Vaticano y el Gobierno italiano que sólo terminará con los Pactos de Letrán en 1929; tensión que, en parte, se transforma en el enfrentamiento entre un pensamiento eclesial-conservador, y un pensamiento liberal-moderno, que ya se había manifestado en la abundante enseñanza de León XIII (con medidas como la condena de 40 proposiciones filosóficas de Rosmini), y que culminará con la encíclica Pascendi de Pío X (1907), que incluía el juramento antimodernista, abolido solamente por Paulo VI en 1967. Este enfrentamiento hizo sufrir no poco por una parte a unos cuantos escolapios brillantes y de talante liberal, que no amaban menos que los demás al Papa y a la Iglesia, pero entendían que había que avanzar con los tiempos; y por otra parte a sus Superiores, de quienes la jerarquía romana esperaba que adoptaran medidas radicales para evitar cualquier sombra de enfrentamiento. Y quien más lo vivió en su propia carne fue, probablemente, el P. Mistrangelo, de quienes los Papas, primero León XIII (1878-1903), y luego Pío X (1903-1914). esperaban tal vez más enérgicas. En numerosas cartas encontramos felicitaciones precipitadas por su elevación al cardenalato ya en los primeros años de ser nombrado arzobispo de Florencia (1899), pues se suponía (y así lo anunciaba la prensa) que el titular de una sede de tanta importancia como Florencia correspondía el cardenalato. Y sin embargo el título no le llegó hasta 1915, de manos de Benedicto XV (1914-1922). Tal vez este retraso se debió a que León XIII y sobre todo Pío X vieron con malos ojos el que escolapios que debieron ser purgados por sus ideas liberales (Pistelli, Giovanozzi, Pietrobono) seguían ascendiendo en el aprecio social y cultural de la sociedad italiana. Si fue así, esta defensa de sus hermanos (y de la Orden), junto con su sacrificio personal, merecen el mayor elogio que podamos hacer a un Superior general nuestro. Pero veamos más de cerca el conflicto.

Las dificultades habían comenzado en tiempos del P. Maro Ricci, y ya las expusimos en parte al presentar su biografía[Notas 1]. Escribíamos entonces que tanto el P. Giovanni Giovannozzi como el P. Ermenegildo Pistelli tuvieron aún algunas dificultades cuando el P. Mistrangelo sucedió al P. Ricci al frente de la Orden. De hecho, las dificultades empezaron cuando el P. Mistrangelo fue nombrado arzobispo de Florencia. Algunos decían que había llegado a Roma con un encargo del Papa[Notas 2], y sospechaban que esa misión era hacer callar a Giovannozzi y Pistelli. Se hablaba incluso de expulsar de la Orden a Pistelli[Notas 3]. El P. Provincial Vittorio Banchi prohibió a los religiosos dar conferencias públicas a los religiosos[Notas 4], aunque de hecho sólo eran dos los que las daban: Giovannozzi y Pistelli. Tanto Giovannozzi como Pistelli se inclinaron y obedecieron al P. Provincial y al P. General. Pero las cosas no quedaron ahí.

El 13 de marzo de 1901 el P. Pistelli escribe una carta a su Provincial, P. Banchi, en la que le dice[Notas 5]:

Me ha preguntado el Rector de la Facultad de Letras y Filosofía del R. Instituto de Estudios Superiores si estaría dispuesto a aceptar el encargo de la cátedra de Lengua Griega y Latina, que está vacante, así que pido se me conceda el permiso de responder afirmativamente y ser, en este caso, dispensado durante el próximo curso de las clases que ahora doy en las escuelas del Instituto. Añado que se me ha rogado vivamente que no haga esperar demasiado mi respuesta.

El P. Banchi en lugar de responderle envía la carta al P. General. Recomienda que, puesto que pide dar clases fuera, se consulte a la Sagrada Congregación de Religiosos si convendría darle un breve de salida temporal de la Orden (que es lo que él desea, por el bien de la Provincia).[Notas 6] Unos días más tarde recibe la respuesta del P. procurador General, Raffaele Cianfrocca, en la que le dice[Notas 7]:

He visto esta mañana al Prefecto de la Congr. de Obispos y Regulares, y con él hemos llegado a la conclusión de que no puede darse permiso para enseñar en institutos gobernativos, tanto por el juramento que se requiere, como por estar los individuos sujetos a ciertas situaciones que podrían comprometer a la Orden. Por lo tanto, si Pistelli insiste a pesar de ello, sólo le quedaría la vía de obtener el decreto de secularización, y creo que sería lo mejor para nosotros, como he oído decir muchas veces en Florencia.

Al recibir la respuesta, el P. Banchi la comunica al P. Mistrangelo (que reside habitualmente en Florencia). En lugar de comunicársela directamente, pide a Pistelli que vaya a ver al P. General, y a este le sugiere la respuesta a darle[Notas 8]: Nuestra Orden no puede conceder a un religioso aceptar el encargo de enseñar en institutos del Gobierno, y si insiste, puede pedir el breve de secularización, y entonces puede aceptar la oferta que se le hace. El P. Mistrangelo comunica la respuesta negativa al P. Pistelli. Este acepta la resolución, pero unos meses más tarde escribe una larga al P. General expresando sus quejas[Notas 9]:

Han pasado ya muchas semanas desde que V.E. me comunicó la respuesta negativa a la petición que presenté a mis Superiores para poder aceptar la enseñanza de latín y griego que se me había ofrecido en el Real Instituto de Estudios Superiores. He considerado largamente, durante este tiempo, si debía presentar mis respetuosas observaciones contra aquella negativa a S. Eminencia el Prefecto de la Congregación de Obispos y Regulares, o más bien a Vuestra Excelencia, y finalmente me he deicidio a exponerlas a V.E., esperando que, si V.E. lo cree oportuno, querrá presentarlas a aquella S. Congregación Romana, de la cual, según me dijeron, venía la prohibición. V.E. me aseguró benévolamente que le resultaba muy penosa aquella prohibición, y por ello me animo a presentarle mis breves observaciones, que al estar basadas sobre hechos me parece que son dignas de ser meditadas.

V.E. me dijo que había dos razones que impedían consentir a mi petición. La primera, el juramento que los profesores universitarios deben prestar al Real Gobierno, y que no es lícito a un religioso. Dejando aparte otras consideraciones, me bastará con expresar mi asombro de que la S. Congregación no sepa aún que el juramento de los profesores universitarios ha sido abolido desde hace muchísimos años.

La segunda razón era que “los profesores universitarios a veces están obligados a representaciones oficiales o de cuerpo, que pueden ser inconvenientes o ilícitas para un religioso”. Debe responder que este segundo motivo proviene también de un conocimiento de los hechos escaso e inexacto. Los profesores universitarios son los únicos entre los oficiales del Estado que gozan de las más absoluta y más amplia libertad, y tienen un solo y único deber, que es el de dar clase. Muchos de ellos no toman parte nunca en ninguna manifestación de ningún tipo ni de ningún color, y el Gobierno ni les molesta ni puede molestarles. Y V.E. sabe que en las universidades italianas enseñan no solo profesores republicanos y socialistas, sino también profesores católicos, algunos de los cuales se encuentran a la cabeza del movimiento católico en Italia, y baste con que recuerde al profesor Toniolo[Notas 10], que en la Real Universidad de Pisa tiene no una, sino dos cátedras de enseñanza.

Me sea lícito añadir además que no sería justo que por temores tan injustificados e infundados se me prohibiera a mí aquello que se ha concedido, por citar un ejemplo actual, al Provincial toscano P. Vittorio Banchi. Él ciertamente, como Director de un Instituto Real nombrado por decreto de S.M. el Rey, tiene una posición oficial expuesta a deberes delicados; él tiene realmente y debe tener relaciones continuas con las autoridades políticas; él ciertamente no podría nunca excusarse de representar personalmente al Instituto que dirige en circunstancias oficiales, de enviar felicitaciones y telegramas en las fiestas civiles, de mostrarse, en suma, como un oficial público, dependiente del Gobierno. Nada de todo esto ocurre en el caso de un profesor universitario, y V.E. ciertamente no necesita más palabras sobre este asunto.

Al darme lo motivos de la prohibición, tal como le habían sido comunicados desde Roma, V.E, añadió que “sin pedir el breve de secularización no podría obtener cuando había pedido y deseado, y que V. E. reconocía la dificultad de mi posición; que pensara bien lo que debía hacer, y luego volviera a hablar con V.E.”. No oculto a V.E. que estas palabras me parecieron casi una invitación indirecta a pedir el breve y me dolieron profundamente. Con todo, pensando que la palabra pudiera haber traicionado su pensamiento, ni he pedido el breve, ni he dado ningún otro paso; y me ha parecido mejor exponer directamente mis observaciones a V.E., y mientras tanto renovar, como renuevo por la presente, mi petición, con plena confianza en que será escuchada. Y a este fin declaro que no he pedido nunca y no pido ser dispensado de ninguna de mis obligaciones como religioso; y quien dijo algo diferente o lo entendió mal, o mintió. Sólo he pedido ser dispensado de dar clase aquí en el Cepparello, porque sería absolutamente incompatible con mis deberes, y ello por graves razones que expondré a V.E. cuando lo desee. De las cuales la más grave es que la enseñanza universitaria, a pesar de representar pocas horas semanales, me obligarían a mucho trabajo, especialmente durante los primeros años, y me atribuiría tanta responsabilidad que en lugar de reposo (como podría parecer y parecerá a algunos pobres de espíritu) yo encontraría el doble de fatiga en el Instituto Superior.

Finalmente, permita V.E. que, para ser totalmente sincero, le exprese mi dolorosa mortificación porque ninguno de mis Superiores me haya demostrado el más sencillo signo de satisfacción por esta invitación que a los extraños les parece un honor hecho más a nuestro Instituto que a mí; que ninguno de mis Superiores me haya manifestado pena porque yo tuviera que dejar este colegio; que ninguno de mis Superiores haya sentido la necesidad o el deber de hablar conmigo, de recibir noticias o aclaraciones por mi parte que habrían evitado tal vez una negación que, por las razones expresadas, no pueden parecerme justas y razonables. Ruego a V.E me perdone por la demasiada libertad, y me bendiga.

De momento el P. Pistelli queda al margen de la Universidad. En el Vaticano siguen de cerca el caso, pues el Cardenal Rampolla, Secretario de Estado de León XIII, le escribe lo siguiente[Notas 11]: El Santo Padre, al que me he apresurado a referir la agradable carta de V.P. Ilma. y Rvma. con fecha del 14 de los corrientes, se ha enterado con verdadero placer y satisfacción los sagaces remedios que Usted va aplicando para bien de los religiosos escolapios de la Provincia Toscana.

Viendo la postración del P. Pistelli, entra en juego otro escolapio liberal que conocerá más tarde sus propios problemas en Roma: el P. Luigi Pietrobono. De manera generosa y arriesgada escribe la siguiente carta al P. General[Notas 12]:

Hace mucho tiempo que tengo la intención de escribirle, pero el temor de importunarle, o de que se me escape alguna palabra que, no solicitada, podría parecer arrogante, me ha disuadido siempre. Ahora las cosas han llegado a tal punto que mi silencio sería culpable. Hablo del P. Pistelli. El estado de ánimo en que se encuentra me asusta. Soy su amigo muy sincero; debo intentar salvarlo por todos los medios. Por ello me vuelvo, lleno de confianza, a la bondad de su ánimo. La historia la conoce V.P. tan bien como yo, o mejor. Aquel joven tiene sobre su alma un espléndido pecado: el de amar la unidad de la patria. Fuera de esto, ha dado pruebas de saber renunciar a su propia voluntad, se ha doblegado a los deseos de los superiores y ha obedecido en cosas que le han costado muchísimo. No sé cuántos de nosotros habrían tenido suficiente virtud. Y al bien del Instituto el P. Pistelli ha dado la mayor y mejor parte de sí mismo. Ahora, no sé por qué recónditas razones, casi se le invita, o incluso se le empuja, para que salga de la Orden. Si esta no estuviera en su corazón desde los primeros años de su infancia, ya habría aceptado la cátedra que le ofrecen en Florencia. Considere cuántos de nosotros, en condiciones similares, habrían dudado durante mucho tiempo, y terminado luego quizás con renunciar a ella, especialmente viéndose malquisto por los jefes de la Orden, que de un día al otro podrían encontrar un pretexto para expulsarlo.

El P. Pistelli no ha aceptado; sabe que, aceptando, debe dejar de ser escolapio. Se desespera y si no fuera por la imagen de la madre, no sé si a esta hora todos nosotros, y los Superiores los primeros, no tendríamos que llorar una desgracia gravísima. Ha pedido permiso para aceptar aquella cátedra: ¿no quieren dárselo? Bueno, en lugar de no responderle, se le llame y se le diga que no. Si la negación va acompañada de alguna palabra de estima afectuosa, que sirva para quitarle de la cabeza la idea de que nadie puede verlo, verá Usted que Pistelli se recupera, y vuelve a tomar su vida de maestro escolapio. ¿Ni siquiera esto quieren hacer por él? Pues entonces déjenle libre para venir a Roma y que enseñe latín y griego en nuestro liceo. Melardi, como sabe, se ha ido; su puesto está disponible. Por un año no se hundirá el mundo si viene a enseñar aquí. Le prometo formalmente que ni de mis labios ni de los suyos, ni dentro ni fuera de la escuela, saldrá una sola expresión de las que desagradan al partido que Usted sabe. Cuya arrogancia contra tres o cuatro de nosotros no habría crecido a tal punto si nuestros hermanos no se hubieran ocupado de cargar la mano sobre nuestras culpas. Créame, son los hermanos los que nos han desacreditado, y solo los hermanos. ¿Qué hemos dicho tan grave como para merecer casi una especie de segregación de la Orden? ¿Cuáles son nuestros pecados? ¿Quién ha dicho a las autoridades eclesiásticas que somos unos demonios? ¿Quién se ha permitido presentar como ovejas descarriadas a Giovannozzi y a Catani? Pero no removamos cosas antiguas. El castigo ha sido ciertamente muy superior al presunto pecado. Ya es hora de que esto termine. He hablado con Cianfrocca sobre la posibilidad de hacer venir a Pistelli en lugar de Melardi, y me ha respondido que se alegraría mucho y lo recibiría con los brazos abiertos. Salvarlo depende, pues, sólo de Usted. Espero ansiosamente la palabra paterna de salvación. Le beso la mano.

El P. General responde inmediatamente al P. Pietrobono[Notas 13]:

Querido Padre. La respuesta que me pide que dé al P. Pistelli ya se la di hace algunos meses, y no podría darle otra ahora. No quedó satisfecho, y lo lamento. En cuanto a quitarle de la cabeza que nadie lo puede ver, no creo que sea posible. Si él quiere ser sincero, le dirá que nadie le trató con mayor sinceridad, lealtad y amabilidad que yo. Lo abracé con todo afecto, le prometí mi protección, le aseguré que lo propondría para las clases del Cepparello cuando él, después de un año de interrupción, en el cual yo habría puesto en aquel lugar al P. Manni, justificara mi acto con una conducta disciplinada y religiosa. Puesto que no basta con llevar el hábito escolapio; se exige que se tenga su espíritu, el cual no se limita al trabajo de la escuela, aunque se haga con celo. Y los profesores con espíritu seglar vestidos de escolapio perjudican más que ayudan al Instituto. Si luego a él se le ponen ideas raras en la cabeza, lo siento, y me gustaría que se las quitase. Yo siempre soy benevolente con él, aunque tengo motivos para decir que él no me ha correspondido como merezco. En cuanto a Giovannozzi, el hecho de que yo le haya nombrado Director de estudios en el Cepparello para el curso próximo, y catequista para los jóvenes del liceo, prueba que no lo considero, como dice Usted, una oveja descarriada. Un hijo puede equivocarse, y puede y debe ser advertido, pero no deja de ser un hijo querido, y de ser aún más amado si dócil escucha los consejos de quien verdaderamente le quiere bien. Por otra parte, si permitiese a Pistelli ir a dar clase al Nazareno, causaría un perjuicio a la Provincial Toscana, y no un bien a él; y ello además perjudicaría al P. Giovannozzi su amigo. Si usted le ama, aconséjele que esté tranquilo y que sea un buen religioso. Y asegúrele que le tengo afecto; quizás lo consiga mejor que yo.

El P. Pietrobono informa al P. Pistelli sobre el resultado de su gestión, y este escribe otra larga carta al P. General en la que se queja y aclara algunas de las cosas escritas por él al P. Pistelli[Notas 14]:

Ante todo, pido a V.E. me diga qué día y a qué hora podrá recibirme con menos molestia; pero al mismo tiempo le ruego lea con paciente atención cuanto creo ser un deber y una oportunidad comunicarle con la presente. Por las anormalísimas condiciones de espíritu en que encuentro, me resulta difícil, casi imposible, hablar con calma; por eso V.E. me perdonará si me atrevo a escribirle una carta tan larga.

Primero y antes de ninguna otra cosa, quiero asegurar a V.E. que sus lamentos, de los que yo me enteré por el P. Baisi, sobre palabras o juicios injuriosos que yo habría expresado sobre V.E. provienen de informaciones falsas y calumniosas. Especialmente falsa y calumniosa es la acusación de que yo haya hablado de V.E. de manera poco respetuosa con estudiantes, o en general con gente de fuera. Si el que la ha hecho me cree capaz de ello, al menos no debía suponer que soy tan estúpido y ligero. En la única ocasión que se me ha presentado de hablar de V.E. con jóvenes (y fue por la protesta surgida por el cierre de la Escuela de Religión), o me abstuve de todo juicio, o dije clara y respetuosamente a internos y externos que la culpa de la inoportuna e injusta decisión debía recaer por completo en el P. Provincial Banchi, cuyos duros y desfavorables juicios sobre el P. Giovannozzi conocía bien, y podía, en caso de necesidad, documentar. Y así algunas de las palabras por lo menos poco educadas que el V.E. citaba al P. Baisi, no tengo dificultad en reconocerlas como mías, pero ni las he usado ni oído usar de otros salvo referidas al citado Padre Provincial. Del cual no quisiera hablar nunca más, como hace mucho que no hablo, pero es bueno que V.E. sepa que él, en el discurso que hizo al abrir el Capítulo Provincial, dijo textualmente que “algunas de las decisiones tomadas se le habían intimado a él; las demás, siempre aprobadas por su Congregación”. Con esta astuta brevedad resumió su actuación, y ello bastó al menos para conseguirle aquel pobre voto que le faltaba para ser reelegido. Esto no me preocupa demasiado. Lo que me importa personalmente es hacer notar a V.E. que este sistema de atribuirle a Usted decisiones mal recibidas o equivocadas, sin especificar nunca cuáles, confunde juntos al General y al Provincial, y puede ser causa de que alguna crítica, incluso viva, hecha por mí o por otros al P. Provincial, se haya transmitido maliciosamente a V.E. como dirigida a su persona.

Digo todo esto y lo afirmo por el tiempo transcurrido desde la Semana Santa de 1900 (cuando V.E. me habló benévolamente después del golpe tramado contra mí por el Cab. Padre Banchi) hasta hoy. Antes de aquella época, mi contención en ciertos momentos de ira no injustificada, puede haber sido diferente, y puede ser que algunos, acordándose de frases y palabras mías, abuse de ellas ahora ante V.E. Pero desde que tuve con V.E. aquel coloquio, he evitado siempre toda ocasión de disputa sobre nuestros asuntos, y he vivido, en la medida en que me ha sido posible, indiferente, al menos en apariencia, a todo y a todos. Prueba de ello es mi contención durante la Visita provincial, y en el Capítulo Provincial. Contención remisiva, respetuosa, tranquilísima, como todos pueden atestarle, comenzado por el mismo Provincial. Si yo hubiera querido comportarme de manera diferente y salir de aquella absoluta inercia que me había impuesto, puedo asegurar a V.E. que al Padre Bianchi le habrían faltado bastantes más que aquel miserable voto.

En cuanto a mi respetuosa petición en relación con el Instituto Superior, permita V.E. que yo nuevamente y libremente me lamente de este absoluto silencio que dura más de cuatro meses, y que no acepte el reproche que me llega indirectamente por diversos medios de que yo debería presentarme a V.E. No pretendía una respuesta escrita, esperaba ser llamado, y durante todas las vacaciones me he quedado aquí, esperando en vano. Como en vano, y desde hace muchos meses, he esperado que alguno de mis Superiores se dignara ocuparse de mi asunto y hablarme de él, o pedirme información. No le oculto, Excelencia, que este extraño silencio de todos me ha herido muy profunda e irremediablemente, siendo una prueba evidentísima de que el que yo me vaya o me quede parece a mis Superiores una cosa por lo menos indiferente. V.E. me dice ahora que no había nada que responder, porque la respuesta la había recibido ya en marzo. Pero debo recordar a V.E. que aquella respuesta me fue comunicada como proveniente de Roma, y como fundada sobre un pretendido juramento inexistente, y sobre una pretendida e inexistente incompatibilidad, y que V.E., al comunicármela, me declaró que le resultaba muy penosa, porque hubiera querido darme gusto. Por lo cual yo podía y debía no reconocer justos los motivos de la negativa, y renovar mi petición. Y especialmente debía expresar, como lo hice, a V.E. mi sorpresa y mi profundo dolor porque V.E., al comunicarme la negativa, añadiese estas palabras textuales: “Comprendo, P. Pistelli, la dificultad de su posición, pero si Usted cree que debe aceptar el puesto que le ofrecen, no hay otro camino que pedir el breve de secularización”. Y como V.E. no añadía ni siquiera una sílaba para desaconsejarme este paso extremo, o para mostrarme que a Usted le disgustaría, tenía el derecho de suponer que aquellas palabras suyas contenían indirectamente un consejo. Y lo supuse con mayor razón cuando, algún tiempo después, sin que yo hubiera dicho a nadie aquellas palabras suyas, supe que el Cab. Sacchetti, director de la Unidad Católica, había asegurado que a mi petición se había respondido que “Como hermano, nunca, como sacerdote, si quiere hágalo”.

Pero incluso dejando de lado el Instituto Superior, permítaseme decir que un religioso que pedía a su General explicaciones sobre un punto de tan gran importancia no debía ser dejado durante cuatro meses sin una palabra clara y decisiva.

Por el P. Pietrobono, que me comunica la respuesta de V.E. a una petición suya (digo suya, porque yo no había ni promovido ni aprobado el paso dando por él ante V.E.), me entero ahora de que V.E. se lamenta de que yo no haya correspondido a su benevolencia con una conducta disciplinada y religiosa, y añade que los profesores con espíritu secular vestidos de Escolapio dañan más que benefician al Instituto. No entiendo como V.E. puede decir luego, en la misma carta, que permitirme ir a otro lugar sería un daño para la Provincia Toscana, puesto que nunca puede ser un daño el perder a uno de tales profesores de espíritu secular. Pero, aunque sea grave la acusación de haber tenido una conducta ni disciplinada ni religiosa, sobre este punto no siento la necesidad de defenderme. Me basta la idea de que V.E. me conoce a través de confidencias y de juicios de personas mal informadas o mentirosas. Me basta el hecho suficientemente elocuente de que mis hermanos me hayan elegido por cuarta vez (caso rarísimo, si no único, entre nosotros) vocal al Capítulo Provincial, y me basta saber que en el Capítulo Provincial la Congregación Novemviral me ha incluido en la terna de rectores de la comunidad a la que pertenezco desde hace dieciséis años, y con una votación precisamente igual a la del primero de la terna. Suponía, Excelencia, que estos juicios dados sobre mí con juramento en conciencia por hermanos que me conocen, debían valer más que las habladurías malignas de unos pocos… ¡tal vez envidiosos!

La verdad, Monseñor, es que incluso sin las Conferencias, y la Rassegna Nazionale, y el Instituto Superior, y todo lo demás, soy apenas tolerado, y sólo porque en la actual situación de escasez, mi trabajo es útil en las escuelas. Y aunque mi conducta fuera completamente pasiva e indiferente, aquí en Florencia haría siempre sombra a más de uno dentro y fuera, y sería causa de inquietud para mí y para otros, y de disgustos. Por ejemplo, también en este momento me doy perfecta cuenta, por mil indicios, de ser la causa principal de las dudas y el poco entusiasmo que muestra el P. Manni para venir al Cepparello como rector.

Este estado de cosas que yo no puedo cambiar, unido a la dificultad y al peligro continuo de mis relaciones con quien ha quedado al frente de la Provincia (dificultad y peligro que son tanto más graves aquí en Florencia), me obligan a tomar una dolorosa determinación. Si aceptara la oferta que me han hecho del Instituto Superior, debería quedarme en Florencia después de haber salido de la Orden, y el escándalo que seguiría sería perjudicial para mí y para nuestras Escuelas, que amo. Además, afligiría demasiado a muchos amigos míos y de la Orden, que (a diferencia de mis rectores y provinciales) siguen con tanta ansiedad afectuosa cada paso mío. Es por tanto necesario que yo rechace el honor que se nos hacía a mí y a las Escuelas Pías de Florencia, y lo rechazaré también para que los imbéciles no digan (como ya se decía) que yo dejo la Orden por amor de aquella gloriecilla que podría venirme de ser Profesor de Universidad.

Lo rechazaré, pues, y además dejaré Florencia, donde me sería imposible recobrar la paz y la calma. V.E. puede imaginar fácilmente que la decisión de dejar Florencia me cuesta ya tanto dolor y tantas lágrimas que no la habría tomado si no la hubiera creído, después de largas ya atormentadas meditaciones, absolutamente necesaria. Puede ser que en Volterra, que es la más tranquila y más lejana de nuestras casas de Toscana, encuentre la serenidad, la fuerza y las ganas de trabajar por las Escuelas Pías, que aquí, ahora más que nunca, he perdido por completo. De cualquier modo, al menos tendré tiempo para pensar durante un año, y en un año pueden allanarse o cambiar muchas cosas. Así que presentaré a mis Superiores esta petición. Estoy seguro de que alguno de aquellos hermanos, por ejemplo, el P. Cei o el P. Cremoncini, ambos florentinos, aceptará venir aquí en lugar mío y que yo vaya allí a suplirle, y además estoy seguro de que aquel rector me aceptaría, más que de buena gana.

He querido prevenir a V.E. confiando en que, cuando le sea presentada mi modesta petición, me querrá ayudar con la persuasión que es la única vía que queda para intentar que yo no abandone las Escuelas Pías.

Podrá decirme V.E., como ya escribió al P. Pietrobono, que de este modo perjudico a mi amigo el P. Giovannozzi, director ahora de estas escuelas. Pero ante todo ni siquiera a él, a pesar de que le tengo mucho afecto, podría serle de ninguna ayuda en las circunstancias en que me encuentro, y además no creo que un simple religioso, que no tiene ninguna carga oficial que le dé fuerza y autoridad, pueda ser verdaderamente un Director, y remediar seriamente tantos inconvenientes. Una Comisión, nombrada hace muchos años por el P. General Ricci para estudiar las reformas más necesarias para esta casa, de la cual yo formaba parte y fui el relator, planteó como principio fundamental este: “Es necesario que la misma persona sea Rector de Cepparello y Director de las escuelas”. Y todos, incluso el General, aprobaron unánimemente lo que la experiencia había demostrado ya ser justo. V.E., que conoce bien a algunos hermanos, puede estar ya seguro de que al Director… le dejarán cantar, y que si se ponen a investigar los estudiosos de las Constituciones descubrirán que este cargo de Director no aparece en las Constituciones.

Pero quisiera ser un falso profeta, y que todo se arregle y componga con los mejores auspicios para el futuro de las Escuelas Pías. Nadie se alegrará de ello más que yo. Y como veo, con total seguridad, que mi presencia en Florencia sólo puede perturbar esta esperanza en lugar de ayudarles a florecer (y lo demuestran mis 23 años de fatiga inútil), termino presentando de nuevo a V.E. la petición más cálida y más viva para que consienta mi traslado a Volterra. Mientras tanto me repito dispuesto, ahora como siempre en el pasado, a presentarme ante V.E. cuando lo considere oportuno, y le renuevo la petición con la que comencé esta carta, y le ruego me bendiga.

Quien estaba dispuesto a acoger al P. Pistelli en Volterra era el P. Zanobi Baisi, que había abandonado la Orden, y sido readmitido años más tarde. Así había intercedido meses antes por el P. Pistelli ante el P. General[Notas 15]:

Es el Buen Pastor, e incluso el Padre del hijo pródigo: Dios me concedió la gracia de tener una prueba de ello en todo lo que V.E. hizo por mí. Mi propio padre no habría hecho tanto. Permítame que vuelva a rogarle otra vez no por mí personalmente, sino por otra alma que me preocupa tanto como la mía. Haga de papá también con esta. Si V.E. conociese a fondo el corazón de esta alma en peligro, estoy seguro de que iría a su encuentro para que no huyese. El P. Pistelli, después de todo, tiene un gran corazón; si se le va por las buenas, se hace con él lo que se quiere. Yo lo conozco bien y, si es como es, en gran parte es culpa mía, porque en el noviciado con Catani y con Giovannozzi no supe enseñarles la sumisión y la humildad necesarias para un escolapio, no teniéndolas yo mismo. Pruébelo y verá. Tenga piedad de él; el Instituto lo recordará siempre; Dios premiará a V.E. Rvma. por este nuevo acto de caridad verdaderamente divina, pues evitando esta desgracia se evitarían otras que, aunque involuntariamente, sucederían luego. Ruego a V.E. puesto de rodillas que perdone tanta osadía, y al añadir que Pistelli se encuentra ante el Provincial en idéntica condición a la que yo me encontré ante el P. Ricci, asígneme la penitencia que quiera, que la cumpliré de buena gana, e incluso cualquier sacrificio, con tal que salve a Pistelli.

La Universidad, al comenzar el nuevo curso, vuelve a invitar a Pistelli a dar clases, y este pide permiso de nuevo a sus superiores, usando una fórmula diferente: dedicarse a la “enseñanza libre”. Consultados los Asistentes Generales, al menos el P. Bertolotti responde que no tiene inconveniente en que el P. Pistelli sea un “enseñante libre”[Notas 16]. El P. Mistrangelo escribe una carta al Prefecto de la Congregación de Obispos y Religiosos, Cardenal Gotti, consultándole. Y esta es la respuesta que recibe[Notas 17]:

En su carta del 9 del pasado mes de enero V.E. Rvma. me exponía que sus Asistentes Generales propusieron oír la opinión de la S. Congregación de Obispos y Regulares sobre conceder o no a un religioso de las Escuelas Pías permiso de libre docencia en el Instituto Superior de Florencia. Respondo no oficialmente, sino como persona privada, que la S. Congregación no suele conceder rescritos sobre ese tipo de cuestiones. Puedo añadir que, si fuese interrogada de oficio, respondería “teniendo todo en cuenta, no procede”. Yo, personalmente, me inclino a opinar que V.E. Rvma., si aún está a tiempo, haría bien impidiendo al religioso que me describe la libre docencia en este caso. Perdone el retraso al responderle.

Pero ya no estaba a tiempo: el P. Pistelli había comenzado a dar clases en la Universidad, al no recibir respuesta por parte de sus superiores (siguiendo, tal vez la máxima “quien calla, otorga”). El P. Pistelli, enterado de la respuesta de la Sagrada Congregación, vuelve a escribir al P. General[Notas 18]:

Vine hace poco a hablar con V.E., pero prefiero escribirle, pues me resulta difícil hablar con tranquilidad.

Sin duda V.E. me habría manifestado su justo desagrado porque comencé las clases en el Instituto Superior sin el permiso. Básteme recordarle que yo escribí pidiéndolo al P. Provincial a mitad de noviembre, y lo esperé durante más de dos meses, y básteme repetir que las palabras que me dijo el P. Provincial el día del reparto de premios (7 de diciembre) y el coloquio tenido con V.E. antes de las fiestas navideñas me autorizaban a decir, como dije a más de uno (y en especial a la Facultad del Instituto superior, que había quedado privada de aquella enseñanza como consecuencia de mi rechazo del encargo oficial) que faltaba todavía alguna formalidad, pero el permiso lo había obtenido. Cuando luego me enteré, con sorpresa y dolor, de la consulta hecha a la Congregación Romana, estuve inmediata y absolutamente cierto y seguro de que responderían que no, y quien esperara lo contrario había olvidado que ciertos permisos la citada Congregación cuando es interrogada oficialmente y por escrito no los concede nunca, mientras que por otra parte no encuentra nada que decir ni de reprobar cuando se piden y conceden de manera privada. Estoy convencido, Excelencia, de que sus Asistentes, aconsejando consultar a Roma, querían, indirectamente y sin parecerlo, rechazar mi petición. Aquí está la gravedad de la cosa. Mi enseñanza en el Instituto Superior, absolutamente inocua y en ningún modo peligrosa incluso por su carácter especial, no debía ser considerada por mis Superiores sino como un honor, modesto, sí, pero siempre un honor tanto para mí como para la misma Orden. Era la primera vez, desde los viejos tiempos, que un religioso volvía a entrar en una Universidad, y entraba en ella con su hábito y mientras seguía enseñando en las escuelas de su Instituto, y los escolapios debían haberse alegrado de ello. Si en lugar de ello esto ha parecido un peligro y una novedad tan audaz como para tener que consultar a Roma, la razón no puede ser más que una: que los Asistentes de V.E. no se fían de mí, puesto que no puedo imaginar el absurdo de que la cosa les pareciese verdaderamente peligrosa o ilícita en sí misma.

De ahora en adelante, ni puedo permanecer por más tiempo en esta situación equívoca, ni puedo interrumpir el curso comenzado. Obedecí a la orden de no escribir más en ciertos periódicos; interrumpí, faltando a compromisos graves, el trabajo sobre Villari que se me prohibió, con un nuevo procedimiento, a priori; no he aceptado el encargo que oficialmente se me ofreció en el Instituto Superior; he vuelto a hacerme cargo aquí no sólo de las clases acostumbradas, sino de otras más… Pero esta vez creo ser justo que se me permita continuar por mi camino, y pido y espero que de manera explícita y clara se me conceda, por Vuestra Excelencia o por mi P. Provincial, licencia y facultad por escrito.

Esto le habría expuesto y pedido esta tarde a V.E., a quien confío que esta carta, aunque escrita con mucha prisa y excitación, le será menos penosa, y sobre todo más clara.

El P. Banchi, por su parte, informa al P. General que, tras comunicar al P. Pistelli el veto de la Sagrada Congregación, este le ha respondido que ahora ya no puede dejar las clases comenzadas. No quiere obedecer. Y pide consejo al P. General: ¿qué hacer?[Notas 19]. Pero el P. General al parecer no responde, y ya no encontramos más cartas en nuestro archivo sobre este asunto. El P. Pistelli ya no dejará su enseñanza universitaria, ganando prestigio personal y colectivo, y mereciendo él al final de su vida, en 1927, una bendición especial del Papa Pío XI y la Orden un telegrama de pésame por parte de Mussolini. El P. Mistrangelo por su parte, quizás por no haber actuado como esperaban de él, tuvo que esperar varios años más su capelo cardenalicio.

Este incidente, que hemos narrado de manera quizás demasiado detallada, ilumina bien la situación de la Orden, entre una modernidad necesaria y una tradición que pesaba aún demasiado. No vamos a hablar de las dificultades experimentadas por el P. Giovannozzi, porque corresponden más bien al generalato anterior, y el P. Mistrangelo lo miraba con más afecto, al ser menos “insolente” que el P. Pistelli. en cuanto al P. Pietrobono, nos ocuparemos de él al hablar de la provincia Romana, porque su caso está ligado a una institución de gran peso: el Colegio Nazareno.

Otros temas de interés general para las Escuelas Pías italianas fueron la Casa de Pompeya, la Casa de S. José de Calasanz de Roma y la recuperación de la presencia escolapia en Cerdeña. Pero trataremos de ellos al presentar la evolución de sus respectivas provincias. Se puede decir, resumiendo, que la colaboración entre las provincias italianas, sobre todo a nivel de apoyo personal y de casas de formación, se siguió intensificando durante el mandato del P. Mistrangelo. Dos provincias (Liguria y Toscana) iban consiguiendo una cierta estabilidad e incluso crecimiento; otras dos (Romana y Nápoles) se seguían desmoronando, hasta el punto de no ser capaces de resolver sus propios problemas por sí misma, y necesitar la ayuda de religiosos venidos de fuera para resolver, al menos provisionalmente, la situación.

Romana

Como dijimos más arriba, una de las principales preocupaciones del P. Mistrangelo al asumir el generalato fue la reorganización de la Provincia Romana. A este tema dedicaron varias de las primeras reuniones de la Congregación General[Notas 20]. La provincia tenía un claro problema de liderazgo. En principio, las casas romanas (y la de Alatri) dependían directamente del P. General, pero desde los tiempos del generalato del P. Ricci, el P. General residí anormalmente en Florencia, y el Provincial romano tenía que asumir un papel muy subordinado, que no siempre era respetado por los rectores de las casas sometidas directamente al P. General, lo cual era causa de no poca frustración. Mientras tanto los rectores de las casas principales (Nazareno, Alatri, S. José de Calasanz) actuaban un poco a su aire, según su manera de entender las cosas. La Provincia Romana durante estos años no tenía un problema de personal: había un flujo regular de vocaciones, suficiente para atender a las necesidades locales; aunque no tenemos datos numéricos de este periodo 1900-1904, pues no se hizo ningún catálogo (prueba de la debilidad de la Provincia), al comparar datos anteriores y posteriores vemos que la variación no es mucha; oscila entre 70 y 85 religiosos, repartidos en ligeramente al alza, repartidos en 8 casas. Pero por esa carencia de un liderazgo claro y fuerte, se presentaron diversas situaciones que pusieron en peligro la continuidad de las casas principales. El P. Salvatore Addeo, rector de Alatri y Asistente General, resume con un grito dirigido al P. General recientemente nombrado la imagen que tiene de su Provincia[Notas 21]: V. Excelencia Rvma. haga lo que mejor crea por el bien de esta desgraciadísima Provincia, que está casi en agonía por la maldita discordia de sus hijos.

Digamos, en primer lugar, que apenas llegan ecos de las casas más pequeñas; En Poli se sigue adelante con un par de clases que agrupan a todos los alumnos de primaria, y una comunidad de 3-4 religiosos; en Frascati y en S. Lorenzo se atiende simplemente la iglesia, con uno dos religiosos cada una; lo mismo ocurre con S. Pantaleo, que sigue en parte ocupada por el municipio, y sirve como noviciado de la Provincia; el anciano P. Gaetano Bonuccelli, con la ayuda de otro sacerdote, sigue la cargo de la iglesia de Rieti. Es en las casas grades (Nazareno, Alatri, Calasanz) donde se experimentan serios problemas.

En Alatri el problema es antiguo: es el continuo tira y afloja con el Municipio, que era el propietario del colegio, y quien subvencionaba a los escolapios, pero a veces, dependiendo del partido político en el poder, tenían mayores pretensiones en lo referente a profesores o condiciones económicas. Una pretensión antigua era la de percibir una renta por el uso del internado: las autoridades estaban convencidas de que el internado era una fuente de dinero para los escolapios, y querían una parte: exigían 2500 L anuales. Estos, naturalmente, resistían, o exigían a cambio que el ayuntamiento terminara las obras del cuarto piso, para ampliar el internado. El hombre fuerte de la Orden en Alatri era ahora el P. Salvador Addeo, que además era Asistente General desde 1893, y lo será hasta 1904. En una carta al Alcalde de la localidad, fechada el 5 de septiembre de 1900, el P. Addeo le comunica que el P. General que no aceptará injerencia de ningún tipo del ayuntamiento en el internado. En cuanto a él, después de 30 años trabajando en el colegio, se siente maltratado; y no aceptará volver sino sin condiciones, y por un plazo mínimo como el de los demás profesores. Pide además que paguen cuanto antes los atrasos, para que los escolapios puedan hacer frente a sus urgentes gastos. En esta ocasión se arreglan las cosas, pero los problemas continúan más adelante. Y no solo a causa del Municipio: los problemas a veces vienen de más arriba. El P. Addeo se queja de que el gobierno provincial los mira con malos ojos, como a todos los institutos religiosos que funcionan bien[Notas 22], y les someten a inspecciones y exámenes severos. Y luego están los envidiosos de la localidad, que inventan todo tipo de calumnias para desacreditarles[Notas 23]. el momento culminante de la crisis llega al comienzo del curso 1903-1904, cuando el municipio rechaza a algunos profesores de confianza para introducir a otros, más jóvenes y liberales. El P. Addeo se siente desilusionado: no vale la pena seguir sacrificándose por esta gente. Propone retirar a todos los escolapios de Alatri entonces. Y parece que el P. Mistrangelo consideró seriamente esa posibilidad, pues escribió una carta al Alcalde de Alatri[Notas 24] diciéndole que la Congregación General había decidido retirar a los religiosos de Alatri, por los hechos acaecidos. Pero a causa del afecto hacia la ciudad se ha suspendido la decisión, esperando que no vuelvan a repetirse tales hechos. Le pide que, si algún religioso no le parece adecuado, se dirija al P. Provincial explicando los motivos.

En febrero de 1904 se reproduce el acoso contra los escolapios por parte de los mismos calumniadores anteriores. Ahora escriben al Provisor de Educación denunciando que los PP. Capozi y Merlini, los únicos escolapios que dan clases, padecen una enfermedad contagiosa. El P. Addeo consulta al P. General sobre la conveniencia de ponerles un pleito civil, o pedir para ellos una carta de suspensión por parte de la Sagrada Congregación[Notas 25]. Él mismo, cansado de la situación, presenta su dimisión, pero el P. General no se la acepta. Entonces, le escribe el P. Addeo, el Superior General debe defender a sus súbditos[Notas 26]. En julio vuelve a presentar su dimisión, pues el Gobierno no ha reconocido su nombramiento como director del colegio[Notas 27]. La crisis se resolverá en parte al año siguiente, con la llegada del P. Luigi Pietrobono al frente del colegio. Los escolapios seguirán enseñando en Alatri hasta 1971.

En el Nazareno se trata de un enfrentamiento entre mentalidades. Ya en tiempos del P. Ricci existía este conflicto; el P. Dionisio Tassinari, particularmente sensible a él, creyó resolverlo expulsando al junior Giuseppe Macioce, y enviando al P. Brattina a Toscana, a la Badia Fiesolana, para aislar al joven y brillante padre Luigi Pietrobono. Pero este iba adquiriendo cada vez más prestigio como experto dantista, y sus conferencias atraían a importantes personales. El P. Egidio Bertolotti, Asistente General y rector de la casa Calasanz, escribe al P. General[Notas 28]: Habrá leído en los periódicos que el domingo asistió a la conferencia sobre Dante en el salón del Nazareno la Reina Madre. Me alegré con aquel rector que tuvo el gran honor de estrecharle la mano y hablarle. Me parece que se han hecho progresos en liberalismo. ¡Quién hubiera soñado una cosa semejante en tiempos mejores! En lugar de sentirse orgulloso por la presencia del Reina en el Nazareno, considera el hecho una especie de traición, un pacto con los liberales, enemigos de la Iglesia.

Ya el P. Provincial Luigi Meddi, bastante conservador, había insinuado al convocar el Capítulo Provincial de 1901 que en el Nazareno hace falta más observancia religiosa y piedad frente al laicismo que nos invade.[Notas 29] En mayo de 1904 los profesores y los alumnos del Nazareno fueron recibido por el Papa, a quien, al parecer, no agradó el discurso que hizo el P. Pietrobono: según comentó luego el Cardenal Merry del Val, Secretario de Estado, al Papa le había parecido un discurso impropio de un religioso, “pagano”[Notas 30]. Era el comienzo de una seria crisis que se agudizó durante el curso 1904-1905, y que a punto estuvo de forzar la salida de los escolapios del ilustre colegio. El P. Raffaele Cianfrocca, rector del colegio, Procurador y Asistente General, asustado, escribe al P. General[Notas 31]: Si no hacemos el milagro de traer sangre nueva a esta provincia con tres o cuatro individuos enviados de otras provincias, para hacer rápidamente una nueva plantación de novicios y juniores, y para reforzar de alguna manera este Colegio (Nazareno), demasiado a la vista hoy de los extraños, y del Vaticano, nuestra obra quedará paralizada. Haciendo que España mande dos religiosos, uno Hungría, uno o dos Liguria, uno o dos Toscana, creo que podremos hacer algo.

En la casa nueva San José de Calasanz, de Vía Toscana, tiene lugar una seria crisis, que enfrenta maneras diferentes de entender la vida comunitaria escolapia: una más tradicional, mayor observancia y “vida común”, y otra más abierta. Recordemos que esta casa había sido el gran sueño del P. General Ricci, que quería asegurar la presencia de los escolapios en Roma, y además crear un modelo para toda la Orden de vida comunitaria y de labor pedagógica. Pero sus sueños se quedaron en eso, sueños. Cuando el P. Bertolotti llegó a la casa como rector, en 1900, tuvo al principio una imagen positiva de ella[Notas 32]. Pero pocos meses después surgió el conflicto: el P. Bertolotti compuso un Reglamento para los estudiantes de la casa (juniores y sacerdotes), que los sacerdotes tomaron muy a mal: exigían ser tratados como los demás sacerdotes de la casa, y no como simples juniores. El reglamento reducía, especialmente, sus posibilidades financieras. A los pocos días de presentar el reglamento, surgieron los actos de hostilidad: destrozar algún mueble, arrojar excrementos ante la puerta del P. Bertolotti, pintadas en la pared… El P. Bertolotti escribe quejándose al P. General, sin saber qué hacer[Notas 33]. Alarmado, el P. General le pregunta cuál es la causa de esa revuelta. El P. Bertolotti dice que ha sido el quitar a los sacerdotes las cinco intenciones de misa libres que tenían al mes (podían disponer libremente del dinero pagado por ellas)[Notas 34]. El P. Provincial Meddi explica más en detalle lo ocurrido, y propone la conducta a seguir[Notas 35]:

V.E. Ilma. y Rvma. ya conoce por el P. Asistente y Rector Bertolotti la insubordinación de nuestros estudiantes. Añado que hace 4 días vinieron a pedir perdón y excusarse. Les mandé, o mejor les recomendé que abandonaran su actitud, y volvieran a cumplir plenamente sus deberes. Cosa que han hecho hasta a hora. He tardado a escribirle para poder comprobarlo, y también para estudiar la situación. Y encuentro, o creo encontrar:

a)Que el entorno es pésimo, y amenaza extenderse por el temor a la reforma. El momento es crítico por el escándalo del Apollinare y en España. Intelligenti, pauca.
b)Que el hecho revela el estado de la educación de nuestra juventud, que debe corregirse lo mejor que se pueda, en lo que sea corregible, y del todo en el futuro.
c)Estamos tratando con jóvenes inveterados en los hábitos de fumar, de manejar dinero, de arreglárselas por sí mismos con excesiva largueza, y tal vez alguna vez de manera caprichosa.

Por ello, y otras razones que se sobrentienden, me parece que es tiempo de suma prudencia, de suma paciencia, de suma caridad. Por lo tanto, yo me he sentido satisfecho con su humillación, y les he dicho que intercedería por ellos ante V.E.

Sobre el horario no tienen nada que decir. Se lamentan del Reglamento, especialmente sobre las misas y el vestuario, y sobre la austeridad que se aplica a la comida, insuficiente. La queja sobre lo último es común, y fácil de corregir. La penúltima es aún más fácil, con Bertolotti. Queda la primera. Yo creo que jamás hay que hacer concesiones a la fuerza. La sabiduría de V.E. verá qué puede hacer espontáneamente de manera excepcional, con quien se someta por completo después de haberle advertido y corregido debidamente. Yo constato sin embargo la gravedad del hecho, y sin querer darle ningún consejo, dejo al Espíritu Santo y a V.P. la solución.

El P. Addeo, Asistente General, también recomienda la prudencia[Notas 36]:

Hasta ayer no supe nada sobre nuestros estudiantes, cosa ciertamente muy desagradable e incluso muy fea. Pero ¿cuál ha sido la causa? Yo ciertamente la ignoro, y por eso no puedo ofrecer un juicio seguro. De todos modos, creo que debe haber un pro y un contra por ambas partes, y por eso habría que tomar alguna decisión, pero de manera no violenta, sino caritativa y correctora.

Entre los estudiantes hay sacerdotes, y entre estos algunos que son sacerdotes desde hace varios años. Ahora bien, quererlos poner a la par, sólo porque son estudiantes, con los otros, que sólo son juniores, es algo muy duro y difícil de tolerar. Querer, por ejemplo, que estos vivan la vida común perfecta, es pedirles demasiado. Los capuchinos, siendo capuchinos, tiene un pequeño número de misas al mes para sus pequeñas necesidades. Las limosnas de esas misas se las quedan para uso personal. En cambio, nosotros ¿queremos que nuestros sacerdotes estudiantes, que hasta ayer han recibido su vestuario y las 15 misas al mes para beneficio propio, hoy se van privados de todo de repente, y que no puedan disponer ni de un céntimo? Sería esta una cosa óptima, y verdaderamente no digo ya de alabanza, sino de suma admiración, hacia quienes la hubieran seguido… Pero la cosa es difícil, si no imposible. En mi opinión, si queremos introducir también entre nosotros la vid común, hay que introducirla poco a poco y con toda prudencia, porque no tenemos ni los medios para mantenerla, ni religiosos que la acepten de buena gana.

Otra cosa que crea malestar entre los estudiantes es, me parece, el estudio de la teología, y no porque no quieran estudiarla, sino porque algunos dicen que ya la han estudiado, y otros porque habiéndola estudiado durante algunos años, no les cuentan los estudios hechos, y por ello se ven retrasar la ordenación, o los estudios universitarios. Convendría, pues, examinar la cosa, y ver la manera de salir de este embrollo. Además, estaría bien que al órdenes o normas a los jóvenes, se usara un tono más moderado, pues no está bien que los jóvenes sean tratados siempre con aspereza, como condenados a cadena perpetua. ¿Y por quién? Por algunos que nunca fueron respetuosos con la voluntad de los superiores.

V. E. Rvma., al tomar una determinación con respecto a los jóvenes, infórmese por medio del P. Bertolotti, el cual es querido ay apreciado por ellos; vea y examine cómo están las cosas, y luego juzgue.

El asunto es tratado por la Congregación General, reunida en Florencia, el 26 de febrero[Notas 37]. Tras discutir sobre lo ocurrido, la Congregación General decide que pedir perdón no es suficiente; deciden que cada uno de los tres sacerdotes culpables de rebelión (PP. Reale, Farinacci y De Paola) deben ir a hacer 15 días de ejercicios espirituales a una casa diferente, y luego serán asignados a diferentes colegios, suspendiendo de momento sus estudios. Y si no aceptan estas condiciones, serán expulsados. De hecho, Reale y De Paola pidieron la secularización, y dejaron la Orden; Givoanni Farinacci, por su parte, fue rector del Colegio Nazareno de 1916 a 1934, y Provincial de 1926 a 1928. Falleció en 1937, a los 64 años de edad.

Tras el incidente, no volvió a haber problemas de este tipo en la casa San José de Calasanz, aunque sí los había de tipo económico: el P. Bertolotti se queja de que hay demasiado personal y falta de medios[Notas 38]. Los hermanos, no teniendo nada que hacer, crecen ociosos y viciosos. Más adelante se queja de que no llegan las asignaciones económicas prometidas: la casa vivía a costa de las demás, por ser casa de formación[Notas 39]. Aquella casa, que había sido pensada como la salvación para la Provincia Romana, estaba resultando en realidad una carga para todos (todos los religiosos de la Orden debían seguir celebrando aún una misa a intención de ella, para ayudarla económicamente). Comenzaba un itinerario que la llevaría a su desaparición, varios años más tarde.

Liguria. Cerdeña.

El catálogo de Liguria del curso 1900-1901 nos presenta los siguientes datos:

Casa sacerdotes juniores novicios hermanos alumnos


Carcare 9 1 2 266


Savona 8 2 2 249


Genova 1 2 1


Chiavari 7 7 3 633


Finale 6 11 10 3 277


Ovada 6 1 580


Cornigliano 4 3 2 242


Total: 7 41 26 10 14 2247


Vemos, pues, que hay un total de 91 religiosos[Notas 40]. En el catálogo de 1903-1904 los datos son similares, con el incremento de una casa: Oristano, en Cerdeña. En ese momento tienen en su noviciado 4 novicios de la Provincia Romana y Nápoles, y hay 10 religiosos viviendo fuera de comunidad por diversas razones (uno de ellos, el P. General Mistrangelo; otro el Obispo Oberti). Tienen un total de 53 ordenados, 26 juniores, 10 novicios clérigos, 17 hermanos (6 de ellos novicios). Pero han perdido alumnado: ahora solo tiene 1804 estudiantes, entre internos y externos.

Nada más enterarse del nombramiento de Mons. Mistrangelo como General de la Orden, el P. Provincial Luigi Del Buono le felicita, a la vez que le expresa sus deseos: que enderece las cosas de la provincia, con más vida comunitaria, oración comunitaria, corrigiendo abusos contra la pobreza, de modo que las vocaciones que van llegando se habitúen a las cosas buenas, y no a las malas.[Notas 41] Tras la reunión de la Congregación General con los Provinciales italianos, se tiene una reunión de la Congregación Provincial de Liguria. El P. Mistrangelo había expresado su deseo de que hubiera una mayor observancia regular. El P. Del Buono le informa sobre las decisiones tomadas con respecto a su Provincia[Notas 42]:

1)La oración de la mañana, se hará todos los días menos domingos y fiestas, por obligaciones de misas, y otras ocupaciones extraordinarias.
2)No se deben dar más de 15 días de vacaciones fuera de casa.
3)Todos pidan el benedícite al salir o volver a casa.
4)Las Constituciones enteras deben leerse en el plazo de un año.

Estaban además las decisiones del Capítulo General. El P. Mauro Ricci había mandado que en esta provincia los profesos nuevos abrazasen la “vida común”. Esto causará protestas en las casas, pero hay que hacerlo para que los jóvenes se habitúen a una vida más retirada y religiosa. Esperamos, decía, que los mayores lo comprendan y se sacrifiquen por los jóvenes.

El P. Luigi Del Buono (Provincial de 1898 a 1904) decidió hacer una visita oficial a la Provincia en 1901, y al final de ella informó detalladamente al P. General. Le decía lo siguiente[Notas 43]:

Terminada la visita de las casas de nuestra Provincia, me incumbe el deber de enviar a Vuestra Paternidad Reverendísima el informe sobre cada casa, resumir brevemente la Visita misma, con las observaciones que me parecen más oportunas.

Con respecto a la marcha económica, para despachar esto en pocas palabras, en general he encontrado que es satisfactoria; solamente aconsejé en algunas casas que tuvieran un registro que permita un control fácil en las visitas; un registro a la vez simple y al mismo tiempo uniforme. Que ya está en vigor en la mayoría de las casas. Con esto se elimina un inconveniente: no se da pie a interpretaciones menos benévolas por parte de quien no entiende de administración, y el Rector, si quiere, tiene a mano un control fácil para ver cómo van las cosas y prevenir sorpresas. Además, habría aconsejado, si el personal fuera algo más numeroso, tomar las medidas para que a los Capítulos Provinciales se presentaran las cuentas de modo que se viera la regularidad administrativa de manera clara, y la comisión encargada de la revisión de esta parte pudiera referir a los Padres Capitulares con buen conocimiento, y por lo tanto todo adquiriera su particular importancia. Este sistema fue sugerido y puesto en práctica en parte por el difundo P. Escriu de v.m., pero poco después de él, habiendo pasado la administración a otras manos, al acumularse cargos en una sola persona, obligó a abandonarlo. Con todo, si hubiera suficiente número de personas, convendrá recuperar su uso, para que cada administración, incluso pasiva, tenga su alabanza incluso cuando tal condición sea consecuencia de especiales necesidades de una casa.

La vida de una casa bajo el aspecto de religiosos y de escolapios, se manifiesta: 1º, en la religiosidad de los individuos; 2º, en la vida armónica de la comunidad; 3º, en la acción educativa de la juventud; 4º en el ejercicio del sacerdocio. Bajo estos cuatro aspectos organizaré mis observaciones.

1.Nuestros religiosos, habiendo sido formados en su mayor parte en tiempos relativamente recientes, y en una época en la que en las comunidades iban desapareciendo los individuos regulares probados en los tiempos difíciles del 48 al 66, no vieron la práctica de los actos externos a los que uno está obligado por la fuerza de las cosas. Más aún: buena parte de ellos, apenas profesos y hábiles para cualquier oficio, fueron enseguida librados a sí mismos, por lo que les invadió algo de soberbia, creyéndose necesarios, y se sustrajeron, aunque inconscientemente, a las normas que, al principio, sin haberlas gustado aún, parecen un peso, pero luego forman al hombre religioso. Los Superiores, es cierto, habrían podido imponerse un tanto; pero teniendo en cuenta que algunos temían no ser obedecidos en sus consejos, apurados como estaban por la necesidad, temiendo que ocurriera algo peor si les avisaban, dejaron que fueran avanzando en años. Es cierto que cada uno es responsable de sus actos ante Dios, pero si un número de ellos llegaron a ser buenos religiosos fue por su buena índole que les empujaba a la perfección, y no por otra cosa; con otros no ocurrió así. Y como consecuencia de ello, fácilmente se descuidan los deberes religiosos; su lenguaje y trato son casi siempre seculares. No es arriesgado suponer que alguno ni siquiera tiene noción de lo que significan los votos. En este último decenio se tomaron diversas medidas para mejorar a los individuos, y se puede esperar obtener algún fruto, pero no parece que se pueda decir aún que las cosas van bien. Si se añade que la frialdad externa con la que algunos practican los actos religiosos, cuando los practican, es notable, más bien hay que dolerse en este sentido, tanto más que órdenes dadas a este respecto fueron acogidas a veces con críticas acerbas.
2.Cuando en una comunidad hay algunos individuos que de por sí no son buenos, ciertamente falta aquella compacidad moral que da la fuerza a las Congregaciones Religiosas. Y en nuestras comunidades no existe esta compacidad. Si gozamos actualmente de una relativa paz, esta se debe, más que a la sincera religiosidad, a un cierto temor de vivir peor. No faltan buenos elementos, pero todavía son insuficientes para infundir en los demás la estima religiosa; fácilmente se descubre el fuego de la discordia latente bajo las cenizas, y los Superiores están obligados a tolerar para seguir adelante sin grandes sacudidas. Retomar la costumbre, antiguamente practicada, de que el Rector comunique a la comunidad algunas cosas para que sean ventiladas en una discusión ordenada, es imposible, cuando haría tanto bien; porque la falta de educación religiosa hace que la opinión contraria sea interpretada como una aversión personal. No sabría decir si con las exigencias de nuestros tiempos los asuntos de un colegio – internado pueden ser discutidos por toda la comunidad, como ocurre entre los franciscanos y los carmelitas con sus asuntos, y eso que sobre las reglas de los últimos se han formado en buena parte las nuestras. Esto sería deseable, y tal vez pueda lograrse mejorando la educación de nuestros clérigos, pero de momento nuestros colegios-internados y los de otras Congregaciones que tienen en común con nosotros el campo de sus fatigas tuvieron periodos más o menos gloriosos y eficaces en la educación cuando el Rector, ayudado de algún religioso, sabía impulsar las cosas, aunque no siempre manifestase todo al detalle a la comunidad. Sin embargo, el mal por este lado todavía no es excesivo y las comunidades viven bastante tranquilas. Un punto a lograr por parte de la comunidad es que se convierta en un puro asilo de piedad y de estudio. Los Obispos no nos consideran ya como partidarios de doctrinas menos correctas e inoportunas, pero la fama antigua ganada por muchos motivos, no todos culpables, todavía permanece en parte. Corresponde a la organización y a la vida de la comunidad el poder hacerse una fama inmaculada. Cuando he exhortado a las comunidades, no he dejado de insistir en ello, pero ¿habrán sido escuchadas mis palabras? ¿O serán palabras a los Efesios?
3.No he podido examinar mucho la acción de los nuestros como educadores. El tiempo demasiado breve no me permitió interrogar y ver. Por desgracias, los estudios que hicieron nuestros religiosos más recientes difieren en el modo y en la materia de nuestras tradiciones. No es arriesgado afirmar que fueron poco educativos, y la escuela se resiente desgraciadamente de las causas lejanas. Además, resulta difícil, cuando a uno lo ponen al dirigir una clase, inspirarle un método que no practicó. El resultado depende sólo de la buena voluntad del individuo. Quizás con el tiempo, si además se inculcase el estudio de nuestras memorias, se podrá resurgir. Lo que da que pensar es el aspecto religioso. No siempre se tiene debida cuenta del estudio del catecismo y a menudo se piensa que la finalidad es la enseñanza de las ciencias, que para nosotros no debe ser más que un medio. La práctica consistente en que un maestro escolapio no deja pasar una lección sin inculcar algún buen principio, está un tanto descuidada. Como educadores, hay que lamentar en algunos el comportamiento. Este, que no solo debe ser correcto, sino ejemplar, no siempre lo es, en particular en el lenguaje. También hay algunos casos en que se juzga al alumno no con caridad, y ni siquiera con justicia, sino tal vez por simpatía; pero son casos muy raros. Antiguamente, cuando las casas no ofrecían tantas comodidades a los religiosos, y yo lo recuerdo, se toleraban los regalos, porque suplían las deficiencias. Pero, a pesar de que todavía podían ser en cierto modo justificados, no dejaban de tener tristísimas consecuencias. Ahora, debido a las nuevas condiciones sociales de los padres de los alumnos, se puede decir que han terminado. Pero no está de más insistir en que, si se ofrecen, no vayan al individuo, sino a la casa; para evitar la ocasión de que sean deseados, o solicitados.
4.Sobre el ejercicio sacerdotal no se puede decir gran cosa. Las iglesias están bien provistas de ornamentos litúrgicos. Si en alguna casa deja que desear el mantenimiento del local, la causa se debe a la precariedad de nuestra existencia siempre amenazada. Como hay que hacer pocas funciones, ya que nuestra actividad se centra en la escuela, sólo quedan la celebración de la misa y el confesonario. Este, sin embargo, no es muy frecuentado, porque los confesores son pocos o tienen otras ocupaciones. Convendría retomar la predicación, pero por falta de estudios sagrados y el poco amor por ellos, no pudiéndoles dedicar tiempo antes, se priva de un bien y de un decoro a la Orden. Con dificultad se encuentra quien dé la instrucción religiosa a los alumnos de las Congregaciones.

Medidas tomadas.

Tras exponer de manera sintética la marcha de nuestras casas, admitiendo que en ellas hay algo de vida, para aumentarla me parecería oportuno que se recuperaran en la medida de lo posible las conferencias semanales sobre nuestras Reglas y constituciones, y sobre ciencia teológica. La conferencia sobre las primeras consistiría en un brevísimo razonamiento hecho por el superior o por otros, y llamaría la atención sobre la práctica de nuestras Reglas. La de las ciencias teológicas en el transcurso de pocos años daría ocasión a exponer y discutir tantas cuestiones como para formar un cuerpo de ciencia bien aprendida, por haber sido adquirida mediante las discusiones de varios miembros de la comunidad religiosa.

Un argumento gravísimo para estudiar y disciplinar es la confesión de los religiosos, cuestión que no puede ser más delicada. Se produjo el hecho de que a cualquiera que lo pedía, los PP. Provinciales daban la licencia para confesar a extraños, dando prueba de buen corazón, no pensando que, si el religioso debe tener manera de proveer a la propia conciencia, la desmedida libertad trajo como consecuencia otras miserias de las que no es oportuno tratar aquí en detalle.

Una vuelta a la vida común serviría para impulsar a los religiosos a estar solo para la Orden, y sustraerlos al peligro de infringir el voto de pobreza. En nuestra Provincia, siguiendo los decretos de los últimos Capítulos Generales, se comenzó con los nuevos profesos. Pero aquellos decretos no fueron publicados en su forma e integridad, y dejan mucho por hacer a los Provinciales. Sin embargo, una solución que no permita dar marcha atrás y mantenga lo esencial del principio, se espera en todas las Provincias.

En una congregación activa ocurre que a menudo que los religiosos sean trasferidos de una casa a otra según las conveniencias. Y ocurre que el religioso al transferirse lleva consigo una tal cantidad de cosas de uso personal que resulta un fastidio para él y para las casas; sería necesario determinar algo. Muchas otras condiciones nuestras podrían ser objeto de pensamiento y de cuidado, a las cuales proveerían las Constituciones; su estudio, con las persuasiones que son siempre obligatorias, podrá producir alguna mejora.

Durante el generalato se presentan algunos problemas en algunas casas de la Provincia; y también con algunos religiosos en particular. Vamos a presentarlos brevemente.

En Ovada se produce una situación novedosa. Por un descuido de la comunidad, al parecer, el ayuntamiento ha nombrado a una maestra para dar clase en el colegio. Era algo tan insólito, que dio mucho que hablar: era, posiblemente, la primera vez en la historia de las Escuelas Pías en que una mujer daba clases en un colegio nuestro. Con el problema de quebrantamiento de clausura que ello suponía. Veamos el desarrollo de los hechos.

En el curso 1900-01 estaba allí como rector el P. Pescetto, que en un principio había pedido ser trasladado a un lugar cercano al mar por razones de salud, pero cuando le dieron obediencia para ir a Savona, también como rector, dijo que prefería seguir en Ovada. El Provincial Luigi del Buono le dijo que ya estaba todo decidido, y tendría que irse. Y entonces parece que, tal vez para vengarse, según puede deducirse de alguna carta, el P. Pescetto enredó las cosas. Aceptó irse a Savona, donde pocos años después falleció, enfermo de diabetes. Poco antes de irse, comunica al P. Provincial[Notas 44]: Ayer el Consejo Municipal eligió el profesor de la clase 1ª de Primaria, y nombró titular a ¡¡una mujer!! ¡¡Por suerte ya tiene 60 años!! ¡Así que la veremos en el colegio en medio de los fraques y las sotanas escolapias!

La presencia del P. Pescetto en Ovada era apreciada por el alcalde, que lo tenía por un director capaz de las escuelas, y por eso pidió al P. General que lo dejara al menos por un año como rector de Ovada, ya que no se había nombrado aún otro[Notas 45]. Pero la petición no fue respondida favorablemente. Los escolapios intentan hablar con el Alcalde para que cambien la maestra por un maestro asignado a otra escuela, pero este, talvez dolido porque no habían atendido a su petición de dejar al P. Pescetto un año más, no lo concede. Lo cuenta el P. Giulio De Vincenzi, rector provisional, y gran amigo del P. Mistrangelo, con el que había convivo muchos años en Ovada (basta con ver la gran familiaridad con que le trata, a pesar de ser arzobispo y General). Le dice[Notas 46]:

Querido Alfonso. Ayer te escribí en relación con el asunto de la maestra, con respecto al local en el que dará clase. El Alcalde había dicho que hablaría a la Junta para ver si se podía hacer un cambio con un cierto maestro Bossi. El cambio no le desagradaba al Alcalde, y nos había dado esperanzas. El viernes 11 de los corrientes fui con el P. Baccino para conocer el resultado. Nos dijo que la Junta había puesto dificultades y no era favorable. Insistimos de nuevo, y mucho, aconsejando que diera al maestro Bossi el 2º de Primaria en lugar del 1º, con tal que la maestra ocupara su lugar fuera. Nos repitió que la Junta había puesto dificultades, basándose en el acuerdo que había sido tomado antes, y además la carta del P. Rector Pescetto ya la habían leído en el Consejo, y a la pregunta si los superiores habían consentido o no, se había dicho que ya está bien así. Yo insistí nuevamente con el P. Baccino proponiendo todas las modificaciones que pudieran hacerse para evitar este inconveniente, contrario a nuestros principios. El Alcalde nos preguntó si se había dado alguna vez el caso de que hubiera habido maestras en nuestros colegios. Respondimos: “¡Nunca, jamás! Porque eso es contrario a nuestro Instituto”. Nos dijo que acudiéramos a informar a la Junta que iba a reunir, pero hasta hoy no hemos sabido nada. Tendrán miedo.

Todo esto lo he escrito en detalle al Provincial, pero no he recibido ninguna respuesta suya, y la cuestión está pendiente aún, y tenemos el ánimo en suspenso.

Esta mañana el P. Baccino ha ido de nuevo a ver al Alcalde para ver qué habían decidido. Y le ha dado la respuesta que te copio a continuación. Respuesta que he enviado ya al Provincial, para que sepa cómo están las cosas. Un “no” proferido y escrito a tiempo cuando se lo pidió Pescetto habría arreglado todo, y como nos ha dicho el Alcalde, habría evitado también el nombramiento de la maestra, porque, según nos ha dicho, algunos del Consejo ponían objeciones: “¿Los Padres querrán tener una maestra dando clase en sus locales?” Con un consentimiento tácito o explícito se ha hecho el nombramiento. Dicen que el Alcalde era contrario a este nombramiento, porque la maestra tiene ya 60 años y enfermiza, y creía que no podría con 70 alumnos, pero la cosa siguió por aquel camino. Esta es la respuesta que nos ha enviado esta mañana y que yo he enviado inmediatamente al Provincial:

“El P. Baccino acaba de volver de ver al Alcalde para ver cómo se había resuelto la cuestión de la Maestra, y él le ha dicho que ni siquiera había querido tomar en consideración la cuestión, pues habiendo sido elegida la Maestra por el Consejo, él no se ocupa de ello, pues no es cuestión de su competencia, y la maestra vendrá a dar clase en los locales del colegio. Esto es un precedente escabroso no sólo para este curso, sino para el porvenir. Hemos insistido todo lo posible, pero no hay nada que hacer. El P. General me había escrito que hiciera todo lo posible para que no ocurriera esto y de ser inflexible para que no ocurriera (he añadido yo), mandándome que le tuviera informado. Nos hemos esforzado, como le escribí ayer; sólo queda referir, como ha dicho el P. Baccino al Alcalde, el hecho al P. General y a Usted. Si Usted puede encontrar alguna solución en estos dos o tres días antes de que comiencen las clases, y evitar o conjurar este inconveniente, estará bien; si no, así está la cosa. Con el debido respeto…”

Así están las cosas. Ahora parece que el Municipio no querrá retroceder, al menos por este año, porque no habiendo recibido una respuesta negativa a la pregunta formal hecha por el Municipio sobre si se podían aceptar o no maestras a dar clase en los locales de los Padres, creen, sea lo que sea, estar en regla, y por eso han nombrado la maestra.

Creo que el Provincial se escribirá sobre ello. Si no, muévete tú y provoca su respuesta, con lo cual me parece que estará mejor que tú sepas la respuesta directamente de él, y no a través mío, para evitar disgustos. A ver qué te responde.

El P. Pescetto[Notas 47] ha salido esta mañana a las 8.45. Estaba conmovido y nos ha abrazado llorando. El P. Binechi le ha acompañado a la estación, y me dice que allí lloraba. Ayer y estos días ha hecho y recibido muchas visitas. Ayer en la mesa dijo que había cambiado de opinión, y que no se imaginaba que en Ovada le quería tanto la gente.

El P. Mistrangelo no está nada contento con las noticias que recibe, y pide cuentas al P. Provincial Del Buono. Este le responde[Notas 48]:

El P. De Vincenzi me escribe que, a pesar de las protestas presentadas, el Alcalde de Ovada y su Junta no pueden decidir que la nueva maestra no venga al colegio, porque está reconocido. Menos mal que tiene 60 años, pero el problema mayor será al año que viene en el edificio nuevo donde se encontrarán ya otras tres maestras provisionales en el local de los Capuchinos. Una hermana de la Misericordia se retirará, pero si nosotros no tenemos a nadie que presentar, ni siquiera estaremos en condiciones de hacer ver que el Municipio nos quiere hacer un desaire, pudiendo obrar de otra manera.

No sé qué responder al P. De Vincenzi, y espero una palabra de V.E. Yo sería de opinión de dejar correr para este curso. Para el año próximo, debemos estar listos para presentar algunos de los nuestros para los puestos vacantes, y en caso de necesidad, hacer volver al P. Bianchini para encargarse de una clase. El movimiento en estas contingencias es tal que o bien renunciamos a los lugares, o bien los reforzamos sin dispersar las fuerzas.
Al dorso de esta carta está escrita la minuta de la respuesta del P. General, fechada el 17 de octubre (causa admiración lo bien que funcionaba correos en aquellos tiempos): Usted tenía que haber respondido inmediatamente de manera negativa al Municipio, y no de manera afirmativa, como hizo. Escriba que por este año aguantaremos a la maestra, pero para el próximo o arreglan la cosa, o nos retiramos.
El P. Provincial responde inmediatamente, acatando las instrucciones del General, y tratando de desviar a otros su propia culpa[Notas 49]: Escribiré a Ovada la condición sine qua non para permanecer allí. Pero al nombrar a la maestra, después de la carta del Rector en la que indicaba el parecer negativo de la comunidad religiosa al Alcalde, salvo otra opinión por parte de los Superiores, el Municipio mostró no tenernos ninguna consideración. El hecho de no tener en el Consejo ninguna persona a la que comunicar nuestros sentimientos nos deja en una condición dolorosa.
Termina el curso, y el P. Del Buono siente la necesidad de recapitular todo lo ocurrido, de manera clara, para plantear la situación actual, y tomar las decisiones que convengan. Dice lo siguiente[Notas 50]:
El año pasado a finales de julio y primeros de agosto el Alcalde de Ovada interpeló mediante una carta al P. Pescetto para ver si los Padres tendrían dificultad en acoger como enseñante a una mujer. El Rector debía dar una respuesta el mismo día, así que reunió a la comunidad, que votaron que no, salvo que los Superiores opinaran lo contrario. Y según él, así se respondió al Alcalde. Cuando recibí la información en Savona, escribí al Rector que habían obrado prudentemente, y quizás añadí a guisa de comentario “no sé qué podríamos hacer si el Municipio actúa de acuerdo con su voluntad”. Pero, más que duda, tengo la certeza de no haber añadido nada. De la aprobación de cuanto habían obrado o mejor deliberado los Padres de Ovada con el P. Rector al a cabeza, se quiso pasar a la aprobación de la venida de la maestra a casa.
De todos modos, cuando fue asignada una maestra a nuestra casa, yo rogué al médico Delfino, amigo del Alcalde, que hiciera el favor de pedir al Alcalde que nos obviara el inconveniente. Delfino fue a Ovada, habló con Pescetto, quien dijo que todo estaba arreglado, que había hablado, hecho, etc. Así que Delfino ya no creyó necesario ir a hablar con el Alcalde.
Cuando llegó Pescetto a Savona, me enteré de que ya estaba la maestra en casa: le pedí explicaciones y me dijo que “puesto que el P. General no había respondido favorablemente a la petición de la Junta para que lo dejaran en Ovada un año más, la Junta no quiso cambiar la decisión tomada sobre la maestra, etc.” V.E. ya sabe quién promovió la petición de algunos consejeros: la estupidez y la tristeza se dieron la mano.
Mientras tanto, llegamos a noviembre. Yo rogué nuevamente a Delfino que escribiera una carta al Alcalde sobre el asunto. Este le respondió que no podía anular una decisión ya tomada, y que, además, los Padres estaban de acuerdo. El P. Pescetto, después de promover el licenciamiento del maestro viejo, al final completó la obra con sus embrollos ambiciosos. En noviembre V.E. me escribió para que hiciera una intimación para que se quitara la maestra de nuestras escuelas. Yo llamé a Génova al Rector (P. De Vincenzi) para ver cómo hacerlo. Él me dijo que lo dejara estar, y que él le escribiría a Usted. Luego ocurrió lo que ocurrió [enfermedad mental de De Vincenzi, que tuvo que ser recluido durante varios meses a causa de su manía persecutoria y sus miedos].
Estamos ahora a final de curso, y creo que debería escribir una carta al Municipio, pero diversas razones me retrasan el hacerlo antes de verme con usted.
1)El Preboste de Ovada ha ido a Turín a preguntar a los Salesianos acerca de su posible venida a Ovada, y las condiciones que pondrían.
2)Si se retiraran los PP. Zunini y Carlini, que están ya cerca de obtener la pensión, no tendrían más que la idoneidad, faltándoles algo de enseñanza, y mientras tanto serían inservibles en otro lugar, o al menos sólo podrían enseñar de manera privada, y sin efecto para su pensión.
3)Como el junior Palmero no ha superado el examen, no podemos conservarlo allí, y no tenemos ningún otro para sustituirlo en matemáticas.
A causa de los huecos de Cornigliano, Savona, Finale, no sé cómo haré para suplir la clase del P. De Vincenzi. Así que responder con la frente alta al Municipio con tantas debilidades, no sé cómo lo lograremos; y si él accede a nuestro deseo, deberemos informarle inmediatamente sobre nuestras miserias en el gimnasio. (Otras cosas humillantes se las contaré de palabra). En mi opinión, la crisis actual de Ovada podría tener la siguiente solución. Si el edificio nuevo de las escuelas, al que se accedería desde el principio del pasillo que está junto a la iglesia, se completase, y el Municipio conservara las maestras, entonces nosotros podríamos retirarnos de las escuelas primarias, y conservar el gimnasio, y si tuviéramos fuerza y ganas, deberíamos iniciar un oratorio festivo, en un lugar o en otro. Si no se construye el edifico, cuando se retire la maestra actual, vieja, podría ser sustituida por uno de los nuestros, cosa que no pudo hacerse el curso pasado.
Las escuelas primarias municipales con la legislación actual son difíciles de conservar; hacen inamovibles a los religiosos, y ahora se añaden los directores didácticos, que, por haber descuidado las clases primarias por mucho tiempo, serán un problema para nosotros, y la dificultad comienza precisamente en Ovada, para cuyas clases de primaria fue abrogado en Alessandria el nombramiento como Director del P. Baccino porque el cargo es incompatible con las clases que da. (…)

En la correspondencia sucesiva ya no se vuelve a hablar de este problema. Así que la solución debió ser la siguiente: para el curso 1901-1902 “soportaron” a la maestra vieja, y al curso siguiente, cuando se produjo una especie de agrupación escolar, los escolapios renunciaron a la primaria, quedándose con la secundaria, y así evitaron todo roce con las maestras.

En Chiavari se produce un problema más serio en 1902. Aunque no se menciona, todo hace pensar en una cuestión de pedofilia, causado por uno de los prefectos o jóvenes estudiantes que cuidaban a los internos. La consecuencia es que hay que alejar tanto al Ministro o responsable del internado, P. Massimelli, como al rector de la casa, P. Alberti, para tratar de calmar las cosas (y que los lleven a la cárcel, por no haber cumplido debidamente su obligación de controlar más de cerca a los prefectos). Ambos son enviados fuera del país, al colegio de Sarriá en Barcelona, con la excusa de que van a estudiar español. Unos meses más tarde regresan a Italia, pero Massimelli es enviado a Pompei, y Alberti a Cerdeña, a la nueva fundación de Oristano, donde residirá durante muchos años hasta el abandono de Cerdeña por los escolapios en 1920. La prensa se hizo eco del escándalo; algunos padres de alumnos amenazaron con pleitos, pero las cosas se van calmando poco a poco, y parece que tras el final del curso 1902-1903 ya no se habla más de la cosa.

En Savona existe un problema de tipo estructural. Desde tiempos anteriores el viejo colegio está en peligro: hay rumores de que va a ser derruido para prolongar una calle. Aquel colegio, que había sido el más próspero de la provincia, va perdiendo alumnado, pues las familias no ven claro su futuro y retiran a sus hijos. Existía el proyecto de trasladar el colegio a la zona de Monturbano (donde, efectivamente, fue trasladado más tarde), pero de momento la cosa no estaba clara. Así lo explica el P. Del Buono al P. General[Notas 51]:

He pensado sobre el asunto de trasladar el colegio; he tanteado el terreno, sin ningún prejuicio, pero he concluido que una petición explícita al Municipio para que construyan un colegio en Monturbano con el apéndice de una calle para vehículos que suba desde el burgo inferior hasta allá arriba, calle que no puede hacerse sin expropiaciones de casas y terrenos adyacentes en el mismo burgo, obtendría una negativa, porque costaría más de 400.000 liras, y sólo para favorecernos a nosotros. (…) Aunque la mayoría del Consejo es buena, no lo es tal en cuanto a unidad e ideas como para poder hacer un cálculo positivo, tanto más que muchos piensan que podemos hacerlo solos, y el ejemplo de los Salesianos, que han hecho un edificio vistoso sin ayuda oficial, y la petición por parte de los Jesuitas para obtener Valloria no crean una opinión favorable a nuestras condiciones. No sé cómo resolver la dificultad que encuentro; está en el modo de dar impulso a la gestión y encontrarnos en condiciones, en el caso de que el municipio no quiera o pueda ayudarnos, de tener un agarradero para poderlo hacer por nosotros mismos, sin que digan que lo hacemos para no irnos.

Prosigue el P. Provincial sus gestiones, y unos días más tarde informa[Notas 52]:

He hablado con el ingeniero Maitinengo y la conclusión fue que difícilmente el Municipio, en las condiciones presentes, se comprometería a hacer unos gastos tan elevados. Yo no dí a entender nada de nuestras intenciones ni de nuestras posibilidades. Llamé al P. Rector con sus dos consultores y les expuse la situación. Se presentaron varias soluciones. La primera, que nosotros pidiéramos construir en Monturbano, y que el municipio nos reembolse el capital con un interés mínimo o ninguno, en un número de años. Y luego ellos construirían la calle. La segunda, que nosotros compramos Monturbano, y con el dinero que paguemos, el municipio construye la calle a partir del distrito militar (Concepción), y apenas se libere del distrito, cedernos el uso con un poco de espacio de la iglesia de la Concepción para tener una iglesia pública. De las dos soluciones la primera no será fácil de aplicar, porque la legalidad comporta una serie de actos largos e intricados; la segunda es más rápida y más fácil, y nos quitaría inmediatamente de un estado incierto y que puede empeorar. Si V.E. cree que debemos ponernos en acción, dígamelo, y se hará.

El proyecto sigue adelante. El Ayuntamiento consigue el permiso para construir la calle que suba hasta el nuevo colegio, financiada con un préstamo de los escolapios. Se firma el contrato, como informa el P. Del Buono[Notas 53]:

Ayer a las diez se firmó en el Municipio de Savona el compromiso de los PP. Pressenda, Bertolotti y Del Buono Giuseppe por 200 mil liras a entregar en mano, que el Municipio dedicará a lo establecido. Nos darán un pago de 10 mil anuales; el reembolso de las 200 empezará por cuotas anuales después de 15 años. No faltan las cláusulas para asegurarnos el crédito.

Y efectivamente, en 1905 por fin el colegio se trasladó a la hermosa colina de Monturbano, donde estuvo funcionando en manos escolapias hasta 1971. Aunque no a todos los amigos les pareció una buena decisión, como escribió un Consejero municipal amigo de los escolapios, P. Boselli, al Provincial de la época, Giovanni Battista Tenti[Notas 54]:

Ya conoce mi afecto hacia las Escuelas Pías y recientemente se lo demostré, ya que importaba presentar la cuestión y solicitar su fin. No le oculto que la primera Convención me dejó siempre en duda; beneficia al Colegio, pero me temo que cambie el carácter de las escuelas. Las escuelas de los Escolapios siempre fueron populares. Y por ello sorbieron las mayores energías del pueblo. Transfiera las escuelas a Monturbano, y se convertirán en señoriales. El carácter de las Escuelas Pías de Savona, ciudadanamente populares, se perderá. Será el Real Colegio, ya no la escuela unida al alma savonense. La segunda Convención tiene un gran error. Permite florecer el Colegio, pero aniquila la escuela y rompe el vínculo entre el Municipio y la Institución Escolapia. Es el pero mal que temo. Entre las dos convenciones, prefiero la primera. Me persuadieron de ello sus Padres, a los que tuve el gusto de ver aquí.

Pero hace poco el Cons. Martinengo me habló del nuevo Diseño y sonrió. Beneficia al colegio y a la escuela. Sólo que Usted presenta una objeción: ¿y el tiempo? Mientras discutimos, las Escuelas Pías en Savona se diluyen. Por ello conviene bien fijar los términos del concepto que debe preferirse. ¿Se puede llevar a cabo el tercer diseño en un plazo breve de tiempo? Y esto debe prevalecer. La conciencia, la tradición escolapia hecha no para los colegios de ricos, sino para las escuelas del pueblo, lo debe querer. ¿Debe temerse un largo retraso? Entonces aceptemos de mala gana la primera Convención. Pero no tendrán escuelas primarias. El colegio estará a salvo; el espíritu de Calasanz no triunfará. Esto es lo que sinceramente pienso. Espero estar en el Consejo para sostener de todos modos el diseño que no rompa las tradiciones y las relaciones entre el Municipio y las Escuelas Pías, y que prepare para un notable espacio de tiempo para nuestra juventud aquella instrucción que recibieron con nosotros tantas generaciones. Cordiales saludos…

A pesar de las dificultades que la Provincia de Liguria estaba atravesando en diversos lugares, y los esfuerzos para mantener funcionando las casas que ya tenía, hay que alabar su generosidad para hacerse cargo de una casa más, la de Oristano, en la isla de Cerdeña. Vimos en los generalatos de los PP. Casanovas y Ricci los esfuerzos para resucitar la provincia escolapia de Cerdeña, especialmente por parte del P. Giuseppe Pes. No pudo ser entonces, pero más tarde toma el relevo otro escolapio superviviente, el P. Glicerio Piras, y esta vez, con el apoyo de Liguria, la resurrección tuvo éxito, aunque sólo fuera de una manera temporal. Recordemos que Liguria había estado unida a la isla formando el Reino de Cerdeña desde 1721 hasta 1861, formando el Reino de Cerdeña. Existía, pues, una especie de “compromiso moral” por parte de los ligures para apoyar el proyecto.

Cuando el P. Piras recibió la invitación del P. Pes para colaborar en la restauración de la casa de Isili en 1885, su respuesta fue negativo, e incluso mostraba no poco despecho por la manera como había sido tratado[Notas 55]. El P. Glicerio prefería seguir viviendo tranquilamente en su pueblo, Oristano, donde la gente le quería y apreciaba su labor. Tal vez la celebración de los 300 años de las Escuelas Pías en 1897 reavivó las brasas de su vocación; el caso es que el 12 de agosto de 1900 se pone en contacto con el recién nombrado Superior General, P. Alfonso Mistrangelo. El P. Pes, anterior superior nominal de los escolapios corsos, había fallecido en 1898. Y le escribe la siguiente carta[Notas 56]:

Desde hace algún tiempo nos estamos escribiendo largas cartas el P. Alfonso Manca, escolapio sardo que reside en la Badia Fiesolana, y yo, en las que tratamos del importante asunto de restablecer la Orden de las Escuelas Pías en Cerdeña. Se presentan muchas dificultades para realizar la santa idea: falta de personal, y de medios pecuniarios suficientes para comprar un local en el que poder reunir a los pocos religiosos dispersos acá y allá, con tal que tengamos buena voluntad. Se recomenzaría así una vida religiosa para hacer revivir el espíritu de Calasanz en el modo y dirección que nos indicasen los Superiores de la orden, especialmente V.E. Rvma., que el Señor ha querido llamar a dirigir la nave calasancia en tiempos tan procelosos, uniendo así la dignidad de Arzobispo y la autoridad de Superior Mayor para guiar mejor a su verdadero destino a nuestra Familia. A esta santa empresa nos anima también nuestro Arzobispo Mons. Salvatore Tolu, que siente mucha simpatía por los escolapios, que le educaron en Sassari. Hacia el 20 de agosto iré a Roma con la segunda peregrinación sarda, y espero que V.E. me dé audiencia allí o en Florencia, donde iré a hablar también con el P. Manca, y así podré exponerle las cosas de viva voz, mejor que por carta. Que Dios y nuestro S. Fundador nos ayuden a superar toda dificultad y triunfar en el intento, como lo desea nuestro corazón.

La entrevista fue bien, y el 26 de septiembre el P. Piras escribe otra carta al P. General[Notas 57]:

Vuelto de Roma, fui recibido en audiencia por nuestro Arzobispo Tolu, que se alegró mucho al enterarse de que la idea de abrir una casa escolapia aquí en Oristano y la compra del local había sido acogida de todo corazón y bendecida por V.E. Rvma. Le dije que V.E. le escribiría a propósito para informarle y para recibir una palabra de ánimo, y espera la carta. Supongo que V.E. tiene muchas ocupaciones a causa de la vasta diócesis de la cual lleva el peso del gobierno, y también por los demás intereses de la Orden, pero esperamos que no dejará de molestarse un poquito por la santa idea que nos ha nacido del corazón a nosotros tres sardos, y que le expuse en términos claros. Cerdeña no puede olvidar la obra de los Escolapios, y hablan de ella con agradecimiento. Aquí en Oristano ya se ha extendido la noticia de esta idea, y se ha acogido con placer, y cuando sea un hecho cumplido, serán muchas las peticiones de jóvenes aspirantes.

El señor que es dueño del antiguo convento de los Menores Observantes nos lo cede por poco dinero, con la intención de favorecer la instrucción, cuando podría cederlo a mejor precio a personas que se lo han pedido por especulación. Me ha escrito una carta diciéndome que necesita dinero, y que si el asunto se alarga demasiado se verá obligado a recurrir a otros compradores. Si bien es cierto el proverbio “la prisa es enemiga de las cosas bien hechas”, en este asunto nuestro por el contrario podría dañarnos el retraso. Por otra parte, es también cierto, y nos viene de maravilla a nosotros, que “hay que golpear el hierro cuando está caliente”. (…) Pongámonos pues a la obra. Hemos prometido que el 15 de octubre pagaremos una buena parte de la suma (3000 L) y el Sr. Ricca, dueño del antiguo convento, nos permitirá comenzar las restauraciones necesarias. Espero una palabra de ánimo, un consejo de V.E., y la bendición del Señor y del S. Fundador no faltarán, y el éxito estará asegurado.

El P. Piras envía copia del contrato de compra al P. General por medio del P. Alfonso Manca, que está en Florencia, y expresa su gozo como sardo por la restauración de las Escuelas Pías en su tierra, y al mismo tiempo pide ayuda, pues el P. Piras no tiene muchos recursos económicos[Notas 58]. El mismo P. Piras escribe al P. Mistrangelo sobre la marcha del asunto[Notas 59]:

Entregué al P. Carta[Notas 60] la carta de V.E. Rvma. Y le visité en persona. Me dio hermosas promesas y nada más; a las palabras no corresponden los hechos. ¡Fatal desengaño! Escribí también una carta a mis colegas sardos en nombre de V.E. y de Mons. Tolu, y hasta ahora sólo me ha respondido uno, el cual, después de haber afrontado yo tantas dificultades, termina diciéndome: “Haz lo que te plazca; por parte mía sólo puedo darte apoyo moral”. De lo que dice este se pueden deducir los sentimientos de los demás. Si mi voz fue un grito en el desierto, espero que respondan a la invitación de V.E. Si no les conmueve el grito de un centinela, les conmoverá la voz autorizada del General. Dios lo quiera.

De lo que le expongo en esta, puede V.E. prever claramente que puede ser que me quede solo a combatir en la arena. Pero después de Dios y de San José tengo plena confianza en V.E., de quien estoy seguro que tiene esta obra en el corazón, y espero que me ofrezca una ayuda. Se podría enviar también una circular a las casas florecientes de Italia que puedan ofrecer algo de ayuda, y así podré pagar el próximo abril (quisiera poder hacerlo mañana) el segundo plazo de otras mil liras. Creo que yo envié por mi parte unas 100 liras para la creación de nuestro colegio de Roma. (…)

El P. Piras había pagado con dinero propio el primer plazo o señal de la compra; no tenía más dinero. Pero el P. General le envía 1500 liras, suficiente para hacer el contrato oficial de compraventa, y le pide que le envíe copia del mismo. Agradecido, le responde el P. Piras[Notas 61]:

Informo a V.E. que me ha llegado en una carta recomendada el cheque de 1150 L como contribución del amor de nuestros hermanos de Italia a la nueva obra escolapia en Cerdeña. El Señor se lo pague largamente a todos los que han contribuido junto con V.E. Me pondré enseguida en relación con el Provincial de Savona P. Del Buono, y tan pronto como reciba de él el módulo que V.E. cita, con el nombre de los escolapios jóvenes que deberán aparecer conmigo en el acto de compra, con las respectivas procuraciones, se hará la estipulación del instrumento del cual enviaré copia a V.E. No descuidaré tampoco de informar de todo a V.E. Roguemos al Señor que bendiga esta santa obra, para que sea fecunda de buenos frutos.

La cosa va adelante, y el 13 de agosto de 1901 el P. Piras informa al P. General[Notas 62]:

La casa, como ya sabía V.E., costó tres mil liras, de las cuales yo pagaré mil quinientas a plazos, y el resto con la ofrenda de las provincias de ahí. Los gastos de registro y copia suben a más de 200 liras, de las cuales 150 las he pagado con lo recibido aparte de V.E.

A primera vista esta cantidad parece pequeña, y realmente lo es, si se considera que los Padres Capuchinos y Claustrales de aquí gastaron sumas enormes para restaurar su convento, especialmente los primeros, quienes lo compraron en subasta pública, promovida por un grupo de anticlericales por… ¡treinta y dos mil liras!

En lo que se refiere a nuestra casa (que se encuentra a un kilómetro y medio del pueblo, sobre una colina elevada, desde donde se goza de una amplia y bella vista), se encontraba en abandono, al estar en poder del gobierno, casi como una cosa de nadie. De modo que, no habiendo nadie que se ocupara de ella, incluido el geómetra Ricca, que más tarde la adquirió en subasta, una parte que mira al norte se arruinó; la otra es muy sólida, y consta de doce habitaciones, seis en el piso superior y seis en el inferior, de cinco metros cuadrados [sic]. Aireadas y todas con bóveda sólida hasta el techo. Desde el mes de junio trabajan allí dos albañiles y un carpintero, y ahora se puede decir que en piso superior sólo faltan los muebles. Suspendí las obras en el inferior, que puede servir también para habitaciones y que es óptimo para escuelas.

Como esta casa pertenecía a los Menores Observantes, faltan las comodidades que exige un instituto de educación como el nuestro. Por ello ahora me esfuerzo para recuperar la parte en ruinas, en la cual se podrán colocar jóvenes novicios, o internos, según lo que V.E. Rvma. piense hacer aquí, a quien todos nos remitimos.

Luego está la iglesita, que es medieval y también ha sufrido las injurias del tiempo y abandono de quien podía haberse interesado en ella. Incluso arruinaron un altar, buscando no sé qué tesoros escondidos en él. Siendo artística, haría falta conservarla como monumento, y hay tratos pendientes entre la Oficina Regional y el Ministerio.

Me ha parecido bien exponerle todo esto a V.E. porque hay dificultades para que la casa, como esperaba, se abra el próximo octubre, y entre ellas están las pecuniarias. Yo hago sacrificios extraordinarios y pronto o tarde sucumbiré. Rogué mucho al P. Carta, y antes a los padres sardos que aún viven, alguno de los cuales incluso ha sido invitado por nuestro Arzobispo, pero fue hablar al viento. Roguemos a Dios y a nuestro S. Fundador que toque los corazones, para que lo que se está haciendo no se pierda; lo que sería una vergüenza ante la sociedad que espera y también un delito ante Dios. Se me dirá que fui audaz al pensar en erigir una Casa Escolapia en el centro de Cerdeña, sin medios y con pocas perspectivas. Pero yo me fiaba de mi buena voluntad y de la santidad de la obra. ¿Habré hecho mal? Espero con serenidad el juicio de quien espera.
En 1901 renuncia al cargo (y la seguridad) de párroco y se entrega por completo a levantar la nueva fundación. Sin embargo, el proyecto no es nada fácil. El P. General quiere confiar la obra a la provincia de Liguria, más unida históricamente a Cerdeña. Pero la Provincia atraviesa durante estos años no pocas dificultades, y anda escasa de personal. Pero las cosas van adelante, gracias al empeño del P. Piras. En 1903 la casa está ya casi acabada, y escribe una carta al P. General[Notas 63]:
No escribí más a V.E.R. sobre lo referente a la nueva casa de aquí, ya que estábamos de acuerdo en que debía enviar la correspondencia al Provincial de Génova, el cual a su vez creo que habrá mantenido informado de todo a V.E. En cuanto a la restauración, se ha hecho mucho gracias al subsidio enviado por el citado P. Provincial con una generosidad sin par y con el amor que lo distingue a favor de la obra escolapia en Cerdeña. Todavía queda algo por hacer, pero de importancia secundaria, ya que lo necesario para vivienda de los religiosos, pequeño internado y escuelas anejas está listo.
Hay algunas voces siniestras, no sabría decir cuál es su origen, que tal vez han esparcido intencionadamente que la obra está suspendida. Lejos de nosotros este pensamiento doloroso. Creo que se debe a la lentitud con que se camina, sea por la escasez de medios, sea por la falta de personal, sea por la apatía que reina entre los pocos supervivientes escolapios sardos. Añádase también que muchas peticiones de alumnos que me fueron presentadas quedaron sin respuesta. De manera que muchas esperanzas que acompañan siempre los primeros pasos de una obra buena, parecen desvanecidas.
Pero yo no perderé el ánimo, ciertamente no. Con el mismo ardor con que comencé, así continuaré; y con la fe en los superiores que me animaron a la empresa, no me detendré a mitad del camino emprendido. Pero necesito una palabra de consuelo, una última palabra de V.E. que infunda en mi corazón la esperanza de que lo que se ha hecho no será destruido y que debe evitarse la marca de la vergüenza reservada a quien comenzó y no terminó.

Mientras tanto, rogando al cielo que conserve la vida preciosa de V.E. y a mí, pobre hijo de San José de Calasanz, promotor de la obra que él me inspiró, conceda la gracia de ver con mis ojos a sus hijos arribar a las costas de esta pobre Cerdeña, abandonada, rica de fe, de energía intelectual y de amor nunca apagado por las Escuelas Pías, soy affmo. Y obdmo. hijo…

El P. Mistrangelo ofrece todo el apoyo que puede al P. Piras, y hace también que le apoye el P. Del Buono, y de hecho la escuelita de Oristano se abre en 1903, como hemos podido entender por las cartas, en un lugar diferente al del colegio escolapio que había funcionado desde 1681 a 1866, y que había sido incautado por el Gobierno. Incluso tienen un pequeño internado de 10 alumnos[Notas 64]. No faltan dificultades al principio, pues no es fácil encontrar los maestros necesarios, pero van saliendo adelante. Y en Oristano siguen los escolapios hasta 1909, en que los superiores deciden trasladar el colegio a los antiguos locales escolapios de la ciudad de Santulussurgiu, que ofrecía un clima y un ambiente más favorables a la labor escolar. La provincia de Cerdeña estaba muerta, pero seguía una presencia escolapia en la isla.

La correspondencia de estos años habla también de problemas personales. El P. Givoanni Oberti, rector del colegio Cornigliano, no puede soportar a dos jóvenes escolapios a los que considera insolentes, y pide a toda costa que los saquen de allí: el P. Tito Quintino Bianchini, y el P. Raimundo Martini. El primero será destinado a Pompei, y morirá en la Orden, en Nápoles, en 1942. El segundo acabará secularizándose. El P. Giulio De Vincenzi, amigo íntimo del P. Mistrangelo, y su brazo derecho en Ovada, sufre una aguda crisis nerviosa, de miedo y complejo de persecución, que le llevará a pasar varios meses en el manicomio de Génova. Pero, por fortuna, se recuperó por completo, e incluso fue Provincial de Liguria en 1911-1912. Algo parecido ocurrió con el P. Tiboni, del que ya hablamos en la biografía del P. Ricci. Era un hombre que buscaba una perfección que no encontraba en las Escuelas Pías. Parecía que había encontrado su lugar como maestro de novicios en Finalborgo, pero no era así. En 1903 pide permiso para pasar a la Cartuja: dice que lleva 24 años de continua violencia[Notas 65]. Y obtiene el permiso[Notas 66], pero tan solo cuatro días de vida en ella, decide volver a casa, pues descubre, por fin, que aquel no es su sitio[Notas 67]. Parece que el P. Ulderico Tiboni ya se conformó con la perfección que pudo encontrar en la Orden. Gozó luego fama de santo. El General P. Tomás Viñas en 1915 lo nombró Postulador General y Rector de San Pantaleón. Fue Asistente General (1919-1924) y Rector de Génova (1924-1925). Diez años después se traslada a Roma al Calasanctianum de Monte Mario donde pasa los diez últimos años de su vida en la dirección espiritual de los juniores, siendo para todos ellos ejemplo vivo de piedad, bondad y paciencia. Falleció en Roma en 1945.

El P. Giovanni Oberti desempeñaba con acierto su papel de rector de Cornigliano cuando en 1901 fue nombrado obispo de Saluzzo. Era una nueva muestra de afecto del Papa León XIII hacia las Escuelas Pías, y hacia la Provincia de Liguria, tras haber nombrado antes al P. Mistrangelo primero obispo de Pontremoli y luego arzobispo de Florencia. Y era al mismo tiempo un nuevo problema para el P. Provincial Del Buono, que escribe al P. General[Notas 68]: Si por un lado la noticia me produjo placer, por el otro, no. V.E. conoce demasiado bien nuestras casas, y los hombres no se fabrican como figuritas de yeso. Además, el internado o está bien dirigido y se reciben alabanzas por ello, o no se tienen las personas adecuadas y entonces llega la decadencia deshonrosa. Están además las escuelas, donde más se ve la eficacia, y la casi imposibilidad de poder hacer asistir, como es necesario, a nuestros estudiantes. Paciencia; que nos ayude N. S. Padre.

Entre unas cosas y otras, al P. Del Buono le pesa mucho el cargo de Provincial, y pide ser relevado. Escribe al P. General a principios de 1903: Confieso que mi situación es deplorable a causa de la agitación en que vivo, y de buena gana me iría a la última casa de España, a fin de poder descansar un poco.[Notas 69] Un mes más tarde se queja del agobio causado por los problemas de Chiavari, por la situación de Carcare, de Cornigliano, de Ovada… Dice que la Provincia se está hundiendo, y él debería renunciar[Notas 70]. Y, en efecto, en 1904, con la llegada del nuevo P. General, le descargaron del peso, pero fue para enviarlo al Nazareno, donde encontró problemas aún más complicados, por lo que al cabo de un año regresó a su Liguria. Donde tuvo que cargar otra vez con el provincialato de 1914 a 1924.

Toscana

La Provincia de Toscana es la que en Italia goza de una situación más sólida, aunque no por ello esté exenta de dificultades, sobre todo de tipo personal, como veremos luego. Durante el corto periodo que estudiamos no experimenta grandes cambios en sus estadísticas. Ofrecemos los datos del Catálogo Provincial de 1903[Notas 71]. Como vemos, si comparamos con el generalato anterior, no solo la provincia no pierde ninguna casa, sino que se hace cargo de una nueva obra, el instituto Santa Isabel, también en Florencia. Tampoco hay pérdida de personal; en cambio sí se va produciendo una continua pérdida de alumnado: de los 2056 alumnos que tenía la Provincia en 1896, se desciende a 1885 en 1900, y a 1504 en 1903. La causa de esta disminución no parece que deba atribuirse a una pérdida de calidad en los centros escolapios, sino a una competencia cada vez más dura por parte de la enseñanza oficial. Tendencia que dura hasta nuestros días. Así lo hace constar el P. Luigi Donati, de Empoli, quien señala en 1903 que sólo quedan 34 internos en el colegio, pues los gimnasios públicos dan facilidades, mientras el de los Escolapios carece de reconocimiento oficial. Y, para complicar las cosas, parece que van a venir los Salesianos e instalar unas escuelas técnicas en la ciudad[Notas 72]. Por su parte, el P. Giovannozzi, viendo el problema, propone la búscqueda de otras avenidas pastorales[Notas 73]:

Mañana empezamos los exámenes, y por tanto el año escolar. Me alegro, por una parte, de volver a nuestro trabajo; pero por otra estoy triste, al ver qué rápidamente se despueblan nuestras clases. Llegará pronto el tiempo en que, no pudiendo conservar la letra de nuestro Instituto, habrá que conservar el espíritu, y buscar alguna otra forma de apostolado entre los jóvenes, incluso fuera de la escuela. Esta se va haciendo cada día más difícil de mantener, y con una mies cada vez más reducida. Que Dios nos inspire.

Casa sacerdotes juniores novicios hermanos alumnos


Florencia 16 1 5


Cepparello 9 1 682


Noviciado 6 11 3 23


Volterra 11 463


Siena-Péndola 7 1 93


Badia Fies. 9 10 3 102


Empoli 9 3 141


Sta. Isabel 1 1 1


TOTAL 8 68 17 11 12 1504


Durante todo este periodo, y durante varios años más, el Provincial de Toscana es el P. Vittorio Bianchi (desde 1898 hasta 1912), quien al mismo tiempo es el director del Instituto de Sordomudos de Siena, ciudad de su residencia. Siguiendo las indicaciones del P. Mistrangelo, lleva a cabo la visita provincial, desde el 8 de abril hasta el 6 de agosto de 1901. Hace una serie de observaciones con respecto a cada casa, y anotas varias recomendaciones al respectivo rector. Por ser la casa más importante, y para hacernos una idea de la vida comunitaria y académica de nuestras casas (y de la manera de pensar del P. Banchi) copiamos lo referente a la casa de S. Giovannino en Florencia[Notas 74]:

Para todos los religiosos:

1.Oblíguense los religiosos concienzudamente a mantener en el modo más exacto las promesas hechas a Dios el día de su Profesión; especialmente, en lo referente al voto de pobreza, no permitiéndose guardar o disponer de ninguna suma sin el permiso del Superior. Con respecto al voto de obediencia, considerándose cada religioso como muerto a sí mismo para vivir únicamente para Dios, cumpliendo su voluntad, que viene expresada por boca de los Superiores.
2.Sean todos puntuales, tal como prescribe nuestro Santo Fundador, en todos los actos comunes, y especialmente en la oración de la mañana, en el examen de conciencia y en la oración de la tarde; siendo los Superiores los primeros que deben dar ejemplo.
3.No se permitan los religiosos salir ni volver a casa sin pedir el Benedicite al P. Rector, y procuren estar en casa por la tarde después del paseo.
4.No se alce mucho la voz en el comedor, sino que se hable con modestia con los compañeros de al lado. Y no se entretenga al criado para hacerle preguntas sobre la comida, sino que cada uno se conforme con lo que le sirven. Terminada la comida, tanto de la mañana como de la noche, ningún religioso se entretenga en el comedor hablando, o peor, prologando la mesa; ni quiera, con poco decoro para sí y mal ejemplo, entretenerse en la cocina conversando con los criados o dando órdenes especiales sin permiso del rector. La misma contención obsérvese en los diversos lugares de la casa, y especialmente después de la última oración, obsérvese silencio.
5.En las sagradas funciones de la iglesia manténgase no solo el respeto debido a la Casa de Dios, sino que además procúrese servir de edificación a los fieles observando diligentemente las ceremonias religiosas.
6.No mantengan demasiada relación con los muchachos, ni se entretengan demasiado rato con ellos en su habitación, sino que después de responder con buena educación a sus preguntas, deben despacharlos.
7.Los maestros procuren asistir puntualmente a los Oratorios festivos, a las confesiones, a las prácticas de piedad que se suelen hacer con nuestros alumnos, sirviéndoles siempre de buen ejemplo y edificación.
8.Dedíquense los maestros con todo empeño y conciencia a su ministerio sagrado, que es el de educar a los jóvenes en la piedad y en las letras. Por tanto, encuentren la manera, durante el tiempo de clase, de encender en el corazón de los muchachos el amor de Dios, e inculcar el respeto a la Iglesia, la obediencia al Vicario de J.C., háganles amar el estudio y que se esfuercen en el exacto cumplimiento de sus propios deberes.
9.Los maestros empleen bien el tiempo, dedicándolo a la santificación de sí mismos, y a instruirse cada vez más para responder cada vez mejor a la misión del verdadero escolapio.
10.Usen los religiosos entre ellos recíproca caridad, sabiendo excusar con amor fraterno los defectos ajenos, evitando hablar de ellos, y procurando cada uno enmendarse a sí mismo cada vez más.
11.Procure cada uno anteponer el bien y el interés de nuestro querido Instituto a la comodidad e intereses personales, teniendo en cuenta que cada uno de nosotros debe vivir únicamente por el decoro y el incremento de nuestra Orden.

Para el P. Rector:

1.Varios Padres de esta casa expresaron el deseo de tener la recreación en común; vea el P. Rector cómo pueda hacerse esto, siendo tal vez un medio de mayor compenetración entre los miembros de la comunidad.
2.Procure que el ecónomo, si no todas las noches, al menos varias veces a la semana exija al cocinero las cuentas de los gastos diarios. Se recomienda al mismo ecónomo que estañe los cobres de la cocina.
3.Se recomienda al P. Rector que provea para que aumente el número de toallas, manteles y servilletas, toallas de pared, delantales y trapos de cocina.
4.Se recomienda hacer una tabla en la que vengan expuestas ciertas celebraciones del año.

Se recomienda, finalmente, que se observen de la manera más exacta posible las órdenes y recordatorios dejados a la Comunidad con ocasión de la Visita.

Establece también una serie de normas para el juniorato, que se establece en la Badia Fiesolana[Notas 75]:

Normas para la nueva casa juniorato.

Los clérigos están bajo la inmediata dirección del P. Maestro, quien de acuerdo con el P. Provincial tomará las medidas que estime oportunas.

Los clérigos estudiantes deben ocuparse solamente de la piedad y el estudio. Por lo tanto, de ningún modo deben ser puestos al servicio del internado por ningún motivo o circunstancia, pues no deben tener ninguna relación con los internos.

La casa de Badia debe ocuparse del mantenimiento, de la comida, de los gastos de medicinas y de culto en vino, hostias, velas, en relación con los que viven en el juniorato. A su vez la casa de Badia queda dispensada de la contribución anual para los aspirantes.

El administrador de la Caja Central pasará esta contribución al Procurador de la Provincia.

El administrador de las tres casas de Florencia deberá pasar al P. Maestro 5 L mensuales por cada estudiante para vestuario.

El procurador de la Provincia pensará en los gastos derivados de todo lo relacionado con la formación de los jóvenes estudiantes, como libros, papel, plumas, etc.

Puesto que la casa juniorato forma parte del patrimonio de la caja Central, su mantenimiento está a cargo de la Caja Central.

Se enviará un criado de la casa del Pellegrino a la casa del juniorato, y el administrador de las tres casas de Florencia deberá entregar al P. Maestro, a título de vestuario de dicho servidor, lo que mensualmente se suele dar a nuestros hermanos operarios.

El cambio más notable durante estos años en la Provincia de Toscana fue la admisión de la Casa de Santa Isabel. Se trataba de un centro similar al de los hijos de los encarcelados de Pompei, pero en este caso realmente concebido para el bien de los muchachos, y no de la institución. Por lo tanto, la persona adecuada para ponerlo en marcha era el P. Antonio Gandolfi, de Liguria, que durante muchos años había trabajado en Pompei, pero últimamente estaba creando problemas al patrón Bartolo Longo. Así narra el P. Provincial Banchi al P. Mistrangelo el origen de la fundación[Notas 76]:

Hoy a las cuatro he tenido una larga conversación con el Sr. Nicolino Martelli. He querido conocer bien la índole de la institución que nos quisiera confiar, y he comprendido que se trata de una misión bastante delicada, de grave responsabilidad y que requiere hombres de mucha prudencia y circunspección, prontos al sacrificio y a la abnegación. Por lo cual V.E. puede ver que toda la dificultad consiste en encontrar estos hombres. Yo recomendaría al P. Gandolfi, y propondría ver la manera de añadir como compañero el P. Manca, o el P. Micotti, que quizás dejará el cargo de prefecto del Cepparello. Y aquí conviene que ayude el P. Brattina, que podría volver a tomar al P. Micotti y ceder al P. Manca; en cuanto al hermano laico, yo me ocupo de proveer. He hablado de tres religiosos porque he dado a entender al Sr. Martelli que se quiere formar una pequeña comunidad religiosa, y él está de acuerdo, y no me ha puesto ninguna dificultad con respecto al pago de 300 L mensuales, como se dijo en la Congregación General, sin tocar el hecho delicado de las misas, incluso mostrándose satisfecho de no tener que pagar la limosna de la misa. De modo que en general nos hemos entendido. Ahora él espera una respuesta definitiva, y la espera con una cierta urgencia. A este propósito yo me he mostrado bastante reservado, limitándome a decirle que tan pronto yo tenga disponibles los tres individuos, me apresuraré a informarle. Y así nos hemos despedido, en muy buenos términos. Si Jesús y San José quieren que se extienda la mano a esta nueva viña, nos ayudarán. A mí me parece que la cosa es factible, o al menos hay un principio de factibilidad. A su iluminada mente el juicio.

Y la obra funcionó, y en ella estuvo al frente durante muchos años, y muy a gusto, el P. Antonio Gandolfi. Los escolapios abandonaron la obra en 1934.

Hemos hablado más arriba de las dificultades sufridas por el P. Pistelli a causa de sus ideas supuestamente liberales. También el P. Giovannozzi se vio sometido a un severo control, tanto por parte del Provincial Banchi como del General Mistrangelo. Él aceptó con más resignación que su amigo Pistelli las medidas tomadas contra él, y cada vez que iba a dar una conferencia o publicar algún artículo científico lo sometía antes a la censura del P. Provincial. Pero hubo una medida que le dolió especialmente: tuvo que suspender sus clases de religión, abiertas a jóvenes de otros centros los sábados por la tarde. En 1903, angustiado, como él dice, escribe al P. General[Notas 77]:

Luego, Superior y Padre mío, pregunto con el habitual sentimiento de angustia y pasión, pero también, espero, de obediencia y sumisión, su Usted no cree aún llegado el momento de volver a aceptar a mi pequeña escuela de Religión también a los alumnos de otros Institutos que me lo piden. Nuestro campo se va reduciendo cada vez más: en 1º de gimnasio este año sólo tenemos 15 alumnos; del liceo no hablo, 5 o 6 por clase, y todavía es un buen número. ¿Debemos en verdad dejar sin ninguna ayuda a las almas que tienen necesidad de ella? Yo, ciertamente, después de las palabras paternas y benévolas que el Sumo Pontífice León XIII me dijo cuando lo vi el pasado 2 de enero, creería que sobre mi pobre persona ya no hay ahora temores ni sospechas. Pero no pienso en mí, ni pido nada para mí; obedezco con toda sinceridad; sólo pido por los demás, por los jóvenes necesitados.

El P. General se ablanda, y le da permiso para dar sus clases. El P. Giovannozzi le responde, agradecido[Notas 78]:

Esta tarde, sábado, he dado la primera clase de religión. No he querido darle ninguna publicidad, y por ello no he enviado ningún aviso a ningún periódico, sólo había informado de palabra a jóvenes conocidos. Por eso no ha habido un gran número de inscripciones; además de nuestros 18 del liceo, han venido otros 25 de varios liceos públicos o del instituto técnico. Quizás vengan aún más. De cualquier modo, la obra se ha plantado, y al Señor corresponde darle crecimiento. ¡No sé expresarle cuán grato le estoy por haber secundado mi petición!

Una buena noticia para la Provincia de Toscana es el regreso a la Orden del P. Zanobi Baisi, que había desempeñado un importante papel en la misma en tiempos del generalato del P. Casanovas, siendo maestro de novicios, entre otras cosas. Pero, posiblemente a causa de un enfrentamiento con el P. Ricci, había dejado la Orden, yendo como profesor a Pisa. Ahora, a los 55 años de edad y después de estar 13 fuera, pide ser readmitido. Es acogido, y como primer destino es enviado a Volterra. Luego será nombrado Provincial de la Romana (1906-08). Y será enviado en 1907 como Delegado Apostólico para los Seminarios de las Marcas.

La provincia se enriquece con un nuevo edificio: en Empoli se compra de casa para aspirantado, lo cual es un signo de la importancia que se quería dar a la formación de los candidatos[Notas 79].

Nápoles

La provincia de Nápoles atraviesa una seria crisis durante todo este periodo. Dos factores influyen en esta progresiva decadencia: el primero es la falta de capacidad para adecuar el colegio Calasancio a los tiempos nuevos; como consecuencia, irá perdiendo prestigio y alumnado, y contrayendo deudas cada vez más difíciles de pagar. La segunda es la prioridad concedida a la casa de Pompei, que no era escolapia y terminará en fracaso, pero a la cual los Superiores Generales y el P. Giannini cuando fue Provincial sacrificaron los intereses de la Provincia Napolitana.

En cuanto a personal, la provincia estaba sufriendo un declive imparable. En 1901 había tres casas constituidas: el Colegio Calasancio, con 11 sacerdotes, 4 juniores, 5 novicios y dos hermanos, y con 15 alumnos internos, 10 mediopensionistas y 95 externos; además estaba unida a ella la iglesia de S. Carlo all’Arena, con un sacerdote; la casa de Campi, con 4 sacerdotes y 2 hermanos, donde atendían al santuario y a una escuela de primaria ce 53 alumnos; y la casa de Pompei, con 6 sacerdotes, 3 juniores y 1 hermano; atendían a 103 alumnos internos (hospicio de los hijos de los encarcelados) y 91 externos. El P. Provincial Francesco Gisoldi presenta la situación de la Provincia al convocar el Capítulo Provincial de 1901, intentando dar una nota de esperanza[Notas 80]:

Al intimar el Capítulo mi pensamiento se reconforta recordando el pasado, y especialmente la época de 1854, cuando en el Capítulo General de aquel año se elevó una voz que exclamaba: “¡Todas las Provincias decaen, solo la Napolitana florece!”. Hubo un tiempo, pues, en el que la Provincia Napolitana vivía con vigor y gloria. No recuerdo estas cosas para nosotros los viejos, pues nosotros conocemos la historia de aquellos tiempos mejores de los que nosotros mismos formamos parte. Es a vosotros, hermanos jóvenes, a quienes más directamente corresponde apreciar los sacrificios hechos para salvar a través de los duros tiempos actuales los restos de aquellas glorias y entregároslos honradamente. ¡Fueron muy pocos los hijos de Calasanz que permanecieron en el puesto del honor y de los sacrificios! Ya no veis en torno a aquellos hombres generosos, pues algunos, poco a poco, se han ido apagando, y el suyo fue un ocaso glorioso.

En estos recuerdos más que encontrar argumentos de tristeza por la gloria pasada, debemos encontrar motivos para un impulso mayor. Encontramos motivos para ello en las palabras de la carta intimatoria: “Capítulos locales, Capítulo Provincial”. Es la primera vez que, después de la supresión, La Provincia de Nápoles reasume su personal derecho, sin gracias y sin dispensas, sino en vigor de las leyes canónicas y de nuestras Constituciones. Se esperaba la formación de tres casas religiosas para constituir la Provincia. Ahora que ya se ha alcanzado el número canónico con las casas de Nápoles, Campi y Valle de Pompei, en un reciente rescrito pontificio viene reconocida y afirmada la Provincia Napolitana. Sepamos, pues, valernos de ello para hacerla crecer en personas y vigor.

Mis antecesores se han llevado bajo tierra el piadoso deseo; a mí el Señor me ha concedido ver el día del renacimiento de nuestra Provincia: ha llegado para mí el tiempo del “Nunc dimittis”. Por razones orales, y más aún por razones físicas y por años, me siento gastado: por ello es necesario pensar en un sucesor con fuerzas nuevas[Notas 81].

Su actitud no era tan esperanzada un par de meses antes cuando escribía una carta desoladora al P. General, tras haber recibido él otra del P. Sisto Buonaura, que había sido rector del colegio de Nápoles y lo había arruinado luego. Y no solo una ruina económica, sino sobre todo una ruina moral. Sólo quedaban en el colegio 25 alumnos internos y 80 externos, mientras los jesuitas tenían 130 y 600, y los barnabitas tenían tantos alumnos que a veces hacían a los escolapios la caridad de enviarles algunos, porque no caben es sus aulas… Añade el P. Gisoldi[Notas 82]:

¡Pobre casa, pobre provincial napolitana! ¡Me la veo despedazada entre las manos, envilecida, dividida! ¿Quién puede medir mi amargura ante este espectáculo de muerte de la Provincia que yo he amado y amo tanto! (…) El P. Sisto confiesa haberse arruinado él mismo, su nombre, el nombre de los escolapios, la casa, la provincia, cuando aceptó el rectorado de Pompei. Confiesa el error, pero no dice que fue sordo a quien le rogaba que no abandonase la casa de Nápoles. Resultó fatídico lo que le dice: “Pompei será la tumba del Colegio Calasancio de Nápoles”.

El P. Buonaura le había pedido que le ayudara a hacer las cuentas, pero él, ignorando los datos, y sin ningún tipo de apuntes, no podía hacerlo, inventando cifras. Sugiere al P. General que para salvar a la Provincia hay que comenzar apartando lo viejo: quitarle a él de Provincial. Después de la celebración del Capítulo, insiste en que nombre un Provincial nuevo[Notas 83].

El P. General decide enviar a Nápoles al P. R. Cianfrocca, Procurador General, para que examine la situación de la Provincia y haga alguna recomendación. El P. Cianfrocca va a Nápoles, y desde allí mismo envía su informe a la Congregación General[Notas 84]:

Aunque encuentro el estado de la Provincia de Nápoles digno de compasión, no es tan desesperado como nos querían hacer creer. Según el criterio que me he formado, habría que acceder a la dimisión del ex Provincial P. Gisoldi, quien con la carta que escribió a V.E., y que nos leyó en la Congregación General en Florencia, dice que la Provincia Napolitana es ya un cadáver, y que él no tiene el poder divino de hacerla resucitar, y que por tanto, si se la quiere resucitar, hay que confiarla a otro, y no a él, Recurramos, pues, a otros, y sin salirnos de la terna de provinciables, convendría nombrar al P. Giannini, pero no Provincial, sino Vicario Provincial, para no suscitar veleidades regionales, y darle órdenes precisas al enviarle la patente:

a)Evitar la catástrofe financiera inminente no vendiendo Bellavista, después que han puesto carteles públicos anunciando esta venta en todo Nápoles y fuera, vendiendo o alquilando en lugar de ello la casa de Donnaregina, que no sirve para ser colegio y ya está muy desacreditada entre todos, y crear un nuevo colegio aquí en Bellavista que, a juicio de los que piensan bien, tratándose de un lugar verdaderamente regio por la amplitud de los locales, la belleza y la bondad del campo, la comodidad de los medios de transporte, y centro de pueblos ricos y poblados, que carecen de un instituto de este tipo, sin duda podría estar a la base de un verdadero resurgir, como lo fue y lo es el Mondragone cerca de Roma, el de la Canocchia cerca de Nápoles y el de Vico Equense cerca de Sorrento.
b)Suprimir el liceo, tanto más cuanto que para estas clases no hay ningún interno entre los pocos, exactamente 16, que componen el colegio.
c)Restringir la enseñanza al gimnasio y la escuela primaria, y en el gimnasio solo las clases para las que haya internos.
d)Aplicar a estos dos únicos niveles solamente padres escolapios, pues hay los suficientes, ya que se cuentan hoy 15 religiosos que forman parte del colegio, y despedir a los profesores seglares, que hoy llegan a 13, que son auténticas sanguijuelas, exceptuando alguno, en caso de necesidad, para las bellas artes.
e)Restringir el número de criados por ahora, que están ociosos y se ocupan poco de la limpieza.
f)Nombrar vicerrector al P. De Carolis, dejando el título al moribundo P. Buonaura[Notas 85], pero no para un trienio, sino temporalmente, para permitir al nuevo Provincial que estudiara mejor la situación en los primeros meses de su mandato, y viera cuál es el individuo joven y más a propósito para el cargo. Al De Carolis, quitarle el cargo de Prefecto de las escuelas, cargo para el que un joven servirá mejor, y jóvenes no faltan.

g)Poner las bases de una administración regular a cargo no sólo de una sola persona, sino de los oficiales elegidos por la comunidad, que debe observar las prescripciones de las Constituciones, teniendo ante los ojos las normas que nos da el maravilloso administrador nuestro S. José en sus reglas, normas que son tan sabias que yo lo consideraría entre los más grandes administradores civiles.

Estas son las primeras decisiones que yo creería oportunas por ahora. Luego de palabra, yendo a hablar con V.E. a Florencia, podemos precisar más.

Y, en efecto, recibe el encargo de dirigir la Provincia, con el nombramiento de Vicario Provincial, el P. Giovanni G. Giannini, que era originario de Toscana y llevaba ya varios años a cargo del hospicio de Pompei. Pero el P. Giannini, aceptando el cargo, no cambió mucho su forma de vida, que seguía centrada en Pompei, de donde apenas se ausentaba. No se acercó a Campi, porque estaba demasiado lejos. Y en cuanto a Nápoles, intentó encontrar fórmulas para disminuir la deuda del colegio, vendiendo si era preciso la villa de Bellavista Portici; pero él no era un hombre hábil para los negocios, y a pesar de su buena voluntad, poco logró hacer. Además, cuando intenta llevar alguna medida enérgica, a menudo se encuentra con la oposición de los religiosos de Nápoles, a quienes no les acaba de gustar que un toscano tome decisiones radicales para su Provincia. Por eso dos años después de ser nombrado Vicario Provincial, envía su renuncia al P. General, reconociendo que es incapaz de salvar la Provincia, y en particular la casa de Nápoles[Notas 86].

Ante la gravedad de la situación, la Congregación General decide enviar de nuevo a Nápoles al P. R. Cianfrocca, Procurador General para que lleve a cabo una visita económica y sugiera qué hacer[Notas 87]. Se trataba de resolver, sobre todo, una cuestión delicada con el P. Romeo, que era uno de los copropietarios nominales del colegio de Nápoles y la villa de Bellavista. Viendo la ruina de la Provincia, exigió legalmente que se le devolviera su parte de capital. La Provincia no estaba en condiciones de devolver nada, así que tuvo que ser la Caja de la Orden la que le pagó para evitar el escándalo, pero al mismo tiempo lo expulsaron de la Orden.

La Congregación General acepta la renuncia del P. Giannini, y vuelve a nombrar en su lugar al P. Gisoldi[Notas 88]. Este, obediente, acepta de nuevo el cargo, a pesar de que sabe le va a resultar más pesado que antes, por ser él más viejo y las circunstancias más difíciles[Notas 89]. Ve en grave peligro la continuidad del colegio de Nápoles, precisamente ahora que parece que vamos a dar un segundo santo a la Iglesia (S. Pompilio). A él le confía la salvación de la Provincia. Y, desde luego, el Beato – Santo no les falló a los escolapios que confiaban en él.

Durante todos estos años vemos cambios de poca duración (noviciado a Pompei cuando Giannini es Provincial; vuelta a Nápoles más tarde; envío de los novicios a Liguria…). Intentos de vender terrenos de Bellavista para poder pagar las deudas (en parte llevados a cabo); posibilidad de vender el colegio o al menos abandonarlo y alquilarlo, trasladándose todos a Bellavista… Algunas provincias italianas hacen préstamos a la napolitana para evitar la expropiación del colegio por deudas, pero en realidad la ayuda no resolvía el problema: la casa tenía más gastos que entradas, por lo que la deuda seguía aumentando. El colegio Calasancio de Nápoles acabó cerrándose en 1904: se alquiló al municipio, que instaló en él escuelas municipales. En 1926 fue reabierto por parte de los escolapios. Al cierre del Calasancio se añadió el abandono de Pompei en 1907. Se abría un periodo muy difícil para la Provincia. Eran muy conscientes de ello los religiosos de Campi, única casa a salvo, que escribían al P. Mistrangelo[Notas 90], diciéndole que les causaba mucho dolor el cierre de la casa de Nápoles, y temían que iban a pagar las consecuencias también en Campi. Añadían:

Esta casa se reabrió en noviembre de 1898 mediante un contrato firmado por el Alcalde de aquel tiempo y el P. Gisoldi, Provincial. Aquel contrato, del que le envío copia, que no está reconocido por el Provisor, ni por la Junta Escolar Provincial, es un acto privado y sin ningún valor jurídico, y por tanto es denunciable por una de las partes, y la otra no puede hacer nada en contra. De aquí se deriva el estado precario de esta casa, y la continua y siempre creciente preocupación de los religiosos.

Y tenemos motivos justificados para estar preocupados, pensando en la elasticidad del Consejo Municipal, donde no faltan individuos que asiduamente proponen la expulsión de los Padres, apoyándose en que el contrato no solo no tiene valor, sino que contiene obligaciones que hasta ahora no hemos satisfecho. De hecho, el art. 1º del contrato impone que haya maestros de todas las materias, y que los maestros sean jóvenes y provistos de diploma. Y nosotros desde hace 6 años carecemos de profesor de francés y del maestro de 1º de gimnasio, y vamos tirando por medio de recomendaciones al Secretario municipal para que no mueva este peón. A largo plazo se descubrirá el juego: llegarán protestas al consejo, nos acusarán de faltar a la palabra, y demás. Puestos en una posición insostenible, y no por culpa nuestra, ¿quién nos apoyará?

Este es un punto grave sobre el que llamamos la atención de los Superiores para que provean a tiempo, y con religiosos, ya en que Campi no están dispuestos a recibir a otros maestros seglares, además de los que ya tenemos. Además, uno de estos, o los dos, pueden irse, y entonces tendremos otros huecos que habría que cubrir con religiosos con diploma. Incluso existe el peligro de que uno de los dos profesores quiera dejarnos pronto, ya que, quizás a la vista de nuestra impotencia, presenta algunas pretensiones, a las que no estamos en condiciones de ceder.

Es también grave el art. 2º, en el que se impone a los escolapios el reconocimiento del gimnasio. Es un artículo que dejamos sin comentarios…

Esta es la situación de la casa de Campi, que debería ser la joya de la Orden, porque tiene su origen en los tiempos del Santo Padre, y porque es depositaria del cuerpo de nuestro B. Pompilio.

Caído Nápoles, está claro que deberá caer Campi, y entonces se verá otra vez que los Padres ancianos serán invitados a ir a casa de sus familias. Pero los religiosos de Campi, viejos y jóvenes, no tienen familia: su familia es la Orden en la que quieren perseverar hasta la muerte.

Hemos enviado copia al Excmo. Visitador apostólico y ala Rvmo. P. Asistente. (Firman 5: Sacchi, De Pace, Filomeno, Vasca y Glicerio Terraccianco).

Uno de los firmantes, el P. Pompeyo Vasca, merece una mención especial. Había nacido en 1869, y tras ser ordenado en sacerdote, fue enviado primero a Pompei, para trabajar en el instituto de los hijos de los encarcelados. Después pasó muchos años en Campi, donde fue nombrado rector varias veces. Es, probablemente, el primer escolapio que soñó con ir a África. A finales de 1901 manifestó sus deseos al P. General[Notas 91]:

La Obra de San José de Calasanz siembra desde hace siglos y recoge frutos de vida eterna en muchas regiones de Europa y de la lejana América. África, sin embargo, ha quedado, como estaba, en las tinieblas, al margen de tanto bien, y espera tal vez ansiosa que un rayo de tanta luz de nuestro S. Padre llegue finalmente hasta ella, e ilumine la mente de tantos pobres niños que podrían un día formar parte también de la Iglesia de Jesucristo, cantarle himnos a él, Padre amoroso, y recibir después de morir la gloria que de otro modo esperan en vano.

Me vino esta idea hace seis o siete años, y no me ha abandonado luego, en medio de las obligaciones escolares y de tantos sufrimientos que a veces me han hecho llorar.

Muchas veces me he dirigido al Señor en el silencio del corazón, y le he rogado humildemente que me mostrara más claramente su voluntad, y me abriese el camino para seguirlo fielmente. Una vez, siendo estudiante universitario, hablé de ello con mi confesor el P. Fernando Ferrara, y me aconsejó que esperara aún, hasta después de licenciarme, y que me abandonara en las manos de Dios. Hace ya cuatro años que me he licenciado y este pensamiento sigue presente en mí; incluso se ha hecho más vivo, como para escribir a mis Superiores, y manifestarles lo que pienso, pero razones quizás poderosas me han contenido y no lo he hecho.

Sin embargo, ahora que las cosas de la provincia napolitana han tomado un aspecto diferente[Notas 92], por fin me he determinado a echarme a los pies de V.P. Rvma., a abandonarme en sus manos, y a esperar de Usted lo que Dios quiera de mí.

Quizás este deseo mío podría a primera vista parecer extraño por las grandes dificultades que representa, y por los muchos obstáculos que podrían presentarse. Pero si esta es la voluntad de Dios, si Dios quiere que la Obra de nuestro S. Padre llegue hasta allí para recoger frutos de paraíso, ciertamente lo que ahora parece extraño podría hacerse realidad, y los obstáculos que el infierno podría oponer, ser vencidos y eliminados.

Compadézcase V.P. Rvma. de mí, perdone tanto atrevimiento y deme la bendición que, de rodillas a sus pies, espero de corazón.

El P. Mistrangelo debió responderle animándole a mantener encendido su deseo, pero esperar a que llegara el momento oportuno. En 1904 volvió a escribirle, para recibir seguramente la misma respuesta[Notas 93].

Y todavía escribió una vez más al P. Mistrangelo (a la sazón Visitador General) para insistir sobre su deseo, precisando el destino al que quisiera ser enviado[Notas 94]:

Cada vez es más fuerte en mí el deseo de ir a África para reunir niños y educarlos según el corazón de S. José de Calasanz. Por ello me dirijo de nuevo a V.E. Rvma., que tiene corazón de Padre y ama la Orden con el amor de los grandes, para que se tome la cosa a pecho y la dirija con la prudencia que es su don especial.
Si es voluntad del Señor lo que mi corazón desea, yo sería de la opinión de ir a África meridional, entre los Bosquimanos, que están todavía aislados, y allí, a la sombra de la Cruz, que abate los ídolos y convierte a los pueblos, llevaría la luz del Evangelio a aquellos pobrecitos, que sin embargo son nuestros hermanitos y herederos del Reino de Dios.
Señor, Tú que desde hace tantos siglos te sirves de los pequeños para llevar a cabo tus obras, infunde en mi pecho la fortaleza de los Santos, y al Pastor de Florencia, a quien se ha dirigido tu siervo, ilumínale la mente y fortalece su brazo para que disipe las tinieblas y rompa las cadenas que se opongan a este propósito.

Le beso de corazón la mano y le pido su santa bendición.

El P. Mistrangelo debió responderle lo mismo que las otras veces: siga en Campi. Así que, obediente y resignado, escribe una carta al P. Mistrangelo[Notas 95]:

Las palabras de V.E. Rvma. me son siempre de gran consuelo, y le doy las más sentidas gracias. Yo mientras tanto quiero obedecer ciegamente, ya que esta es la vía más segura, y espero que el Señor recompense la pobre ofrenda de mi corazón. Haré, pues, como me ha aconsejado V.E. Rvma., y me alegraré de no haber actuado según mi capricho.

El P. Vasca, pionero de los escolapios africanos. Si no en la realidad, al menos en el deseo.

Digamos, para terminar con la Provincia de Nápoles, unas palabras sobre la casa de Pompei. El drama de la casa de Pompei comenzó en tiempos del generalato del P. Ricci, y ya le dedicamos un apartado al escribir su biografía[Notas 96]. Durante el generalato del P. Mistrangelo se produce la protesta del P. Gandolfi por la explotación a que eran sometidos los niños en la imprenta de la institución, y su remoción de la casa, junto con el P. Santangeli. Fue la ocasión providencial para que sugiera la nueva casa de Santa Isabel en Florencia, mucho más del gusto de ambos. En cambio, el P. Giannini continúa trabajando con entusiasmo en aquella casa, sometiéndose en todo a las exigencias de Bartolo Longo, esperando que las cosas cambien a mejor en el futuro, cosa que no ocurrirá. Durante años sigue pidiendo ayuda al P. General para que le suministre el personal necesario, cosa que este hace cada vez con menos convicción. El drama concluirá solamente en 1907, con el abandono de la casa por parte de los escolapios, al no aceptar Bartolo Longo la firma de un contrato estable en que se concediera autonomía a los escolapios para dirigir el hospicio de los hijos de los encarcelados.

Notas

  1. ASP …
  2. RG 249 b 3, 13. 3 diciembre 1899. 17: 28 noviembre 1899.
  3. RG 249 b 4, 15. 4 mayo 1900.
  4. RG 249 b 4, 16. 17. 15 mayo 1900.
  5. RG 250 b 1, 7.
  6. RG 250 b 1, 6. 16 marzo 1901.
  7. RG 250 b 1, 10. 21 marzo 1901.
  8. RG 250 b 1, 9. 22 marzo 1901.
  9. RG 250 b 1, 24. 3 junio 1901.
  10. Giuseppe Toniolo (1845-1918), economista y sociólogo, fundador de las Semanas Sociales de los Católicos Italianos. Beatificado en 2012.
  11. RG 250 d 1, 59. 15 septiembre 1901.
  12. RG 250 d 1, 58. 3 octubre 1901.
  13. RG 250 d 1, 57. 6 octubre 1901.
  14. RG 250 b 1, 55. 10 octubre 1901.
  15. RG 250 b 1, 62. 4 mayor 1901.
  16. RG 250 e 1, 38. 20 diciembre 1901.
  17. RG 250 b 2, 5. 1 febrero 1902.
  18. RG 250 b 2, 9. 7 febrero 1902.
  19. RG 250 b 2, 12. 10 febrero 1902.
  20. Cf. RG 21, sesiones del 8 y 9 agosto 1900, 5 y 10-12 septiembre 1900, 19 agosto 1902.
  21. RG 249 d 4, 22. 17 agosto 1900.
  22. RG 250 d 2, 31. 3 octubre 1902.
  23. RG 250 d 3, 10. 16 octubre 1903. Un libelo anónimo (obra, al parecer, de dos sacerdotes seglares, les acusa de no educar ni en piedad ni en letras, de tener abandonados a alumnos internos y externos, y pide que envíen personal nuevo a Alatri.
  24. RG 250 a 3, 81. 2o septiembre 1903.
  25. RG 250 a 4, 6. 15 febrero 1904.
  26. RG 250 a 4, 9. 3 marzo 1904.
  27. RG 250 a 4, 18. 25 julio 1904.
  28. RG 250 e 3, 4. 3 febrero 1904.
  29. RG 250 de 1, 9. 17 enero 1901.
  30. RG 250 e 4, 10. 27 diciembre 1904.
  31. RG 249 d 4, 17. 26 junio 1900.
  32. RG 249 de 4, 32, 14 octubre 1900.
  33. RG 250 e 1, 21. 3 febrero 1901.
  34. RG 250 e 1, 13. 20 febrero 1901.
  35. RG 250 d 1, 18. Sin fecha.
  36. RG 250 d 1, 22. 17 febrero 1901.
  37. RG 21, pág. 14-16.
  38. RG 250 e 2, 22. 23 julio 1902.
  39. RG 250 e 2, 39. 2 diciembre 1902.
  40. RR 18.
  41. RG 249 a 3, 4. 7 abril 1900.
  42. RG 249 a 3, 10- 10 junio 1900.
  43. RP 6, 69.
  44. RG 250 a 1, 34. 9 septiembre 1901.
  45. RG 250 a 1, 35. 23 septiembre 1901.
  46. RG 250 a 1, 20. 14 octubre 1901.
  47. El P. Benedetto Pescetto (1857-1905) falleció enfermo de diabetes, se le gangrenó un pie. Había enseñado en Carcare (1877-1897) y Cornigliano (1897-1898). Fue enviado como rector a Ovada (1898-1901) Pasó luego a Savona, también como rector (1901-1904); en 1904 fue enviado a la Badía Fiesolana (sustituyendo al P. Adolfo Brattina, nombrado General), y allí falleció.
  48. RG 250 a 1, 41. 15 octubre 2001.
  49. RG 250 a 1, 42. 21 octubre 1901.
  50. RG 250 a 2, 43. 27 julio 1902.
  51. RG 250 a 1, 10. 16 mayo 1901.
  52. RG 250 a 1, 11. 25 mayo 1901.
  53. RG 250 a 2, 29. 5 mayo 1902.
  54. RG 250 a 5, 13. 18 enero 1905. El P. Tenti fue Provincial de Liguria de 1904 a1911.
  55. RG 247 c 1, 21. 24 agosto 1885.
  56. Reg. Prov. 9 B, “Oristano”, 1.
  57. Reg. Prov. 9 B, “Oristano”, 3.
  58. Reg. Prov. 9 B, “Oristano”, 4. 19 noviembre 1900.
  59. Reg. Prov. 9 B, “Oristano”, 5. 3 diciembre 1900.
  60. Escolapio sardo, que tenía medios económicos y le había prometido ayuda. Contaba mucho con él para comprar el convento abandonado y restaurarlo.
  61. RG 250 a 1, 9. 24 mayo 1901.
  62. M RG 250 a 1, 28.
  63. R F 250 a 3, 39. 14 mayo 1903.
  64. RG 250 a 3, 105. 4 noviembre 1903.
  65. RG 250 a 3, 65. 10 agosto 1903. RG 250 a 3, 69. 4 septiembre 1903. RG 250 a 3, 72. 7 septiembre 1903.
  66. RG 250 a 4, 24. 4 julio 1904.
  67. RG 250 a 4, 26. 20 julio 1904.
  68. RG 250 a 1, 53. 14 diciembre 1901.
  69. RG 250 a 3, 14. 24 enero 1903.
  70. RG 250 a 3, 21. 22 febrero 1903.
  71. RR 22.
  72. RG 250 b 3, 24. 25 junio 1903.
  73. RG 250 b 3, 43. 11 octubre 1903.
  74. RP 19 b, 249.
  75. RP 19 b, 264. 30 septiembre 1901.
  76. RG 250 b 2, 29. 8 septiembre 1902.
  77. RG 250 b 3, 46. 31 octubre 1903.
  78. RG 250 b 3, 52. 21 noviembre 1903.
  79. RG 250 b 2, 11. 3 febrero 1902.
  80. RP 11 B, 248. 30 junio 1901.
  81. Había sido Provincial de 1891 a 1901, y volvió a serlo de 1903 hasta 1906, y luego en 1912. El P. Gisoldi había nacido en 1828 y falleció en 1912. Al escribir la carta tenía, pues, 73 años.
  82. RG 250 c 1, 14. 19 abril 1901.
  83. RG 249 c 3, 17. 26 julio 1901.
  84. RG 250 d 1, 47. 25 septiembre 1901.
  85. Falleció en 1911.
  86. RG 250 c 3, 23. 31 agosto 1903.
  87. RG 21, pág. 33.
  88. RP 11 B, 252. 1 noviembre 1903.
  89. RG 250 c 3, 32. 3 noviembre 1903.
  90. RG 250 c 5, 2. 27 septiembre 1904.
  91. RG 250 c 1, 47. 28 diciembre 1901.
  92. Las cosas se estaban poniendo muy mal: habían tenido que nombrar Provincial a un escolapio de otra Provincia, el P. Giannini; existía el riesgo inminente de cerrar el colegio de Nápoles y de vender la casa de Bellavista, para pagar las elevadas deudas que, día a día, iban aumentando. En resumen: la provincia corría el riesgo de desaparecer.
  93. RG 250 c 4, 3. 22 enero 1904; RG 250 c 4, 5. 31 enero 1904.
  94. RG 250 c 5, 5. 5 enero 1906.
  95. RG 250 c 5, 6. 15 enero 1906.
  96. ASP …