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24.11. Hacia la sesión tercera

El Sábado Santo -día 15 de abril de 1645- escribía el P. General al P. Berro sobre la próxima sesión de la Comisión Cardenalicia: 'algunos dicen que se hará la semana después de la octava de Pascua y pretenden que se decidirá que en adelante no se hagan ya votos solemnes, sino simples y que se ha de dejar la pobreza [suma] y admitir ingresos [fijos]. A todo esto he hecho responder por abogados y recurriremos también a recomendaciones necesarias'.[Notas 1] efectivamente, a las mencionadas intervenciones de las cortes de Polonia y Florencia y de la embajada de España, se añadía el recurso a abogados de oficio, como fueron el romano Francisco Firmiani y el flamenco Teodoro Ameyden, cuyos preciosos alegatos se conservan, así como otros dos anónimos, muy bien estructurados y convincentes.[Notas 2]

No son menos interesantes los memoriales dirigidos a los cardenales que intervienen en las sesiones de la Comisión: Roma, Spada, Ginetti y Cueva; hay un texto único para los tres últimos y otro semejante, pero más prolijo, para Roma, además de dos versiones o minutas variantes de otro distinto para Ginetti tsr.[Notas 3] Del cardenal Colonna tenemos su respuesta a las recomendaciones que le hace el príncipe de Nikolsburg, Maximiliano Dietrichstein.[Notas 4] Asimismo, se conservan copias de memoriales mandados al cardenal Horacio Giustiniani Ludovisi, sobrino de Gregorio XV, y a otros dos cardenales anónimos.[Notas 5] Es muy probable que el P. Casani no sólo interviniera en la copia de estos memoriales por su elegante caligrafía, sino también en su misma composición, así como en otros parecidos, dirigidos a toda la Comisión o a algún personaje particular.[Notas 6] Igualmente, el P. Castelli debió de escribir por estos meses anteriores a la sesión tercera su larga ‘Apología’ de las Escuelas Pías para la Comisión.[Notas 7]

Se recurrió también a la Congregación de Propaganda Fide, de la que formaban parte los cardenales Roma y Ginetti, y cuyo Secretario, Mons. Francisco Ingoli, era muy amigo del P. General. El interés de esta Congregación por la labor pastoral de los escolapios en la conversión de herejes en Alemania fue el motivo de recurrir a ella para que intercediera ante la Comisión Diputada. Desde 1640, la Congregación de Propaganda Fide pedía una relación anual de las conversiones conseguidas por los escolapios. En mayo de 1644, al dar dicha relación de 198 conversiones el P. Vicario Provincial, Alejandro Novari, escribió también el príncipe Maximiliano Dietrichstein al cardenal Roma recomendándole los asuntos de las Escuelas Pías. De nuevo en enero de 1645, el P. Novari mandó a la misma Congregación una vibrante ‘Apología’, pidiendo protección, y especialmente que consiguieran del papa poder admitir novicios. De todo ello se habló en la sesión que tuvo lugar el 3 de julio de 1645, y se dieron copias de todas las cartas recibidas hasta entonces al cardenal Ginetti, añadiendo recomendaciones a favor de la Orden para la próxima sesión de la Comisión Diputada, que fue el 17 de julio. Y algo tuvo que influir en el resultado favorable de dicha sesión.[Notas 8]

En tales circunstancias no dejaba de ser muy grave el verse privada la Orden de un Cardenal Protector, cuando más falta le hacía. Fue lamentable que por el decreto del 14 de agosto de 1642 -a raíz del registro de la habitación del P. Mario- quedara privado totalmente el cardenal Cesarini de sus funciones de Protector de la Orden hasta su muerte, ocurrida el 15 de enero de 1644. Un año más tarde, el abate Orsi, hablando con el cardenal Juan Bta. Pallotta, le insinuó la posibilidad de que aceptara la protección de las Escuelas Pías. El cardenal estaba dispuesto, pues tenía al Fundador 'por un gran Siervo de Dios' y a la Orden como 'utilísima en la Cristiandad e Iglesia de Dios'. El abate escribió al rey de Polonia que presentara a Pallotta para este oficio, como de hecho lo hizo con fecha del 11 de marzo de 1645.[Notas 9] Pero el papa no hizo caso.

En octubre de ese mismo año, el P. General elevó al papa otra petición de Protector en la persona del cardenal Horacio Giustiniani, a la que respondió Inocencio X con un cumplido 'se considerará'.[Notas 10] Y en eso quedó. Todavía en 1646 hubo otro intento de conseguir que dicho cardenal Giustiniani fuera nombrado Protector, pero nada se obtuvo.[Notas 11] Y murió el Santo Fundador sin conseguir un Cardenal Protector.

Hubo, finalmente, un personaje cuya intervención fue providencial, Mons. Bernardino Panícola, amigo y colaborador de Calasanz desde 1616, abogado de la Curia Romana hasta 1642, en que fue nombrado obispo de Ravello, en el reino de Nápoles.[Notas 12] A principios de 1645 se habla de su venida a Roma por asuntos personales,[Notas 13] pero no realizó el viaje hasta mayo. Asumió la tarea de mediador entre el P. Generaly el P. Cherubini, intentando satisfacer ambas tendencias opuestas respecto a la reforma de la Orden y reposición del P. General en sus funciones. Y efectivamente, el 12 de mayo escribía a Berro, residente en Nápoles, que había conseguido ya el restablecimiento del P. General con sus Asistentes, añadiendo dos más, que luego pretendían que fueran cuatro, es decir, ocho en total, y todos con voto decisivo, lo cual no acababa de convencer al Fundador. Esto sería hasta septiembre, en que se tendría Capítulo General y se resolverían las demás cuestiones.[Notas 14] No obstante, al cabo de un mes siguen todavía las cosas sin decidirse, pues -como dice Panícola a Berro- 'el P. Esteban se escurre como una anguila y hay que tener paciencia'.[Notas 15] Se llega finalmente a mediados de julio y Mons. Panícola anuncia la próxima reunión de la Comisión, sin confiar demasiado en el éxito: 'Se tendrá pronto la Congregación de Cardenales, sin duda, la semana que viene -escribe el día 15 de julio-. He hecho lo que he podido para llegar a un arreglo. No se cumple nada de lo que se dice'.[Notas 16] Y efectivamente, no será fácil la reunión, y seguirá el forcejeo por ambas partes.

En los numerosos memoriales que habían recibido los miembros de la Comisión, las peticiones más repetidas eran las siguientes: que se quitara el gobierno presente, por ser contrario o no contemplado en las Constituciones, y se repusiera en sus funciones al P. General; que no se suprimiera la Orden, ni se redujera a Congregación de votos simples, ni se sometiera a los Ordinarios; que no se limitara la enseñanza simplemente a leer, escribir y ábaco, sino que se siguiera enseñando latín; y esto para defender el derecho de los pobres a la cultura y propugnar que no eran superfluas las Escuelas Pías, porque ya existían los jesuitas, sino que hay campo para todos en la Iglesia de Dios; que no se moderara la pobreza suma y demás austeridades de la Orden.

Es interesante observar que a estas alturas, los tres asuntos referentes a la nulidad de la profesión, aspiraciones al sacerdocio y litigio por la precedencia, apenas si tienen relieve, pues en realidad lo que se discutía e interesaba de verdad era la supervivencia de la Orden y su pretendida reforma moderadora. No sin, cierta ironía insinuaba el abogado Ameyden que los papas, a través de los siglos, se habían interesado en promover la observancia austera en las religiones relajadas, pero no en introducir relajación en las normas antiguas.[Notas 17]

Habrá ocasión más tarde de escuchar los amargos lamentos del Santo Fundador al no comprender cómo se había llegado a destruir una obra tan beneficiosa para los pobres. Pero no queremos dejar de observar que quizá nunca, desde la fundación de las Escuelas Pías, se escribieron páginas tan vibrantes y tan hermosas para defender el derecho de los niños pobres a la enseñanza y a la cultura, para justificar con ello la existencia histórica de la Orden. Y de esas páginas citemos sólo unos párrafos, salidos del alma de Casani y de Castelli, los dos viejos Asistentes Generales y compañeros del Fundador desde los primeros tiempos de la Congregación Paulina:

'El Institutó de las Escuelas Pías -escribe Casani a un cardenal-… no se puede negar que en la sociedad cristiana no sólo no es superfluo, sino necesario… sobre todo porque la Sociedad Cristiana consta en su mayor parte de ciudades, pueblos-y gentes pobres, Que por atender al sustento cotidiano con las propias fatigas, no pueden atender a sus hijos, los cuales, por el hecho de ser pobres, no deben ser abandonados, siendo, como se ha dicho, la mayor parte de la sociedad cristiana, y también ellos redimidos con la preciosa sangre de Jesucristo, y tan queridos por S. D. M., que dijo haber sido mandado al mundo por su eterno Padre para enseñarles: ‘evangelizare pauperibus misit me’. De aquí se deduce cuán lejos esté de la piedad cristiana y del sentimiento de Cristo aquella política que enseña ser nocivo a la sociedad el enseñar a los pobres, al desviarles -dicen- del ejercicio de las artes mecánicas, razón, además, que la experiencia demuestra falsísima, pues aquí en Roma, después de casi 50 años que las Escuelas Pías enseñan a los pobres, no se ve que haya penuria de artesanos'.[Notas 18]

En los párrafos de la Apología de Castelli se nota incluso un matiz moderno en la valoración de los pobres:

Las Escuelas Pías -se dice- son nocivas a la sociedad 'por ser contrarias a la buena política… pues con tanta facilidad de estudiar se da ocasión a todo pobre de aspirar a un estado superior, abandonar las artes y oficios y aborrecer los servicios más bajos…'. Pero -rebate Castelli- 'si la buena educación es cosa buena, ¿por qué han de quedar excluidos de ella tantos pobres beneméritos? ¿Acaso los pobres no son aquellos mismos que, según decís vosotros, sustentan al mundo con sus fatigas? ¿Y quiénes han sido los inventores y perfeccionadores de las artes? ¿No es cierto lo que dice Botero, que los mayores negocios y los más difíciles son pensamientos de hombres pobres, que para conseguir algo deben estar vigilantes mientras los ricos duermen, y cuando está ya todo hecho suelen aparecer en escena para autorizar y garantizar los negociados de los mismos pobres? ¿Acaso las grandezas de los ricos y las riquezas de los grandes no han tenido su origen en la destreza de los últimos pobres entre sus antepasados? ¿Y qué seríais vosotros quizá, los que estáis leyendo esto, si hubieran tenido vuestras ideas los ricos en tiempo de los últimos pobres de vuestra prosapia?'.[Notas 19]

Esta ‘Apología’ está dirigida a la Comisión Cardenalicia, cuyo Presidente, cardenal Roma, se sabía de cierto que era decididamente contrario a la culturización de los pobres. Y dichas las cosas así, con esa crudeza y ese aire oratorio ciceroniano, es probable que produjeran un efecto contrario. Muchas veces la verdad desnuda ofende, sobre todo a los grandes.

Notas

  1. C.4261.
  2. Cf. PAOLUCCI, doc. 1,29 y 33; BARTLIK, Archivum 3 (1978) 16-18.
  3. Cf. EC, p.614-615, 603-607; EGC X, p.343-345.
  4. EC, p.980. Con fecha del 14 de enero de 1645 se prometen cartas de recomendación del secretario del rey de Polonia para los cardenales Cueva y el nepote Camilo Pamfili (EEC, p.1062).
  5. EC, p.619-623.
  6. EC, p.607-610, 615-618.
  7. EC, p.2829-2836.
  8. Cf. G. SÁNTHA, ‘Sacra Congr. de Propaganda Fide et Scholae Piae in quinquenio 1644-1648:’ Eph.Cal 4(1960 112-114; EC, p. 1375-1376,1693-1376, 1913-1915
  9. Cf. EC. P.2953 y EEC,p.1070. n2
  10. C. 4303 y 4315
  11. Cf. EC, EHI, P.322 Y 272
  12. Cf. EHI, P.1575 EHI, p.322 y 772,
  13. EHI,
  14. Cf. EC, p.1991 y c.4270. La exigencia de ocho o diez Asistentes con voto decisivo ya la propuso Pietrasanta en su autodefensa del 7 de febrero de 1644, como propia de Cherubini y unida a la reintegración del P. General (cf. EC, p.2101). Sin embargo, Cherubini y Pietrasanta gobernaron sin Asistentes, y Mario con Pietrasanta lograron eliminar a los tres, nombrados por breve pontificio.
  15. EC, p.1992.
  16. EC, p.1993.
  17. Cf. BARTLIK, O.C., p.17.
  18. EC, p.620-621.
  19. EC. p.2832-2833.