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PARTE SEXTA IV [PARTE 4ª IV] [D. GASPAR DRAGONETTI SE DESPIDE DE SUS ALUMNOS NOBLES, Y SE VA CON LOS POBRES DEL P. JOSÉ

[El capítulo comienza en la página 3. Se ve claramente que se han perdido las páginas 1 y 2.]

…acompañaba al Colegio Romano[Notas 1]]; y otros iban a los estudios públicos de la Sapienza de Roma, y luego volvían a su casa, a la hora señalada para la comida. Les daba la comida en el Refectorio a todos juntos, y los alimentaba también con lecturas espirituales. Por la noche dormían en salas, separados unos de otros, con su pedante que los cuidaba, para que, como jóvenes que eran, no cometieran ligerezas. Así que vivían como Religiosos, porque también quería que se confesaran y comulgaran cada mes con los Padres dominicos, que estaban muy cerca. Con esta buena educación, todos querían educar a sus hijos y parientes en el Temor de Dios y en las virtudes escolares y divinas, por lo que era querido por muchos Cardenales y por toda la Ciudad.

Cuando D. Gaspar Dragonetti entró adonde al P. José para visitarlo, lo consoló y compadeció por la desgracia que había tenido, ofreciéndose a ayudarlo con limosnas todo lo que pudiera, esperando que el Señor le devolviera la salud.

El P. José se puso muy contento con la venida de D. Gaspar. Le dijo que la Madre de Dios le había enviado un consuelo, porque, antes de morir, quería verlo, para confesarle un asunto de mucha importancia para la salvación, no sólo de su Alma, sino también de la de muchos Pobrecitos que tienen necesidad de que les enseñen el camino del Cielo, y no hay quien pueda ayudar a enseñarles el camino.

Ante estas consideraciones, D. Gaspar se quedó perplejo, pues no comprendía su significado. Sólo le respondió que él ya cumplía su parte, enseñando a sus Jóvenes, que eran unos 50; y esperaba obtener algún mérito ante Dios, por la buena educación que les daba.

El P. José le respondió que aquéllos eran intereses temporales, “pero es mejor considerar los eternos”; que considerara muy bien qué quiere decir “Monstra te esse Matrem”, y se decidiera a venir a ayudar a los Pobrecitos alumnos de las Escuelas Pías, si quería el Paraíso en la tierra y el mérito en el Cielo. –“Es una cosa muy distinta que ganar cien escudos al año con la tutela. Piense, pues, qué quiere decir ´Monstra te ese Matrem´, y verá que es muy distinto que el dinero”. Que a mí poco me quedaba ya de vida, en cambio usted, si entra en esta obra pía, será el fundador de una obra muy Santa, a la que la Madre de Dios lo llama, y a mí me ha puesto de intermediario”.

D. Gaspar se reía de esto, y le decía que era un sueño, porque nunca había tenido la intención de sujetarse a nadie, sobre todo a tener la ocupación de atender a Curas pagados por dar clase, como los que hay hoy día, ni acomodarse a sus intereses, pues “te dejan en la estacada, como cada día lo ve usted mismo por experiencia. Vea si tiene necesidad de algún dinero, que le ayudaré en todo lo que necesite, sin ningún interés”.

El Padre le replicó que no tenía necesidad de dinero, que Dios le proveía con abundancia, más de lo que merecía; que sólo quería su persona, a quien seguía esperando. Alzó los ojos al Cielo, y dijo nuevamente: -“Monstra te esse Matrem”. Después se volvió a él de nuevo, y le dijo que reflexionara cuánto importaban estas palabras, y le diera la respuesta, sin decir nada a nadie; y que esperaba la decisión.

D. Gaspar se quedó absorto en estas preguntas, y luego se despidió, diciéndole que se le hacía tarde, pues quería ir a recoger a sus alumnos, para tenerlos contentos; que volvería otra vez a visitarlo, pero no a darle otra respuesta distinta de la que ya le había dado, que no quería hacer otro cambio. No le dijo más, sólo que fuera pensando en “Monstra te ese Matrem”, que sólo esto bastaba.

D. Gaspar se despidió; pero por el camino iba pensando en las palabras que le había dicho el P. José, y, muchas veces decía para sí mismo “Monstra te ese Matrem”. Cuando llegó a Casa, acogió a sus Jóvenes, y, terminada la comida, les dijo que había ido a visitar al P. José Calasanz, Fundador de las Escuelas Pías, a quien el demonio había tirado desde una muro, se había roto la pierna derecha, y, en vez de quejarse, hablaba siempre de cosas espirituales; que le había dicho que considerara muy bien lo que quería decir “Monstra te ese Matrem”, y no se podía quitar esto de la cabeza. Les contó muchas cosas de su caridad hacia a toda clase de personas, y en particular a los pobres, a quienes daba libros, papel, tinta, y plumas; y a los más estudiosos, que respondían bien, premios de rosarios, Estampas, libritos espirituales y otras devociones. –“Además, quiere que todos sean devotos de la Gran Madre de Dios, y que ningún alumno lleve regalos al Maestro, ni un alfiler; y si encuentra a alguno que engaña en esto, enseguida lo despide, tanto al Maestro como al alumno, como ha sucedido muchas veces”.

D. Gaspar estaba todo el día pensativo; de vez en cuando rumiaba las palabras que le había dicho el P. José, pero enseguida pasaba a otros pensamientos. Por la tarde se puso a hacer sus oraciones acostumbradas, y enseguida le vino a la memoria “Monstra te esse Matrem”; le había quedado tan grabado en su corazón, que no podía pensar en otra cosa más que en aquéllas Breves, pero misteriosas palabras. Finalmente, se acostó, pero durante toda la noche no pudo dormir por la impresión que le habían producido las reflexiones que le había hecho el P. José, que la Virgen lo llamaba, y quería servirse de él. El demonio no dejó de sugerirle la comodidad de su Casa, las ganancias que sacaba de la escuela y el pensionado, y, finalmente, la amistad que tenía con tantos Cardenales y Príncipes romanos, porque educaba a sus Nepotes e hijos, enseñándoles, no sólo las letras, sino también el temor de Dios; y si iba a las Escuelas Pías tendría que estar sometido al Prefecto, con muchos disgustos.

Por fin tomó la resolución, y decidió ir a las Escuelas Pías, ya que era llamado con tanta premura, en nombre de la Santísima Virgen, que le esperaba bajo su Patrocinio, para ganar su Alma; y no lo quería consultar con nadie, porque así se lo había dicho el P. José.

A la mañana siguiente dio la clase. Pero, después de comer, llamó a todos sus Jóvenes y les dijo que cada uno se buscara su Maestro y la pensión; que él estaba cansado y no quería la escuela; y que en Roma no escaseaban ni Maestros ni Pensiones.

No se puede explicar fácilmente los lamentos de aquellos Jóvenes, pidiéndole, por amor de Dios, que tuviera un poco de paciencia, y siguiera hasta que los buscaran, sobre todo los que eran forasteros.

Les respondió que para los forasteros dejaría Curas encargados de que los atendieran en Casa con toda comodidad; y que él iría al día siguiente a hacer algunos negocios que no podía dejar, ni podía enviar a otro, porque su interés era muy grande.

Notas

  1. Gaspar Dragonetti nació en Lentini (Sicilia) hacia el año 1513. Terminados sus estudios de humanidades, recibió la tonsura (1533) y un canonicato en la Iglesia de los Santos Alfio, Filadelfio y Cirino de su ciudad natal, pero ya desde entonces se dedicó a enseñar artes liberales. Pasó luego a la recién construida ciudad de Carlentini en donde continuó enseñando por muchos años (1553-1570). Hacia 1570 se fue a Roma, tal vez en busca de un beneficio eclesiástico más pingüe y se convirtió en preceptor de hijos de nobles, entre los cuales los sobrinos del Cardenal Prospero Santacroce. Dejando la enseñanza privada de nobles, abrió luego escuelas públicas en la misma Roma, cambiando de lugar más de diez veces. A finales de siglo vivió durante unos diez años junto a San Camilo de Lellis, enseñando humanidades a sus clérigos. Pero al decidir el Santo que sus jóvenes religiosos se dedicaran al propio ministerio una vez acabado el noviciado, sin continuar sus estudios, Dragonetti tuvo que dejar su residencia y pedir a Calasanz que le admitiera como maestro en sus escuelas (1603). La extrema pobreza e inseguridad que reinaba en la incipiente Escuela Pía, le hicieron pensar en abandonarla, pero Calasanz le ayudó a superar la crisis y permaneció ya en ella hasta su muerte. En 1616 pasó a la nueva fundación de Frascati, junto con el V. Glicerio Landriani. Al crearse la Congregación Paulina (1617), el P. Gaspar no hizo sus votos públicos, aunque tal vez pronunciara privadamente los de castidad, obediencia y enseñanza. No obstante, fue considerado luego oficialmente como miembro de la Escuela Pía, con todos los privilegios y obligaciones (1627). En 1619, siéndole ya difícil mantener la disciplina y el orden entre los niños por su avanzadísima edad, Calasanz le trasladó a Roma, en donde continuó enseñando latines con tal erudición y fama que Urbano VIII le llamó a su presencia para que diera ante él una clase sobre Virgilio. Fue un hombre afable, sencillo, angelical, devotísimo de la Virgen, de los Santos, especialmente devoto del misterio de Navidad, para cuya veneración había construido un precioso Belén en la Iglesia de San Pantaleón. Lleno de méritos y ejemplar en todas las virtudes murió en 1628 a la increíble edad de ciento quince años. Aunque jurídicamente nunca fue escolapio, siempre se le consideró como tal y como uno de los más apreciables colaboradores del Fundador (cf. Eph. Cal. 5 [1960] 146-173).