Diferencia entre revisiones de «CaputiNoticias01/401-450»
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=CaputiNoticias01|anterior=351-400|siguiente=451-463}} Ver original en Italiano =[401-450]= 401.- En la primera audien...») |
(Sin diferencias)
|
Última revisión de 21:51 9 mar 2016
Ver original en Italiano[401-450]
401.- En la primera audiencia que el Conde tuvo con el Papa fue muy breve, y lo despidió con palabras generales; le dijo que sería servir al Rey en lo que pedía, pero que esperaba algunas respuestas, y poder comunicarse con el Cardenal Panzirolo, para que pudiera facilitar lo que se debía hacer.
El P. Esteban no se preocupó de hacer diligencias, tanto en Casa como fuera, para saber de qué se trataba, porque el P. Nicolás Mª [Gavotti] le aseguraba palabra por palabra.
Una mañana en que el P. Pedro [Casani] quería ir a decir la Misa al Conde Magni, me mandó llamar, para que fue con él; al mismo tiempo, el P. Gabriel [Bianchi] me dijo que había que insinuar al P. Pedro que contara al Sr. Conde toda la vida y muerte del P. Mario, y también las costumbres del P. Esteban. Pero, como cuando se lo decía alzaba la voz, le dije que hablara más bajo, para que no lo oyera el P. Nicolás María, que no sabía que estaba fuera del umbral de la habitación donde conversábamos. Entonces el P. Nicolás María comenzó a gritar; decía que yo le consideraba Enemigo de la Orden; que esto no era verdad, porque se preocupaba de hacer sus obligaciones; que él estaba mal visto, por ser amigo del P. Esteban; y que todos tendían al mismo fin, para bien de la Orden. Le respondí que, si tanto se quejaba, por qué andaba observando lo que se hacía y lo que se decía; que esto no era más que para saber lo que se hacía y lo que se decía, para hacer ver que también él ayudaba a poner en pie la Orden. Y, gracias a Dios, no se vio por allí a ninguno de aquellos Hermanos, que se hubiera podido enterar de esto; porque habría sucedido algún desorden por parte del P. Esteban, que de todo se entera.
402.-El P. Esteban hizo gestiones para hablar a Monseñor Asesor [Albizzi], y le informó de las cualidades, ciencia, y habilidad que tenía [el Conde] para solicitar algo; que estaba seguro de poner en pie a la Orden, descubriendo al Papa lo que había pasado; que sería bueno que [el Papa] fuera advertido, con buenas palabras y promesas, para que ayudara a Su Excelencia en lo que pretendía, y supiera que el Causante de todo lo ocurrido había sido el H. Lucas [Anfossi] y otros Hermanos impertinentes; y que, por la respuesta que diera, se podría deducir algo. Dijo también que convencería a Monseñor fuera a visitar al Conde Embajador, y le hablara de lo que pensaba.
403.- El sábado 21 de marzo Monseñor Asesor fue a visitar al Conde, que se había retirado a despachar las cartas. Habló al Maestro de Cámara del Embajador de Venecia, diciendo que iba a visitar al Embajador de Polonia, y a hablarle de cosas importantes. El Maestro de Cámara le respondió que estaba escribiendo y era jornada de correo, que podía volver otro día. Monseñor se fue poco satisfecho, pensando, quizá, que no había querido darle audiencia. Entró el Maestro de Cámara adonde el Conde Magni, y le dijo que había estado allí Monseñor Albizzi, el Asesor, a visitarlo, y él lo había despedido. El Conde montó en cólera, diciéndole que había obrado mal; que debía haberle avisado, porque tenía que tratar con él de cosas importantísimas. Pensó entonces el Conde enviarle a un Gentilhombre, para que lo excusara por no haber atendido a la embajada, diciéndole que no sabía que su Señoría Ilma. había ido a visitarlo; que lo supo solo después de haberse ido, y que habría dejado todo para servirle como debía. Fue, pues, el Gentilhombre al Santo Oficio, y hablando con un sirviente, le preguntó si Monseñor estaba en Casa; le respondió que sí; y, subiendo arriba, habló con otro que estaba de guardia; le dijo que deseaba decir una palabra a Monseñor, de parte del Embajador del Rey de Polonia; pero le respondieron que Monseñor no estaba en Casa, y quizá no volvería por la tarde.
404.- Puede ser que el intermediario añadiera alguna otra cosa, porque el Conde se enfadó de verdad, hasta decir que lo haría todo sin contar con él.
Pidió el Conde audiencia con el Cardenal Panzirola. El Gentilhombre que envió le dijo que, cuando quisiera Su Eminencia, el Embajador del Rey de Polonia tenía necesidad de una larga Audiencia, que, además, también el mismo Papa deseaba. El Cardenal mandó decirle que ordenara lo que quisiera, que era Dueño de hacerlo; que dejaría cualquier ocupación para atenderlo.
Fue, efectivamente, el Conde a la Audiencia. Primero le habló de las cosas de la guerra contra los turcos, mostrándole cuán necesario era a la Cristiandad hacerles la guerra, para distraerlos del Asedio de Candia[Notas 1]; que su Rey tenía tanto poder en sus manos, que con sus rutenos podía entrar en Constantinopla, pues estaba en en inteligencia con los de genizaros del Norte de Rusia; que había estado luchando durante mucho tiempo en aquellas tierras, tenía experiencia, por lo que el mismo Rey en persona quería ir a realizar esta gran empresa, después de haber probado su valor cuando, siendo aún Príncipe, dio el asalto a Smontesco, fortaleza principal de Reino, asediada por el Gran Turco, a quien hizo huir, después de matarle el caballo él mismo; y que este mismo valor y odio inmortal ha conservado siempre contra los otomanos; que la guerra contra los turcos ya la había hecho su Padre, el Rey de Polonia, antes Rey de Suecia; pero, al ser proclamado Rey de Polonia, tuvo que dejar el propio Reino a la herejía, por ayudar a la iglesia y echar a los turcos de aquel Reino, pues de continuo lo atormentaban.
405.- Como hemos visto, esta era la finalidad principal de su Señor, es decir, pedir la ayuda a los Príncipes de Italia. Le decía, en efecto:
“Su Santidad es el primero que debe unirse a esta piadosa demanda, necesariamente; de lo contrario, el Rey le advierte que, si sucede algún revés, él quedará excusado ante Dios y ante el Mundo. Bien sabe cómo Polonia es la defensa de la Cristiandad; y si se pierde aquel Reino, la consecuencia sería el no poder resistir a las fuerzas del Turco, que, unido a los de Hungría y Transilvania, pueblos proclives a volverse hacia ellos, Germania no podrá resistir a las fuerzas otomanas; y, por consiguiente, infestarán a Italia”. Esgrimió otras muchas razones en su forma oratoria, a lo que el Cardenal le respondió que, para hacer esto, era necesario convocar una Congregación de estado, en unión con otros Cardenales, ante él mismo, para oír su opinión y el parecer de la Congregación; y luego se resolvería lo que se debía hacer; pero que, como el orden eclesiástico del Reino de Polonia no parecía adherirse al orden ecuestre, -que sí seguía a Su Majestad- si surgiera este problema, habría que esperar también sus conclusiones, para caminar uniformes y de común acuerdo; que este era su parecer, y lo que, por ahora, se podía decir al Rey; que procurara unirlos, para hacer una conclusión común; que, si bien las Dietas pequeñas así lo habían determinado todo, en la Dieta General, aunque concluyó acordando lo que el Rey había propuesto, sin embargo, surgieron algunas dificultades, que era necesario discutir. Así que el arte retórico del Conde se vio superado por la política de Panzirola.
406.- “El otro asunto que el Rey de Polonia me ha encomendado, es la restitución de las Escuelas Pías a su estado primitivo, quiero decir, las Escuelas Pías de Italia; pues en Polonia el Rey nunca ha permitido dar cumplimiento, ni consentimiento a la reducción a Congregación, a pesar de saber que podía perder el Reino; tanto más, cuanto que los mismos herejes, en la Dieta, estaban de acuerdo en suplicar al Papa por la restitución a su estado primitivo, pues veían no ser causa suficiente el que, ´por las graves disensiones y perturbaciones surgidas en la Orden´, como dice el Breve, se deba destruir ésta; no es causa proporcionada. La misma fuerza del Breve directamente quiere se mantenga el Instituto; pero, indirectamente, viene destruido; razones también dadas por Vuestra Excelencia a Monseñor Nuncio de Polonia y al Rey. Los mismos herejes se ríen de ellas; más aún, dicen que Nuestro Señor, el Papa, ha hecho otro Breve, a petición de los Padres de San Pantaleón de Roma, en el que se dice que quienes lo pidan, y lo paguen con dinero, lo pueden poner en ejecución en el término de cuatro meses; pero si no, los Breves no pagados se consideran nulos. Además, en este Breve da a las Escuelas Pías el nombre de Orden, contradiciendo al anterior, donde la reduce a simple Congregación, como la de San Felipe Neri, erigida en Roma en la Iglesia de Santa María in Vallicella; es esta una cuestión principal, porque existe contradicción con la primera.
407.- Se pueden alegar otras razones más sólidas, aducidas por los mismos herejes; pero, por prudencia, las callamos, pues puede ser que Nuestro Señor no sepa lo que hacen sus Ministros.
La dispersión de estos Padres en Germania es grande, porque, aunque en este país no haya tenido ningún efecto el Breve, sin embargo, cuando hay algún religioso descontento por ser mortificado por el Superior, anda por donde le place, y hace lo que quiere, porque no tiene guía; o se acoge al Breve y deja el hábito y abandona la Casa, hecha por lo bienhechores con muchos gastos. Es lo que me ha sucedido a mí, en la Casa de mi Ciudad de Strassnitz, reducida a pocos Padres, insuficientes para lo que hacen, porque esta era una Ciudad toda habitada por herejes y cismáticos, y ahora, gracias a Dios, y a la habilidad, fatiga y ejemplo de estos buenos Padres, todos los habitantes son Católicos.
408.- Testimonio de esto es también el Príncipe Lubomiski, Palatino de Cracovia, primer Palatino del Reino, que tiene una Ciudad en los confines con Hungría, llamada Podolin, donde ha hecho un Convento, como una Fortaleza Real, con un gasto inmenso, que acuden a ver todos los Grandes del Reino, por curiosidad; una ciudad que primero era hereje, y ahora todos son Católicos, donde las Confesiones y Comuniones no faltan nunca. Hacen estos Padres la escuela con tanto fervor y devoción, que muchos Señores herejes mandan a sus hijos a sus escuelas, de donde salen siendo católicos, que, imbuidos de la buena educación de estos Padres, poco a poco convierten a todos los herejes y cismáticos, pues los convencen de tal manera, que llegan a conseguir conozcan y se sometan a la obediencia de la Iglesia y del Papa, cuando antes, al oír pronunciar el solo nombre del Papa, se reían.
Hay muchos Príncipes, tanto polacos como alemanes, que quieren hacer fundaciones en sus ciudades, por el buen ejemplo que ven; y, en particular, porque allí adonde van, erradican la herejía, e implantan la fe Católica. Uno de éstos Príncipes es Balgravio, Conde de Martinois, Virrey de de Bohemia, que insiste mucho al Emperador –lo mismo que el Conde Curcio, primer Ministro de la Corte Imperial- porque desea esta Orden, que produce tanto fruto en la Iglesia de Dios. Éstos y otros muchos esperan la reintegración, para enriquecer las Almas de sus súbditos, y para facilitarles el camino del Cielo.
Esta es la piadosa petición que hace el Rey de Polonia, tan devoto de la Santa Sede Apostólica, para que no perezca el Instituto, que produce tanto fruto.
409.- Si queremos ver en esto las causas de esta destrucción, no se encuentran. Por lo que yo he leído en la Apología del P. Valeriano Magni, capuchino, hermano mío, quien lo describe muy bien. Él pone como fundamento de todo esto una mentira inventada por el P. Mario de San Francisco, es decir, que el Fundador y sus Asistentes, con el Procurador General y el Secretario, le quitaron unos escritos del Santo Oficio.
Si la verdad hubiera sido ésta, sí habrían sido dignos de un gran castigo. Pero no es así. Tras la afrenta hecha al Fundador, éste fue llevado al Santo Oficio con los demás Compañeros suyo. Pero, al descubrirse el fraude, en vez de castigar a los que lo había cometido, fueron castigados ellos mismos, es decir, no sólo el inocente y los Compañeros, sino toda la Orden.
410.- Pero como Dios no deja nada malo sin castigar, castigó al P. Mario -según dice el prudentísimo P. Valeriano- con el fuego sagrado; de forma que, cuando murió, para no ver un espectáculo en la Iglesia, fue sepultado de noche, sin dejar verlo; y le hicieron los funerales sin estar presente el cadáver, lo que no es habitual en ningún fiel cristiano. Mi hermano, el capuchino, da otras muchas razones, que omito para no causarle tanto tedio.
Si después V. E. quiere saber la fecha de nacimiento de este P. Mario, le diré brevemente que nació en Montepulcino, en el Estado del Gran Duque de Toscana, de padres pobrísimos, pero honrados. Le dieron los estudios que comportaba su pobreza, y, después de aprender un poco de Gramática, como no lo podían mantener más en la escuela, le pusieron en camino para ´ganarse la vida´, y fue a Florencia. Estuvo allí pocos días, y luego se fue a Livorno a buscar fortuna. Mendigando para ganarse el pan, encontró por casualidad, en los embarques del puerto, un bajel que iba a Nápoles, adonde procuró, con gran insistencia, que lo llevaran. El Capitán le dio orden del embarque, y, concediéndole la parte que se suele dar a los demás Marineros, lo condujeron a Nápoles. Esto era el año 1629.
411.- Para ganarse el pan, a su llegada buscó la ocasión de servir a alguien. Por fortuna encontró a un Gentilhombre de Tarento, ciego, que estaba en Nápoles, defendiendo un pleito que tenía. Se iba arreglando con él, dando vueltas por la Ciudad y por los Tribunales; y así estuvo un año. Pero le falló el Patrón, y, entonces, trató de hacerse Religioso. Se fue a hablar con el P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, Provincial de las Escuelas Pías, que vivía con sus Religiosos, con grandísimo crédito, en aquella Ciudad. El Padre Provincial le dio el hábito, porque Mario afirmaba ser de la familia del Cardenal Belarmino, para darse más importancia. Le preguntó cuál era su nombre, y le respondió que se llamaba Mario Socio; pero no dijo la verdad, pues su verdadero apellido era Sozzi. Tan a plomo se lo dijo al P. Provincial, quien, así engañado, lo aceptó, anotando su nombre en el libro de los Novicios de Nápoles, que hoy se conserva en el Archivo de los Padres, en la Casa de la Duchesca, con estas precisas palabras: “Mario de San Francisco, en el siglo Socio, de Monte Pulciano. Vistió nuestro el hábito para Clérigo el día 14 de mayo de 1630”. Esto quiere decir que, desde el principio, Mario ya comenzó a ser mentiroso.
412.- Al terminar el Noviciado, caminó con una cierta observancia fingida, señalándose siempre como hombre Noble. Lo pusieron a estudiar; pero, duro de mollera como era, hacía poco progreso en las letras, para poder luego ayudar al Instituto dando una clase Literatura, y lo destinaron a las clases elementares, según su capacidad. Se ordenó de sacerdote, y fue Confesor en Roma, donde estuvo algún tiempo; pero, al no cumplir bien su oficio, como quería el P. Fundador, éste lo mandó a Sicilia, a ver si, con el malestar del cambio, y con un riguroso Superior, cambiaba también sus costumbres y se enmendaba. No pudiendo aguantar en Sicilia, actuaba con tanta imprudencia, que indujo al General a llamarlo de nuevo a Roma, pensando que, quizá, pudiera corregirse; pero lo hacía peor que antes, y tuvo que mandarlo a Moricone, a Poli y a Frascati, confiándole incluso cargos en alguna de aquellas Casas; pero el seguía inquieto, y, al mismo tiempo, inquietaba a los demás, tanto que ninguno quería convivir con él.
413.- La piedad del P. Fundador por alejarlo de toda ocasión de problemas, hizo que lo llamara de nuevo a Roma, para ver si con alguna mortificación lo podía controlar. Lo iba corrigiendo con algunos consejos, pero éstos no le movían a la virtud, sino, más bien, le producían veneno. El Superior descubría siempre en él cosas nuevas. Como en la Casa había personas de grandísima perfección, ellos lo veían inobservante, y el P. General lo castigaba con frecuencia; pero, como no se enmendaba, decidió mandarlo a Florencia, bajo la dirección de un Superior de grandísimo celo de la observancia Religiosa. Este quería enmendarlo, y lo corregía fraternalmente, con la debida Caridad. Se hacía también odioso a todos los demás de aquel Convento a causa de sus faltas, y, a veces, le decían cosas, para que abandonara las ataduras de su mala inclinación. Pero no quería vivir mortificado; parecía como de la mortificación sacara veneno, que conservaba en el corazón. En su error, pensaba que era persecución del Fundador, que ordenaba al Superior que lo humillara, y lo castigara por su mal comportamiento. Tan engañado estaba, que acusó a su Superior ante un Administrador, de que se había aprovechado de una palabra evangélica para despreciar una Conferencia Espiritual, con lo que se organizó un altercado tan grande, que fue difícil extinguirlo. Con su innata malicia estaba siempre acusando al P. General de que era él quien lo perseguía. Todo esto era para él un motivo más, que añadía a su loco histerismo de espíritu de soberbia, que lo dominaba, hasta llegar al Mando de la Provincia de Florencia, que indignamente procuraba, sólo para vengarse, tanto del P. General, como de los demás Padres. El haber unido la soberbia a la ambición, hizo que cayera en desgracia del Gran Duque de Toscana, que lo exilió, porque se quería meter demasiado en secretos negocios de Estado, que no eran propios del estado religioso. De aquí inventó nuevo motivo para acusar al P. General de que todo era una persecución suya, siendo así que el Padre no sabía nada. Todo lo permitió Dios, para purificar mejor a sus Siervos.
414.- Tenía este P. Mario tan mala lengua, que la usó contra el Cardenal Protector de la Orden. Cuando lo supo el Cardenal, que era Cesarini, hombre verdaderamente íntegro, esperó la ocasión oportuna para castigarlo, no por pasión, sino para enmendarlo, se aquietara de una vez, y pusiera fin a la intranquilidad en que había puesto a la Provincia de Florencia; porque consiguió, además, que se privara a su Superior, no sólo del cargo, sino de voz activa y pasiva de por vida, y que saliera un bando del Estado de Florencia, de cómo era culpable de algún gran delito. Aquel Padre toleró con grandísima paciencia y con toda humildad la persecución, sin defenderse nunca, y se retiró, como mejor pudo, adonde lo envió su P. General.
Ensoberbecido con la aureola de quien lo defendía, y habiendo conseguido un bando del Gran Duque, fue a Roma. Pero, como no tenía ningún crédito, porque todos conocían muchas experiencias de su carácter, le incoaron un juicio, porque había cogido las cartas del General, que le faltaban. Dieron parte al Procurador, éste ordenó a su Auditor que le aplicara todas las actuaciones legales, a lo que se oponía el P. General, el cual, una vez recuperadas todas las escrituras, se las llevó al Cardenal Cesarini, el Protector [quien las había exigido].
Este mentiroso escribió a Monseñor Asesor un informe, enviado por una tercera persona, donde le decía que, tanto el P. General como los Asistentes, el P. Procurador General y el Secretario, le habían quitado todos los escritos del Santo Oficio. El P. General con los Asistentes y los demás Padres, fueron conducidos al Santo Oficio, que se había creído la mentira del P. Mario. Pero, como dice el P. Valeriano, mi hermano, no fueron encarcelados, sino que se quedaron, libremente, en la sala, esperando la ayuda Divina, y que se aclarara la verdad. Descubierto el fraude, el P. General con los demás Padres fue liberado; pero el culpable no fue castigado; porque debía haberse observado el Decreto de San Dámaso Papa “Poena Taglionis”. No sólo no fue castigado, sino privado del oficio el General y los Asistentes, como si hubieran cometido un delito.
415.- Este Padre se buscó después un Visitador Apostólico para demostrar su integridad, y el Papa Urbano VIII, de santísima y recta intención, le dio a un Padre somasco, hombre de conciencia íntegra, de Espíritu y de letras. Comenzó a ejercer su oficio, y enseguida descubrió el fraude de los apasionados; intentaba aquietar los disturbios surgidos en la Orden, castigar a los culpables, reponer al Inocente, y apaciguar a los que vivían disgustados. Mientras tanto, el P. Mario consiguió, mendigando favores, un Breve para gobernar a la Orden con otros tres Asistentes, los principales de la Orden, a fin de que con el crédito de éstos pudiera, cubierto con su manto, cubrir sus pasiones, pero ellos no pudieron resistir a sus imperfecciones, y renunciaron: Primero, el P. Somasco, Visitador Apostólico. Intentó después buscar a uno nuevo, y fue elegido un jesuita en el puesto del somasco, lo que supuso poca prudencia, tanto de quien lo aceptó, como de quien lo presentó; porque como el Instituto de las Escuelas Pías está en contraposición al de la Compañía de Jesús, pues éste es rico y el otro Pobre, pero tienen escuelas, como tiene aquél; y como en Germania y en Polonia las Escuelas Pías tienen gran Crédito, al no querer Riquezas, ni–con varios pretextos, como otros- despojar a los Pupilos, ni a las viudas, de sus locales, sino que se contentan sólo con el alimento y el vestido, por eso nosotros, los ultramontanos, las queremos, y el Rey intenta defenderlas de estas opresiones.
416.- Finalmente, viendo las extravagancias, inobservancias y malas costumbres, y las inquietudes que tenían, no sólo sus personas –los tres nuevos Asistentes- sino también toda la Orden, renunciaron a su oficio, y el gobierno de la Orden quedó en manos del Padre jesuita y del P. Mario. Podemos imaginar la política con que gobernaban, sabiendo que querían causar en ella un desastre, y eliminarla del Mundo, si hubieran podido. Pero, como Dios es justo Juez, castigó al P. Mario, como ya he dicho, y como escribe el P. Valeriano, capuchino, mi hermano; y murió míseramente, como tostado por el fuego Divino, sin haberlo podido curar con remedios humanos, lo que ocurrió el 10 de noviembre de 1643.
417.- Este fue el comienzo de las perturbaciones por las que fue destruida la Orden. Después llegaron hasta Polonia las noticias del sucesor del P. Mario, con favores que le había procurado el castigado por Dios, que fueron tanto Monseñor Asesor [Albizzi], como el Padre jesuita [P. Pietrasanta], el Visitador Apostólico, a quienes pidió por favor que actuaran, de forma que en su lugar fuera colocado el Padre llamado Esteban [Cherubini] de los Ángeles, a quien impuso –como en la petición de la cárcel- gracias a un fraude, una simple papeleta enviada por el Padre jesuita, lo alzó al gobierno de la Orden; pero, gracias también a que lo aceptó el P. General, pues, por el contrario, no sólo no lo querían los demás, que se sentían avergonzados, sino que tuvo que superar también la dificultad de haber sido compañero y colaborador del P. Mario. Prometió: terminar la Visita a los pocos días; reponer en su puesto al P. General, y tranquilizar a la Orden, después de tantas angustias y sufrimientos. Y, aunque el P. Fundador nunca quiso defenderse ni decir una palabra en defensa suya, sin embargo, la Sagrada Congregación delegada sobre las cosas de las Escuelas Pías, determinó, en julio de 1645, que el P. General fuera repuesto en el gobierno de, como estaba antes, lo mismo que sus Asistentes; sólo faltaba añadir otros dos nuevos Asistentes, para mayor ayuda del General. Se hizo el Decreto, y se comunicó la hora al General, para que fuera adonde el Cardenal Roma, Jefe de la Congregación, a elegir a los dos nuevos Asistentes; en el momento de la votación, Monseñor Asesor, como Secretario de dicha Congregación, y, sirviéndose de otro fraude, introdujo una papeleta en la urna, y logró obtener la mayoría. El 18 de marzo de 1646 fue expedido el Breve de la destrucción. Monseñor el Conde Abad Orsi, su residente en esta Corte, dio completa información del mismo al Rey de Polonia, Y a partir de entonces, el Rey está empeñado en defender una Causa tan piadosa y una justicia tan clara. Son los dos asuntos que me ha ordenado gestionar el Rey, y este es el principal. Pero pido a Vuestra Excelencia, que, cuando tenga conversación con Nuestro Señor el Papa, no le aburra con tanta amplitud informativa, y sólo le haga un breve resumen, que pueda remitir a la misma Congregación, para revisar la Causa, y moderar el Breve”.
418.- Con estas y otras razones presionó verdaderamente el Embajador Conde Magni al Cardenal Panziroli, Secretario de Estado. Éste le respondió que las razones eran poderosas y claras, pero que no era bueno presentar a los herejes estas cosas en la Dieta, porque causarían mal efecto de la Santa Sede Apostólica. “A pesar de todo, cuando vaya a la Audiencia de Nuestro Señor, diga que hará de su parte lo que ordene; pero cuando vaya a la audiencia de Nuestro Señor, hable de esto, y dígale que usted, por su parte, cumplirá lo que él ordene”. Pero el Cardenal
-que pensaba distinto en sus adentros- dijo una cosa y ordenó decir otra. Mandó a una tercera persona que dijera al Conde que, con ocasión de esta empresa de las Escuelas Pías, prefería conseguir, muy pronto, ante el Papa, por medio de él, como Embajador de Polonia, el Capelo Cardenalicio para el P. Valeriano, su hermano, en vez de que cambiar el Breve, recién hecho.
Hizo el emisario que la nueva política llegara a oídos del Conde, y éste comenzó a considerar su posición; pero no le convenció lo que quería el Cardenal; aunque lo cierto es que, después, ya no actuó como había comenzado; pues, por las respuestas equívocas que dio al P. Pedro [Casani], parece que sus esperanzas no eran tan firmes como había prometido.
419.- Se representó la Academia literaria en San Pantaleón, en honor del Conde Magni, Embajador del Rey de Polonia, a la que fueron invitados muchos Prelados, muchos doctos Religiosos, y una gran cantidad de Caballeros polacos, alemanes, milaneses y venecianos, pues el Embajador de Venecia los había invitado para que rindieran honor a uno que estaba intentando solucionar el problema de la guerra de los turcos, para liberar a los venecianos de las vejaciones que diariamente recibían del ejército otomano en sus Estados.
La Academia resultó con mucho decoro, pues fue recreada por jóvenes ejemplares, los mejores de cada clase que había en las Escuelas, y preparados para este menester.
En la Academia hubo varios intermedios de música en honor del mismo Embajador, dirigidos por el Sr. Horacio Benevoli, Maestro de la Capilla de San Pedro, famoso en toda Europa, quien invitó a los mejores Músicos de Roma, que se consideraron honrados por servir al que, en esta profesión, era el Maestro de toda la Academia Musical.
420.- Mientras tanto, llegó la carta de la Dieta al Papa, en la que decía que habían surgido discrepancias acerca de la guerra contra los turcos, y no querían emprender una guerra para ayudar a los venecianos; y que el Embajador enviado a Roma no había sido del mismo parecer que la Dieta General, porque las primeras fueron conclusiones de las Dietas particulares; por lo tanto, que lo aplazaban hasta otra ocasión. Esto dio mayor motivo al Conde Magni para desanimarse, cuando oyó estas resoluciones llegadas secretamente del Papa, y andaba dando ya sólo débiles esperanzas, como “veremos a ver lo que se puede hacer”, y otras palabras generales.
421.- Fue el Conde a la segunda audiencia del Papa y, después de las etiquetas de costumbre, expuso la embajada del Rey acerca de la guerra contra los turcos, tan necesaria para la Cristiandad, porque no se podía reprimir con las armas de Polonia, pues estaba ocupada en la Isla de Candia; que, de no hacerlo, un día se arrepentiría la Cristiandad; que Su Santidad se comprometiera en ella, ayudado en lo posible, para que resultara con éxito a favor del Cristianismo; que el único deseo del Rey no era otro que éste; y que tenía un Ministro en Constantinopla junto a los ginacianos y los griegos, que, unidos a los rutenos, realizaría una empresa memorable durante el reinado de Su Santidad; con muchas otra palabras oratorias y políticas, que habrían movido a cualquier individuo de mundo a darle al Rey las satisfacciones que esperaba.
422.- El Papa le respondió que estaba contento de que el Rey de Polonia tuviera una voluntad tan recta hacia la Sede Apostólica; que, verdaderamente, todo el mundo conoce su valor, pero se encuentra defraudada de sus propios súbditos, que no se adhieren a su voluntad, porque el orden eclesiástico y el orden militar se habían mostrado opuestos en la Dieta Universal, ´y ahora han escrito que ellos no quieren comprometerse, sino que lo reservan todo para otra Dieta´. “Nos, Padre común, debemos dar satisfacción a todos, tomando las resoluciones después de maduro consejo, como acostumbra la Sede Apostólica. Así que puede escribir a su Rey que este negocio se sobresee para otro momento”.
Quedó el Conde Magni muy confuso con esta respuesta, pues no pensaba que se iba a encontrar con esto; pero, ingeniándoselas, le respondió que quizá se había tratado de algún descontento del Reino, por envidia del Rey, que lo que quiere es liberarlos de los inminentes peligros del ejército otomano; “porque si, con el tiempo, se adueña de la Isla de Candia, invadirá a Polonia, y Vladislao IV no va a vivir siempre”.
423.- Replicó el Papa que los Señores ultramontanos son de carácter suspicaz y envidiosos, en particular los Señores polacos, que, viendo tanto aparato de guerra y de Ministros selectos de muchas partes, sin embargo, como el Reino es electivo, y la elección del Rey depende de la República, fácilmente temen ser objeto de algún sobresalto; “y esto es lo que me parece más probable”.
A esta aguda respuesta, replicó el Conde que Los Señores polacos no abrigan tal miedo, pues conocen la fidelidad del Rey, que, si no fuera por esto, bien lo podría hacer; que, más bien, había que echar la culpa al enemigo del género humano, que quiere siempre perturbar las cosas buenas de la Santa Iglesia, como es ésta, con la que obtendría una gloria grande para Dios.
224.- El Papa cambió de razonamiento, y preguntándole por qué el Nuncio era tan bien visto por aquellos Señores polacos, y se manifestaba tan espléndido y liberal, el Conde le hizo saber que éste es lo opuesto de Monseñor Fillonardi, el Nuncio anterior, que, como era tan estricto, no encontraba quien quisiera servirle, ni era estimado, ni obsequioso con los Caballeros.
“En cambio Monseñor Torres no pasa un día sin invitar a cuatro Caballeros; hasta tal punto, que, como todos conocen el carácter de su liberalidad, algunos van sin ser invitados, y a todos trata cortésmente; ni hace extorsiones de dinero a los que son culpables, sino que los castiga corporalmente; tiene una Comunidad tranquila, que da buenísimo ejemplo, pero no quiere a su alrededor a aquellos Padres de las Escuelas Pías que sean políticos, sino procura evitarlos; con frecuencia visita a estos Padres, porque hay allí muchos Padres italianos de grandísima bondad de vida; además, sigue los ejemplos del Rey, pues ha hecho una la fundación y los protege; y es que actúan con sencillez; no se meten con nadie, ni se inmiscuyen en las cosas de los Príncipes, por lo que son queridos por el Rey, por la Nobleza, y también por la Academia, que les ha dado autorización para tener escuelas en Varsovia, lo que no han podido conseguir los Padres jesuitas, que, cuando pueden, siempre son contrarios a estas Escuelas, pues ellos son ricos, y éstos, Pobres; que tampoco quieren enriquecerse, sino se contentan con la comida y el vestido; también por esto son tenidos por todos en gran estima, tanto en Polonia como en Germania, donde todos los Príncipes desean admitirlos en sus Estados, por el bien que hacen a aquellos pueblos, que, siendo herejes, se convierten en católicos, gracias a la habilidad y buen ejemplo de estos Padres. Es por lo que mi Rey me ha encomendado que suplique a Vuestra Santidad la reintegración de la Orden. Y, como no quiero serle molesto, no le digo los detalles que ya he dicho al Cardenal Panziroli, del que he quedado satisfecho”.
425.- El Papa le respondió que vería lo que se puede hacer, pero, como el problema es tan reciente, parecería ligereza de la Sede Apostólica hacer cambios antes de un año. Pasó luego el Conde a otro razonamiento, y se refirió al P. Valeriano, su hermano. Le preguntó qué hacía, dónde estaba y en que se entretenía.
Le dio luego información sobre otras muchas cosas; pero, al oírse la campanilla, le dijo el Papa que se verían otra vez, antes de partir; y con este buen deseo, lo despidió.
La audiencia fue larga; casi de dos horas, cosa que no suele hacer nunca el Papa; por eso, que con diplomacia, andaba recortando el hilo de las preguntas, pues ya antes se lo había oído todo al Cardenal Panzirola, en las conversaciones que había tenido con él. El Conde despachó inmediatamente un correo a Polonia, a toda rapidez, con las propuestas y respuestas, para que el Rey no se lamentara de que su Embajador no había hecho y observado las instrucciones que le había dado, y viera que la falta provenía de la envidia de algunos del Reino, lo que ya había dicho como en broma, pero ahora afirmaba que era verdad, pues desde la Dieta había recibido cartas en contra del proyecto de su embajada.
Después, en cuanto al problema de las Escuelas Pías, dijo que le preocupaban más que ninguna otra cosa, pero aún no había recibido resolución firme, sino, por lo que veía, pocas esperanzas.
426.- Cuando llegó el Correo, llevaron las cartas al Duque Ossolinski, Secretario del Reino, a quien iban dirigidas. Inmediatamente fue a Palacio, y, solicitada la audiencia del Rey, leyó las cartas, que el Rey escuchaba. Respondió éste que eran tan ajenas a su decidido propósito, que se echó a llorar como un niño sobre las rodillas del Duque Ossolinski. Estaba muy descontento de que no se aceptara la ayuda que quería dar a la Cristiandad, para liberarla del ejército otomano. Decía que la causa de todo esto eran sus pecados y los de su Reino, que un día reconocerían por qué quería mostrarse bueno para con los que no merecen la ayuda divina, pero que pronto recibirían el castigo, como exactamente sucedió, pues, muerto el Rey Vladislao, y elegido Rey el Príncipe Casimiro, que renunció al Capelo Cardenalicio, cogió a la cuñada por mujer, al poco tiempo asedió su Reino el Rey de Suecia, con la connivencia de algunos rebeldes; lo invadió todo, lo expolió de lo mejor que tenía, y obligó a huir al mismo Rey, y a la Reina. Ésta estuvo siempre acompañada por el Nuncio del Papa, que, en aquel tiempo, era Monseñor Vidoni, Obispo de Lodi, hoy Cardenal. Y siempre fue huyendo con la Reina, a la que nunca quiso abandonar, por orden del Papa Alejandro VII, que le ordenó la asistiera y sirviera en esta gran necesidad. Así que el Rey Vladimiro fue en esto un presagio del castigo del Reino
427.- Pero aún hay algo peor; hoy mismo llegan noticias de que los turcos han avanzado por el Reino de Polonia, que han capturado la ciudad Real de Camines (¿?), y asediado otras tres Plazas. Y quiera Dios no se hagan dueños de todo el Reino, tanta es la desunión de los Señores polacos, algunos de los cuales son contrarios al Rey, en particular Subieski, Gran Mariscal del Reino, que pretende la Corona; y, para mayor desgracia, los rebeldes de Hungría, están unidos con los transilvanos, y han hecho trizas a los Imperiales. Se ve que es un castigo de Dios, como me escribe desde Roma el P. José [Fedele] de la Visitación, nuestro General, apenado por nuestros Padres, que están en peligro de perder todos los Conventos. La carta está fechada en Roma, el 15 de octubre de 1672. Así que estoy convencido de que, si hubiera emprendido la guerra el Rey Vladislao, no se habría perdido la Isla de Candia, ni se encontraría ahora en estos peligros el Reino de Polonia, muro de la Cristiandad. Si esto sucede, lo que Dios no quiera, tampoco podrá resistir Germania, y la misma Italia tiene miedo.
428.- Escribió el Rey Vladislao al Conde Magni que se volviera a Polonia, ya que las cosas habían salido al contrario de cómo había pensado. Volvió el Conde, y fue a la audiencia del Rey. Comenzó a poner sus disculpas, por no haber obtenido ninguna cosa del Papa a favor de la Orden de las Escuelas Pías. El Rey le echó en cara varias veces el haber sido demasiado soberbio; porque él mismo debía haber ido a hablar con Monseñor Asesor Albizzi, que esas eran sus instrucciones recibidas, tanto de viva voz, como por escrito. Así que cayó en desgracia del Rey, se volvió a Germania, y murió. Murió también el Duque Ossolinski, Secretario del Reino; y al poco tiempo, el Rey Vladislao, más que den otra enfermedad, de melancolía, producida por distintos sucesos. Así que nuestros Pobres Padres quedaron completamente desesperados, sin ningún sustento; hasta que Dios permitió otro Pontificado, como se verá en su lugar.
429.- Mientras duró la Sede vacante del Reino de Polonia, el P. Onofre [Conti] del Santísimo Sacramento comenzó a entablar conversaciones con Monseñor Vidoni, el nuevo Nuncio, y con la Reina viuda, por medio de Madama d´Obigni, Matrona de la Reina, -Señora verdaderamente de grandísima piedad, penitente del P. Onofre- para que le ayudara en la Dieta ante Monseñor Arzobispo de Gnesna, Primado del Reino, a fin de que la misma Dieta suplicara de nuevo al Papa la reintegración de la Orden a su estado primitivo. Le hizo toda clase de promesas de ayuda, en lo que pudiera. El Príncipe Lubomirski, Gran Mariscal del Reino, se unió también a la causa, lo mismo que nuestro fundador de la Casa de Podolin, que le prometió hacer todo lo que pudiera, para que se fueran consolidando.
Después de muchos intentos, se hizo la elección del nuevo Rey, pero una parte quería al Príncipe Carlos, Arzobispo de Sospello (Sospel), y la otra se inclinaba por el Príncipe Casimiro, que ya había renunciado al Capello Cardenalicio. La elección recayó sobre el Príncipe Casimiro. Como era hermano del Rey Vladislao, y muy querido por la Reina; con ello, las esperanzas de conseguir el intento volvieron a crecer, y con mayor fuerza,.
430.- El P. Onofre habló con el nuevo Rey, lo mismo que hicieron, el Arzobispo Primado, Monseñor Nuncio, y el Gran Mariscal del Reino. El Rey prometió continuar tanto como había hecho Vladislao, su hermano, y, en efecto, así hizo en todo momento, a pesar de tener en contra la oposición de otros Religiosos, que creían que el Rey actuaría como querían ellos. Pero, como en la Dieta se propuso que, en los negocios de estado y políticos, el Rey nunca se sirviera de aquella gente, no les quiso asegurar la palabra desde los primeros días, aunque con buenas palabras los iba tranquilizando
Terminadas las fiestas, la República buscó la manera de buscar mujer al Rey; y, tras considerar los gastos hechos en la Dieta, y que se debía dar dote y comodidades adecuadas a una Reina viuda, se pensó sería mejor suplicar al Papa la dispensa, y que tomara como mujer a su cuñada. Así se estableció, con lo que la Reina y el Rey, quedaron contentos. Se hicieron los festejos y fueron coronados en Cracovia, donde el P. Onofre, el P. Juan Domingo [Franco] de la Cruz, y el P. Alejandro [Novari] de San Bernardo quisieron estar presentes en todo momento, para dejarse ver, y poderse servirse de sus favores cuando los necesitaran.
431.- Por mediación de la Señora d´Obigni, el P. Onofre obtuvo audiencia de la Reina; él le pidió dijera al Rey que se acordara de la reintegración de la Orden. Prometió hacerlo, y dio la orden al Secretario italiano, el Abad Sansoni de que escribiera una carta a Doña Olimpia, cuñada del Papa, para que, por mediación suya, se consiguiera este favor, lo que hizo enseguida. Cuando llegó la carta, cayó en manos del P. Juan [García del Castillo], llamado P. Castilla, el cual, aunque era un alma buena, a quien ella había elegido por Confesor, tardó tanto en dársela, que el Papa enfermó y murió, con lo que no surgió ningún fruto, y todo se perdió.
432.- Al morir el Cardenal Panzirola llamaron de Colonia como Secretario de Estado a Monseñor Chiggi, en donde estaba de Nuncio del Papa Inocencio X, para ejercer el cargo de Secretario de Estado: con él teníamos nosotros vara alta, de muchas maneras; pues, como Monseñor Chiggi era versado en bellas letras, le escribía continuamente el Sr. Vittorio de Rossi, que en sus obras publicadas figuraba con el nombre de Giannicio. Todo lo que éste componía se lo enviaba a Monseñor Chiggi, y se lo publicaba todo.
El P. Carlos [Mazzei] de San Antonio de Paula, de Ancona, tenía un alumno en la clase 1ª de bellas letras, que era sobrino del Sr. Vittotio, que procuraba ver diariamente las composiciones del Maestro, con las correcciones. Le gustaban tanto, que un día escribió una carta latina al P. Carlos, quien le respondió a la Ciceroniana.
433.- Le gustó tanto esta carta al Sr. Vittorio, al ver el antiguo estilo ciceroniano, que se la envió a Colonia a Monseñor Chiggi; este le respondió que le gustaría conocer al Padre y alguna composición suya.
Envió Rossi la carta al P. Carlos -que de vez en cuando andaba escribiendo cartas latinas; en una de ellas le escribió que hiciera alguna composición, con una carta a su estilo, y se la enviara al Sr. Santi Ugolino, Agente de Monseñor Chiggi, a Colonia; que recibiría respuesta, como hacía siempre con él mismo; y no tendría que pagar nunca el valor del correo, porque la correspondencia iba y venía en la Valija del Papa.
434.- El P. Carlos compuso dos Himnos en la forma del “Iste Confesor Domini colentes”, y un Anagrama sobre “La muerte desconocida, Patria y muerte del Venerable P. José de la Madre de Dios, Fundador de las Escuelas Pías”, que llevó, en compañía mía, al Sr. Santi Ugolini, Agente de Monseñor Chiggi, quien, leyendo el argumento, lo envió al Sr. Vittorio Rossi, para que, después de la respuesta, hiciera el favor de enviarlo a las Escuelas Pías de San Pantaleón en un sobre, porque estaba cerca, dado que la casa del Sr. Vittorio se encuentra en San Onofre.
El Sr. Santi cogió la carta con grandísima cortesía y le respondió que, cuando llegara la respuesta, la llevaría él mismo en sus propias manos a San Pantaleón, no fuera que, por error, la cogiera otro.
No había pasado un mes, cuando llegó la respuesta de Colonia, y el mismo Sr. Santi se la llevó al P. Carlos. Le agradecía mucho los Himnos y el Anagrama, y le pedía que no le olvidara, que le consolara con sus composiciones. Y ordenó a su Agente que todas las cartas que le enviaba el P. Carlos, se las enviara muy seguras; pero él mismo, para que no se perdieran.
435.-Se trabó una amistad tan confidencial que, durante un tiempo, le escribió muchas cartas, en las que le exhortaba a escribir la Vida de nuestro Fundador, y que no dejara de enviarle todos los epigramas que le había prometido, que, después, a su debido tiempo, ordenaría publicarlos.
Monseñor Chiggi mostraba estas composiciones al P. Caramuel, Abad, casinense, pues con frecuencia hablaban de sus estudios. Le agradaba tanto a Monseñor el estilo del P. Carlos, que consiguió publicarlas, y todo lo que pudo obtener, lo publicó en sus obras, como él mismo lo dice en un libro.
El Padre Caramuel[Notas 2], después, cuando fue elegido Papa Alejandro VII, fue llamado a Roma, y se decía abiertamente que lo elegiría Cardenal; pero, por envidia de algunos de sus émulos, que, cuando fue Vicario General en Praga, no les hacía ningún servicio, sino, por el contrario, escribía en contra de ellos, fue nombrado Obispo de la Campagna. Ha escrito muchas obras, en una de las cuales escribe que “si los Padres de las Escuelas Pías son todos como los de Bohemia y Moravia, son dignos de ayuda”. Nació en Madrid, y sus obras y nombre es conocido por todo el mundo. Con él trataba muy familiarmente Monseñor Chiggi. Dicho Monseñor me ha contado muchas veces a mí mismo, en Roma, que, cuando iba a visitar al P. Carlos de San Antonio de Padua, porque quería conocerlo, que le regalaba de las mismas cosas que le mandaba el Papa.
436.- Para completar el libro, el P. Carlos le envió muchos epigramas suyos, con muchos ejemplos. Monseñor Chiggi los publicó a expensas suyas, pero a nombre del P. Carlos, dedicando el libro al Sr. Flavio Chiggi, su sobrino, hoy Cardenal. Envió algunos ejemplares al autor, regaló otros, y otros los vendió el impresor a las librerías de toda Europa, pues, por ser algo curioso, lo compraban muchos; en Roma he visto venderlo, pero con dificultad se puede encontrar.
El año pasado un Caballero florentino insistió ante el P. Carlos para que le enviara este librito, que quería publicar en Florencia a expensas suyas, pero que lo revisara, añadiera algunas cosas, y lo hiciera cuanto antes, como hizo. Esto fue en mayo de 1671, pero después no he sabido lo que pasó.
437.- Al llegar Monseñor Chiggi a Roma, fue a visitar al P. Carlos, quien lo acogió con cortesía, le abrazó y le besó varias veces, diciéndole estar muy contento de haberlo conocido, y si podía servirle en algo, lo haría más que gustoso. Y, como el P. Carlos es muy vergonzoso, hice yo sus veces, agradeciéndoselo, pues el P. Carlos se lo había agradecido sólo con la pluma.
Las cartas que Monseñor escribió desde Colonia al P. Carlos fueron muchas; él las conserva como recuerdo, y a veces se las enseña a sus amigos, para mostrar lo que le escribía cuando era Prelado, y el servicio que prestó en esto el Sr. Vittorio Rossi, que murió antes de venir a Roma Monseñor Chiggi.
438.- Cuando Monseñor Chiggi vino a Roma, no trajo consigo más que al Sr. Miguel Ángel Bonsi, su Maestro de Casa, y a otro, llamado Flaminio, su Camarero; el primero era de la Ciudad de Chiusi, y el otro de Siena; de éstos se servía en Colonia. En Siena buscó a otro joven, llamado Santiago Nini, al que después nombró su Secretario; era un Noble de Siena, y había sido condiscípulo de Flavio Chiggi, sobrino suyo. Además, como Monseñor Chiggi tenía tan poca familia, invitó a Palacio, para que a veces lo acompañara, al Abad Juan Francisco Christaldi, Canónigo de Nardò, que fue a Roma el año 1647, huido de su patria en tiempo de las revoluciones, cuando fueron asesinados muchos canónigos de Nardò. A éste le hice yo muchos servicios; por lo que, como agradecimiento, en algunas ocasiones, cuando, con el tiempo, aumentó su fortuna, me hizo muchos favores para la Orden, como a su tiempo se verá.
439.- A los pocos meses de que el Papa Inocencio X declarara a Monseñor Chiggi Cardenal y Secretario de Estado, en lugar del difunto Panziroli, enseguida escribí yo al P. Onofre [Conti] que suplicara cartas del Rey de Polonia al nuevo Cardenal Chiggi, para que nos ayudara ante el Papa en nuestras tribulaciones, siendo como era Secretario de Estado, y muy amigo nuestro, por la amistad que tenía con el P. Carlos [Mazzei] y con el Abad Christaldi, al que había nombrado Capellán suyo y Maestro de Casa, del que y podía disponer cuanto quisiera, y podríamos tener audiencia siempre que quisiéramos, pues, desde su casa y desde donde el Sr. Santi Ugolino, había pasado a Palacio, sin querer las estancias de Panzirola, sino otras más modestas, por no tener tantos ajuares de patrimonio; pues, aunque era Obispo de Nardò, vivía parcamente, por las limosnas que hacía en su Nunciatura, para dar buen ejemplo a los herejes.
El P. Onofre enseguida procuró cartas, tanto del Rey como de la Reina, e, incluso, consiguió que escribiera Monseñor Vidoni, Nuncio Apostólico de Polonia, en recomendación de la Orden de las Escuelas Pías, “que se encuentra en muchas necesidades, a causa de los disgustos pasados”, y que, por favor, viera alguna manera de ayudarla, siendo tan ejemplar y necesaria en aquel Reino era; y, “todos estos Padres esperan de Su Eminencia un favor tan singular, cosa que antes no han podido conseguir”.
440.- Llegaron cartas de Polonia; nos fueron entregadas al P. Vicente [Berro] de la Concepción y a mí, y se las llevamos al Cardenal Chiggi. Llegó el Abad Christaldi y nos proporcionó una grata audiencia. Cuando el Cardenal leyó las cartas, con gran satisfacción, empezó a preguntarnos la causa de nuestras angustias. El P. Vicente le contó brevemente lo que pasaba. El Cardenal se extrañó mucho de que, por tan débiles razones, fuera destruida una Orden, a la que se podía ayudar “con simple agua bendita”, para suprimirle los impedimentos que la oprimían. Y añadió el Cardenal: “Padres, cuando llegue el momento, quedarán ustedes servidos; me acordaré de ello, estén tranquilos; cuando me pregunten, diré lo que haya que decir; yo mismo responderé al Rey de Polonia y a Monseñor Nuncio” -a quien nosotros no sabíamos que le había escrito.
441.- Más tarde, el Abad Christaldi me dijo que el Cardenal quiso saber directamente de él lo que pasaba en la Orden, y le dio varias relaciones, porque yo mismo le había informado de lo que pasaba; también le informó de la muerte del Venerable P. José, Fundador, pues se había encontrado presente entre el Pueblo, cuando estaba expuesto en la Iglesia, y de todo lo que sucedió; esto fue lo que más enardeció al Cardenal a proteger nuestras cosas, como él mismo decía, en ocasiones difíciles de conseguir.
Llegaron a Polonia las cartas del Cardenal Chiggi, que, aunque eran palabras generales, se comprometía de tal manera que, después, se vieron los efectos, como se dirá en la 2ª Relación.
442.- Con estas esperanzas, y con las que nuestro Venerable nos dejó a su muerte, “estad unidos, que Dios nos ayudará”, íbamos consolándonos, esperando la ayuda divina.
Cayó enfermo el Papa Inocencio X, hacia el 25 de octubre de 1654, y peligraba muchísimo su vida. Era una enfermedad contraída cuando, yendo un día a ver un Jardín que Doña Olimpia, su cuñada, había ordenado hacer en Ripa, quedó dormido al sol, bajo una pérgola, y no quisieron despertarlo para no molestarlo, lo que hizo que el aire del Tíber le perjudicara.
El día de Navidad, el P. Castilla fue llamado a confesar a Dña. Olimpia, y yo me dispuse enseguida a acompañarlo. Cogí las cartas de la Reina de Polonia, y pedí al P. Castilla que, terminada la confesión, se las presentara, pues, como el Papa no había estado en la Capilla, era señal de que se encontraba mal, y no se perdiera esta ocasión de darle las cartas, y que que nos consiguiera alguna gracia del Papa para nuestra Orden, tal como, en muchas ocasiones, el Cardenal Imperial me había aconsejado que hiciéramos
443.- Llegados al Palacio de Dña. Olimpia, cogió las cartas el P. Castilla, pero, cuando esperaba alguna buena noticia, salió fuera con las cartas en la mano, diciéndome que, como era día de Comunión, y no le había parecido momento oportuno en aquel momento, que esperáramos a otra ocasión.
Entonces mismo llegaron doce Cardenales a felicitar las Navidades a Dña. Olimpia, entre ellos el Cardenal Imperial, quien preguntó al P. Castilla si había entregado las cartas de la Reina de Polonia en ayuda de la Orden. Le respondió que no le había parecido tiempo oportuno, para no distraerla en las devociones, que ya lo haría con más tranquilidad, de lo que el Cardenal se echó a reír, diciéndole: “¿Mayor facilidad que ésta? ¿Quiere hacerlo quizá cuando el Papa haya muerto? No pierda la ocasión; ahora es el momento”.
444.- En ese momento pasó un Palafrenero de Dña. Olimpia, con un Triunfo que le había enviado el Papa como regalo, y que habían retirado de la Mesa de la Cena que, la víspera de Navidad, había dado a todos los Cardenales; consistía en una Torre con las Armas de Panfilio y de Maldacchini, llena de peces con muchas guirnaldas. Aquellos Cardenales llamaron a Palafrenero y le preguntaron a quién llevaba aquel Triunfo. Le respondió que se lo llevaba al P. Castilla, Confesor de la Señora.
Se extrañaron los Cardenales de que llevaran al P. Castilla una cosa tan hermosa. Entonces el Cardenal Azolini dijo al Palafrenero que, si se la llevaba a él, le daría 20 escudos de propina; a lo que el Cardenal Imperial respondió de nuevo: “Algo más que Triunfos es lo que necesita el P. Castilla; pide ayuda para la Orden, lo que se puede hacer con una sola palabra. Volverá un día de estos a visitar a la Señora, y a traerle las cartas, con el memorial que tiene el P. Juan Carlos [Caputi]; dígale a ella que sigue mi consejo, y me deje a mí hacer el resto”. El P. Castilla y yo nos fuimos con un “¡no está mal!”, pensando volver, pero nunca más fue posible llevarlo.
Mientras tanto se agravó la enfermedad del Papa, y murió el 6 de enero de 1656, con lo que perdió la ocasión, Después, cara vez que me veía el Cardenal Imperial, me recordaba el “¡no esta mal!”.
445.-Muerto el Papa Inocencio X, el Cardenal Chiggi tuvo que salir de Palacio, donde tenía sus estancias como Secretario de Estado, y no sabía cómo hacer; lo mismo le pasaba al Cardenal Corradi. Éste pensó ir al Convento de Santa María Traspontina, en el Borgo, de donde Corradi era Titular. Fue a ver su apartamento, para comprobar si tenía capacidad para dos Cardenales; mandó llamar al Prior, y le dijo que quería invitar al Cardenal Chiggi a hospedarse en la Traspontina nueve días, antes de entrar en el Cónclave.
El Prior mandó inmediatamente retirar las cosas del apartamento del P. General, al que esperaban de un día para otro, porque vivía fuera. Llamó a un Padre Maestro de Pisa, pariente del Cardenal Chiggi, y le dijo que fuera a ofrecer a Cardenal el apartamento del General, con capacidad para todas las cosas, como había ordenado el Cardenal Corradi, y que “al P. General le daremos las estancias mías, y estoy seguro de que le gustarán”.
446.- Fue el P. Maestro adonde el Cardenal Chiggi, que estaba muy preocupado por no saber dónde podría descansar; pues por no comprometerse con nadie, andaba pensando si aceptar el ofrecimiento que le hacía el Príncipe Panfili, o Doña Olimpia, de ir a sus casas, pues se lo habían ofrecido varias veces. Cuando andaba dudando, llegó el P. Maestro, carmelita, y le ofreció el apartamento en la Traspontina, de parte del Cardenal Corradi y del P. Prior; que estaría bien, cerca del Cónclave, y junto al Cardenal Corradi; que allí podrían tratar los asuntos a su gusto, y juntos, pues los dos apartamentos estaban, uno, en un Corredor, y el otro, junto a la cabecera de la Escalera principal.
447.-El Cardenal Chiggi mando enseguida llamar al Abad Christaldi, y le dio orden de que fuera a la Traspontina a ver el apartamento ofrecido por el P. Maestro, y procurara no molestar a nadie, pues lo que necesitaba eran sólo dos estancias para su persona, una para un Camarero que le pudiera servir, y otra para él, a quien nombraba Trinchante suyo para el Cónclave, pues no quería que nadie se metiera en los asuntos de la casa de otro; que no podía hacer gastos, por ser un Pobre Cardenal. Cuando el Caballero Accariggi y el Caballero della Ciaia comprendieron que a Christaldi lo había hecho Trinchante del Cónclave, se molestaron mucho con el Cardenal - siendo ellos eran parientes suyos- al preferir a un simple Cura, que les quitaba su puesto, y nunca es costumbre quitar el oficio de Trinchante a nadie, a no ser por algún mal comportamiento; y que este Cura habría tenido suficiente con hacerle proveedor de la Abadía de la Madonna della Verrana, en Lecce, que produce unos 300 escudos o más; sin embargo, ellos eran parientes, le habían servido, y nunca le habían dado ningún problema.
448.- El Cardenal los tranquilizó con pocas palabras; que el Caballero Accariggi quedaba como Maestro de Cámara, y el Caballero Caia no siempre tendría lo que quería; que, si él tenía Carroza y servidores para hacer alguna gestión, Christaldi tenía que ir a pie. Y sólo para que se conformaran, y no hicieran más ruido, dijo a Christaldi que mandara hacer la provisión de lo que se necesitaba, inspeccionara el apartamento, y luego fuera al Cónclave a ver qué lugar le tocaba, ordenara hacer el Escudo, e hiciera gestiones para que los dos Conclavistas tuvieran un sitio bueno, estuvieran cómodos, y no sufrieran; y, finalmente, nombró Conclavistas suyos al Sr. Miguel Ángel Bonsi, su Maestro de Cámara, y a Flaminio, su barbero y Ayudante de Cámara; esto lo pretendía el Sr. Jerónimo Nini, su Secretario, el cual andaba haciendo tramites, pensando que le tocaría entrar en el Cónclave en lugar de Bonsi; sin embargo, aún le prometieron otras responsabilidades.
449.- Christaldi fue, y todo le salió a gusto del Cardenal, pero a disgusto de los Cortesanos, que tienen la miel en la boca, pero la hiel en el corazón, y disimulan a su manera.
Cuando yo supe que Christaldi había sido nombrado Trinchante de su Patrón, fui a encontrarme con él y felicitarle. Lo encontré muy confuso y mohíno por el trabajo excesivo y por no estar práctico en estos menesteres; me pidió varias veces que fuera con frecuencia a verlo, pues ya tenía los aposentos en San Pedro, para estar más cerca del Cónclave, a pesar de que el P. General de la Traspontina, que había venido hacía poco a Roma, había ordenado ya que la familia del Cardenal Chiggi, durante el Cónclave, tuviera allí sus habitaciones, e incluso se hiciera la cocina en el Convento, para evitar gastos. Pero, al final, no quiso el Cardenal, que dijo a Christaldi que mandara preparar su apartamento y la cocina; pero que la despensa la tuviera únicamente en la Traspontina; y, si no resultaba incómodo, podrían estar allí también sus Gentileshombres y el otro ayudante de Cámara. Así se instaló toda la familia, y todo quedó tranquilo, en buenísimo orden.
450.- Mientras tanto, el Cardenal fue a visitar a los parientes del difunto Pontífice, comenzando por Dña. Olimpia, que se encomendó mucho a su protección, pues no se llevaba bien con el Cardenal Maildacchini, su sobrino, aunque sí tenía propicias a casi todas las personas promovidas por el Papa Inocencio, su cuñado. Y ella misma decía que conservaría sus relaciones con todos los Cardenales Amigos suyos, y confiaba atraerlos a su manera de pensar.
El Cardenal se ofreció a servirla en todo lo que pudiera, pues estaba desde siempre obligado con la Casa Pamfili, que siempre le había honrado. Después se fue adonde el Príncipe Pamfili, y la Princesa de Rossano; hizo los mismo obsequios; y como se llevaban bien con Dña. Olimpia, también ellos se comprometieron a protegerla, pidiendo al Cardenal Maildacchini que tuviera en cuenta hacer la voluntad de la Señora, para no chocar con algún escollo; y que haría de su parte todo lo que pudiera con las personas promovidas por el Papa Inocencio, su tío; y si tenía alguna necesidad de dinero, o de otra cosa, estaba a sus órdenes.