Diferencia entre revisiones de «Panamá (PA) Colegios»
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Revisión de 15:36 24 nov 2014
Contenido
Datos
Demarcación Cataluña
(1889-1900)
Fundación.
El país, lo que hoy es la República de Panamá, era a finales del siglo pasado un departamento o provincia de Colombia. Vivía en un retraso económico y cultural acusado. Eclesiásticamente el departamento estaba gobernado por el obispo D. José Alejandro Peralta, quien, contando con muy escaso clero, iba a acometer la empresa de llevar las Escuelas Pías a su tierra. En 1888, de paso hacia el Vaticano, visitaba España. En Madrid se entrevista con el Vicario general de las Escuelas Pías en España, Manuel Pérez; pasa por el colegio Santo Tomás de Zaragoza; en Barcelona saluda al P. Provincial y conoce el colegio San Antón; finalmente, ya en Roma, acude a la casa de San Pantaleón solicitando al P. General una fundación para su diócesis; pidió al Vaticano que abogara en su causa: que las Escuelas Pías le asignaran un religioso que pudiera dirigir la construcción de un edificio en el cual se iba a establecer el pequeño seminario. Las gestiones se mediaron pronto a través del P. Provincial de Cataluña, Ramón Riera, a quien se le advirtió debía ponerse de acuerdo con el P. Vicario general y que antes de nada era necesario que el obispo presentara las bases y condiciones de la fundación a la Congregación general de España. Cuando el prelado conoció estos requisitos comisionó a D. Luis A. Fernández, comerciante de Barcelona, para que redactase el contrato con las bases que se le propusieran.
Se ofertaba como lugar para la fundación Santiago de Veraguas. Por cuenta del obispado corrían los gastos del viaje del religioso, el mantenimiento del mismo y el sueldo que se le asignara desde su llegada a la diócesis hasta la conclusión de la obra. Más tarde también se costearían los gastos correspondientes a los viajes de los religiosos que deberían encargarse del colegio y si los fondos del mismo no alcanzaban para el pago de aquéllos su sueldo correría por cuenta del obispado, ya que debía tener una pensión anual estimada en una cantidad prefijada.
Decidido el P. Vicario general a llevar adelante la empresa nombra al P. Juan Miracle, en julio de 1889, delegado general en el estado de Colombia, facultándole para tratar y llevar a cabo la fundación del Instituto en la mencionada República. El P. Miracle se embarcó en Barcelona rumbo a Panamá acompañado del H. Marcos Álvarez.
Ciclo de asentamiento dependiente de la generalidad.
Llegaron los escolapios a Santiago de Veraguas el 1-9-1889. Se trataba de un país en formación, al que convenía llegar con espíritu misionero. Mientras se redactaban las bases definitivas, las Escuelas Pías comenzaron su andadura en una casa alquilada.
Pronto se abandonaría esta primera residencia de Santiago. El 1-5-1890, con la celebración de una velada literaria, se inauguraba solemnemente el nuevo edificio; los escolapios fueron alcanzando poco a poco alta estima en la ciudad; incluso el Gobierno colaboraba económicamente con el colegio; pero los gastos de construcción del edificio -sólo se tenía levantada un ala de sesenta y cinco metros de largo-, los del profesorado y seminaristas eran soportados por el obispado. Un costo demasiado elevado en proporción a las ventajas que ofrecía una localidad notablemente alejada de Panamá. En consecuencia, se decidió trasladar a dicha ciudad la obra escolapia. Terminado el período veraniego se abría una nueva casa (8-4-1891), con el nombre de «Colegio Colombiano»; la sede se ubicaba, temporalmente y hasta ver si fructificaban las gestiones con el prelado, en una parte del solar que fuera antiguamente convento de San Francisco. Por su parte el obispo intentaría conseguir del Gobierno de la República la cesión del colegio departamental, especie de instituto de segunda enseñanza. Durante todo el curso escolar se estuvo trabajando en tales condiciones; pero, en la fechan en que comenzaba el nuevo curso, iba a decidirse por mutuo acuerdo el cierre del joven colegio. Por un lado, el P. Miracle se veía imposibilitado por carecer de los elementos personales y materiales imprescindibles para embarcarse de nuevo en un año escolar; por otro, el obispo pasaba excesivas estrecheces económicas, y, aunque estaban iniciados los trámites, no acababan de resolverse favorablemente para la cesión del colegio departamental. En esta situación, los escolapios, angustiados, se relegaron en el obispado e impartían enseñanzas a los seminaristas.
Pasados algunos días los acontecimientos se precipitaron. Un viaje del prelado para entrevistarse con el presidente de la República y el interés mostrado por el representante de Colombia en España hicieron que llegara la comunicación al P. Miracle de poder hacerse cargo del colegio departamental a primeros del mes de julio. Lo que ahora necesitaba el escolapio eran personas para atender su compromiso. Resuelta en cierta medida esta necesidad comenzaron las clases en los primeros días del mes de julio de 1892; el nuevo centro se iba a llamar «Colegio Balboa»; centro nacional de segunda enseñanza, cedido a los escolapios para que llevaran la dirección y funcionamiento. En el antiguo edificio los escolapios desempeñaron su ministerio hasta 1896, fecha en la que pudieron hacerse con local propio, el antiguo convento de San Francisco, en donde estuviera ubicado el colegio Colombiano. Esta era y había sido la idea de siempre: asentar la Orden en tierras panameñas; así lo había expresado en carta dirigida al P. Vicario en abril de 1891, al abandonar Santiago, y lo ratificaba en otra del 3-6-1896. El P. Juan Miracle, hombre de espíritu luchador, pensaba que su labor encomendada había concluido y, sintiéndose cansado, solicitaría volver a España, a donde llegó en 1897, tras haber llevado adelante el ciclo de asentamiento.
Anexión a Cataluña y cierre de la fundación
Las distintas casas generalicias que se habían fundado, tanto en España como en tierras americanas, empezaron a ser encomendadas a partir de 1897 a las diferentes Provincias. La Congregación general consideró conveniente que Cataluña se hiciera cargo de la casa-colegio de Panamá, dada su cercanía a Cuba. El P. Provincial aceptó el ofrecimiento y se comprometió a ir enviando religiosos en la medida en que estuvieran disponibles. Así se hizo. Pero según iban llegando los jóvenes escolapios la fiebre amarilla los hacía enfermar, si es que no se cobraba sus vidas. También falleció el obispo impulsor de la obra, D. José Peralta, no creándose relaciones cordiales con su sucesor. Por otra parte, la situación política y económica cambiaba con el fin de siglo: Panamá, reconocida independiente en 1903, lo es de hecho en 1900. A su vez la crisis de la compañía del canal afectaba notablemente a la economía del país. La Congregación provincial se había manifestado con el parecer de cerrar ese colegio en febrero de 1899, por la actitud del nuevo prelado y porque no tenían ninguna obligación superior que cumplir. No obstante se esperó al año siguiente, cuando el 23-1-1900 el Gobierno de Bogotá comunicó su voluntad de rescindir el contrato firmado ocho años antes; las razones que aportaba el documento del gobierno se referían a la necesidad de aplicar los recursos económicos del país al restablecimiento del orden y seguridad del gobierno, a que el contrato para la organización del colegio «Balboa» sólo obligaba a las partes en tanto existiera el mencionado colegio (la Orden lo había convertido en casa propia y su mantenimiento dependía de la voluntad del Gobierno). Por todo ello, la comunidad se embarcaba destino a Cuba el 10-2-1900.
Colegio, profesores, cargos y asignaturas.
La primera embajada escolapia -P. Miracle y H. Marcos Álvarez- tras su paso obligado por Colón y Panamá, residió en Santiago en una casa alquilada, lugar en el que hicieron comunidad durante un tiempo con dos clérigos aragoneses, no escolapios, y los seminaristas enviados por el obispo. El H. Marcos cumplía como mayordomo y jefe del servicio doméstico, mientras que el P. Miracle ejercía el cargo de rector del incipiente seminario; explicaba, además, filosofía, prosodia, arte métrica, aritmética superior. Por su parte, los clérigos aragoneses ayudaban enseñando otras asignaturas cursadas por los seminaristas estudiantes de latinidad y filosofía.
Para mayo de 1890 se tenía previsto el traslado al nuevo colegio, que se estaba edificando; ante la ausencia de cal y canto en aquellas latitudes, la construcción hubo de llevarse a cabo con madera, como material básico.
Pensando en el nuevo curso y en las necesidades a cubrir, el P. Juan redactó una gramática latina para imprimir en la imprenta con que contaban; solicitó al P. Vicario un hermano operario cocinero y otro religioso, buen maestro y músico (los mejores cantos de los coros catalanes quería escuchar en el nuevo seminario); además, como estaba dedicado a otros menesteres parroquiales, podría ser útil para ellos. En este sentido, dado lo diseminada que estaba la población por campos y aldeas, y falta de sacerdotes y maestros que pudieran enseñar la doctrina cristiana y la lectura, puso en marcha lo que llamó «Conferencia de San Vicente de Paúl». Atendería una doble obra: la catequética, desempeñada los domingos y a la que concurrían hombres, mujeres y niños; la formación de un magisterio femenino para establecer escuelas religiosas en las aldeas. Contaba con una casa central a la que llamó «Escuela normal» y sus miembros comenzaron a levantar por los poblados edificios-escuelas.
Mientras ocurría todo esto, las bases de fundación llegaban a España y, con algún ligero retoque, quedaron aprobadas: los escolapios iban a impartir toda la enseñanza primaria y secundaria; cuando lo permitiera el personal establecerían una escuela práctica de agricultura y de artes y oficios; deberían admitir en el colegio jóvenes aspirantes al sacerdocio, alumnos internos y externos. El obispo donaba un terreno y edificio para colegio e iglesia, con una finca que rindiera lo suficiente para mantener a los religiosos; mientras no contaran con un medio estable, daría por cada religioso dieciocho pesos en plata colombiana, treinta mensuales por cada profesor y veinte por cada hermano operario; por el equipo y viaje de cada escolapio desde España habría que satisfacer otros doscientos pesos. Aprobadas las bases comenzaron las clases en el nuevo edificio el 1-5-1890 con una matrícula de 27 alumnos, que en junio se aumentaba a treinta, con posibilidad de diez más. En diciembre, tras reiteradas peticiones llegó el P. Ramón Antunas; unos meses antes los clérigos aragonenses, que tanto habían ayudado al P. Miracle, se habían despedido; al nuevo religioso le correspondía hacerse cargo de la dirección de colegiales y de las clases de preparación para la segunda enseñanza.
Decidido el traslado de Santiago a Panamá (el nuevo colegio Colombiano se inaugura el 8-4-1891) hasta trasladarse a la sede residen en casa del Sr. obispo durante dos meses. El nuevo alumnado eran muchachos de dieciséis a veinte años, alguno hasta veinticinco, con un nivel cultural muy bajo y desconocedores del catecismo. El colegio contaba en mayo con sesenta alumnos de matrícula: diez pensionistas, dos mediopensionistas, ocho encomendados, trece seminaristas y el resto externos. El P. Miracle alternaba la enseñanza del cálculo mercantil y teneduría de libros en el colegio con la rectoría del seminario diocesano, centro en donde impartía hermenéutica sagrada, dictando también una clase de religión en el colegio departamental de señoritas. El H. Marcos se ocupaba de lo propio de su cargo de operario. El P. Ramón ejercía de director general de alumnos y figuraba como profesor de dos cursos de castellano, literatura y religión, aritmética elemental, escritura y caligrafía; todo en el colegio. El trabajo era excesivo, por lo que el P. Miracle no dejaba de pedir ayuda; la situación se agravaría al caer enfermo el P. Antunas y fallecer el 8-7-1891. Se defendió el colegio con seis profesores, tres de los cuales eran seminaristas de primero y segundo curso de latín; escolapio sólo el superior. En octubre llegaron un sacerdote (P. Benito Rodrigo) que se hizo cargo de la dirección de colegiales, de la enseñanza de la gramática castellana, principios generales de literatura y religión; un clérigo (Domingo Ramón) que se hizo cargo de la secretaría, asignaturas de las clases preparatorias y de la prefectura de estudios; y un hermano operario (Marcelino Miguélez) que se trasladaría, de momento, a la cocina del obispado para allí aprender el oficio. No obstante, no se solucionaron los problemas con la llegada de estos religiosos: el P. Benito resultó siempre conflictivo y se secularizó en febrero de 1892.
Concedida la cesión del colegio departamental Balboa, hubo de retrasarse el comienzo por razón de los permisos necesarios y porque no llegaba de España el personal conveniente. El 18 de junio el P. Miracle fue confirmado rector del nuevo colegio; éste reanudaría las clases el 1 de julio. Si al comienzo del curso -tres meses antes- el número de alumnos era de sesenta y ocho, al tomarlo los escolapios creció hasta ciento treinta. Contaba con ocho profesores (cuatro seglares, el superior de los jesuitas, el ex-secretario del obispo y los escolapios Miracle y Ramón). La estructura de los cursos era: una escuela preparatoria (a modo de escuela primaria ampliada), liceo con tres años de segunda enseñanza, bachillerato en filosofía y letras en cuatro años y doctorado en dos años más; en ese primer momento se impartían clases hasta el primer año de bachillerato. Cuando se firmó el contrato entre el gobernador del departamento y el P. Miracle, superior escolapio, las mutuas contrapartidas se iban a ver modificadas e incrementadas.
Preocupado el gobierno departamental por establecer estudios útiles y asequibles y que en pocos años pudieran extenderse por todo el itsmo, introdujo algunas novedades. Si bien había de ser similar al de los colegios mayor y menor de «Nuestra Señora del Rosario» de Bogotá, se proponía una ampliación con las siguientes asignaturas: trigonometría (abarcando lo necesario para el manejo de las tablas logarítmicas y sus aplicaciones a la solución de triángulos rectilíneos), topografía y agrimensura (con el conocimiento de las distintas clases de mediciones, instrumentos, estudio y prácticas de nivelación y levantamiento de planos), geometría descriptiva (estudiando proyecciones o inserciones de rectas y superficies), química general y particular (aplicada a la metalurgia, agricultura e industria), construcción (con el conocimiento teórico y práctico de sus materiales y su resistencia), arte de construir (referido al corte de piedras y de maderas, así como a la ejecución de obras y su estabilidad) y dibujo (aplicado a cada una de estas disciplinas). Todas las materias se darían con la extensión propia de la Universidad Nacional, incorporando gradualmente las materias según adelantaran los alumnos. Iban a ser verdaderos estudios universitarios. A las Escuelas Pías se le abona el viaje de sus religiosos y una asignación en función del cargo desempeñado en el colegio; se le daba local suficiente para todas las enseñanzas, corriendo por cuenta del gobierno los gastos de conservación y mejora del edificio, así como la adquisición de gabinetes y material; la enseñanza sería gratuita, aunque podrían admitirse alumnos internos y encomendados. Además de todo lo referente al plan de estudios, dos compromisos importantes se iban a contraer. Primero, al no existir en Panamá una «Escuela normal», una vez completadas las enseñanzas del plan de estudios, los escolapios deberían establecer en el colegio una «Escuela suplente de la ñormal» con que proveer de profesores con título suficiente a las escuelas primarias del departamento, aprovechando las asignaturas que ya se impartían. Segundo, debían destinar, en cuanto se pudiera, un religioso sacerdote para fomentar y propagar por todo el itsmo las escuelas rurales, a tenor de las ya fundadas estando en Santiago de Veraguas. Este acuerdo se firmó el 10-9-1892.
Para atender a los nuevos compromisos contraídos llegaron de España el P. Juan Bautista Gregori y el H. Clemente Merino; a finales de 1893, desde Chile, el P. Esteban Terradas, quien sería nombrado vicerrector, prefecto de estudios, director de las «escuelas rurales» y de la «Tercera Orden de las Escuelas Pías» que ya se había establecido.
Al año siguiente el colegio se estableció en el convento de San Francisco, siendo la propiedad de la Orden, y al año siguiente pasaría a depender de la Provincia de Cataluña. Cuando el P. Miracle regresó a España en 1897 asumió el cargo de superior el P. Antonio Ribalta, quien llegaría a Panamá en el mes de octubre acompañado del P. Francisco Ibáñez. Más tarde se incorporarían los religiosos: Pedro Campa, Miguel Aulí, Juan Alsina, Ángel Bonet, Pompilio Peña.
Con el fin de siglo los tiempos empezaron a no ser muy favorables para la casa. En Visita provincial efectuada por el P. Pablo Trías en 1900 se pudo palpar la difícil situación de la fundación. El decreto del 23-1-1900 por el cual quedaba rescindido el contrato entre el Gobierno y las Escuelas Pías fue leído como beneficioso para la Orden, pues se iba a quedar a salvo su honor profesional. Si bien habían existido causas ajenas a las Escuelas Pías que condicionaron la buena marcha de la institución -arriba indicadas-, se opinaba que a todo un colegio nacional, espléndidamente subvencionado, se habían mandado como profesores a niños, en la extensión de la palabra, tanto en edad como en ciencia, no habiéndose alcanzado, por consiguiente, los resultados que las autoridades del país podrían esperar, lo que a su entender, ponía a las Escuelas Pías en evidencia; todo ello por no haber dispuesto de un personal convenientemente formado.
Decidido y obligado el abandono, el Visitador marchó a Cuba acompañado de los PP. Ángel Bonet, Francisco Ibáñez y Pedro Manubens, y los HH. Pompilio Paré y Andrés Camats. Era el 9 de febrero. Quedaron en el país los PP. Esteban Terradas y Pompilio Peña, acompañados del H. Saturnino Torres, para solventar los últimos trámites legales.
Otros intentos de crecimiento y fundación.
La lucha del P. Miracle por asentar las Escuelas Pías en Panamá fue enorme, y mayores los resultados obtenidos a pesar de la deficiencia en las personas y la cualidad de las mismas. Conocedor de la realidad americana y en ocasiones deprimido por las dificultades, se ilusionó por fundar en otros países, olvidando las dificultades del suyo, y escribió sugiriendo así al Superior en España.
Se ofreció para intervenir en los trámites de la petición de Ecuador, pues en Nueva York conoció al entonces presidente, Antonio Flores; incluso, para viajar a esa República en vacaciones e informarse sobre el terreno. Loja le parecía un lugar recomendable.
En 1891 estaban en crisis las casas en Chile; el P. Terradas, de Copiapó, barajaba la posibilidad de fundar en Perú. No le parecía al P. Miracle un lugar tan apropiado como el ofrecido por el párroco de Envigado, diócesis de Medellín, aunque ninguna de las dos fundaciones se llevaran a cabo.
Finalmente, se ha indicado que el P. Juan Miracle impartió por algún tiempo clases de religión en el colegio departamental de señoritas en Panamá. La ilusión por que brotara alguna semilla calasancia le llevó a, en nombre del gobierno departamental, escribir a la Superiora general de las escolapias, rogándole enviara cuatro religiosas para encargarse del colegio de señoritas, de segunda enseñanza: ofrecía casa, material y doscientos pesos mensuales.
Bibliografía
- Archivo Histórico Escolapio: Archivo Vicaría General
Redactor(es)
- Pedro Alonso, en 1990, artículo original del DENES I