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:'''CAPÍTULO 18 Treta usada por uno de los nuestros en Savona Con los RR. PP. Carmelitas [1646] | :'''CAPÍTULO 18 Treta usada por uno de los nuestros en Savona Con los RR. PP. Carmelitas [1646] |
Revisión de 19:20 23 oct 2014
Ver original en Italiano- CAPÍTULO 18 Treta usada por uno de los nuestros en Savona Con los RR. PP. Carmelitas [1646]
Es increíble, diría incluso indecible, contar las diligencias, los medios, los poderes, las violencias y las ofertas que hicieron a nuestros pobres Padres en Savona los Padres Carmelitas descalzos, y otros, por el deseo que estos buenos Padres tenían de conseguir de algún modo nuestro lugar de Savona. Acudieron muchas veces a los Gobernadores de la Ciudad, a los Excmos. Senadores de Génova, a los Excmos. Sres. el Duque y el Príncipe d´Oria, con ofrecimientos de mucho estima; pero, como nuestros religiosos estaban unidos y firmes, nunca pudieron obtener su intento.
Los buenos carmelitas no se conformaban con lo que habían hecho, y viendo que ni ofertas ni amenazas, ni gestiones de poderosos, ni engaños empleados con ellos habían podido cambiar, y menos plegarse, a nuestros pobres Padres Religiosos, pensaron atraparlos con evidentes razones y sagacidad. Para eso, les invitaron a considerar que no era posible poder perseverar durante años en el Instituto de las Escuelas Pías, porque era muy agotador, y ellos ya tenían cierta edad y poca salud corporal; y que si uno de ellos faltara, desbarataba a todos; y si faltaban dos, tendrían que dejar las escuelas, pues no tenían esperanza de obtener individuos de otro sitio, pues las Escuelas Pías sufrían el mismo peligro y escasez en todas partes; tanto más, cuanto que se veía cómo en cada casa muchos se salían muchos. Y que no se podían apoyar demasiado en las ayudas de Germania y Polonia, porque siempre, ante cualquier alivio nuestro, se opondrían los de la Compañía de Jesús, que tanto habían deseado esta opresión de las Escuelas Pías. Incluso, que aquellas Majestades no querrían romper con el Papa; que a la primera o segunda negativa de Su Santidad se serenarían, y no faltarían razones para satisfacer a Sus Majestades, sin necesidad de disgustarlos. Y, por otra parte, que, si no querían volver al siglo, ni recibir beneficios eclesiásticos, sino perseverar en el estado regular, tenían muy buena ocasión en los mismos Padres carmelitas descalzos, que deseaban su lugar. Hasta se podría tratar de que an todos entre ellos, ya que era una Orden de tanta estima en el mundo, y de tanta religiosidad, en la que se les serían fácil acostumbrarse a su vida, pues había poca diferencia en el dormir, en el vestir, y en las disciplinas y ayunos. Que así todo quedaba asegurado, y cuanto antes lo hicieran era mejor, en todos los aspectos; y más fácil, por no ser aún tan viejos, que pudieran ser rechazados por inhábiles. Ellos no perderían para nada el buen nombre de Religiosos; más aún, adquirirían gran crédito ante toda la ciudad y ante la República, si se resolvían a hacer esto. Muchas otras personas los exhortaban, con otras razones, a cambiar de hábito, no sólo amigas y parciales en principio, sino también Curas, que se ofrecían a pactar con los Padres carmelitas, con mayor ventaja para las Escuelas y para los Religiosos.
Viendo el P. Pedro Pablo [Berro] de Santa María, Superior entonces de las Escuelas Pías, hermano carnal mío, que no podía quitarse de encima semejantes embajadores, dijo que le gustaría hablar con los Padres carmelitas descalzos, y se lo dio a entender a uno de estos embajadores, que fue el Sr. Nicolás Corso, o al Sr. Cunio, dos nobles de Savona.
Se presentó enseguida el P. Prior de los Carmelitas adonde el P. Pedro Pablo. Discurriendo, a larga vista, sobre este deseo de ellos, presentó a los nuestros una buena ganga. Finalmente, para quitárselos de encima, nuestro P. Superior de las Escuelas Pías dijo a los Padres Carmelitas: “Yo no encuentro, Padres míos, mejor medio de concluir esto que llevamos tratando tanto tiempo, que venir a estar aquí todos juntos en santa caridad, y formar una casa con un solo hábito, pues nosotros no queremos en modo alguno vender ni partir este lugar.
Los carmelitas, entendiendo lo dicho según su sentir, enseguida aplaudieron el pensamiento, y dijeron que lo comunicarían en el convento a sus frailes, y se lo escribirían a Génova a su Padre Provincial. Y tras esta entrevista partieron muy contentos, pensando que las Escuelas Pías habían caído en la trampa o en la red. Pero los nuestros en casa se caían de risa por la treta.
En efecto; al cabo de pocos días, el P. Prior de los Carmelitas volvió adonde nuestro P. Superior, para arreglarlo todo. Dijo que su P. Provincial estaba del todo decidido a hacer la unión, y que nuestros Padres eligieran el día cuando él pudiera ir aposta a Savona. Y determinaron el día, para hacer más notoria la burla.
El día señalado fue a Savona el P. Provincial de los carmelitas descalzos con sus acompañantes. Se pasó aviso a las clases, y reunidos todos en nuestra casa de las escuelas para estipular el contrato, comenzó el P. Prior a proponer lo que le habían dicho; y que, conforme a lo convenido, había ido también su M. R. P. Provincial para recibir a sus hijos; y, hechas las debidas escrituras, darles el hábito de Santa Teresa.
A esto respondió el P. Pedro Pablo, mi hermano, Superior de las Escuelas Pías: “Padre Prior, me acuerdo muy bien de lo que le dije, y aquí todos los Padres están dispuestos a mantenerlo; pero resulta que V. R. se ha olvidado, y lo ha entendido al revés. Yo invité a Sus Paternidades a venir a vivir aquí con nosotros -pues los veíamos muy interesados por esta casa- con un solo hábito, pues es muy fácil hacer negro al de ustedes, pero el nuestro, que es negro, no puede cambiar a castaño, y mucho menos a blanco. Éstas fueron las palabras, éste el sentir de mis Padres, que están dispuestos a recibirlos a todos, si Sus Paternidades quieren vestir nuestro hábito, y dedicarse al Instituto de las Escuelas Pías”. Con lo que el P. Prior se fue muy disgustado.
Todo esto se corrió por la ciudad, y cada uno lo vio conforme a su inclinación y acepción de personas. Los Padres carmelitas descalzos no lo intentaron nunca más, y nosotros quedamos libres de este continuo cañoneo.