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Revisión de 19:18 23 oct 2014
Ver original en Italiano- CAPÍTULO 24 De cómo el Visitador Hizo la visita de los Nuestros En San Pantaleón
El Revmo. P. Silvestre Petrasanta, jesuita, Visitador Apostólico, intimó en nuestra Casa de San Pantaleón de Roma la visita a los Padres y a la Provincia de Roma. Dio comienzo a la visita con las ceremonias habituales. De ella se esperaban toda clase de bienes, porque fuera era muy estimado. Pero se comenzó a temer de él, porque no se eligió como Secretario a uno de sus Religiosos, que, como desinteresado habría trascrito con mayor fidelidad, y los nuestros se hubieran encontrado con él con más libertad y sinceridad de corazón. Y es que quería llegar al objetivo que se había propuesto en esta visita, que era, si no evellere et destruere, al menos dar gusto en todo al P. Mario y a sus cómplices, todos religiosos disolutos, como lo demostraron sus efectos y su éxito, y más adelante lo demostrarán sus actuaciones.
Eligió pues, como Secretario suyo de visita y cartas al P. Juan Antonio [Ridolfi] de la Natividad, boloñés, que no sólo era joven, sino también libre e inmortificado, hasta tal punto que con mucha frecuencia nuestros Superiores se veían obligados a cambiarlo de un sitio para otro, con muchos castigos.
Con este Secretario, pues, el Revmo. P. Visitador comenzó la visita de la habitación del P. Mario, como hizo el P. Ubaldini, somasco. Pero antes, con la participación del mismo P. Mario y de los demás amigos suyos, que, aunque pocos en número, tenían mucho peso, por el apoyo que les daba el P. Visitador, jesuita. Yo tengo un escrito jurado que me ha hecho llegar uno de los cuatro nuevos Asistentes, que dice palabras precisas:
“Ninguno podía ir a hablar con el P. Visitador (habla durante el tiempo de la Visita Apostólica) si antes no tenía instrucciones del P. Mario, o de alguno de sus pocos colaboradores, sobre lo que tenía que decir. Y, para que se cumpliera esto con un hermosísimo orden, quiso que fuera Secretario de esta visita el P. Juan Antonio de la Natividad de la Virgen, a quien había ordenado venir a posta de Florencia, el más íntimo y fiel que podamos imaginar, pues le contaba todo lo que escribía”.
Así pues, estaba el P. Visitador, jesuita, con dicho P. Juan Antonio, religioso de los nuestros, que escribía todo, siguiendo la voluntad del P. Mario, que se enteraba de los acontecimientos de la Orden.
Dime, por favor –persona prudente y deseosa del bien común- ¿no debía el Visitador haber escogido a un Secretario de su Orden, para describir secreta y escuetamente lo que los ánimos afligidos quisieran decir? Pero eso no agradaba a Mario.
El P. Visitador Pietrasanta escribe que registraba en las actas de su atestado todas las deposiciones, firmadas con juramento de los deponentes. Pero conviene saber que sólo eran enviados a él los que quería el P. Mario. Más aún, muchos de los que se encontraban presentes en Roma, no fueron llamados a la vista, porque eran contrarios a Mario; y otros no quisieron ir mientras estuviera de Secretario un amigo del P. Mario; y muchos que se examinaron, fueron enviados fuera de Roma, porque eran contrarios al P. Mario. Y aún más. Cada vez que alguno quería contar las bellaquerías del P. Mario y de algunos de sus amigos, enseguida eran tildados de alborotadores y ambiciosos, pues el P. Visitador se había constituido en juez y defensor de parte. Yo sé que las deposiciones de muchos y principales Religiosos de nuestra Orden fueron escuchadas, pero, como no decían lo que él quería, no se escribió nada de ellas.
Por eso, me atrevo a decir que las actas de esta visita son nulas, porque faltaba la fidelidad por parte del P. Visitador, del Secretario, y de los examinados; como también, por no haber sido general, como exige una Visita Apostólica.
Los interrogatorios de esta visita no sé de qué tipo eran. Para saberlo, nada mejor que conocer lo que intentaban las personas que los habían preparado; porque sé que algunos, cuando se examinaban respondían con animadversión que creían que de ninguna manera se debía hablar de aquella manera, en una Visita Apostólica -únicamente por las pasiones del P. Mario-contra el Fundador de una Orden, quien por todo el mundo era admirado como santo, y respetado como tal por la Corte Romana. Por esta visita se ve muy bien la intención del Visitador, P. Pietrasanta, porque fue a desempolvar la validez de nuestras Constituciones, y de las Profesiones hechas anteriormente.
Todas estas cosas ya habían sido ventiladas en una Congregación plenaria de la Sagrada visita Apostólica de 1637, en la que estaban los Emmos. Cardenales principales y los Ilmos. Prelados, y los Revmos. Padres Religiosos, y habían decretado que unas y otras eran válidas.
Era el deseo que tenía de “destruere et evallere”, el que le movía, más que cualquiera otra cosa; y le hacía andar buscando calumnias y coartadas, para conseguir que los pobres Religiosos de la Escuelas Pías quedaran avergonzados y oprimidos en el corazón, en el alma, y ante todo el mundo, que tanto anhelaba nuestro Instituto, como al V. P. José de la Madre de Dios, su Fundador, y a sus Religiosos.