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25.15. La muerte del justo

Durante su vida romana fue muy devoto de San Carlos Borromeo y de San Felipe Neri y en su lecho de muerte dio las últimas pruebas de ello: a petición propia o insinuación ajena le trajeron un bonete de San Felipe, venerado entre las reliquias de su habitación de Chiesa Nuova, y el P. Palamolla le trajo un cíngulo de San Carlos Borromeo, conservado en la Iglesia de ‘San Carlo ai Catinari’, propia de los barnabitas.

Ambos objetos se puso el enfermo con suma veneración, aunque no para pedir la salud. Cuenta Morelli que rezaba el rosario muchísimas veces, de día y de noche, durante su última enfermedad,<ref group='Notas'>procInf, p.400.</ref> y fue una de las devociones que más recomendó a sus religiosos en aquellos días, como recuerdan entre otros testigos Berro y Caputi.<ref group='Notas'>Cf. BAU, BC, p.1184 y 1189.</ref> Fue también fiel hasta el último momento a la otra profunda devoción de su vida: la Pasión y Muerte del Señor, y se la hizo leer con frecuencia durante la última enfermedad. Dio también testimonio de pobreza suma, queriendo expresamente desprenderse de todo lo poco que tenía en su cuarto entregando lo al Superior, P. Garcia, para morir sin nada propio. El noble inglés Cocchetti declaró en el proceso: 'lo que más he admirado entre todas las cosas de este Padre ha sido su gran pobreza, y puedo decir que todo lo que tenía en su celda a la hora de su muerte, esto es, cama y vestidos, creo que no valía ni un escudo, tan raídos y viejos estaban'.<ref group='Notas'>ProcIn, p.200.</ref>

Para muchos, sin embargo, todas aquellas cosas míseras que le rodeaban empezaron a adquirir un valor incalculable como reliquias de un Santo y con más o menos disimulo se las llevaban, como tazas, platitos y tarros de loza, un par de sandalias que había debajo de la cama, prendas de ropa, varios solideos que le ponían y quitaban con la excusa de que estaban sudados, etc.

Pocos días antes de morir llamó al P. José Fedele y le encomendó que fuera a pedir al Cardenal Datario, Cecchini, que le consiguiera del Papa Inocencio la Bendición Apostólica e indulgencia plenaria ‘in articulo mortis’, y la obtuvo con inmensa satisfacción. Si para otros era un signo normal de veneración y adhesión postrera al Papa y a la Santa Sede,<ref group='Notas'>También San Ignacio de Loyola pidió al P. Polanco que le obtuviera la Bendición Apostólica de Pablo IV. Polanco no creyó que el enfermo esluviera tan grave y dejó el encargo para el día siguiente, pero el Santo murió hacia las 7 de la mañana, murió antes de que volviera Polanco de malcumplir su misión (cf. J. J. TELLECHEA, ‘Ignacio de Loyola solo y a pie’ [Madrid 1986], p.402-403).</ref> para Calasanz adquiere este gesto un matiz más emotivo y profundo, si se piensa que aquella mano cuya bendición suplicaba era la misma que dos años antes había firmado el breve de reducción, deponiéndole a él definitivamente de su oficio de General y condenando a la Orden al exterminio lento, pero inexorable. El mismo día mandó también a los PP. Berro y Caputi a la Basílica Vaticana para que besaran el pie de la estatua de San Pedro, pidieran su bendición y -matiza Morelli en su declaración procesal- 'en su nombre hicieran protesta a S. Pedro y Stos. Apóstoles de que quería morir en la santa fe católica'<ref group='Notas'>Procln, p.405.</ref> .Y así lo hicieron. Con ello completaba más dignamente su gesto anterior de rechazar la receta refrescante de limón y azúcar del 'hereje Rey de Inglaterra'.

No es posible concretar en qué días volvió a recibir la comunión desde que se metió en cama; quizá los domingos, que fueron los días 9, 16 y 23, y el día 15, festividad de la Asunción, y alguna vez más.<ref group='Notas'>Bau supone que comulgó los días 9, 12, 15, 20, 23(cf. BAU, BC, p.1185); Talenti los días 10, 18, 20, 23 (TALENTI, ‘Vita’, p.460-466; en el ‘índice’ de Fr. Egidio sólo se recuerdan los días 10 y 20 (cf. EcoCen, cit., p.80).</ref> Tanto Caputi como Berro recuerdan escenas distintas de estas últimas comuniones, hechas en presencia de muchos religiosos de la comunidad, con exhortaciones conmovedoras del Santo, consciente de que se iba. Caputi, por ejemplo, describe una ocurrida en la madrugada del día 10 ó 12 de agosto, en que recibió el viático por vez primera. Estaban presentes Berro, Morelli, Caputi y cuatro o cinco más. El P. García le dio la comunión, pero antes de recibirla -traduce y resume Bau-, (comenzando por pedir perdón a cuantos hubiese ofendido, se explayó en exhortación conmovidísima, llena de recuerdos y de consejos, hablándonos de la santa humildad, de la paciencia en los trabajos, de la caridad fraterna, bendiciendo y llamando hijos queridísimos a los presentes y ausentes, a los de Roma y de las otras casas y perdonando de corazón a cuantos a él le habían ofendido, repitiéndoles también el título de ‘hijos amadísimos’. Y si nuestras lágrimas brotaban empujadas por la ternura y el amor que le profesábamos, las de él no eran en menor número, pues había roto a llorar desorbitadamente, como si todos los afectos del alma se le escaparan por los ojos, y por aquellas expresiones de ‘hijos queridísimos’'<ref group='Notas'>BAU, BC, p.1167.</ref> Tanto Berro como Caputi coinciden en que la mañana del domingo 23 recibió de nuevo el viático y tuvo otra fervorosa exhortación a toda la comunidad presente.

Se acercaba el fin. 'Al anochecer de aquel domingo (23 de agosto) -sigue traduciendo Bau- pidió por favor a los Padres que le administraran el Sacramento de la Extrema Unción, protestando querer recibirlo con pleno conocimiento. Se tocó la campanay acudieron todos los Padres y Hermanos al oratorio. El P. Castilla, su confesor y Rector, se lo administró en su contigua habitación, con las preces acostumbradas, y él con su habitual devoción respondía a todo, mientras toda la comunidad y algunos seglares que se agregaron llorábamos conmovidos'.<ref group='Notas'>Ib., p.1175.</ref>

Pasó el domingo 23 y el lunes 24, y aquella noche se quedaron a velarle los PP. Berro y Morelli. Hacia la medianoche, declaraba Morelli en 1652,

estaba yo rezando maitines del día siguiente, arrodillado junto a su lecho y al darme cuenta de que le iba faltando la respiración… llamé al P. Vicente [Berro] que estaba descansando en la misma habitación sobre un arcón, y me fui a tocar la campana para que vinieran todos los Padres y Hermanos de casa, como hicieron en seguida, para asistir a su muerte. Y mientras el P. Rector, Juan de Jesús María,-alias Castilla, decía las últimas oraciones que se dicen en la recomendación del alma, según el Ritual Romano, repitiendo el mismo P. General, por lo que se adivinaba en él movimiento de los labios, el nombre de Jesús, que otros Padres le sugerían, expiró con grandísima paz, como si entrara en un dulce sueño'.<ref group='Notas'>ProcIn, p.422-423; BAU, BC, p.1192-1195.</ref>

Los recuerdos de Berro son más tardíos, de 1664, y añaden otros detalles, como éstos:

El Venerable Padre -durante la recomendación del alma- contestaba a todo. Alzó el brazo derecho como para bendecir y en este momento, sin movimiento ni estertor, sin ahogó ni torcimiento de labios voló al cielo pronunciando tres veces Jesús, Jesús, Jesús. Eran las cinco y media [o sea, la una y media según el computo actual] de la madrugada del martes, día 25 de agosto de 1648. Quedó su cuerpo tan hermoso y bien parecido como si vivo estuviera… De todos nosotros se apoderó una singular e interna alegría que nos tenía como fuera de sentido y de tal modo consolados que nos parecía estar de fiesta en vez de luto y en lugar de abatirnos por el dolor propio del caso, experimentábamos gozo común y universal'.<ref group='Notas'>BAU, BC, p.1190. La versión de Caputi en Italiano, cf. en EcoCen I (1945), 7; traducción libre en BAU, BC, 1177. El mismo día 25, el P. Mazei, testigo de los hechos, escribía en su elegante latín al también latinista y amigo Pedro della Vallé, que vivía cerca: (cum omnes per eos dies, quibus ille aegrotábat, moerore ac dolore maximo vexarentur… illo tamen mortuo, mira pace sunt omnes, ei iucunditate perfussi'. (Ec, p.1849)1</ref>

¡Preciosa ante los ojos de Dios -y de los hombres- la muerte de sus Santos!

El P. Rector encomendó a los pp. Berro y Caputi y a cuatro Hermanos que lavaran el cadáver según costumbre y lo prepararan para el funeral, mientras los demás volvían a la cama, dada la hora de la noche. Siguieron siendo, pues, testigos de lo ocurrido, entrando con estupor en la atmósfera de lo prodigioso -si no exagera el relator Caputi en sus memorias-. Al levantar la cubierta de la cama, todo estaba limpísimo, a pesar de no haberle cambiado las sábanas durante las tres semanas de enfermedad y haber sudado tanto; es más, el lecho olía a rosas frescas y 'lo puedo jurar con juramento', dice Caputi, y 'al quitarle la ropa para proceder a aquel último servicio del lavatorio -resume Bau-, el cadáver acudió con su mano derecha a cubrir lo que sin inmodestia no puede verse, y al cambiarle de posición repitió el gesto con la mano izquierda'.<ref group='Notas'>BAU, BC, p.1195, y CAPUTI, o.c., parte VI, f.86.</ref> Lo vistieron con su sotana y con ornamentos sacerdotales y lo dejaron expuesto en el oratorio contiguo.

Al amanecer fueron avisados los PP. Rectores del Noviciado y del Nazareno, y una vez llegados, se tuvo a puertas cerradas el oficio y Misa de difuntos. Los tres Rectores decidieron no comunicar la noticia todavía, excepto al Card. Ginetti, como Superior de la Casa, y reservaron todo el día 25 para velarle los de la comunidad y poder sacarle la mascarilla mortuoria y practicarle la autopsia, como era normal en personas de categoría. Y mientras tanto avisaron a los Rectores de las tres casas más cercanas a Roma, es decir, Frascati, Moricone y Poli, para que pudieran mandar representantes al funeral público que se celebraría el día 26.

Vivía con los jesuitas del Gesù un pintor de cierta nombradía entonces y olvidado por la Historia, llamado Juan Barbarino, a quien encomendaron que sacara la mascarilla, que salió perfecta, salvo en un detalle: al carecer el Santo de dentadura por la avanzadísima edad, el labio inferior quedó demasiado hundido.<ref group='Notas'>Este pintor le sacó también un grabado cuando estaba expuesto el cadáver, y luego llevó a cabo varios cuadros y grabados de los que habla largarnente Caputi (cf. L. PICANYOL, ‘De origine primarum S. Iosephi Calasanctii imaginum’: EphCal 4 [1933],151-158; ID., ‘S. Giuseppe Calasanzio nell'arte e iconografía varia’: EcoCen 13-14[1949], 32-37). Véanse dos fotogramas de grabados de Barbarino en el primer artículo cit., p.152-153, y en el segundo, p.18-19. Este segundo véase también en BAU, BC, p.49. Ambos grabados bastante mediocres.</ref> No obstante, gracias a ella se ha mantenido uniforme la iconografía calasancia a través de los siglos. Varias veces se intentó con estratagemas pintarle un retrato al vivo, y al parecer sólo se consiguió en dos ocasiones<ref group='Notas'>Cf. n.63 del cap. 12.</ref>

Tal como habían decidido aquella misma mañana del 25, fueron llamados para hacerle la autopsia los médicos que le habían asistido durante la última enfermedad, es decir, el catedrático de anatomía de la Sapierza, Juan Mª. Castellani, el médico de casa Pedro Prignani, otro médico luqués llamado Ludovico Berlinzani, y el practicante - quirurgo Cristóbal Antoni, que había sido alumno de las Escuelas Pías de San Pantaleón, a cuya comunidad prestaba sus servicios junto con Prignani. Por cierto que los dos últimos, Antoni y Prignani, fueron interrogados como testigos en el Proceso Informativo en junio de 1651 y diciembre de 1652 respectivamente. Y es digna de recordarse una declaración de Prignani, según la cual el P. José, 'el día antes de morir, me dijo estas precisas palabras: Sr. Pedro, mañana asistid a mi autopsia [la llamaban ‘notomía’ o ‘anatomía’], y mirad qué hay aquí, esto es, en la región del hígado'.<ref group='Notas'>procIn, p.573.</ref> La declaración del médico fue hecha para manifestar que el P. José en este caso predijo algo futuro, es decir, su propia muerte. Pero a la vez indica que el Santo veía natural que después de muerto le harían la autopsia.

Se la hicieron después de comer, a la hora de la siesta, a la que en cierto modo obligó a todos el P. Rector, para evitar aglomeración y estorbos cerca del cadáver. Se permitió la asistencia como testigos de los tres Padres Rectores romanos, más los PP, Baldi, Fedele, Morelli, Berro y Caputi y los Hos. Pablo Vastello y José Toni. Se hizo una especie de procesión con velas encendidas, trasladando el cadáver desde el oratorio hasta el aula que le está enfrente, donde se tuvo la operación. El Sr. Castellani se arrodilló y tras breve oración empezó la carnicería. Observaron efectivamente que el hígado, empequeñecido y compacto, había sido la causa de los terribles ardores que le causaron la muerte. Se advirtió también que el corazón, por el contrario, era mayor de lo normal. Le extrajeron el cerebro, la lengua, el hígado y el bazo y los metieron en tarros de cerámica, mientras el corazón lo pusieron en una gran copa de cristal. Es probable, aunque no consta expresamente, que todas esas piezas quedaran impregnadas o inmersas en algún líquido especial para preservarlas por un tiempo de la corrupción. Todos estos recipientes fueron encerrados luego en una arqueta metálica, que a su vez fue colocada en un cofrecillo de nogal, hecho a propósito, junto con el relicario del corazón del V. Glicerio Landriani y otra caja de lata en que Berro encerró los manuscritos originales de las Constituciones de la Orden y del Colegio Nazareno, de mano del Santo Fundador. El cofrecillo de nogal fue cerrado con tres llaves y guardado en la habitación del P. General, que no sería ya ocupada por nadie.<ref group='Notas'>BERRO I, p.191; CAPUTI, ‘Not. Hist’., vol. III, parte VI, p.88; BAU, BC, p.1196-1197; R. PUIGDOLLERS, o.c., p.116-118. En 1688 ya se habían perdido las tres llaves. El cofre quedó, pues, cerrado un siglo entero y el día 2 de agosto de 1748 se tuvo que descerrajar, sacando a la luz las insignes reliquias, que se mantenían perfectamente incorruptas (cf. RegCal,49,28). En 1752 fueron encerradas en un precioso relicario de plata, obra de Ángel Spinazzi, padre de Inocencio, que fue el autor de la grandiosa estatua de mármol-de Calasanz de la Basílica Vaticana. Esas insignes reliquias (corazón, lengua, hígado y bazo) siguen aún intactas en su relicario. Quien esto escribe tuvo la fortuna -como el P. Bau (cf. BC, p.1200)- de tener en sus manos y besar el corazón, cuando en 1948 se le sujetó con hilillos de oro, en vista del largo viaje triunfal por España, al celebrar el tercer centenario de su muerte.</ref>

A pesar del sigilo con que se hicieron las cosas, todavía se enteraron de la muerte y fueron a rendirle homenaje conmovido los Mons. Ferentillo, Oreggio, Totis, Biscia, Vannucci, Pallotta y otros Prelados, una vez trasladado el cadáver al oratorio después de concluida la autopsia. Y allí quedó toda la noche, velándole los PP. García y Caputi solamente.

Notas