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25.09. La última batalla: dos apologías y un panfleto
Con ese resabio de idea manida se siente uno tentado de decir que rondando sus noventa años emprendió la última batalla de su vida este Santo General, depuesto y degradado, y la perdió. Pero la guerra se ganó. Simplemente hubo que esperar que muriera el papa Inocencio X.
La corte florentina de los Médicis mantuvo su actitud de protección y defensa de las Escuelas Pías, y apenas tuvieron noticia del breve destructor escribieron al embajador en Roma Gabriel Riccardi, interesándose particularmente en que al menos en sus Estados los escolapios 'pudieran continuar enseñando en el mismo modo que han hecho hasta ahora aquí, esto es, también las ciencias, a pesar de que hayan sido limitadas sus facultades'. Pero además de este deseo del Granduque, el príncipe Leopoldo rogaba al embajador 'hacer por ellos todo lo que humanamente se pueda, no sólo respecto al sobredicho deseo, sino también respecto a sus demás intereses, según se lo pidan dichos Padres'.<ref group='Notas'>EC, p.2906 y EGC IX, p.149-150.</ref> En realidad, los temores de Calasanz en los últimos meses habían sido que les privaran de enseñar humanidades y latines, considerándolo como una destrucción ex indireclo, temores que manifestaba aún después de haberse leído en público el breve famoso.<ref group='Notas'>Cf. c.4287, 4288, 4327 , 4348</ref> .La petición de los Médicis se refería concretamente a las ciencias matemáticas, pero al fin de cuentas coincidían ambas preocupaciones en que las Escuelas Pías no debían limitarse a la enseñanza primaria.
El embajador Riccardi habló con Inoeencio X a mediados de abril -estaba saliendo entonces el breve fatídico de la imprenta- y el papa le dijo 'que no quisiera derogar un Breve, hecho cuatro días ha, y que el Granduque se sirva de dichos Padres en la forma y manera descrita por ese Breve, y me ha dicho -añade Riccardi- una infinidad de mal de estos Padres'. También prometía hablar de ello con Mons. Albizzi, pero sospechaba que la Comisión Diputada ya no se reuniría más y que el asunto estaba 'como terminado'.<ref group='Notas'>EGC, IX, p 149-150</ref> Quizá confirmó sus sospechas al hablar con Mons. Asesor, y ya no volvió a insistir. El protagonismo de la defensa a ultranza de las Escuelas Pías pasaba a la corte de Polonia.
Apenas firmado el breve de reducción, un supuesto capuchino, llamado Fr. Tomás de Viterbo, escribió en Roma una breve composición de apenas dos folios, titulada: ‘Amara Passio Congregationis Matris Dei Sch. P. secundum Thomam’ (Amarga Pasión de la Congregación de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, según Tomás). Es una especie de paráfrasis de algunos textos evangélicos de la Pasión, aplicados a las Escuelas Pías, en los que los jesuitas se presentan como el sanedrín que decide ante Caifás sacrificar por el bien público –de ellos- a las Escuelas Pías, nombrando expresamente a Pietrasanta, Mario y Cherubini.<ref group='Notas'>Texto en EEC, p.1088-1090. El P. Orselli lo considera como una especie de Pasquinata (ib., p.1086) y el P. Conti cree que fue obra de una monja (ib., p.309). Es probable que el nombre sea un seudónimo, pues es desconocido para los historiadores capuchinos.</ref> Un folleto intrascendente, pero que el autor -según carta del 24 de marzo de 1,646- distribuyó entre los obispos y nuncios de diócesis y naciones en que había escolapios, además de mandarlo a la Curia Romana. Si la carta de presentación era idéntica a la que mandó al nuncio en Polonia, Mons. Juan Torres, su efecto tuvo que ser contraproducente por atacar a los jesuitas, acusar a Mons. Asesor de haber 'protegido y exaltado' a 'algunos miembros pútridos y perniciosos' de la Orden y haber afirmado que el Papa fue 'persuadido por el Card. Spada y otros Prelados jesuitas' para decidir la destrucción.<ref group='Notas'>Cf. EGC IX, p.221.</ref>
Más seria, fundada, pero igualmente comprometedora, fue la ‘Apología de las Escuelas Pías’, compuesta por el P. Valeriano Magni, capuchino, conocidísimo en toda Polonia, en Alemania, en la Curia Romana, tanto por sus méritos personales como por ser hermano del Conde imperial Francisco Magni, ambos protectores declarados de las Escuelas Pías en Germania y Polonia, y el Conde, Fundador del colegio scolapio de Strasnitz, en Moravia<ref group='Notas'>Cf. G. SÁNTHA, ‘P. Valerianus Magni O. M. Cap. et Scholae Piae: EphCal 3 (1959) 130-145; Id., ‘Comes Franciscus Magni et Scholae Piae: EphCal 1 (1960) 1-24.</ref> . La Apología, compuesta en mayo de 1646, fue mandada por toda Polonia, por toda la Orden escolapia, a varios personajes y cardenales de la Curia Romana y personalmente al Papa Inocencio. En ella, el renombrado capuchino, no sin nobleza y osadía, intenta demostrar que el breve de reducción era subrepticio por haber sido mal informado el Pontífice sobre la realidad de las Escuelas Pías. Pedía, por tanto, que se sobreseyera la aplicación del Breve en la reducción de la Orden a Congregación, hasta cerciorarse de que era subrepticio, y para ello se pedía al papa que nombrara un nuevo Visitador Apostólico imparcial y objetivo, que informara luego a la Comisión Cardenalicia y al papa; que repusiera en su oficio al destituido General y viejos Asistentes, y que pidiera el testimonio sincero de los obispos y príncipes en cuyos dominios estaban las Escuelas Pías, sobre el provecho o perjuicio de las mismas.<ref group='Notas'>Cf. el texto editado por primera vez por G. Sántha en EphCal 1 (1959) 11-18. Y en EC, p.3088-3093. El estilo sugiere que es un 'consejo teológico' dado al rey Ladislao IV de Polonia , paÍa que pida al papa lo que se expone.</ref>
La importancia de esta llamada 'Apología' radica en que prácticamente fue como el fundamento racional de la acción diplomática emprendida por el Rey Ladislao IV de Polonia, sus magnates, la Dieta Nacional o Parlamento y otros estamentos y personajes públicos a favor de las Escuelas Pías. El proyecto del Rey fue que la Universidad o Academia Teológica de Cracovia examinara y corroborara con su autoridad oficial las ideas de la Apología, declarando subrepticio el Breve y librando a los Padres de la aceptación del mismo. La intervención del Nuncio Torres impidió que las cosas se precipitaran demasiado, provocando en Roma ulteriores decisiones perjudiciales para las Escuelas Pías.<ref group='Notas'>Cf. G. SÁNTHA, ‘P. Valerianus Magni…’, p.137; ID., ‘Calasanz, las Escuelas Pías y el Duque Jorge Ossolinski’; RevCal 12 (1957) 321-324.</ref> .
Con el fin de que fomentara la campaña defensiva a favor de las Escuelas Pías en tierras del Imperio y de Polonia, donde era ya conocido, había mandado Calasanz al P. Onofre Conti, acompañado del Hº. Agapito, después de salir el famoso Breve. Llegado a Austria, consiguió con el apoyo del Príncipe Maximiliano de Dietrichstein cartas de recomendación del mismo Príncipe y de otros magnates del Imperio, así como del nuncio en Viena, Mons. Carlos Melzi, para que escribieran a la Curia Romana, sobre todo a la Congregación de Propaganda Fide, pidiendo el restablecimiento de la Orden.<ref group='Notas'>Véase sobre todo la carta que Conti escribe a Calasanz desde Steyr el 22 de mayo de 1646 (EEC, p.311-313). Cf. también G. SÁNTHA, ‘S. Congregatio de Propaganda Fide…’, p.118-120.</ref> .
En agosto, la mencionada Congregación examinó todas estas cartas y decidió escribir sólo al nuncio para que tranquilizara a todos los Príncipes que habían intercedido a favor de la Orden, atenuando notablemente y a sabiendas la gravedad del Breve, 'no habiéndose hecho otra cosa en esta materia -decía el secretario Mons. Ingoli- que reducir dichos Padres bajo la jurisdicción de los Ordinarios del lugar en que residen'. Y no era ésa toda la verdad.<ref group='Notas'>En una primera redacción de esta carta se decía algo más, aunque tampoco toda la verdad: 'habiéndose mucho antes terminado el asunto de la supresión (sic) de la Orden en simple Congregación bajo la jurisdicción de los obispos Ordinarios del lugares en que resider(ib., p.I29,n.20). Y ésa había sido la frase usada en la sesión del 24 de agosto de 1646 en labios de Ginetti (ib., p.118). Nada decía de la reducción a Congregación 'sin votos'; ni de la prohibición absoluta de vestir y profesar; ni de las facilidades de abandonar la Orden.</ref> Como no lo era tampoco, sino que era sencillamente falso, lo que escribía el Cardenal Secretario de Estado, Camilo Pamfili, con fecha del 23 de junio de 1546, al Mariscal Kasanowski, Presidente de la Dieta de Polonia: 'los Padres de las Escuelas Pías quedan en el estado de su primera fundación'.<ref group='Notas'>EC, p.2969. Eso era lo-que proponía el primer esbozo del breve, examinado por la Comisión Diputada: '… illam (la Orden) ad Congregationem praedictorum trium votorum simplicium dumtaxat, ‘iuxta primaevam eius’ a praedicto Paulo Praedecessore factam, ut praemittitur, ‘erectionem reduci' (EphCal 1 [1961] 27).</ref> ¿Tan mal informados estaban en la Secretaría de Estado y en la Congregación de Propaganda Fide, o es que Albizzi informaba sólo a medias?
Mientras tanto, el Rey de Polonia esperaba una respuesta concreta a la Apología del P. Magni, decidido completamente a seguir defendiendo las Escuelas Pías y esperando, por consiguiente, una especie de retractación del Papa respecto al Breve. Y la respuesta llegó. El cardenal secretario de Estado, Camilo Pamfili, escribió al nuncio Mons. Torres, con fecha del 1 de diciembre de 1646, mandándole un 'Memorial' en que informaba de todo lo que se había hecho con las Escuelas Pías y rogándole que de ello usara 'oportunamente la parte que su prudencía juzgara eficaz para convencer al Rey de aceptar la solución tomada por los Cardenales'.<ref group='Notas'>Cf.EC, p.2971.</ref>
El mencionado 'memorial' se conoce con el nombre de ‘Racconto difuso’ (Relato difuso), tal como lo calificó el Card. Pamfili en la carta que lo acompañaba, y aunque anónimo, es atribuido certeramente a Mons. Albizzi por los historiadores calasancios, como el hombre más enterado de todo lo ocurrido desde el principio. Se intentaba hacer ver que la 'santa resolución' de los Cardenales -y, por tanto, el Breve- no pretendía extinguir el Instituto, sino reformar la Religión, reduciéndola a Congregación, sometida a los Ordinarios y liberada de tantas austeridades y rigores que la hacían impracticable. 'En la Congregación -se dice- serán menos rigurosos el hábito y los ayunos, las disciplinas tolerables, la comida proporcionada y las comodidades adecuadas, siendo capaz de recibir legados y herencias, y de poseer bienes estables en común sin alterar la pobreza en particular…' (De todo esto se legislaría en las Constituciones). Se insistía particularmente en que no podía mantenerse como Religión en Polonia y como Congregación en otros lugares, no sólo por ser inaudito en la Iglesia, sino porque si se hacía excepción para el Rey, no podría negarse al Emperador y a otros Príncipes.
Al dar razón, sin embargo, de los hechos históricos se decía entre otras lindezas calumniosas: 'en el pontificado de Gregorio XV, en que se tenía muy en cuenta a quien afectaba santidad, entró la hipocresía en los que gobernaban la Congregación -no se olvide que la referencia va directamente contra el Santo Fundador-, y decididos a llevar un hábito más austero y a descalzarse los pies, pensaron también salir de los confines de Roma y su distrito'. Y sigue esta increíble tergiversación de los hechos, en que Albizzi había sido protagonista, pero no daba el brazo a torcer, calumniando de nuevo: 'en tiempos de Urbano VIII fueron continuas las contiendas entre Superiores y súbditos, unos por querer mandar despóticamente, los otros por vivir a su modo, por no saber en qué consistía la obediencia, y finalmente, prorrumpiendo en querellas, tuvo a bien el Papa suspender de su oficio al General Calasanz'.<ref group='Notas'>Ib. Texto italiano en EC, p.69-71; texto español en RevCal 12 (1957) 331-333, n.250. Para la autoría de Albizzi véase EC, p.3012, n.4, 2013-2014 y 72, n.I.</ref> Esa era, pues, la versión oficial de la Secretaría de Estado.
Ciertamente, esas noticias del ‘Racconto’ eran una pequeña muestra de la antología de calumnias y tergiversaciones con que el círculo de Maro y Cherubini había envuelto al Fundador y la historia de los orígenes de la Orden para conseguir la destitución definitiva de uno y la proyectada reforma de la otra. Y Albizzi había tragado el anzuelo. casualmente se conserva una especie de decálogo con las principales imputaciones que contra el propio Santo Viejo circulaban por Sicilia y que el buen P. Tomás Accardo le mandó en una carta, en septiembre de 1646. Helas aquí, casi literalmente traducidas
El P. General ha sido la causa total de nuestra destrucción por no haber seguido que su propio criterio, no dejando que ocupara su cargo el P. Cherubini, que nos podía hacer mucho bien y era apoyado por los Cardenales.
Le faltaban talentos necesarios para un buen Superior y Fundador, y no se los había pedido con insistencia a Dios, que le había dejado caer en defectos notables.
Le faltaba prudencia, no habiendo sabido dar remedio a los problemas, como la controversia con los Hermanos Operarios y otros conflictos de la Religión.
Le faltaba discreción de espíritus, no habiendo sabido conocer a sus súbditos, conformándose con la apariencia religiosa de los relajados.
Desconsiderado en nombrar Superiores a los que no lo merecían.
Parcial con sus súbditos, marginando a los verdaderamente buenos y callados.
Soberbio, por decir: 'Aunque todos se fueran de la Orden, yo y el Hº. Agapito bastaríamos para mantenerlo'.
Ambicioso, por no haber querido ceder a otros el Generalato, aun siendo ya de edad decrépita y casi inepto.
Negligente en las urgentísimas necesidades de la Religión, no valiéndose de medios humanos.
Se hace chacota de sus predicciones sobre la reintegración, concluyendo que Dios lo ha abandonado como cosa no suya.<ref group='Notas'>EGC VIII, p.346.</ref>
Son tan burdas las acusaciones, que no merecen comentario, sobre todo si se lee la preciosa respuesta que dio el propio acusado a quien se las mandó. Dice:
- He recibido su carta del 13 de agosto en la que me escribe ciertas acusaciones que algunos, más curiosos de la vida ajena que de la propia, lanzan contra mí, a todos los cuales respondo en una palabra: que pronto nos veremos todos ante el tribunal de Cristo, donde se encontrará y conocerá la pura verdad, y será juzgado cada cual según sus obras. Yo tengo un testimonio de mi vida por encima de toda exigencia, que es del Papa actual, quien estando conmigo el P. Castilla, me dijo estas palabras: 'contra Vos no hay cosa alguna', al ofrecerme yo mismo a responder a todo lo que contra mí hubieran dicho'.<ref group='Notas'>C.4400. La calificación del testimonio es la traducción italiana de la expresión jurídica ‘omni exceptione maior’. Sobre el tema de las acusaciones volvió todavía el Santo tres meses más tarde (c. 4430).</ref>
Es una satisfacción saber que ése era el concepto personal que Inocencio X tenía del Santo Fundador, y por ello es lamentable que no hiciera nada para devolverle la honra personal -al menos, y por justicia-,tan maltrecha todavía, como se ve en el ‘Racconto difuso’ de Mons. Albizzi.