Diferencia entre revisiones de «GinerMaestro/Cap24/14»
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=GinerMaestro|anterior=Cap24/13|siguiente=Cap24/15}} {{OCR}} '''''24.14. Nervioso intervalo hasta la sesión final Según se expresa en sus cartas...») |
(Sin diferencias)
|
Revisión de 14:09 23 oct 2014
Aviso OCR
Este texto ha sido obtenido por un proceso automático mediante un software OCR. Puede contener errores. |
24.14. Nervioso intervalo hasta la sesión final
Según se expresa en sus cartas, el P. General se formó la idea –y con él, todos- de que los cardenales de la Comisión habían terminado ya su cometido y que la solución definitiva dependía ya solamente del papa.<ref group='Notas'>'… resta in petto di S. Stà.' (c.4295 y 4293-4296).</ref> por ello, centró su atención en las recomendaciones de los embajadores y demás personas amigas que debían entrevistarse con el pontífice. Y el primero que intervino en aquel mes de septiembre de 1645 fue el embajador de Toscana, Riccardi, a quien el Santo entregó un memorial para el papa. El resultado fue nulo y el pobre General se quedó con la idea de que Inocencio X sólo había dicho 'palabras generales' al embajador.<ref group='Notas'>C. 4301 y 4294, 4295.</ref> Sin embargo, el embajador refiere el diálogo en el que el papa se expresa con palabras muy duras y despectivas contra los escolapios, lamentando, además, que se quejen del cardenal Roma y de Mons. Albizzi como de enemigos declarados.<ref group='Notas'>Cf. EC, p.2984.</ref> Ni faltan tampoco otras declaraciones de Riccardi en las que claramente se advierte el pésimo concepto que se había formado Inocencio X de las Escuelas Pías, así como las actitudes adversas de Roma y Albizzi. Pero, obediente a los deseos del Granduque y su corte, siguió intercediendo a favor de la Orden.<ref group='Notas'>Ib., p.2979-2987.</ref>
Recurrió también al Almirante de Castilla, Virrey de Nápoles, pues se esperaba que antes de irse a España pasara por Roma para visitar al papa. Y para congraciarse con él, saca todos los registros de españolismo de la Orden y de sí mismo, diciendo que abogue a favor de 'nuestro Instituto, por ser tan acepto y requerido por toda Europa y particularmente en los reinos de su Majestad Católica, y fundado por un Padre Español, conocido por el Exmo. Condestable Colonna'.<ref group='Notas'>C.4300 (fecha del 14 de octubre de 1645).</ref> Pero supo luego que no pasaría por Roma, a pesar de que el Condestable Colonna ya le había preparado alojamiento en su palacio.<ref group='Notas'>C.4303,4304.</ref>
Por entonces -ya lo dijimos- se preocupó de que el papa nombrara como Protector de la Orden al cardenal Horacio Giustiniani, y fue precisamente el embajador florentino quien presentó el memorial de petición en una de sus audiencias, pero el Pontífice respondió 'que se considerará, como ha respondido igualmente a otros memoriales', decía el Santo.<ref group='Notas'>C.4315 (fecha del l6 de diciembre de 1645) y carta de Riccardi (EC, p.2984).</ref>
En octubre, al menos, empieza también a intervenir un nuevo personaje, Mons. Bernardino Biscia, prelado de Curia, antiguo alumno de Calasanz en las escuelas de San Pantaleón, a quien el Granduque de Toscana requirió especialmente sus servicios a favor de las Escuelas Pías.<ref group='Notas'>Cf. EC,p.2986, c.4317. Sus padres, los Marqueses de Biscia, y su abuela materna, Laura Caetani, Marquesa de Ariccia, se establecieron hacia 1616 cerca de San Pantaleón, y mantuvieron desde entonces una gran amistad con el P. General (cf. CS, I, p.188, n.7; S. GINER, ‘El Proceso de Beatificación…’, p.82-83).</ref>
En la sesión general de la Congregación de Propaganda Fide, del 18 de diciembre, se leyeron varias cartas sobre la acción apostólica de los escolapios en Germania, en la conversión de herejes, por lo que se decidió que se mandaran copias a la Comisión Diputada que trataba la causa de las Escuelas Pías, suplicándole permiso para que pudieran vestir novicios en aquellas tierras. El secretario, Mons. Francisco Ingoli, compuso para la acasión dos preciosos memoriales en apología de las Escuelas Pías, rogando encarecidamente que no se extinguieran por el inmenso bien que estaban haciendo en todas partes a la sociedad y a la Iglesia, sobre todo a los pobres. Uno de los párrafos más hermosos quizá es el colofón vibrante de uno de los dos memoriales, en el que se percibe el dedo de Gamaliel apuntando contra el Sanedrín. Dice:
- Considérese finalmente que las Religiones de Sto. Domingo y de S. Francisco tuvieron también en sus principios graves oposiciones, de modo que, cémo inútiles y llenas de gente ociosa, se las quería destruir, y S. Tomás de Aquino y S. Bonaventura las defendieron con su pluma. Y como eran obras de gran piedad e instituidas por orden de Dios, no prevalecieron las malas lenguas. Así puede suceder en el futuro con las Escuelas Pías, que si son obra de Su Divina Majestad, aunque se den ordenes contra ellas, habrá quien lo impida, quedando comprometida la Sede Apostólica, por el peligro de no lograr extinguirlas'.<ref group='Notas'>EC, p.2915. Ambas apologías o memoriales en ib., p.2912-2915.</ref>
Las poquísimas noticias que se tenían sobre lo que estaba pasando, la angustia ante una posible aniquilación o deformación sustancial de la Orden, las pocas esperanzas que daban las intervenciones de personajes, los memoriales, las súplicas no podían menos de crear una atmósfera de pesimismo. El Santo Fundador se esfuerza por levantar los ánimos e infundir esperanzas en el futuro, como en estas palabras casi irónicas a Berro: 'parece que el asunto va para largo y será necesario que alarguemos también nosotros la paciencia y esperanza en Dios bendito'. Y estas otras con énfasis de profecía:
- … en cuanto a nuestras cosas, le puedo decir que el Instituto no se destruirá, pero estamos pendientes de la decisión de la Sta. Sede… Yo, mientras me quede aliento, no perderé nunca el deseo de ayudar al Instituto con la esperanza de verlo de nuevo asegurado, basándome en aquellas palabras de un Profeta que dice: ‘constantes estote et videbitis auxilium Dei super vos’' [sed constantes y veréis la ayuda de Dios sobre vosotros].<ref group='Notas'>C.4298 (fecha del 7 de octubre de 1645),4309 (fecha del 18 de noviembre de 1645).</ref>
Pero a veces, esa sublime fortaleza se resiente, como se nota en otra carta de apenas una semana después de la anterior, en que escribe: 'hemos llegado a tales extremos -¿- , que si Dios milagrosamente no lo remedia, difícilmente se arreglarán nuestras cosas, aunque dicen algunos, confiando en sí mismos, que Dios bendito ya no hace milagros'.<ref group='Notas'>C.4311 (fecha del 25 de noviembre de 1645).</ref>
A todo esto, como el decreto de rehabilitación del P. General no salía, el P. Cherubini siguió desempeñando sus funciones de Superior General, como hace notar Calasanz con cierto matiz crítico.<ref group='Notas'>C.4296 (fecha del 30 de septiembre de 1645), 4298 (fecha del 7 de octubre de 1645).</ref> Y por lo que cuenta Berro, 'eran tales los atropellos que sufrían todos nuestros pobres religiosos, particularmente los que estaban en Roma y no condescendían con las irreverencias y mortificaciones que hacía el P. Esteban, a sabiendas del Rmo. P. Pietrasanta jesuita y Visitador Apostólico, a N. V. P. Fundador y a sus verdaderos hijos, y por el contrario era tal la libertad y relajación de los pocos partidarios del P. Esteban, que era intolerable convivir con ellos'.<ref group='Notas'>BERRO II, p.176.</ref> Y va tejiendo Berro las mallas de esa relajación, a la que se reducían en la práctica las ideas de reforma y moderación de austeridades, pobreza y rigores de observancia, llegando a extremos francamente escandalosos, ante los cuales apenas si cabe creer que no interviniera el Visitador: no había para ellos, dice Berro, ni Reglas ni Constituciones; ni asistían a los actos comunes de oración; ni observaban los ayunos y disciplinas semanales… Y continúa: 'Los paseos en carroza que se daban aun públicamente, como amigotes, las mascaradas en la calle del Corso [una de las más céntricas] y en la ciudad de Roma, en cuyo indigno espectáculo [de Carnaval] fueron detenidos por los gendarmes, y todo lo arreglaron a costa de la casa de San Pantaleón, digo de la bolsa. Las comedias que con tanto gasto y poca vergüenza hacían en el Colegio Nazareno…'<ref group='Notas'>BERRo II, p.178-179. Caputi narra con detalle la aventura del carnaval de 1645, que acabó en escándalo, pues al romperse el eje de la carroza en que iba el grupo, la gente les obligó a quitarse la careta y fueron reconocidos. El grupo lo componían los PP. Cherubini, Nicolás Mª. Gavotti, Juan A. Ridolfi, Baltasar Cavallari, Juan Carlos Gavotti y Antonio Lolli, apodado de la Farina (cf. BAU, BC, p.1002-1004).</ref> ¡Y éstos eran los protegidos por Albizzi, como antes lo fue Mario!
Relacionando los despilfarros de Cherubini y sus amigotes con la pobre bolsa de la comunidad de San Pantaleón, hay que añadir que había sido nombrado rector naturalmente uno de ellos, el P. Fernando Gemmellario, quien, condescendiendo con la prodigalidad del P. Esteban, gastaba el dinero alegremente, mientras los religiosos no tenían lo necesario para comer y vestir, por lo cual -refiere Berro- 'había muchas quejas a las que él respondía: 'La casa es pobre y no puede más; el que no tenga, que se provea', y cosas semejantes'.<ref group='Notas'>BERRO II, p.167-168.</ref> No es de extrañar, pues, que algunos o muchos de los religiosos de aquella castigada comunidad se ingeniaran en procurarse dinero para cubrir sus parcas necesidades, mediante limosnas y otros medios, y se lo guardaran sin entregarlo al P. Rector. Viendo estos desórdenes contra la pobreza, Cherubini y Pietrasanta reaccionaron publicando el día primero del año 1646 un decreto prohibiendo bajo pena de excomunión ‘latae sententiae’ que nadie se procurara dinero pidiendo limosna, o lo tuviera en su poder o en el de otros. Nada se decía de los gastos superfluos y abusivos de Cherubini y sus compinches, ni de la actitud y consejos del rector, por lo cual la comunidad entera -excepto seis partidarios de Cherubini- protestó tan fuertemente, que el asustado Cherubini suspendió el decreto, pero inmediatamente recurrió a Mons. Albizz| dándole una versión personal del tumulto y rogándole que hiciera confirmar el decreto de marras por los cardenales de la Comisión. Y así se hizo, pero con el agravante de añadir a las penas de excomunión inmediata, la amenaza de cárcel y galera. De nada valieron las nuevas protestas.
No encontrando otro tribunal de apelación posible -pues estaban complicados en la supuesta injusticia el Superior General, Cherubini; el Visitador Apostólico, Mons. Albizzi, y la Comisión Cardenalicia decidieron recurrir al papa con dos memoriales: en el primero referían los casos concretos ocurridos en San Pantaleón; en el otro, de más envergadura, suplicaban respetuosamente que confirmara el Instituto de modo que pudiera continuar existiendo tal como era y 'no permitiera que, viviendo la Cabeza, se sometiera, como acéfalo, a la jurisdicción de los ordinarios'.<ref group='Notas'>pl primer memorial no se ha conservado, pero sí el segundo (cf. BARTLIK, ‘Archivum’ 3 [1978] 14-15).</ref> Un memorial llevaba 25 firmas y el otro 32.
Sin saber nada el P. General de todo esto, un grupo de 20 o 25 se fueron a San Pedro a las segundas vísperas de la fiesta de la Epifanía, presididas por el pontífice. Al terminar la liturgia, algunos de ellos lograron entrar en palacio y se apostaron en una de las salas por donde debía pasar el cortejo papal. Al llegar el papa, se arrodillaron, y el P. Gabriel Bianchi y el Hº. Lucas Anfosso le presentaron los dos memoriales diciendo: Beatísimo Padre, nosotros, los Padres de las Escuelas Pías, presentes y ausentes, damos todos las Buenas Pascuas a V. S. y le exponemos que son ya tres años que estamos tan angustiados por los Superiores, que han gobernado la Religión hasta ahora, que ya no podemos más. Por tanto, suplicamos justicia y solución rápida'. El papa respondió: 'Marchaos, que seréis atendidos cuanto antes'. Estaban presentes muchos príncipes y otra gente, y todos esperaban maravillados el fin de esta novedad. Se ha tenido luego el rescripto de los memoriales, esto es, que Mons. Albizzi atienda con toda prisa a lo establecido sobre esta Religión y hable de ello con el papa'.<ref group='Notas'>Véase la carta del P. Gabriel Bianchi, del 10 de enero de 1646, dirigida a toda la Orden, en la que narra como testigo todo lo ocurrido desde el primero de año (EC, p.352-353). Berro dice que los que hablaron al papa fueron dos: el Hº. Lucas y el P. Bianchi, y que el hecho ocurrió la vigilia, día 5 (cf. BERR0 II, p.176). En una carta colectiva de la comunidad de San Pantaleón del 16 de febrero de 1646 se dice también que fue la vigilia de la Epifanía (EC, p.2508).</ref>
La escena debió de sentar muy mal a la corte papal y al mismo Inocencio X y fue desaprobada igualmente por el P. General apenas se enteró, aunque luego con paterna compasión y aun con realismo justificó el hecho, escribiendo a Berro, a quien habían llegado ya noticias de lo ocurrido, acusando al Santo Viejo de ser el provocador: 'en cuanto a lo que se dice que los Padres de Roma fueron incitados por mí en sus motivaciones, V. R. no lo crea, pues todos estaban hartos hasta el gollete, como ellos mismos le han dicho [al papa] por el gobierno de tres años sin fruto y con mucho daño'.<ref group='Notas'>C. 4333 y 4332; EHI, p.310-312; BERRO II, p.177.</ref> Esta insólita escena de palacio no influyó probablemente, ni en bien ni en mal, en lo que estaba ya decidido desde la última sesión de la Comisión, en septiembre, pero quizá aceleró notablemente los acontecimientos.