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23.11. La culpabilidad de Michelini y las gravísimas amenazas de Albizzi
Es muy probable que la idea de desterrar a Mario hubiera salido de la mente de Michelini.<ref group='Notas'>El ministro Gondi escribe al príncipe Leopoldo el 22 de octubre de L642 que el Granduque quiere que él haga decir a Mario por boca de Vettori que no le quiere en su Estado, y Gondi le dice que le mandará todo el despacho referente al asunto (EC, p.2898); el 25 de octubre de 1642le dice que le mandará ese despacho después de conseguir 'el mandato absoluto' del Granduque (ib., n.9); el 6 de noviembre de 1642 le comunica que el Granduque 'aprueba plenamente' el destierro de Mario (EC, p.2899). Todo ello sugiere que la idea es propuesta por Leopoldo al Granduque, de quien gradualmente se llega a conseguir el 'consentimiento absoluto'. Y lógicamente hay que suponer que quien la propone a Leopoldo es su protegido y maestro, el P. Michelini.</ref> Con ello se esquivaba la obligación perentoria de aceptarle en Pisa como Provincial, sin oponerse a los mandatos del Santo Oficio y del P. General, escudándose en la decisión del Granduque, que tenía sus 'razones políticas' para desterrarle, dadas las suspicacias de espionaje creadas por la Guerra de Castro. Michelini se había convertido desde un principio en el bastión de defensa y de ataque de la comunidad de Pisa frente a Mario. Y en Roma lo sabían. Recuérdese que en marzo, ante la negativa de recibir su visita como legítimo Provincial, el embajador Niccolini escribía, refiriéndose al Cardenal Protector: 'lo que ha podido hacer para resolver este asunto ha sido prometer al P. Matemático del Srmo. Sr. Príncipe Leopoldo, satisfacciones deseadas, ya que S. Emcia. sabe que es él quien se obstina más que los demás religiosos'.<ref group='Notas'>EC, p.2941</ref> Es Michelini quien, junto con el príncipe Leopoldo, da un desplante a Mario, habiéndole llamado a Livorno para tratar de este asunto.<ref group='Notas'>Ib., p.2943.</ref> Es Michelini quien provoca la orden del Granduque de no aceptar disposiciones ni superiores venidos de Roma'.<ref group='Notas'>Cf. n.128 anterior.</ref>
Finalmente, en este último viaje de Mario a Toscana, Mons. Albizzi estaba empeñado en que la casa de Pisa recibiera la visita del Provincial, facilitando las cosas a lo sumo, suplicando expresamente al príncipe Leopoldo que ordenara a los de Pisa que le recibieran; que iría como mandado por el P. General (y, por tanto, no por autoridad propia); que les trataría bien y la visita sería muy corta. Y -lo más interesante- 'prometiendo además querer ser él el Procurador del P. Matemático para que consiga en su Religión los ascensos que deseare.<ref group='Notas'>EC, p.200, n.5. Carta de Niccolini a Gondi, firmada en Roma el 8 de noviembre de 1642.</ref> Esto suena casi a soborno, como las anteriores propuestas del Cardenal Protector, pero ni Albizzi ni Cesarini lograron doblegar la terca rebeldía de Michelini, cuya responsabilidad histórica en esta gravísima contienda, dadas las inmediatas consecuencias, no ha sido puesta de relieve debidamente por los historiadores.
La carta del embajador toscano Niccolini con estas súplicas y promesas de Albizzi llegó tarde a Florencia, pues Mario había sido ya desterrado. Y cuando llegó a Roma fue a informar a Monseñor de todo lo ocurrido, lanzando sus iras y sus calumnias contra el inocente P. General, Asistentes y Cardenal Protector. Y Monseñor, una vez más, y no la última, dio plena fe a la versión de Mario, y Se fue a hablar 'con ardor muy grande' con el embajador Niccolini, quien el 17 de noviembre escribía a Florencia comunicando las gravísimas amenazas del Asesor. He aquí los puntos principales:
- Mons. Albizzi, Asesor del Sto. Oficio, me manifiesta de nuevo que del destierro del P. Mario de las Escuelas Pías prevé ahora la ruina total de su Religión. Porque habiendo querido la Congregación del Sto. Oficio librarlo de la envidia de sus perseguidores que le molestaban por haber revelado la secta abominable de la Faustina, hoy está comprometida por propia dignidad y reputación a defenderlo. Y no pudiéndolo conseguir con la reintegración en la buena gracia de S. A. y con el regreso a sus felicísimos Estados, ‘se conseguiría con la destrucción de la Orden misma’. Empeña, además, el mismo Monseñor su dignidad sacerdotal y su propia reputación con el Srmo. Sr. N. que todas las querellas han sido urdidas por frailes y son verdaderas malignidades a las que habrán añadido algún interés de Estado. Jura también Monseñor que el mencionado Padre no ha tratado nunca, estando en Roma, ni con el Papa, ni con Barberinis, ni con otros, ‘sino solamente conmigo’. Añade, además, que desea esta gracia de S. A. y se la suplica reverentemente en consideración de la propia reputación, pues los perseguidores del P. Mario, suponiendo que algunas decisiones de la Congregación del Sto. Oficio contra ellos [¿el P. General y sus Asistentes, como dice Mario expresamente?] hayan procedido de él en consideración a dicho Padre, se han unido para ruina de este pobre religioso, sin culpa de uno ni de otro'<ref group='Notas'>Id., segunda carta de Niccolini a Gondi, fechada el l7 de noviembre de 1642.</ref>
Larga la cita del embajador, pero elocuente. Es como poner boca arriba todas las cartas, dando un juicio exacto de lo que se ha hecho y de lo que se piensa hacer con las razones correspondientes. Es como revelar el desenlace del drama cuando apenas ha comenzado. Y el desenlace está ya tramado en la mente de Monseñor, que lo irá realizando e imponiendo a la Congregación del Santo Oficio, a los cardenales y a los papas, según las circunstancias.
El punto de toque es el destierro de Mario, porque solamente ahora, por primera vez, aparece la terrible amenaza de 'la ruina total de la Orden', como consecuencia ineludible del destierro. Y suena a chantaje, como antes sonaba a soborno, la oferta a Michelini. El Granduque ha dado su última palabra: destierro. Albizzi intenta todavía negociarla con el dilema: o se levanta el destierro o se destruye la Orden. El Granduque no quiso volver atrás y Albizzi siguió adelante con la amenaza. hasta cumplirla. Lo que queda claro desde este momento es que la destrucción de la Orden no depende de su estado de corrupción o inobservancia ni de sus problemas internos o necesidad de reformas. Se le pronostica la muerte sin estar enferma. Pero luego se intentará hacer ver que lo estaba. Esa fue la gran injusticia histórica. Pocas veces le habrá salido tan cara a la Iglesia la ofendida reputación de un simple Monseñor de Curia.