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20.01. El Año Santo de 1625
Calasanz esperaría el Año Santo de 1625 con la misma fervorosa ansia con que esperó el anterior de principios de siglo. Quizá en su interior se lamentara de no poder entregarse a tantos actos de devoción y caridad como entonces, pues ahora eran muchas más sus obligaciones y muchos más sus años. No obstante, haría lo posible y se preocuparía de que sus religiosos alejados de Roma tuvieran la oportunidad de ganar el jubileo. Efectivamente, con fecha del 30 de agosto de 1624 escribía al P. Ottonelli, Asistente general, que se encontraba en Cárcare dirigiendo las obras del Colegió: 'yo pienso traer aquí a los novicios que estudian ahí para que vean el Año Santo en Roma y aprendan a ser santos, aligerando así el peso de esa casa en este invierno. En cuanto al modo de hacerles venir, lo dejo a la consulta que hará el P. Provincial'.<ref group='Notas'>C.243. </ref> Y dos semanas más tarde volvía a insistirle: “he escrito que esos novicios vengan a Roma, donde procuraremos que en el Año Santo se vuelvan santos a su vez, y si no pueden venir en un solo grupo, que se dividan en dos”.<ref group='Notas'>C.249. </ref>
No en dos, sino en tres tuvieron que dividirse, pues en un viaje tan largo, con tantas paradas obligadas, no era fácil encontrar comida y alojamiento para tantos. Afortunadamente, en uno de esos turnos viajó el novicio Vicente Berro, contando las peripecias que le ocurrieron a su grupo. A nosotros estas odiseas nos parecen de leyenda, incluso malsonantes, pero entonces debieron de ser muy frecuentes estos traslados de religiosos en parejas o en grupos, mal vestidos, hambrientos, por caminos penosos, bajo la lluvia y el sol, resignados a pasar las noches al raso, en pajares, en ventas o mesones adonde iban a parar toda clase de gentes, altas y bajas, pobres y ricos, militares, clérigos o frailes, pícaros y mendigos. Y no siempre había sitio para todos.
Anota Berro que el primer grupo lo componían dos novicios y un profeso, que salieron 'por tierra, poco después de la Santa Cruz de septiembre'; el segundo grupo lo formaban seis novicios y otro clérigo profeso, y se fueron por mar, embarcando en Savona; el tercer grupo viajó parte por tierra y parte por mar, y eran siete novicios y un Hermano profeso, y entre los novicios estaba Berro. zarparon del puerto de Génova el 2 de octubre y desembarcaron en Livorno al amanecer del día siguiente, continuando el viaje a pie. Al llegar a Pisa les acogió un caritativo y desconocido canónigo. En Lucca pidieron alojamiento a los PP. luqueses, de la Madre de Dios, pero no fue posible. Berro dedica una larga página, entre irónica y amarga, a este desafortunado encuentro. No fueron tampoco recibidos en el Hospicio de Peregrinos, y aunque ya anochecía siguieron hasta Pistoia, siendo amablemente tratados en una casa de campo, pero durmieron en el pajar. En Pistoia les hospedaron los Padres ‘del Chiodo’, y en Florencia fueron a buscar las Escuelas Pías de Fiammelli, quien les retuvo dos días. En Viterbo les recibieron los PP. camilos y en Campagnano, el Arcipreste, tan querido de Calasanz. El día de San Lucas, 18 de octubre, llegaban a Roma.<ref group='Notas'>Cf. BERRO I, p.127-131. </ref>
Pori esos mismos caminos probablemente y por las mismas fechas habían pasado el año anterior los catorce novicios que el P. Casani había vestido el 4 de octubre de 1623 en Cárcare. Les guiaba el P. Juan Esteban Spinola y el también novicio y sacerdote P. Domingo Pizzardo, ex canciller y notario de Savona. De ese viaje escribió Berro una preciosa anécdota, que -como una florecilla franciscana-queda rozando la verosimilitud y el prodigio:
- fue un viaje muy largo -dice Berro-y padecieron mucho, pero el Señor no les abandonó. Y entre otras cosas con que manifestó estar en su compañía una fue que, estando una tarde muy maltrechos y no teniendo con qué aliviarse, llegaron más muertos que vivos a una hostería y pidieron alojamiento por amor de Dios. Eran 16 vestidos con nuestro hábito. El hostelero les dijo que no podía, y ellos, no sabiendo ni pudiendo irse a otra parte por ser de noche, se quedaron fuera, confiando al menos poder refugiarse en el establo. No dejaron, sin embargo, aunque tan malparados, de hacer sus prácticas de devoción, según nuestras Reglas. Y entonces, sin saber de dónde venía, les saludó amablemente un joven, de apariencia nada mediocre, preguntándoles de dónde venían y adónde iban; dijo al hospedero que preparase la cena para los Padres; él mismo les hizo entrar y les acercó al fuego; a su debido tiempo, puestos a la mesa, les regaló de tal manera que quedaron fuera de sí. El joven, dejándose ver de vez en cuando en-la mesa, les animaba a que comieran. Los Padres le daban las gracias y le rogaban que no les trajeran tantas cosas, pero él respondía: “Comed a gusto, que Dios provee lo que es necesario'. Terminada la cena con plena satisfacción, Ies hizo dar para dormir cómodamente y no se volvió a ver. A la mañana siguiente los Padres buscaron al posadero para dar las gracias a tan gran bienhechor, mas les respondió que habiéndole pagado desapareció y que no sabía quién fuese, pues no le había visto nunca antes de aquella noche. Delo que quedaron los nuestros estupefactos, reconociendo ser aquello verdadera Providencia divina, y prosiguieron alegres su viaje, llegando a Roma felizmente”.<ref group='Notas'>Ib., p.118-119. </ref>
¡Quién sabe! Quizá entre los pobres que confían en Dios pasan a veces los ángeles sin ruido de alas o, si se quiere, aparecen y desaparecen buenos samaritanos sin dejar siquiera su nombre.
El P. General se interesó también en que otros religiosos acudieran a Roma durante el Año Santo para ganar el jubileo. Y entre todos, sus propios Asistentes generales, que tenía desplazados en la provincia de Liguria: el P. Casani en Génova, el P. Castelli en Savona y el P. Ottonelli en Cárcare; el cuarto, P. Viviani, había muerto en 1622 y no había sido reemplazado. En este caso la invitación tuvo algo de enigmática y misteriosa; como profecía la interpretó el P. Castelli, al declarar en los procesos de 1652:
- En cuanto al espíritu de profecía, puedo decir lo que me sucedió en 1624. Estando yo entonces en Génova con otros dos compañeros, a saber, el P. Pedro [Casani] de la Natividad y et P. Pablo Oitonelli de Módena, los tres casi de la misma edad, pues uno tenía cuatro o seis años más que yo y el otro unos diez, y yo tenía de 38 a 40, habiendo sido mandados los tres para fundar casas en el Estado de Génova, al acercarse el año santo de 1625, el P. General llamó a los dos primeros, para que fueran a hacer el Año Santo, dando orden de que yo me quedara, escribiendo precisamente de este modo: “Los Padres Pedro y Pablo que vengan a hacer este Año Santo; el P. Francisco [Castelli] puede quedarse, porque tendrá tiempo de hacer otro Año Santo'. Y por gracia de Dios he visto el pasado Año Santo” de 1650.<ref group='Notas'>ProcIn, p.472-473. Castelli exageró un poco las diferencias de edad, pues en 1624 él tenía 40 años, pero Casani tenía 52 y Ottonelli 58. A pesar de ello, aunque es presumible que el más joven viva más, la profecía fue válida, pues Ottonelli murió a los 60, en 1626; Casani, a los 75, en 1647, y Castelli a los 73, en 1657. Sólo Castelli, pues, pudo ganar el Jubileo de 1650. </ref>
Sin duda alguna, el acontecimiento más solemne y más emotivo para todos los escolapios, particularmente para el P. fundador, durante todo aquel Año Santo, fue la peregrinación de la Cofradía de la Virgen de Frascati a Roma para ganar el jubileo. A ello precedió la aprobación canónica de dicha Cofradía, de la que empieza, a preocuparse el mismo Calasanz a primeros de marzo de 1625 en su correspondencia con el P. Cananea, Rector de aquella casa. El 28 de abril todavía dice que se esperaba la salida del Breve pontificio de un día para otro, aunque estaba ya fechado el 21 del mismo mes.<ref group='Notas'>Cf. c.292-300. O. MANETTI, ‘Inventario crónologico del Archtvio Gen. delle Scuole Pie’ (Roma 1955), p.68, n.12. Las Reglas de dicha Cofradía fueron compuestas por el Santo. </ref>
A mediados de septiembre deciden los de Frascati organizar una solemne peregrinación, llevando consigo la venerable imagen de la Virgen, a la que está dedicada la Cofradía. Era costumbre que en los Años Santos acudieran a Roma los fieles; agrupados en sus propias Cofradías, con sus imágenes y estandartes, vestidos con sus hábitos característicos e incluso con niños y niñas vestidos de ángeles y santos.<ref group='Notas'>En el jubileo de 1600 se calcula que llegaron a Roma más de 600 cofradías (cf. PASTOR, o.c., vol. 24, p.154 y 158, n.5). </ref> Era un espectáculo sacro, devoto, emotivo. Y eso mismo es lo que piensan hacer los cofrades de Frascati.
Con fecha del 16 de septiembre de 1625 escribía Calasanz a Frascati a su gran amigo, el P. García: 'En cuanto a traer la Cofradía la imagen de la Sma. Virgen a Roma, deseo que lo piensen bien y recen por ello. Aquí no hay nada nuevo, a no ser que vienen diariamente muchas cofradías para el Año Santo con mucha devoción'.<ref group='Notas'>C.317. El P. Cananea, rector de Frascati, murió el 12 de septiembre de 1625. El Fundador mandó al P. Juan García a sustituirle como Superior, aunque sin nombramiento, porque jurídicamente no era aún escolapio, como el P. Dragonetti. A él se dirige, pues, para tratar la cuestión de la peregrinación a Roma (cf. c.452). </ref> Hasta primeros de octubre le escribe otras 12 cartas, aludiendo en todas ellas a la proyectada peregrinación del jubileo, recomendando que hagan confesión general, “que es cuanto debe hacerse para prepararse al Año Santo”; que vaya alguien una semana antes para preparar las cosas, que se queden algunos para cuidar a los enfermos; habla de alas, cabelleras y retales para vestir de ángeles a algunos niños; así como del hábito y muceta de los cofrades y de los dos maceros; que deben ser personas honorables de la Cofradía y no simples muchachos; ha presentado un memorial para pedir la gracia del jubileo para el día de San Miguel; obtendrá también que el papa les dé la bendición cuando pasen delante de palacio; ha conseguido de la Cofradía de la Sma. Trinidad de los Peregrinos, de la que es cofrade desde 1600, que les acojan a todos por dos noches y les den cena, y desayuno el día que visitan las cuatro basílicas;<ref group='Notas'>Como había peligro de peste, en algunas épocas del Año Santo se decidió que en vez de visitar las tres basílicas extramuros de San Pablo, San Sebastián y San Lorenzo, se visitaran tres del interior de la ciudad: Santa María in Trastevere, Santa María del Popolo y San Lorenzo in Lucina (cf. PASTOR, o.c., vol. 28, p.257, n.6). </ref> anunciaba también la llegada del P. Octavio Bovarelli, hijo de quien había donado el milagroso icono a las Escuelas Pías, que quería participar en la peregrinación, etc.<ref group='Notas'>Véanse las c.318-330. </ref>
El analista Berro, testigo presencial, dejó constancia de esta solemne procesión, escribiendo: 'Para la solemnidad de San Miguel Arcángel, 29 de septiembre, el papa Urbano VIII concedió el Srno. Jubileo a quien, visitando nuestra iglesia de San Pantaleón, fuera a visitar las cuatro Basílicas junto con nuestra Cofradía de Frascati, que llevaba la milagrosa imagen de Nuestra Señora, que se venera en la iglesia de dicha ciudad; hubo una grandísima concurrencia de pueblo y nobleza, y fueron unos 30 de los nuestros con nuestro hábito propio, y causó gran devoción'.<ref group='Notas'>BERRO I, p.142. Llama, la atención que para esta peregrinación de tres días se pida al papa la gracia de ‘ganar el Jubileo’, y que el papa la conceda, pues el Jubileo estaba concedido para todos, por ser Año Santo. La bula ‘Omnes gentes’ (29 de abrtil de 1624) con que se promulgó el año Santo recordaba la práctica tradicional, que exigía la visita de las cuatro basílicas patriarcales (San Pedro, San Pablo, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor) 'una vez al día durante 30 días seguidos o no seguidos para los romanos o habitantes de Roma, o bien durante 15 dtas, si eran peregrinos. (‘Bull. Rom’., 13, p.145) La peregrinación de Frascati visitó una sola vez las Basílicas, el día de San Miguel. Por ello seguramente se pidió al papa la gracia de poder ganar el Jubileo en un solo día, añadiendo la visita a la iglesia de S. Pantaleón a las obligatorias. Calasanz escribía a García el 22 de septiembre de 1625: 'adeso formo il memoriale per la gratia del Giubileo per il giorno di-S. Michele; che sarà lunedi prossimo' (c.320). 'Ho dato il memoriale per I’indulgenza del Giubileo. (c.321). </ref>
Probablemente sus contactos con la Cofradía de la Sma. Trinidad de Peregrinos, de la que era miembro, a raíz de sus gestiones para conseguir alojamiento a los de Frascati, le ofrecieron la oportunidad de atender a un grupo de peregrinos, como recuerda Berro, que se atribuye en esta ocasión cierto protagonismo: 'vinieron a Roma para el Año Santo 1625 --escribe-ciertos hombres vestidos de peregrinos, italianos de hecho, pero tan ignorantes de las cosas de Dios, que apenas sabían el Padrenuestro y el Avemaría, mas del Credo y mandamientos no sabían decir una palabra correcta. Por ello, no encontraban a nadie que les quisiera confesar y estaban como desesperados por verse en Roma y no poderse confesar. Se presentaron a N.V.P. llorando de desesperación y él mismo se lo enseñó todo, pasándomelos luego a mí para que continuara enseñándoles, Además como eran pobrecito, se les daba limosna. En pocos días aprendieron todo lo necesario, y habiéndose confesado con N.V.P., se fueron a comulgar a una Basílica y consolados y alegres prosiguieron su peregrinación'.<ref group='Notas'>BERRO I, p.155-156. </ref>
El día de Navidad de 1624, el papa Urbano VIII abrió la Puerta Santa de la basílica vaticana, dando principio al Jubileo con una solemnísima ceremonia. Entre las personalidades que asistieron al acto estuvo el príncipe Wladislao, heredero del trono de Polonia hijo del rey Segismundo III.<ref group='Notas'>cf. PASTOR, o.c., vol. 28, p.256-257. </ref> La noticia sería comentada en San Pantaleón, traída por los que fueron a la ceremonia pontificia. Pero nadie podía adivinar que aquel príncipe polaco, una vez rey, sería no sólo el introductor y bienhechor de las Escuelas Pías en su reino, sino también uno de los más decididos y fervientes defensores del Instituto y de su Fundador en los aciagos años de tribulaciones que culminaron con la reducción de la Orden a simple Congregación sin votos.