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16.09. La muerte de una esperanza
Quizá nunca fue muy firme la esperanza que puso el viejo Calasanz en el joven Glicerio como continuador de su obra. Desde que llegó a las Escuelas Pías en mayo de 1612, mandado más que recomendado por el P. Domingo Ruzola, se sabía que el carmelita no lo había querido recibir en su Orden por falta de salud.<ref group='Notas'>En carta del 6 de noviembre de 1611 al cardenal Federico Borromeo le dice Glicerio: 'procuravo d'entrar Scalzo del Carmine; quelli Padri me lo impedirono per conto della sanità' (EC, p.1634).</ref> A fin de cuentas, las Escuelas Pías no eran todavía una Congregación con votos y la vida y actividades de Glicerio podrían desarrollarse en un margen de libertad de movimiento y disposición de los propios bienes de que no podría gozar en las estrecheces de la reforma carmelitana. Ni podía descartarse la posibilidad -o el milagro- de que su precaria salud se robusteciera. Pero no ocurrió.
Lo cierto es que el propio Glicerio no tuvo miramiento alguno por sí mismo, entregándose a una vida de mortificaciones extrañas que fueron minando poco a poco los recursos de su ya debilitada juventud. Y cuando no había remedio, (en su última enfermedad… -escribe Berro- viendo que con sus excesivas mortificaciones había llegado a la muerte, al fin de su juventud -tenía 30 años-, dudando de que con ello había impedido la mayor gloria del Señor, pidió perdón a Dios de la aspereza con que había tratado su cuerpo, aunque por deseo de virtud y de agradar más a su Divina Majestad.<ref group='Notas'>V. BERRO, ‘Vita del Servo di Dio Glicerio di Christo’: Archivum 11 (1982) 45.</ref>
Aun en el toque final de sobrenaturalismo, no deja de percibirse una sensación muy humana al ver desmoronarse la salud a los treinta años por la tisis galopante. Este recuerdo triste de Berro tiene otra expresión similar én la pluma del P. Baldi, que conoció personalmente a Glicerio y cuenta en su Vida con un mafiz de profunda melancolía que, estando ya enfermo, un buen día le mandó el P. Maestro Casani que saliera a tomar el aire hacia Montecavallo y se llegara hasta la iglesia derruida de San Cayo, en cuyos muros había una imagen de la Virgen, bien conservada, y le rogara que le hiciera saber si curaría de aquella enfermedad, pues parecía entonces que iba mejorando. 'Se fue él, por obedecer a su padre espiritual, y vuelto a casa le dijo en secreto que se le había revelado interiormente que moriría de aquella enfermedad y muy pronto'. Durante el recreo se mantuvo Glicerio en silencio, mirando una cruz. Y el maestro de novicios, viéndole tan mudo, le preguntó si necesitaba algo. Respondió que no. Y comenta Baldi: “bien sabía él lo que iba a suceder pronto y que había llegado al final de sus días, pero por no entristecer a la reunión, calló, y con su silencio puso mejor de manifiesto las gracias ocultas que Dios le había concedida”.<ref group='Notas'>F. BALDI, ‘La vita del p. abbate Glicerio Landriani’, cit. en PosCas., p.296, n.21.</ref>
Fue un catequista extraordinario dentro y fuera del ámbito de las Escuelas Pías, sumamente admirado et aquélla Roma que apenas si superaba los cien mil habitantes.<ref group='Notas'>Cf. L. PICANYOL, ‘Un apostolo della dottrina cristiana in Roma. II Ven. Clicerio Landriani delle Scuole Pie’: Rass 3 (1938) 3-17; C. VILÁ, ‘Glicerio Landriani, catequista’: EphCal 11 (1981) 389-434.</ref> Y esa auténtica pasión por la labor catequética le hizo ser apreciado sobremanera por Calasanz, como utilísimo colaborador en sus Escuelas Pías. Pero su profunda estima y admiración por el 'P. Abate', como le llamaba, debía proceder sobre todo de esa especie de intuición sobrenatural o compenetración misteriosa que surge entre los santos. Y Calasanz no tuvo reparo alguno en proclamar que el abate Glicerio murió “en opinión de santidad”, y recordaba exactamente hasta la hora de su muerte: “el día 15 de febrero de 1618 a las 6 de la noche.”<ref group='Notas'>EGC II, p.171. La hora equivale hoy a las 12,20 de la noche (cf. R. GARCÍA VILLOSLADA, Storia del Collegio Romano, p.85), es decir, a las 0,30 del día 15 de febrero.</ref>
En 1620, por voluntad del Fundador, se empezó el proceso de beatificación, en el que declaró él mismo como testigo, llenando sus declaraciones veinticuatro páginas del sumario. He aquí dos juicios sintéticos: su vida 'fue tan ejemplar que mientras vivió y después de morir todos los que le conocieron lo han tenido y estimado como un extraordinario Siervo de Dios por haber hecho en servicio de Dios y desprecio de sí mismo cosas extraordinarias y por tal lo he tenido siempre y lo tengo yo'. “En resumen, se puede decir que en dicho P. Abate, como en un gran Siervo de Dios, se juntaban en grado heroico todas aquellas virtudes que hacen al hombre perfecto a los ojos del Señor, no perdiendo nunca ni tiempo ni ocasión en que pudiera acrecentarse la gloria de Dios y la utilidad del prójimo.”<ref group='Notas'>RegServ, 41, f.42r-44v.</ref>
Ya se recordará que Calasanz se lo llevó a Frascati a fundar el colegio de Escuelas Pías, y allí dejó también fama de su santidad y milagros. Entre ellos refiere Calasanz en su deposición procesal el siguiente, tan bello y emotivo como la página evangélica que evoca espontáneamente:
- Había otra mujer -acaba de contar lo que le ocurrió a una-, también en Frascati, que por su larga y apestosa enfermedad la había abandonado el marido hacía ya tres o cuatro años, y sintiéndose sumamente afligida y necesitada, deseaba hablar con dicho P. Abate por la gran devoción que le tenía, siendo estimado por todos en Frascati como un Santo; y no sabiendo cómo hacerlo, le avisó su madre diciendo: “Ahora viene aquel santo varón y pasará ante nuestra puerta'. Entonces, como mejor pudo, apenas había pasado el P. Abate, la enferma salió de casa y le tocó el manteo por detrás y se volvió con tal consuelo y alegría a su casa, que en seguida se sintió mucho mejor y muy luego totalmente curada sin usar otras medicinas”<ref group='Notas'>Ib., f.43v.</ref>
Hubo otro hecho misterioso del que Calasanz no habló en su larga declaración, quizá porque no podía jurar que se tratara en realidad de Glicerio y podían reprocharle que era fruto de su imaginación o de sus sueños. Sin embargo, no cabe duda de que lo reveló a otros, pues él era el único testigo. Berro nos lo dejó escrito por partida doble: la primera vez en su ‘Vida de Glicerio’, que tenía ya concluida en febrero de 1644, pues el 15 de ese mes, aniversario de la muerte del Venerable, se leyó en público comedor en los dos Colegios de Nápoles. El desagradable incidente ocurrido después llegó a conocimiento de Calasanz.<ref group='Notas'>En agosto de 1644 hubo una denuncia a la Inquisición, que requirió un ejemplar de la obra, por si iba contra los decretos de Urbano VIII referentes a la Beatificación y Canonización. Temeroso de las consecuencias, Berro lo comunicó a Calasanz el 28 de agosto de 1644 y éste en carta del 3 de septiembre le tranquilizaba, diciendo: 'non mi par che sia cosa di consideratione' (c.4219; C. VILÁ, ‘Vita del Servo di Dio Glícerio di Christo. Obra del P. Berro. Introducción y comentarios’: Archivum II (1982) 1-2).</ref> Y lo más probable es que sintiera deseos de leer la obrita de Berro, sobre todo por tratarse de su carísimo P. Abate. Y esto es lo que pudo leer:
- En la hora precisa en que murió (Glicerio), estando el P. General en las Escuelas Pías de San Pantaleón, en cama, aunque muy despierto, oyó llamar a la puerta dos o tres veces; respondió él cada vez ‘Deo gratias, abrid’, pero. viendo que llamaban y no abrían, le pasó por la cabeza que podía ser el Abate que se iba al cielo, y como en vida había sido siempre muy obediente, no quería partir de este mundo sin su bendición. Y pensando esto dijo: Dios os bendiga, id y rogad por mí. y ya no tocaron más a la puerta. Al poco rato vinieron dos-del-noviciado y trajeron la noticia de la feliz muerte del Siervo de Dios.'<ref group='Notas'>Cf. C. VILÁ, o.c.,p.47-48.</ref>
No consta en parte alguna que pusiera reparos a esta 'revelación' suya después de leerla, pues el mismo Berro volvió a recordar la escena en sus ‘Annotazioni’ veinte años más tarde, y no sólo no corrigió nada, sino que aclaró expresamente que se la había contado el Fundador, hablándole una vez de la obediencia de Glicerio, poniendo además el relato en boca del Santo.<ref group='Notas'>Cf. BERRO I, p.168. El P: Gabriel Bianchi, en su ‘Vita del Ven. Servo di Dio Gioseppe Calasantio’, de 1681, narra de nuevo el hecho, pero se nota que le llega de oídas, con incongruencia, pues supone que Glicerio murió en el Colegio Nazaieno, fundado en 1630. (RegCal, 91, p.47).</ref> La puerta donde llamó sigue intacta en su sitio. ¡Si hablara…!