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05.12. Las inquietudes de Ribagorza

Un día de 1579 recibió Calasanz la inesperada noticia de que había muerto su hermano Pedro. ¿Qué había pasado?

Era una vieja historia que se sabía ya de años en Peralta, aunque no le afectaba directamente. Las relaciones entre el conde de Ribagorza y sus vasallos se habían puesto muy tensas en los últimos años del reinado de Carlos V, hasta el extremo de que el Consejo General del Condado dictaminó la extinción del señorío feudal. En la corte se examinó jurídicamente la legitimidad de los títulos de los condes y en junio de 1554 se llegó a la conclusión de 'que el feudo del Condado de Ribagorza estaba en directo dominio y alodial señorío de su Majestad'.<ref group='Notas'>Cf. MARQUES DE PIDAL, ‘Historia de las alteraciones de Aragón en el reinado de Felipe II’ (Madrid 1862) vol. I, p.121.</ref> El desposeído Conde de Ribagorza, don Martín de Gurrea y Aragón, Duque de Villahermosa, presentó querella ante el Justicia de Aragón, en defensa de sus legítimos derechos. El tribunal se incautó del señorío en espera de sentencia definitiva que fue dada en 1567, favorable a don Martín.

Eran ya tiempos de Felipe II, quien no acogió muy resignadamente la sentencia del Justicia de Aragón tan contraria a sus pretensiones. La incorporación a la Corona del extenso Condado de Ribagorza fue, en efecto, una de sus obsesiones políticas y no cejará hasta conseguirlo. Era una amplia zona fronteriza con Francia, por la que se temía incluso una invasión; por ella penetraban hugonotes; se introducían clandestinamente libros heréticos; desplegaban una intensa actividad los contrabandistas; y se fomentaban por intereses bastardos o a la fuerza las acciones delictivas de los bandoleros. Y todos estos peligros y desmanes no se evitarían mientras mantuvieran los condes sus derechos señoriales que limitaban el poder absoluto de la monarquía.

El afán manifiesto de incorporación a la Corona del histórico Condado tenía, además, otro poderoso valedor: el Conde de Chinchón, Tesorero General del Supremo Consejo de Aragón, hombre de confianza de Felipe II. Doña Luisa Pacheco, hermana de su mujer, había casado en 1564 con don Juan de Gurrea y Aragón, hijo primogénito del Conde de Ribagorza y Duque de Villahermosa, en quien había resignado sus títulos y señoríos su padre don Martín. Pero en 1572, por graves sospechas de adulterio, fue asesinada doña Luisa por su propio marido, quien huyó a Italia. Fue capturado en Milán y llevado a Torrejón de Velasco, cerca de Madrid, donde en 1573 fue procesado y condenado a garrote vil en la plaza de la villa. Sus títulos y señoríos volvieron otra vez a su padre, pero de todo ello 'le vino [al Conde de Chinchón] su odio contra el Condado de Ribagorza'.<ref group='Notas'>Ib., p.74-80.</ref>

En los años sucesivos se fue enrareciendo el ambiente, acrecentándose las protestas contra el conde y sus representantes, bajo pretexto de que no se les respetaban los privilegios, pero en el fondo latía una actitud de revuelta para conseguir la emancipación del poder señorial. Don Martín intentó satisfacer en lo posible a sus vasallos, pero eran tales las reivindicaciones, que imposibilitaban cualquier solución pacífica. 'La negativa señorial, hasta cierto punto buscada y forzada por los vasallos, suponía, tal como estaban los ánimos, la definitiva ruptura entre las partes y el inicio de la rebelión'.<ref group='Notas'>Cf. G. COLAS-J. A. SALAS, ‘Aragón en el siglo XVI. Alteraciones sociales y conflictos políticos’ (Zaragoza 1982) p.128.</ref> Y no tardó en estallar.

Al convocar el conde de nuevo al Concejo General en su castillo de Benabarre, los asistentes impidieron su celebración, cercaron el castillo y obligaron al conde y a sus dos hijos a salir de la villa.<ref group='Notas'>cf. V. BLASCO DE LANUZA, ‘Historias eclesiásticas y seculares de Aragón’ (Zaragoza 1662) t.II, p.53.</ref> Con esta dramática escena empezaba 'el movimiento antiseñorial más importante de Aragón y con él la primera “guerra civil' de Ribagorza. Los intereses dominantes dividieron a los ribagorzanos en dos bandos antagónicos que durante años se enfrentaron encarnizadamente”.<ref group='Notas'>Cf. G. COLAS-J. A. SALAS, o.c., p.129.</ref> Pero no era sin más un movimiento antiseñorial de vasallos contra señores, ni tampoco de fuerzas leales a los condes y elementos favorables a los intereses de la monarquía. Era una revuelta muy compleja, en la que miembros de la pequeña nobleza simpatizaban con los rebeldes, aunque mayoritariamente apoyaban al conde. El clero andaba también dividido en ambos bandos. Y en uno y otro participaban delincuentes, asesinos, bandoleros, incluso contratados como mercenarios.

Apenas expulsados el conde y sus hijos, los amotinados de Benabarre formaron un gobierno propio, nombrando como síndicos representantes a Juan de Ager, Antonio Calasanz y Juan Gil de Macián. El primero era un infanzón de Calasanz que acaparó el poder en sus manos y bajo el pretexto de hacer justicia y limpiar el territorio de toda clase de maleantes impuso su voluntad como criterio único para justificar sus venganzas personales y sus desmanes de delincuente. De sus fechorías dicen los escritores y testigos contemporáneos: 'Juan de Ager mató y asesinó los más que no seguían su rebelión'; “so color de justicia [ha] vengado algunas injurias particulares. Y mostró esto siempre más con los de Benabarre”; “justició más de 20 y aun 30 personas en ella [la villa de Graus] sin ponerse impedimento”; “en diez años que duró el tener la tierra alborotada, prendía y mataba a los que juzgaba que lo merecían, sin hacer otro ni más proceso que decir que su ánimo estaba satisfecho”.<ref group='Notas'>Cf. ib., p.132-133.</ref>

Diez años, pues, duró este régimen de terror, y como Juan de Ager murió en 1587, la sublevación empezaría en 1577.<ref group='Notas'>'Durante muchos años (entre 1578 y 1589 aproximadamente) venganzas, muertes, asesinatos e injusticias de todo tipo dominaron en Ribagorza' (ib., p. 132).</ref> A José de Calasanz, estudiante primero y sacerdote después, interesaban estos hechos probablemente mucho más que las andanzas de los tercios de Flandes y de Sicilia por los caminos de Europa, los avances de las conquistas en tierras de América o las batallas navales y nuevos descubrimientos en casi todos los mares del mundo.

Notas