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CAPÍTULO 9 De la muerte Del P. Esteban de los Ángeles [1647]

La lepra apareció en las manos y en la cara del P. Esteban de los Ángeles, y de día en día se fue extendiendo durante los meses de octubre y noviembre de 1647, de tal manera que cada vez se veía más claro el castigo de Dios. Y cada vez le aumentaba más el bochorno y el vituperio. Renovó las purgas, y todo lo que le ordenaban los Sres. Médicos; pero todo en vano; porque aumentaba y no se atenuaba la lepra. Aunque el arte de la medicina no le ayudaba, sin embargo, nunca desistía de nuevos remedios. A pesar de que el P. Esteban era de complexión robusta, y no se quedaba siempre en cama, sin embargo, estaba ya más retirado en casa de lo que hacía antes.

Unos días antes de las fiestas de la Navidad de Nuestro Señor, del año 1647, a N. V. P. General y Fundador le solicitó algunos escudos el Sr. D. Guido Baldi, Párroco de Santa María in Trastevere, por medio de uno de los nuestros que vivía en el Colegio Nazareno, diciendo que el Reverendo se los había prestado años antes al P. Esteban, para las necesidades de la casa de San Pantaleón. Y aunque ordinariamente se creía que eran embrollos del dicho Padre, a pesar de ello, N. V. P. General y Fundador ordenó darle tres escudos moneda, que pocos más quedaban en caja para la comida de los Padres.

Estos tres escudos, casi con seguridad, fueron entregados por el P. Esteban al pagador del Colegio, para que con ellos organizara una recreación en el día de San Esteban en el Colegio Nazareno, (lo digo casi con seguridad) porque uno de los nuestros se fijó en la cantidad y cualidad de la moneda. La mayoría creía que dicha deuda era aparente, como otras, pues fue reconocida aquella moneda. El P. Esteban descubrió ya la fiebre el día de aquella recreación, y sé que no pudo disfrutar de los efectos de los tres escudos.

En la fiesta de los Inocentes le dieron una medicina que no produjo los efectos deseados por los médicos, por lo que cada día le fue aumentando más el mal, cuya causa, decían, había sido el mismo P. Esteban; pues, no pudiendo soportar la lepra en las partes exteriores vivibles, se aplicó una unción tan fuerte, que le reapareció el veneno y le atacó al corazón y a las partes nobles interiores, con lo que volvió la fiebre y lo redujo al final sus días.

El estado del P. Esteban no se supo en San Pantaleón hasta que fue allí el P. Camilo [Scassellattis] de San Jerónimo, que estaba en dicho Colegio, a pedir perdón a N. V. P. Fundador, en nombre del P. Esteban. Cuando oyó esto N. V. P. le respondió, todo enternecido, lamentándose que no se lo hubieran comunicado antes, pues habría hecho oración por él en la Misa y habría ido a visitarlo.

Después de comer del día 5 de enero de 1648, N. V. P. me dijo a mí, Vicente [Berro] de la Concepción, escritor de ésta: “Vamos a visitar y a ayudar al P. Esteban”. Y los dos, a pie, partiendo de San Pantaleón, fuimos al Colegio, que estaba detrás de los Arcos o Puente, que, del Vaticano va al Castillo de Sant´Angelo, cerca de la iglesia de Santa Ana.

Al subir la escalera, encontramos al Sr. Flavio Cherubini, hermano del enfermo, quien, llorando dijo: “P. General, el P. Esteban se está muriendo; los médicos lo han dado por desahuciado. ¡Padre, no lo asuste, por favor! ¡No le diga nada de esto! Parece que ahora reposa; dejémoslo tranquilo”. Pero luego, cuando N. V. P. supo que el P. Esteban estaba más bien en un letargo que durmiendo, le respondió al Sr. Flavio: “Debemos ayudar a su alma, si no se puede ayudar al cuerpo”.

Y, entrando en la celda adonde la cama del enfermo, tomó agua bendita, lo asperjó, y le dijo: “P. Esteban, ¿qué hace? ¿cómo se encuentra?”. El enfermo volvió en sí al instante, y respondió con muestras de gran alegría: “¡P. General, P. General, ayúdeme, estoy muy mal!”; y con otras palabras de ternura y alegría, al ver a su lado a N. V. P. General y Fundador. Y en presencia de todos nosotros, le pidió perdón -así, en general- por todos sus disgustos que le había dado. N. V. P. Fundador le dio la bendición, y con paternales recuerdos lo exhortaba a actos de contrición de las culpas pasadas, y a la esperanza en la misericordia divina. Y como sabía que no se había confesado, le dijo que se confesara y recibiera los demás Sacramentos, preparándose a la muerte, porque la enfermedad era gravísima. Dijo entonces el enfermo: “Sí, Padre; sí, Padre; me quiero confesar con Vuestra Paternidad. Pero Nuestro V. P. le respondió: “No, conmigo no. Prepárese, que vendrá aquí el P. Castilla, y estará con usted. Lo hará con tranquilidad esta noche, y mañana, a toda costa, comulgue a las nueve”. Y como parecía una hora muy incómoda, siendo muchas horas antes de amanecer, le respondieron: “No será conveniente, Padre, darle la comunión cuando nos levantemos todos?” A lo que replicó el Padre Fundador: “No, no; denle la comunión a las nueve ¿no tienen el Santísimo Sacramento?”. Respondieron: “Sí, Padre, lo tenemos para estos casos; y si vemos que hay algún peligro lo haremos incluso antes”. Añadió N. V. P.: “Decidle que a las nueve, que no pasará nada”. Y el mismo enfermo dijo; “Quiero hacerlo como dice el P. General”. Y el Padre: “Así que prepárese, que yo me voy a casa, pues se hace de noche. Vendrá el P. Castilla, le confesará con tranquilidad, y se quedará aquí con usted esta noche”.

Volvimos ambos a San Pantaleón; fue al Colegio el P. Juan [García del Castillo – Castilla], confesó al enfermo, y luego se fue a descansar en otra celda, quedando en guardia con el enfermo el P. Jorge [Ciarnino] de San Francisco.

Y al sonar las nueve, el enfermo, que había descansado y tomado algo, a la hora señalada llamó muy bien, y dijo que quería comulgar. El P. Jorge, creyendo que estaba mucho mejor, por las señales dichas, no quería molestar a los Padres a aquella hora. Pero el enfermo se mantuvo firme en querer comulgar a aquella hora, diciendo que quería prestar obediencia al P. General. Así que, poco después de las nueve, le dieron la comunión.

Apenas había pasado un cuarto de hora, cuando el P. Esteban cayó en tal delirio, que no volvió más en sí. Así se conoció que la orden de N. V. P. General y Fundador fue una previsión de los que debía suceder; de tal forma que, si no le hubieran suministrado la comunión a las nueve, como había dicho N. V. P. varias veces, contestándonos, no lo hubiéramos dado ya la comunión. Después, del delirio paso a la agonía. Y habiendo recibido el Óleo Santo, murió con todos los Sacramentos de la Santa Iglesia, la misma noche del 6 de enero de 1648.

Fue llevado privadamente en las andas de los enfermos a San Pantaleón, donde, expuesto con las vestiduras sacerdotales, se le cantó la Misa y se dijo el Oficio Divino por su alma. Acudió el pueblo para verlo extinto, con la esperanza de que con su muerte las Escuelas Pías recibieran cierto alivio.

Al hacerle las exequias, N. V. P. General y Fundador quiso también demostrar su gran caridad y humildad, porque, no sólo celebró en la iglesia por su alma, sino que también quiso aparecer con la vela en la mano durante el responsorio “Liberame, Domine, etc.”, y acompañándolo a la sepultura con todos nosotros.

Por entonces yo oí decir a un secular: “Este muerto es el P. Esteban Cherubini, que ha perseguido al Fundador y General, y ha destruido a las Escuelas Pías”. Y señalando a N. V. P. decían: “Miradlo, es un santo; ha visto morir a los que le han perseguido. Ahora las Escuelas Pías se arreglarán, y volverán a levantarse”. Y los seculares decían cosas parecidas.

Después fue cerrado en una caja al pie de la pilastra que separa las capillas de Santa Ana y Santa Catalina, en nuestra iglesia de San Pantaleón, el día 7 de enero de 1648.

“Haec omnia ad nostrati doctrinam scripta sunt,

ut parentes honoremus”

Notas