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Revisión de 16:50 21 oct 2014
- CAPÍTULO 12 Otra Visita ordenada Por el Emmo. Cardenal Vicario [1646]
Como estos tres Religiosos nuestros vieron que habían conseguido su intento con el susodicho memorial, y que el M. R. P. Visitador D. Tomás Inbene, teatino, se había ido de la Visita contrariado por sus libertinajes, y ellos habían salido victoriosos, proseguían en su libertad con todo brío, cada vez de mal a peor, con escándalo del prójimo y de los seculares.
El P. Nicolás María [Gavotti] del Rosario se ocupaba de sus trapicheos con más ardor y mayor libertad de salida, a su gusto; y no sólo con todo empeño elegía esto a su gusto, sino que a los otros les enseñaba también su doctrina. Su celda era una tasca continua, y a veces una hostería pública, donde, con frecuencia, eran convidados juntos muchos seculares, los cuales, después de llenar la boca, se juntaban en las tabernas públicas de las plazas. Ni siquiera el Superior local lo podía remediar, por el apoyo que tenía del Cardenal Vicario.
Sin embargo, se opuso a esto, por caridad, Monseñor Ilmo. y Revmo. Rinaldi, Vicegerente, y echó algunas reprimendas muy fuertes al P. Nicolás M. y al H. Felipe de San Francisco, pero, por el apoyo dicho antes, de poco sirvieron.
El P. Nicolás Mª. había colocado sobre la ventana de su habitación una repisa donde tenía frascos, vasos y botes, que todos veían desde el patio. Aquella exposición nos disgustaba a todos; se le dijo que no estaba bien, pero él, obstinadamente, quiso mantenerla. Yo no sé lo que, en efecto, pasó, aunque dormía cerca de él; pero una mañana, bastante antes de la oración, sentí un ruido que me despertó; y luego se oyó correr sobre la terraza. Me asomé a la ventana de nuestra habitación, vi la repisa, con todas las cosas derramadas por nuestro patio, pero no vi a nadie.
El P. Nicolás Mª. dio parte enseguida al Emmo. Cardenal Vicario, quien llamó a un Visitador. Su Eminencia nombró para tal oficio al Sr. Camilo Piaggia, su Auditor, que más tarde fue nombrado Inquisidor de Nápoles, en cuyo cargo tuvo muchos disgustos. Éste comunicó la visita con mucho ardor y criminalidad. Examinó a muchos sobre el hecho, pero no encontró ningún indicio sobre quién lo había hecho. Así que yo pensé había sido algo dispuesto por Su Divina Majestad, para quitar de las Escuelas Pías aquel motivo de escándalo.
Proseguía su visita con mayor pesquisa, cada vez más a favor del P. Nicolás M. y sus dos compañeros, defendiéndolos con tal y tanta claridad, que se diría era su abogado y no un visitador. Se habló de ello con Monseñor Rinaldi, el Vicegerente, y con el Emmo. Cardenal Vicario, y hubo cierta desavenencia entre estos dos Señores, respecto al modo con que actuaba el Visitador Sr. Piaggia, dado que los susodichos y sus secuaces se entregaban cada vez más al libertinaje y a los desórdenes en la forma de vivir, sin aparecer en los ejercicios espirituales, y muchos menos en las mortificaciones.
Su Divina Majestad llamó a sí por este tiempo, es decir, el 7 de enero de 1655, a su Vicario, Inocencio X; y, a causa de la Sede vacante y el cónclave, nuestro Visitador interrumpió la visita, sin haber hecho nada. Fue elegido Sumo Pontífice el 7 de abril de 1655 el Emmo. Fabio Chigi, con el nombre de Alejandro VII, a quien yo, Vicente [Berro], escritor de esto, había visitado muchas veces, e informado de nuestros sufrimientos, y recibido por respuesta estas precisas palabras: “Os prometo que, como pueda, jugaré a favor vuestro”. Y cuando le besé los pies el primero de mayo de 1655, en compañía de los Padres Juan [García del Castillo] de Jesús María, José [Fedele] de la Visitación y Carlos [Mazzei] de San Antonio de Padua, me habló de buenísimas resoluciones, y del modo de solucionar nuestro problema, para levantarnos.
Volvió el Sr. Piaggia para proseguir la Visita, pero, habiéndole informado de que Su Señoría ya no tenía nada que hacer, y que el Sumo Pontífice se había reservado para él los asuntos de las Escuelas Pías, Su Señoría se fue, y no apareció más. Puedo decir que tales Visitadores son una gran desdicha y destrucción de la observancia regular, y por tanto, lamentables.