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Fue una buena provisión el envío de la patente para ello. Pero en la ocasión presente no fue necesaria, pues perdimos el huerto comprado recientemente al Sr. Mosca por un precio más gratuito que justo. Los hechos mostrarán en años posteriores que nos fue arrebatado todo el noviciado.
 
Fue una buena provisión el envío de la patente para ello. Pero en la ocasión presente no fue necesaria, pues perdimos el huerto comprado recientemente al Sr. Mosca por un precio más gratuito que justo. Los hechos mostrarán en años posteriores que nos fue arrebatado todo el noviciado.
  
Quizás a esta época corresponde el viaje del P. Pedro Asistente a Sicilia, pues para que no quedasen obstáculos para fundar allí nuestro instituto, quiso el P. General llamar a casa a los que el P. Melchor había dejado allí, pues allí molestaban a nuestros adversarios, y eran un oprobio para nuestro instituto. Por lo demás, del mismo modo que se cuidó de los sicilianos, el P. General no se olvidó de los que estaban fuera de las casas de Nápoles. Al contrario, tenía el vehemente deseo de que se le informara cómo vivían sus religiosos más remotos; de qué modo gestionaban los ejercicios en asuntos domésticos y escolares; cuánto aprovechaban en virtudes y observancia regular, y en particular si se observaba el silencio en las casas. Sobre esto ciertamente escribió lo que se lee en las palabras que siguen: “No pueden darme noticia más agradable que la de que en casa se observa el sumo silencio”. Así en fecha 22 de noviembre<ref group='Notas'>Faltan dos párrafos: “Die 12 Xbris circa Natalem Domini cum in feriam Esurialem incidisset, ordinavit ut justa Ecclesaie usitatum morem carnibus ubique vescerentur cum superaddito: quamquam majoris imperfectionis foret, si contentarent ovis et lacticiniis. Et 26 ejusdem, comendans charitati Paternae infirmos, etiam se male valentem nunciat eo ruptura, in vero ex febri acuta, qua oppressum quipe cum letargo scribit P. Vincentius Tom. I p. 3. Traducción: El 12 de diciembre, en relación con la fiesta de Navidad, día que caía en día de ayuno, ordenó que según la costumbre usada en la Iglesia podrían comer carne, pero añadiendo: pero con todo sería mayor perfección si se contentasen con huevos y lacticinios. Y el 26 del mismo mes, encomendando con paternal caridad a los enfermos, él mismo anuncia que se encuentra mal, a causa de la ruptura; ciertamente sufrió una fiebre aguda con pérdida de conocimiento, escribe el P. Vicente en el Tomo I, p. 3. </ref>.
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Quizás a esta época corresponde el viaje del P. Pedro Asistente a Sicilia, pues para que no quedasen obstáculos para fundar allí nuestro instituto, quiso el P. General llamar a casa a los que el P. Melchor había dejado allí, pues allí molestaban a nuestros adversarios, y eran un oprobio para nuestro instituto. Por lo demás, del mismo modo que se cuidó de los sicilianos, el P. General no se olvidó de los que estaban fuera de las casas de Nápoles. Al contrario, tenía el vehemente deseo de que se le informara cómo vivían sus religiosos más remotos; de qué modo gestionaban los ejercicios en asuntos domésticos y escolares; cuánto aprovechaban en virtudes y observancia regular, y en particular si se observaba el silencio en las casas. Sobre esto ciertamente escribió lo que se lee en las palabras que siguen: “No pueden darme noticia más agradable que la de que en casa se observa el sumo silencio”. Así en fecha 22 de noviembre<ref group='Notas'>Faltan dos párrafos: “Die 12 Xbris circa Natalem Domini cum in feriam Esurialem incidisset, ordinavit ut justa Ecclesaie usitatum morem carnibus ubique vescerentur cum superaddito: quamquam majoris imperfectionis foret, si contentarent ovis et lacticiniis. Et 26 ejusdem, comendans charitati Paternae infirmos, etiam se male valentem nunciat eo ruptura, in vero ex febri acuta, qua oppressum quipe cum letargo scribit P. Vincentius Tom. I p. 3. Traducción: El 12 de diciembre, en relación con la fiesta de Navidad, día que caía en día de ayuno, ordenó que según la costumbre usada en la Iglesia podrían comer carne, pero añadiendo: pero con todo sería mayor perfección si se contentasen con huevos y lacticinios. Y el 26 del mismo mes, encomendando con paternal caridad a los enfermos, él mismo anuncia que se encuentra mal, a causa de la ruptura; ciertamente sufrió una fiebre aguda con pérdida de conocimiento, escribe el P. Vicente en el Tomo I, p. 3. </ref>.
  
 
Cierro el presente año con la anotación siguiente: Su Santidad en la Navidad de 1626 revocó por medio de su reverenda Cámara el subsidio de doscientos escudos anuales para las Escuelas Pías que había concedido Clemente VIII, y no permitió que se pagaran más. Así se lee escrito por el P. General con su propia mano, anotado en el Registro de Limosnas.
 
Cierro el presente año con la anotación siguiente: Su Santidad en la Navidad de 1626 revocó por medio de su reverenda Cámara el subsidio de doscientos escudos anuales para las Escuelas Pías que había concedido Clemente VIII, y no permitió que se pagaran más. Así se lee escrito por el P. General con su propia mano, anotado en el Registro de Limosnas.

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Año 1626 de Cristo. Vigésimo nono de las Escuelas Pías. Cuarto de Urbano VIII.

Ephemerides Calasactianae VIII (1939, 110-116)

De la misma manera que para el reinante pontífice Urbano VIII por la incorporación del ducado de Urbino al estado Vaticano, el presente año es feliz para las Escuelas Pías por el añadido de la nueva casa de Nápoles.

Después que el P. Melchor de Todos los Santos (como dijimos en el año anterior) se fue de Nápoles con sus compañeros, su conversación religiosa había encendido un gran deseo de nuestra religión en el corazón de Ilmo. D. Carlos Tapia, Marqués de Belmonte, el cual crecía como el fuego escondido bajo las cenizas, hasta que una señal del cielo impulsó las llamas haciéndolas visibles, y solicitó al P. General que enviara a Nápoles algún religioso de su instituto, para poder tratar sobre la introducción de las Escuelas Pías en tan célebre y populosa ciudad.

Y como el P. General ya tenía noticia del afecto del citado Sr. Marqués por cartas del P. Melchor, y no quería defraudar por esa razón al citado Sr. Marqués en su deseo y esperaba un incremento de la religión en aquella ciudad, envió a Nápoles no al P. Juan Pedro, como escribe el P. Vicente, puesto que ya había muerto en su día, sino al P. Pedro de la Natividad de la Virgen su Asistente, para saludar al Sr. Marqués y con plenos poderes para tratar sobre la fundación.

En aquel tiempo el P. General estaba enfermo en cama, con hepatitis, como él mismo testificó escribiendo al P. Castilla en Frascati el 14 de febrero. Afligido como estaba le llegó otra aflicción con la partida de entre los vivos de su Asistente el P. Pablo de la Asunción, que aunque era septuagenario, no parece que murió a causa de la edad, sino más bien de una fiebre maligna que le atacó cuando fue a asistir a dos nobles moribundos en casa del Sr. Cardenal de Torres. Parece que allí la muerte se le aceleró, pues apenas dos días después enfermó. Murió santamente el 18 de febrero en la casa de San Pantaleo, y su memoria debe ser bendecida por los que vendrán, tanto porque brilló en méritos en el ejercicio del instituto, cuanto por lo que le hace imperecedero, la construcción de nuestra casa de Fanano a costa suya, la biblioteca que enriqueció, y la introducción de las Escuelas Pías en ella con el beneplácito de Su Santidad Paulo V y el permiso del Duque de Módena, y que en ella por orden de nuestro P. General ejerció como primer superior, con gran alabanza e incremento de las mismas. Lo recordó Luis Jacobelli en el Tomo 3 de los Santos de Umbria y el P. Rodolfo en el n. 6 de nuestros Venerables siervos de Dios. Figura en el Catálogo de Difuntos con otros 5 fallecidos ese mismo año.

De Sicilia llegó también una consternación no pequeña. Pues el P. Melchor escribió desde allí que el Sr. Valmerana, que no mucho antes había sido despojado de nuestro hábito, contaba de nuestro Padre General entre algunos, quizás en venganza por el despojo del hábito, que el mismo P. General antes de fundar las Escuelas Pías había estado en la Compañía de Jesús, y que había sido expulsado de ella por deméritos.

Al oír una calumnia tan evidente, el P. General no pudo sino escribir al P. Melchor rechazándola. Le contestó, pues, con estas palabras: “En cuanto a haber sido jesuita, es falso. Pues yo vine a Roma (de ello hace ya más de 35 años) siendo sacerdote seglar, y siempre permanecí en tal hábito hasta que Paulo V de feliz memoria nos concedió el hábito que vestimos, lo cual ocurrió en el año 1617. Es bien cierto que yo vestí el hábito escolapio a un cierto Valmerana, que había sido antes jesuita, y después, no pareciéndome a propósito para nuestra humildad y bajeza, lo despedí.” Así lo escribió con mano propia el P. General con fecha 14 de febrero del corriente año. Al cual, en la presente consternación, con el luto doméstico y la pasión dolorosa, al menos le llegó el consuelo de que el Magnífico Senado de Génova le pedía que enviara a alguien de su religión a Borzonasco, lugar de la diócesis de Bobbio y del estado de la república de Génova. Aceptando y destinando allí al P. Pedro Andrés con un compañero, aprovechó mucho a la promoción de los nuestros que vivían en Génova, y ordenó al P. Pedro Andrés que comenzara pronto aquella misión. Nuestros padres de Génova abrieron las escuelas públicas a expensas de las autoridades de la República de Génova en la casa de Squarciafica. Al estar muy cercana a la vecina casa del Divino Tomás, ya no siguieron yendo y enseñando en aquel Colegio privado de Notarios.

No fue menor motivo de consuelo para nuestro P. General el que por fin se llegó a un acuerdo pacífico con D. Jerónimo Rossolini por mil escudos, para que aquella casa de Frascati de la que se habló el año anterior que había cedido como vivienda por un trienio sin pagar alquiler, la cediera totalmente para nuestro uso con su huerto para siempre, pues había sido reparada el año anterior a nuestro coste casi por completo, y abandonada aquella en la que vivíamos antes y que había provocado tantos líos, aunque con disgusto de muchos, el 14 de mayo la aceptamos en posesión, y hecho el traslado de nuestros padres comenzaron a funcionar allí las Escuelas Pías.

Mientras tanto nuestro P. General se restableció por completo, y de que obtuvo este beneficio de la Madre de Dios da testimonio la carta que escribió al P. Castilla y que suena como sigue: “¡Bendito sea Dios que se ha complacido en hacerme misericordia! Mediante la intercesión de la Santa Virgen, he comenzado a levantarme de la cama, y espero estar mejor cada día”. Y es razonable pensar que en el tiempo presente nuestro querido Padre necesitaba tener una constitución fuerte, pues recientemente había fallecido uno de sus Asistentes y otros dos vivían lejos de la ciudad, y difícilmente le quedaba alguien que pudiera tratar y ocuparse con destreza de los negocios de la religión. Sin duda llegó de Fanano el P. Santiago de S. Pablo, pero siendo este prefecto del noviciado no podía enviarlo fuera.

En los mismos días en que el P. General se encontraba mejor, el P. Melchor de Todos los Santos, según la orden que le fue escrita, se volvió de Sicilia no con todos, sino con algunos, enfermo con fiebre. El P. Vicente escribe que el mismo volvió en septiembre, pero es más de creer el P. General, que escribió lo siguiente a Frascati con fecha 28 de mayo: “Tenemos aquí enfermo al P. Melchor con fiebres (se trataba de una fiebre maligna con petequias) pero el mayor mal es que no quiere seguir lo prescrito por los médicos”. Así dice el P. General.

Recuperó la salud sin embargo, después de muchas oraciones por él tanto en casa como a la Milagrosa en Frascati. El P. Vicente recuerda esta enfermedad que afligía al P. Melchor con todo detalle. Escribe que estaba acostado y desesperado de seguir viviendo. El médico anunció al P. General que estaba a las puertas de la muerte. Pero este, sin duda instruido por el cielo, no estaba de acuerdo con los presentes, incluso si se encontraba en presencia del enfermo, y volviéndose al médico le dijo: No morirá, sino que ya ha comenzado a mejorar. Dicho y hecho; pues cuando el médico volvió a verlo lo encontró mejor. Lo cual el P. Melchor, lo mismo que el médico y otros creyeron que era un milagro, lo atribuyó a las oraciones del P. General. Por lo cual cuando un tiempo después el P. Melchor fue a darle gracias como médico espiritual, le oyó decir: “Has sanado, padre mío, para que trabajes más por Cristo”. Vicente, Tomo I, fol. 77. Y tan pronto como recuperó las fuerzas, fue enviado a Moricone, donde su presencia fue provechosa, pues se encargó con su prudencia de la fábrica y la reformó para un mejor acomodo.

El P. General, como era invitado persistentemente a Nápoles, para no desperdiciar los oficios de una invitación tan cordial o para que no pareciera que dudaba y la estimaba menos, decidió ir allí el mes de octubre, y anunció su llegada a los que le invitaban, y no pudo ir antes porque por consejo de la casa y de los médicos debía ampliar un tanto el edificio y era necesario comprar una casita con huerto del Sr. Musca adyacente al noviciado, acerca de lo cual el contrato se retrasó hasta el 23 de septiembre. Así puede verse que se concluyó en ese día en el instrumento de compra que se redactó y se confirmó por el notario público D. Félix de Todis en el libro de instrumentos, fol. 41 y 42.

Habiendo arreglado esto y otras cosas en otros lugares, no en la fecha de S. Francisco, como escribe el P. Vicente, sino en la de S. Lucas, después de misa, salió en un carro de la ciudad hacia Nápoles, y llegó a comer a Gensano, a donde había invitado al P. Castilla con D. Aristóteles, ciudadano de Frascati, donde tomó prudentemente algunas disposiciones acerca del legado de Bovarelli que había dejado a la Cofradía Mariana erigida en Frascati para incremento del culto y honor de nuestra Milagrosa, continuó su viaje sano y salvo y llegó felizmente al estado de Nápoles con dos o tres compañeros y fue recibido con toda reverencia y humanidad como huésped por el Rvmo. Sr. Vicario General del Arzobispo, D. Alejandro Luciani. Después de uno o dos días de reposo, como si estuviera en su casa, llevando consigo a los religiosos de su comitiva, fue a visitar al Cardenal arzobispo, al Marqués de Tapia, al Virrey de Alcalá, al Duque Henríquez y a otros principales de la ciudad, y les proponía cuando iba la causa por el bien común de las Escuelas Pías de manera muy afable. Por lo que con este tipo de humilde oficio, ganó y consiguió el afecto y los ánimos hacia sí, de modo que ciertamente a uno tras otro alegró su venerada presencia en sus casas, y no dudaron en condescender sin contradicción en las cosas pedidas, sin ningún respeto al hecho de que ya antes tenían muchas órdenes religiosas. Pero lo que más les admiró fue que entre los diversos lugares que le habían propuesto para ejercer comodísimamente las Escuelas Pías, eligió uno en la Duchesca, que era especialmente controvertido, quizás inspirado por el Cielo, y lo pidieron al dueño del lugar para que lo cediera a favor de nuestro instituto por medio de la intervención de la autoridad.

Este que dijimos era un lugar de espectáculos cómicos y burlescos, conocido por todos porque era público, el cual fue elegido por el Padre General (aunque podía haber escogido otros más oportunos y más capaces) no buscando ningún tipo de lucro o de beneficio, sino sólo para quitar la ocasión de ofender a Dios.

Y como sin duda sabía el dueño real de dicho lugar, D. Andrea della Valle, jefe y director de los cómicos e histriones, que se pedía su casa para escuelas y sospechaba que andaba detrás la autoridad de los superiores mayores de la ciudad, tras convocar en un lugar oculto un conciliábulo con sus artes histriónicas se opuso fuertemente al P. General, sin dar otra razón evidente sino que su alimento y su vida dependía mucho de este lugar que le pedía le cediera. El P. General, confiando en la autoridad de señores tan poderosos, habló dulcemente al jefe de la tropa y a sus secuaces, diciendo: “Entregad este lugar a Dios, que ya ha servido bastante para obsequiar al diablo. Pensad con nosotros qué habéis aportado hasta ahora para la gloria de Dios, y para el bien de vuestros espectadores con vuestras obscenas obras y representaciones. Me atrevo a decir que nada saludable para nosotros ni para la gente, al contrario, vosotros mismos y el público ibais hacia la perdición, ¡y aún queréis seguir! ¿Qué esperanza tenéis de salvar vuestras almas? ¿Qué confianza dais al público de alcanzar la felicidad? Con actos honestos, más bien que atontándolos y distrayéndolos. No niego que de este lugar depende vuestro alimento y vuestra vida, pero ¡de qué manera más torpe! ¡Con qué arte tan indigna para el hombre cristiano! Vosotros mismos lo confesáis. ¿De qué sirve al hombre (dice el mismo Señor y Salvador nuestro) ganar el mundo si pierde el alma? Yo creo que este lugar ha servido ya durante mucho tiempo a la lujuria, ya se ha representado bastante en él; ahora pide Dios que se ceda para su gloria, por los años que sirvió para vergüenza e ignominia. Si sois cristianos y amáis vuestras almas, decid, ¿qué conviene más, que este lugar sirva para las diversiones del demonio o como templo, trono y tabernáculo del Sumo Dios?

Con estas y otras palabras semejantes habló el P. General a los cómicos, y sin duda con provecho de ellos, pues se les vio transformados en otros hombres con una metamorfosis que antes no habían pensado ni imaginado. Tanto como se habían opuesto al principio al P. General oponiéndose a él, después aceptaron fáciles, benignos y benévolos a lo que se les pedía, y cedieron el lugar para las Escuelas Pías, y lo que es digno de admiración, todos arrepentidos de corazón no sólo propusieron abrazar otra vida, sino que realmente lo hicieron, como veremos más abajo.

El P. General no pudo por menos que alegrarse mucho al ver tan súbita transformación de aquellos comediantes, y la entrega de la casa solicitada, antes tan fuertemente denegada y ahora tan fácilmente adquirida. Así que pronto fueron a hacer un contrato, con un instrumento hecho y confirmado por un notario público. Después de informar sobre las cosas hechas, se pidió al Ilmo. Arzobispo (que era el cardenal Buoncompagni) el permiso para habitar en la Duchesca, y lo dio a nuestro Padre General para ejercer nuestro instituto en aquella casa de comedias, con la felicitación del Duque de Tapia y otros que también estaban contentos con el felicísimo resultado de nuestro negocio, y así el 4 de noviembre se abrieron las escuelas y comenzaron a funcionar.

Aquella casa que luego fue adaptada para las escuelas era del Sr. Aniello di Falco, al cual el discurso anterior del P. General apuntaba directamente. Una obra tan pía su señora esposa, llamada Angélica, no sólo la aprobó, sino que para ganar méritos con ella, como otra solícita Marta discípula de nuestro Salvador, proveyó lo mejor que pudo a los nuevos habitantes de ajuar regalado y otros utensilios requeridos para su mayor comodidad. Después de tener una casa capaz para sí y los suyos y los escolares, al momento dirigió sus pensamientos y cuidados a convertir aquella casa en la que se habían representado comedias en una casa santa. Poco después se obtuvo el efecto deseado por obra del Ilmo. Obispo de Larino, quien si bien no tenía potestad ordinaria, la había obtenido del Arzobispo a petición del P. General.

La petición sonaba a tenor de lo que sigue:

“Ilmo. y Rvmo. Señor,
Los Padres Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías a vuestra Señoría Ilustrísima humildemente que bendiga como Iglesia el hasta ahora local de la Duchesca por medio del obispo de Larino, y que le permita llevar a cabo las funciones episcopales en dicha celebración. Entre las especiales gracias que se concederán.”

El efecto de la súplica aparece firmado en la súplica misma, diciendo: “Se concede la licencia deseada, pero recuerden de registrar lo hecho por facultad delegada. Nápoles 26 de noviembre. Cardenal Buoncompagni, Arzobispo de Nápoles”.

Con lo cual aquel lugar profano se convirtió en templo santo de Dios, y hay que decir que además se concedió el permiso de residencia para las Escuelas Pías y facultad plena para su instituto. Se declara con las palabras que siguen:

“Visto el memorial precedente y todas las cosas que se dicen, se narran y se expresan en él, tras ver personalmente el lugar en el que la Iglesia y la casa de aquellos de quienes se trata deben ser construidas y edificadas, y después de reunir diligente y extrajudicial información por la cual nos consta en modo concluyente que los religiosos de la Orden de los peticionarios no sólo en número de 12, sino incluso más religiosos, pueden mantenerse cómoda y convenientemente de limosnas en monasterios o casas erigidos en esta ciudad de Nápoles y en otros lugares vecinos hasta 4 mil pasos de distancia; por ello concedemos permiso a estos peticionarios para erigir y construir su casa e iglesia con el nombre de la Madre de Dios de las Escuelas Pías en el lugar expresado y nombrado en dicho memorial y en cualquier otra parte del lugar vulgarmente llamado la Duchesca de esta ciudad de Nápoles, a condición de que en esa casa vivan y trabaje al menos 12 religiosos de esa religión, y se entienda que este permiso se da y concede según la forma del S. Concilio de Trento y demás constituciones apostólicas, y no otras, ni de otro modo. Etc.
Y así lo decimos, discernimos, declaramos y concedemos licencia de este y de cualquier modo mejor. I.F. Vicario General”.

Así dice el instrumento legal para residir en la ciudad de Nápoles, en el cual aparece el título bajo el que la iglesia debía ser bendecida. Una vez obtenido el permiso para la ejecución de la bendición episcopal del lugar destinado a iglesia, se fijó el 28 de noviembre para aquella sagrada función según la decisión de dicho obispo de Larino, la cual se llevó a cabo solemnísimamente, con el beneficio resplandeciente del cielo, en la fecha prevista, en nombre de Dios, según el rito habitualmente usado por la Iglesia. Para atestiguarlo se hizo y publicó un atestado, que dice como sigue:

“Juan Tomás Eustaquio, obispo de Larino por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica.
Por las presentes atestamos y hacemos saber a todos los interesados que el sábado 28 de noviembre del año del Señor 1626, el lugar antes profano en el barrio llamado La Duchesca de la ciudad de Nápoles y reformado y preparado en forma de iglesia por los religiosos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, por encargo y con licencia del Ilmo. y Rvmo. Cardenal Buoncompagni, arzobispo de Nápoles, fue bendecido, purificado y santificado por Nos según los ritos y ceremonias de la S. Iglesia Romana, bajo el nombre de Santa María Madre de Dios, en presencia y a petición del Muy Rvdo. P. José de la Madre de Dios, Fundador y General de dicha religión, y ayudándole en el servicio, a causa del particular afecto para con dichos religiosos, el P. Nicolás Antonio Bellarboni y el P. Jerónimo de Leo, sacerdotes de nuestra Congregación del Oratorio de S. Felipe Neri, así como Santiago Romano I.U.D y César Urbano, doctor en Sagrada Teología, y Antonio Baccalano, sacerdotes, y Andrés Rosa, Agnello Richa, Bartolomé Paulillo, clérigos napolitanos miembros de la Visitación de la misma Congregación del Oratorio, invitados también a este ministerio, en presencia de Antonio Damiá, Juan Bautista Miranda y numeroso público. En la cual iglesia celebramos la primera misa para gloria de Dios omnipotente y para alabanza y honor de la B. siempre Virgen María Madre de Dios. En la cual de ningún modo quisimos omitir el hecho de que aquel lugar que había estado dedicado por (muchos) años a la corrupción de las costumbres y perdición de las almas por histriones tabernarios, no sin la admirable providencia divina, fue arrancado y convertido en templo del Señor y morada de virtudes cristianas, y las bóvedas de ludibrio en vivienda de la purísima Virgen, y la casa de juegos en lugar de práctica literaria; y en el lugar que antes resonaba con los clamores teatrales y chocarrerías de los bufones, ahora se oyen resonar alabanzas a Dios, oraciones y cánticos espirituales, de modo que bien puede decirse: ‘en las cuevas en que antes habitaban los dragones, ahora se ve el verdor de las cañas y juncos’. En fe de lo cual escribí la presente, y mandamos poner nuestro sello, y lo corroboramos con nuestra propia mano. En Nápoles, en la casa de nuestra Congregación, el 9 de diciembre de 1626. Juan Tomás, obispo de Larino.”

Ephemerides Calasactianae VIII (1939, 146-149)

Terminada esta bendición de un lugar profano de La Duchesca, todo el vecindario se alegró mucho, y produjo como resultado que, a la vista de nuestra pobreza, muchos complatearios fueran liberales con respecto a este lugar nuevamente consagrado; incluso los comediantes aprovecharon la ocasión para buscar carismas mejores. De tal modo que concibieron nauseas hacia su arte y ninguno tuvo ya ganas de volver a practicarla como antes. Al contrario, llamados por el espíritu divino a un estado opuesto a su vida anterior, seguían su impulso.

Andrea de la Valle fue iniciado al sacerdocio, con dispensa apostólica, con singular edificación de la gente, y honrando el ministerio sacerdotal, terminó su vida santamente. Francisco Longavilla y Juan Bautista Raunzino de tal modo se convirtieron en hombres espirituales que se hicieron dignos también de comunicar su admirable espíritu a otros: queriendo que el mucho provecho que recibían en las Escuelas Pías la niñez pobre y escolar redundara en beneficio de toda la población, ellos mismos se convirtieron en cierto modo en imitadores de los nuestros, y reunían en los días festivos a los niños y niñas ociosos por la calle para llevarlos a oír el sacrifico de la misa, y obligaban a los carreteros díscolos a ello. Después Gratillo Zoppo, actor graciosísimo, habiendo conocido a fondo el estado de su mal pasado, lo expiaba con admirables obras de penitencia. No le bastaban las mortificaciones espontáneamente asumidas, ni las impuestas por la penitencia, sino que solía practicarlas también públicas en el oratorio de la Cofradía Mariana. Rogaba a sus cofrades que lo trataran como a una fiera salvaje, golpeándose los talones, aquí y allá arrastrando cadenas que se había atado. Describe estas cosas bastante ampliamente el P. Juan Carlos en el tomo de nuestra fundación napolitana, de modo que si alguien, considerando todas las circunstancias y sucesos, dijera que había nacido y aparecido milagrosamente, no se apartaría en nada de la verdad.

Veamos ahora otros comienzos que tuvieron lugar en otras partes mientras se llevaba a cabo esta nuestra fundación napolitana.

Llegó en primer lugar una carta dando gracias del Ilmo. Conde Adolfo de Althan, Gobernador de la Sagrada Milicia Cristiana, traída por el embajador del Rey de los Persas. Decía como sigue:

“Reverendísimo Padre en Cristo.
Puesto que vuestra Rvma. Paternidad me hizo partícipe junto con la comunión jerárquica y todos sus sujetos de los méritos de su santísima Orden, quiero expresarle mis más rendidas gracias, y como signo mío de gratitud envié ahora al que lleva las presentes, representante mío en Alba Greca de Turquía, para que comparta mi comunión abundantemente en la fuente, y para que se cuide de informar a vuestra Rvma. Paternidad, explicándole sobre la fundación y la situación de nuestra primera casa de redención, con una petición aneja: que se digne vuestra Rvma. Paternidad de mantener el afecto mostrado hacia mí y mi instituto, de modo que aumentando con el paso del tiempo brille ante toda la gente. Y puesto que comencé a poner la mano en el arado (como se dice) en medio de muchas dificultades por la libertad de propagar el Evangelio entre los infieles, y por la libertad de los cautivos y la consolación de todos los afligidos, y nadie puede nada con sus propias fuerzas a no ser que le ayude la obra divina, para que pueda hacer fructificar algo de esto, amistosamente ruego que vuestra Paternidad Rvma. se digne mandar que se hagan oraciones comunes en toda la santa Orden; por mi parte sepa que yo me ofrezco gustoso por toda la eternidad como fidelísimo amigo, siervo y cofrade suyo en todo lo que pueda, para promover la mayor gloria de Dios y, con su clemencia, el amor al prójimo. Por lo demás deseo que vuestra R.P. pueda gobernar durante muchos años su Orden alabadísima y floreciente. Devotísimo de su Paternidad,
Miguel Adolfo, Conde de Althan. Komárom, Hungría, desde la 1ª casa de nuestra Redención, el 8 de sept. De 1626.”

Otra cosa singular que ocurrió este año es que, al mismo tiempo que nuestra religión crecía con el añadido de Nápoles, en Roma había peligro de disminución, pues el noviciado de S. José en el Monte Quirinal erigido hacía poco tiempo era buscado como propiedad por otros, y por un Señor poderoso, al cual difícilmente podía uno oponerse. Este era el Ilmo. Cardenal Barberini, que quería construir un convento para su hermana, y quizás para no tenerla lejos de la vista ni del corazón, encontró que nuestro noviciado estaba muy cerca de su residencia, y juzgando que podía servir para su intento, inclinó su ánimo a comprárnoslo. Como el P. General no se atrevía a oponerse a su intento, constituyó comisarios y procuradores suyos al P. Santiago de San Pablo, superior temporal de la casa de San Pantaleo y al Rvmo. D. Bernardino Panícola, obispo de Ravello, para que se pusieran de acuerdo sobre los términos a tratar con el Ilmo. Cardenal, para ver si quería comprar todo nuestro edificio, o cambiarlo por otro equivalente. La patente para uno y otro la envió desde Nápoles, y dice como sigue:

“Yo, José de la Madre de Dios, Ministro General de las Escuelas Pías, por las presentes notifico que estoy de acuerdo con lo que el P. Santiago de S. Pablo, superior de la casa de S. Pantaleo juntamente con D. Bernardino Panícola traten el asunto del noviciado romano con quien convenga, y también que negocien y concluyan lo que les parezca conveniente, prometiendo que lo aprobaré y ratificaré. En fe de lo cual lo firmé en Nápoles a 5 de diciembre de 1626. José, como arriba, por mano propia.”

Fue una buena provisión el envío de la patente para ello. Pero en la ocasión presente no fue necesaria, pues perdimos el huerto comprado recientemente al Sr. Mosca por un precio más gratuito que justo. Los hechos mostrarán en años posteriores que nos fue arrebatado todo el noviciado.

Quizás a esta época corresponde el viaje del P. Pedro Asistente a Sicilia, pues para que no quedasen obstáculos para fundar allí nuestro instituto, quiso el P. General llamar a casa a los que el P. Melchor había dejado allí, pues allí molestaban a nuestros adversarios, y eran un oprobio para nuestro instituto. Por lo demás, del mismo modo que se cuidó de los sicilianos, el P. General no se olvidó de los que estaban fuera de las casas de Nápoles. Al contrario, tenía el vehemente deseo de que se le informara cómo vivían sus religiosos más remotos; de qué modo gestionaban los ejercicios en asuntos domésticos y escolares; cuánto aprovechaban en virtudes y observancia regular, y en particular si se observaba el silencio en las casas. Sobre esto ciertamente escribió lo que se lee en las palabras que siguen: “No pueden darme noticia más agradable que la de que en casa se observa el sumo silencio”. Así en fecha 22 de noviembre[Notas 1].

Cierro el presente año con la anotación siguiente: Su Santidad en la Navidad de 1626 revocó por medio de su reverenda Cámara el subsidio de doscientos escudos anuales para las Escuelas Pías que había concedido Clemente VIII, y no permitió que se pagaran más. Así se lee escrito por el P. General con su propia mano, anotado en el Registro de Limosnas.

También nos ha parecido digno de anotar aquí lo que D. Juan Rigger, párroco de Brescia escribió a nuestro Padre General. Se trata de lo siguiente:

“Por el esfuerzo y labor de S. Casiano, mártir de Imola, primer obispo y patrón de la iglesia de Brescia, la llamada en otro tiempo diócesis de Brescia y toda la provincia del Tirol contigua a Italia fue convertida del paganismo a la fe católica. Como parece que en cierto modo los RR.PP. de las Escuelas Pías son imitadores de este santo con su institución para la niñez en Roma, se dice que es increíble el fruto que nacería en la Iglesia de Dios si esa religión se trasladara a Germania, y más teniendo en cuenta que el serenísimo Duque de las dos Bavarias decidió introducir en su ciudad residencia de Munich todas las religiones reformadas, cosa que con algunas ya ha hecho. Por eso si los citados padres llegaran a Innsbruck de la diócesis de Brescia, ciudad residencial del serenísimo Leopoldo, archiduque de Austria, o a un lugar próximo de Italia, es cierto y sin discusión que en muy breve espacio de tiempo se enriquecerían con el ingreso de sujetos aptos para su Orden, que podrían en poco tiempo esparcirse y dilatarse admirablemente por otros lugares de Germania, como Viena, Praga y otras ciudades y provincias, dada la abundancia y multitud de jóvenes que hay en uno y otro lugar bajo la dirección de los reverendos padres de la Compañía de Jesús, inclinada y propensa a apoyar de manera admirable a todas las religiones reformadas”.

Hasta aquí el citado párroco, que en cuanto se enteró de nuestro Instituto, envió la carta copiada más arriba, que por el derecho está dirigida al mismo P. General, y es incierto si le fue entregada por manos extrañas, pero en el archivo se conserva el original, y prueba que este hombre quería bien a nuestro instituto.

Notas

  1. Faltan dos párrafos: “Die 12 Xbris circa Natalem Domini cum in feriam Esurialem incidisset, ordinavit ut justa Ecclesaie usitatum morem carnibus ubique vescerentur cum superaddito: quamquam majoris imperfectionis foret, si contentarent ovis et lacticiniis. Et 26 ejusdem, comendans charitati Paternae infirmos, etiam se male valentem nunciat eo ruptura, in vero ex febri acuta, qua oppressum quipe cum letargo scribit P. Vincentius Tom. I p. 3. Traducción: El 12 de diciembre, en relación con la fiesta de Navidad, día que caía en día de ayuno, ordenó que según la costumbre usada en la Iglesia podrían comer carne, pero añadiendo: pero con todo sería mayor perfección si se contentasen con huevos y lacticinios. Y el 26 del mismo mes, encomendando con paternal caridad a los enfermos, él mismo anuncia que se encuentra mal, a causa de la ruptura; ciertamente sufrió una fiebre aguda con pérdida de conocimiento, escribe el P. Vicente en el Tomo I, p. 3.