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CAPÍTULO 5 De lo que hizo el Emmo. Cardenal Roma [1646]

Obispo de Tivoli

En el Obispado de Tivoli, el año 1627, si bien recuerdo, o quizá el año 1628, fueron solicitadas con mucha insistencia las Escuelas Pías por el Ilmo. y Excmo. Sr. Lottano, y por Appio Conti, respectivamente, Príncipe de San Gregorio, y Duque de Poli, para esta tierra suya, como queda escrito en los anteriores volúmenes.

Ahora bien, dicho Emmo. Cardenal Roma, milanés de nacimiento, en la Congregación sobre los asuntos de las Escuelas Pías mostró siempre tenernos poco aprecio, y era considerado como contrario a nuestro Instituto y al V. P. Fundador. En estos años era Obispo de Tivoli, de cuya Diócesis es la ciudad de Poli.

Cuando se publicó en Roma nuestra reducción de Orden a Congregación sometida en todo a los Ordinarios, mandó llamar al Superior de aquella casa nuestra de Tivoli, y lo recibió con demostración de afecto paternal. Lo exhortó primero a cambiar nuestro hábito por el hábito Cura secular, y a cubrirse los pies con sandalias cerradas, porque la nuestra ya no era Orden. Lo hizo no sólo esta vez sino muchas veces más; aunque nuestros Padres le respondían siempre que querían igualarse a los de Roma, donde estaba N. V. P. Fundador y los demás siervos del Señor; y que, mientras el Sumo Pontífice no los forzara, no pensaban cambiarlo; que habiendo comenzado con aquéllas desde el principio, pensaban y esperaban morir con ellas, por haber sido aprobado por Sumos Pontífices; y porque no se puede prohibir el padecer por amor de Dios. Por eso, nuestros Padres siempre estuvieron firmes, aunque dicho Eminentísimo les dio muchas embestidas. Éste comenzó a tratarlos en el interior y en el exterior, por medio de visitas que les mandó muchas veces, de dos Revdos. Padres Eremitas de San Agustín, teólogos suyos, esto es, el P. Maestro Juan Bautista Penna y el Revmo. P. Visconti, que fue luego General de su Orden, y después Obispo de la Santa Iglesia. Los estimaban muchos; usaban con ellos el sobrenombre de ´mis buenos Padres´. La primera vez que los mandó llamar, les ordenó que ninguno saliera, ni se recibiera a nadie sin permiso expreso de él, o de su Vicario General. Sin embargo, les concedió que pudieran ir a Roma y a Tivoli cada vez que lo necesitaran, y al Superior le dio la Patente dicha (Ver Tomo III, Libro 3, Capítulo 32).

Notas