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Toda nuestra pobre Orden había visto y tocado con las manos que el Revmo. P. Visitador jesuita nos gobernaba a todos por narices, que había traicionado sus melosas palabras, y que, pasadas la Navidades, -período que había prometido de gobierno del P. Esteban de los Ángeles- no sólo no mantenía su palabra, tantas veces dada en privado y en público, sino, que cada vez más, defendía a espada descubierta al P. Esteban, y cada vez lo afianzaba mejor en el gobierno, al que él mismo lo había elevado como intruso, contra la voluntad de todos los nuestros y también de los externos. En consecuencia, todas las Provincias
 
Toda nuestra pobre Orden había visto y tocado con las manos que el Revmo. P. Visitador jesuita nos gobernaba a todos por narices, que había traicionado sus melosas palabras, y que, pasadas la Navidades, -período que había prometido de gobierno del P. Esteban de los Ángeles- no sólo no mantenía su palabra, tantas veces dada en privado y en público, sino, que cada vez más, defendía a espada descubierta al P. Esteban, y cada vez lo afianzaba mejor en el gobierno, al que él mismo lo había elevado como intruso, contra la voluntad de todos los nuestros y también de los externos. En consecuencia, todas las Provincias

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CAPÍTULO 5 De la Resolución tomada por Nuestra Orden [1643]

Toda nuestra pobre Orden había visto y tocado con las manos que el Revmo. P. Visitador jesuita nos gobernaba a todos por narices, que había traicionado sus melosas palabras, y que, pasadas la Navidades, -período que había prometido de gobierno del P. Esteban de los Ángeles- no sólo no mantenía su palabra, tantas veces dada en privado y en público, sino, que cada vez más, defendía a espada descubierta al P. Esteban, y cada vez lo afianzaba mejor en el gobierno, al que él mismo lo había elevado como intruso, contra la voluntad de todos los nuestros y también de los externos. En consecuencia, todas las Provincias

-lamentándose, como ciervos sedientos- decidieron que querían ser gobernados por su V. P. Fundador y General, el que les había dado Dios y los sumos Pontífices.

Por eso, apiadados de los Padres que estaban en Roma, escribieron cartas irritantes a los Padres Asistentes viejos y nuevos de N. V. P. Fundador, como también a los nombrados para el gobierno de la Orden, y al Revmo. P. Visitador jesuita, porque todos se quedaban pasmados, las manos a la cintura, sin hacer sabedor al Sumo Pontífice y a la sagrada Congregación, de la injusticia que se estaba haciendo a toda la Orden, en la persona de N. V. P. Fundador y General.

Motivados por esto, comenzaron a despertarse, y después de consultarlo, decidieron enviar un Memorial al Sumo Pontífice, con diversos razonamientos y capítulos; y que fuera firmado por muchos, para que se viera lo común que era el deseo de ver a su P. Fundador puesto al timón de su Orden, en la que había trabajado con tanto sudor, celo, y utilidad de la cristiandad, desde el año 1592 hasta 1643, cuando había sido tan injusta e inicuamente ultrajado por unos pocos discípulos suyos, hijos indignos.

Se escribió por las Provincias esta determinación. De esta manera, se hizo un Memorial que fue firmado por más de trescientos Religiosos nuestros, que vivían en las Provincias más cercanas a Roma. Se eligió también Procuradores, para que, en nombre de todos, actuaran ante las sagradas Congregaciones y ante el mismo Sumo Pontífice.

El Revmo. P. Visitador jesuita, -de cuyo corazón habían salido las palabras y promesas susodichas, promesas que hizo a los pobres Religiosos de las Escuelas Pías- ¿qué otra gran ocasión mejor que ésta hubiera podido desear, para salir con honor y laurel de su empresa, de reponer él mismo en el gobierno de una Orden al Fundador de ella, ya que merecida y justamente lo alababa -aunque no suficiente- con tantos encomios? Pero, como sus palabras eran fingidas y políticas sus promesas, no aprovecha una ocasión tan buena y justa, sino que la rechaza y persigue -como verán más adelante- de viva voz y por escrito, como yo podré demostrar, pues tengo más de una docena de páginas, de folios grandes, firmadas por su mano.

No se desanimaron los devotos y verdaderos hijos, tanto a favor de tan Venerable Fundador, como de la pobre Orden; sino que se formó otro Memorial, que fue suscrito por más Religiosos que el primero, que también se presentó; pero, en el Revmo. P. Visitador jesuita, no produjo mejor resultado que el primero. Al contrario; ellos siguieron procurando con amenazas y promesas, arrastrar a algunos de ellos, poco prevenidos. Puedo mostrar las cartas que conservo conmigo, donde pensaban convencerme a mí mismo, para que fuera de los suyos. Pero el honor de Dios, mi propia salvación eterna, y el agradecimiento que todo hijo debe a su Padre, no desaparecieron jamás de los ojos de mi mente. Esto lo puedo también demostrar con cartas del mismo V. P. N. Fundador, en las que me escribe y dice que no sea tan perezoso en responder a las cartas de los dos susodichos, los Padres Pietrasanta y Esteban [Cherubini].

Notas