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Mientras nosotros estábamos en el Noviciado de Savona, nuestro P. Pedro [Casani] fue veces a Génova, solicitado por algunos Señores, entre los cuales, los principales fueron los Señores Marco Antonio Boria, Juan Nicolás Spínola, Julio Palavicino, el flaco, y Juan Bautista Saluzzo, quienes movidos por la devoción que sentían por el Padre y por la Orden, trataron de buscar un Noviciado en Génova.
 
Mientras nosotros estábamos en el Noviciado de Savona, nuestro P. Pedro [Casani] fue veces a Génova, solicitado por algunos Señores, entre los cuales, los principales fueron los Señores Marco Antonio Boria, Juan Nicolás Spínola, Julio Palavicino, el flaco, y Juan Bautista Saluzzo, quienes movidos por la devoción que sentían por el Padre y por la Orden, trataron de buscar un Noviciado en Génova.

Última revisión de 17:37 27 oct 2014

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CAPÍTULO 6 De cómo se abrió el Noviciado de Génova [1624]

Mientras nosotros estábamos en el Noviciado de Savona, nuestro P. Pedro [Casani] fue veces a Génova, solicitado por algunos Señores, entre los cuales, los principales fueron los Señores Marco Antonio Boria, Juan Nicolás Spínola, Julio Palavicino, el flaco, y Juan Bautista Saluzzo, quienes movidos por la devoción que sentían por el Padre y por la Orden, trataron de buscar un Noviciado en Génova.

Con estos acuerdos, el Jueves “Grasso”, es decir, el jueves después de Sexagésima, que cayó el 15 de febrero de 1624, salimos de Savona con el P. Pedro cuatro novicios de nosotros, y fuimos a Oregina, a las afueras de Génova, en la puerta de Santo Tomás, a una casa que nos habían prestado en aquel lugar, en una colina o monte, en frente del noviciado de los Padres de Capua, encima de la villa del Sr. Juan Bautista Casanova, y al lado del Ecmo. Protomédico Ricordi, hermano del P. Maestro, dominico.

Como iglesia, nos servíamos de una Capilla cercana, en medio del camino, frente a la puerta de dicha villa Ricordi. En esta casa y lugar, desprovista de todo, sólo Dios sabe cuánta carencia de todo sufrimos al principio; porque, como no habíamos tenido otra licencia más que la del Arzobispo y de los Religiosos, sólo poquísimos conocían nuestra llegada. Por eso se lamentaba el Gobernador de la República; aunque, por respeto a dichos Señores no lo daba a entender.

En esta situación, aunque nosotros éramos siete de hábito, no teníamos más que cuatro colchonetas de paja, traídas de Savona con sus tablas, y cinco mantas, que compartíamos de este modo, todos en una misma sala: A uno le tocaba el jergón sobre la tierra, y a otro la manta con la tabla; y cada ocho días nos intercambiábamos, durmiendo cada uno separado. Yo, como iba por la ciudad en busca del pan, del vino y del aceite, junto con el H. Juan de la Pasión, que era de Monesiglio, me cansaba tanto, -en parte por mi complexión, como porque, al ser conocidos en Génova, teníamos que subir muchas veces a aquellos palacios y casas, tan altos, para hablar con los señores, pidiendo limosna- que al llegar a casa por la noche, en ayunas y medio muerto,

-porque, además de lo dicho, desde la puerta de Santo Tomas hasta el noviciado había tres cuartos de milla de subida-, el P. Pedro siempre me mandaba dormir sobre el jergón, como premio. Llegábamos a casa muchas veces empapados y congelados; sin encontrar más leña que algunas como brozas, recogidas por los novicios en la viña de la casa, que ordinariamente no eran más largas de un palmo, ni más gordas que un dedo.

Un vez que estaba nevando, compramos siete centavos de raíces de jara, con sus hojas ya a punto, recogidas por un pobre campesino. Haciendo fuego con ellas, se puede imaginar el humo que hacían. Les aseguro que eran muchas más las lágrimas que salían de los ojos, que las hojas que se quemaban; tanto más, cuanto que la chimenea estaba obstruida, de lo que no nos dimos cuenta hasta el verano. Esta miseria no puede parecer extraña, porque ni siquiera éramos conocidos, y el P. Pedro no quería que molestáramos mucho a aquellos señores devotos; y además, Dios quería que así nos ejercitáramos en la Santa pobreza.

En cuanto al sufrimiento en la comida en estas circunstancias, dejo al lector que se lo imagine; no lo cuento, para no parecer exagerado. Sólo digo que los primeros que nos llevaron limosna de cosas de comer fueron dos jóvenes, que después tomaron el hábito entre los nuestros. Uno se llamó H. Pablo de San Juan Bautista, y el otro, H. Buenaventura de San Juan Bautista, ambos genoveses. Nos llevaron unas cinco libras de castañas pilongas, y no sé qué pocos fréjoles, cuatro o cinco pescados y algunos arenques. Esto, de hecho, nos consoló mucho, por no haber visto ni siquiera otra cosa, y porque dicho el H. Juan Antonio se lamentaba de que los ratones le llevaban lo poco que había, y no se los podía cazar, pues la ratonera no estaba preparada. El P. Pedro le decía: ¡Venga, ánimo; que no le robarán más! Y nunca más volvimos a ver los ratones, lo que para nosotros fue un milagro.

Notas