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Unos veinte años llevaba ya al frente de sus Escuelas Pías. A sus sesenta, casi cumplidos, quizás pensó que su retiro a Frascati era como una jubilación. Su obra había quedado en buenas manos, con perspectivas de perennidad. Y cuando esperaba el breve apostólico definitivo, todo se vino abajo… Mejor dicho, se derrumbó definitivamente el andamio y quedó al descubierto la obra. | Unos veinte años llevaba ya al frente de sus Escuelas Pías. A sus sesenta, casi cumplidos, quizás pensó que su retiro a Frascati era como una jubilación. Su obra había quedado en buenas manos, con perspectivas de perennidad. Y cuando esperaba el breve apostólico definitivo, todo se vino abajo… Mejor dicho, se derrumbó definitivamente el andamio y quedó al descubierto la obra. |
Revisión de 12:07 27 oct 2014
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Capítulo 16: LA FUNDACIÓN
Unos veinte años llevaba ya al frente de sus Escuelas Pías. A sus sesenta, casi cumplidos, quizás pensó que su retiro a Frascati era como una jubilación. Su obra había quedado en buenas manos, con perspectivas de perennidad. Y cuando esperaba el breve apostólico definitivo, todo se vino abajo… Mejor dicho, se derrumbó definitivamente el andamio y quedó al descubierto la obra.
En cierto modo estaba ya hecha, con su personalidad inconfundible y sus características, su firmeza y su vitalidad. Y no podía ser menos, pues estaba en la flor de la vida, iba a cumplir veinte años. En ellos había tenido tiempo el P. Prefecto de modelarla a su gusto. Había pensado en todo: en la finalidad concreta de la obra, en las condiciones de los alumnos, en las características y métodos de enseñanza y educación, en las cualidades de los educadores. Aunque había escrito todavía muy poco, era quizá suficiente para trazar las líneas maestras de su pedagogía, de su pastoral educativa y de la vida religiosa que quería para sus colaboradores. Y, sobre todo, lo había experimentado ya todo. Particularmente el último trienio de convivencia con los luquesa había sido trascendental, no sólo por lo que había recibido de ellos, sino también por lo mucho que les había exigido. Demasiado, incluso.
Por todo ello, no era partir de cero, ni comenzar de nuevo, sino sencillamente continuar la misma andadura sin brusquedades ni sobresaltos. Y sin apoyarse ya en fuerzas ajenas. Sólo faltaba una voz que lo dijera con autoridad: 'Levántate y anda'.