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Inmerso cada vez más en el ambiente cautivador de Roma, no la de los césares ni la de la monumentalidad barroca, sino la de la piedad y la caridad, el pretendiente a canónigo se fue olvidando de tales pretensiones y emprendió un camino nuevo al encuentro consciente de lo que en un principio fue quizá una voz misteriosa o sólo un presentimiento. En estos años de fin de siglo se mezclan en el alma de Calasanz actitudes y sentimientos dispares: preocupaciones por un porvenir asegurado y digno, inquietudes religiosas, búsqueda del sentido de la propia vida y de la voluntad de Dios. Y de ese estado de inseguridad y profundización espiritual surge nítido y avasallador el conocimiento de la propia vocación, a la que —una vez descubierta— se condiciona y subordina todo. | Inmerso cada vez más en el ambiente cautivador de Roma, no la de los césares ni la de la monumentalidad barroca, sino la de la piedad y la caridad, el pretendiente a canónigo se fue olvidando de tales pretensiones y emprendió un camino nuevo al encuentro consciente de lo que en un principio fue quizá una voz misteriosa o sólo un presentimiento. En estos años de fin de siglo se mezclan en el alma de Calasanz actitudes y sentimientos dispares: preocupaciones por un porvenir asegurado y digno, inquietudes religiosas, búsqueda del sentido de la propia vida y de la voluntad de Dios. Y de ese estado de inseguridad y profundización espiritual surge nítido y avasallador el conocimiento de la propia vocación, a la que —una vez descubierta— se condiciona y subordina todo. |
Revisión de 12:06 27 oct 2014
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Capítulo 11: LA ROMA DE LOS SANTOS
Inmerso cada vez más en el ambiente cautivador de Roma, no la de los césares ni la de la monumentalidad barroca, sino la de la piedad y la caridad, el pretendiente a canónigo se fue olvidando de tales pretensiones y emprendió un camino nuevo al encuentro consciente de lo que en un principio fue quizá una voz misteriosa o sólo un presentimiento. En estos años de fin de siglo se mezclan en el alma de Calasanz actitudes y sentimientos dispares: preocupaciones por un porvenir asegurado y digno, inquietudes religiosas, búsqueda del sentido de la propia vida y de la voluntad de Dios. Y de ese estado de inseguridad y profundización espiritual surge nítido y avasallador el conocimiento de la propia vocación, a la que —una vez descubierta— se condiciona y subordina todo.